El miedo que nos asedia

Domingo de Pentecostés

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2, 1-11:

Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

Salmo 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Secuencia: Ven, Espíritu divino.           

EVANGELIO

                        Juan 20,19-23:

            Recibid el Espíritu Santo.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

El miedo que nos asedia

28 de mayo de 2023

ICONO DE JESUCRISTO. IGLESIA GRECO-ORTODOXA. CHIPRE

Ya anochecido, aquel día primero de la semana, es­tando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: -Paz con vosotros. Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor.

Les dijo de nuevo: -Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros. Y dicho esto sopló y les dijo: -Recibid Espíritu Santo. A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los im­putéis, les quedarán imputados.

La liturgia de este día de Pentecostés propone como primera lectura un fragmento del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11) en el que se refiere la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos, expresada mediante símbolos, propios de la intervención divina: “un ruido del cielo, como una violenta ráfaga de viento, unas lenguas como de fuego que se repartían posándose encima de cada uno de los discípulos que empiezan a hablar en diferentes lenguas, según el Espí­ritu les concedía expresarse”. Como este texto lo comenté ya el año pasado, los interesados pueden leer su explicación y aplicación a nuestro mundo en este enlace, titulado “El milagro de Pentecostés”:

Ahora explicaré detenidamente el texto del Evangelio de hoy, tomado del evangelio de Juan (20,19-13). En este, Jesús saluda por dos veces a los discípulos deseándoles la paz. Dos saludos que corresponden a las dos partes en las que se estructura el texto.

Primer saludo

El primer día de la semana

El primer saludo de paz, con el que se presenta Jesús en medio de los discípulos, tiene lugar en un tiempo y unas circunstancias simbólicas: es el primer día de la semana, día del Señor o domingo, en el que la comunidad cristiana primitiva se reunía para recordar a Jesús muerto, resucitado y presente en ella. Este día nos retrotrae al primer día de la creación con que se abre la biblia: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento-Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Dijo Dios: -Que exista la luz. Y la luz existió” (Gn 1,1-3). Este primer día culminaría en el día sexto con la creación de Adán. Jesús resucitado es ahora el nuevo Adán, la nueva humanidad, la nueva creación, que no tiene ya semilla de muerte, como dice Pablo en la 1ª Carta a los Corintios (15,45), refiriéndose a Jesús: “El primer hombre, Adán, fue un ser animado» (Gn 2,7); el último Adán es un espíritu de vida.

Ya anochecido el día

La hora de la manifestación de Jesús en medio de sus discípulos tiene lugar ya anochecido el día y nos recuerda la noche en que el Señor sacó a los israelitas de la esclavitud de Egipto, como leemos en el libro del Éxodo, noche de liberación y vida: es la noche de Pascua o paso de la esclavitud a la libertad: “Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto, noche de vela para los israelitas por todas las generaciones (Éx 12,42). La presencia de Jesús resucitado, como en la antigua Pascua, va a liberar a sus discípulos del miedo que les hace tener las puertas atrancadas y que les impide abrirse al mundo.

Una situación complicada

La situación del grupo de discípulos es complicada. En primer lugar no se dice qué discípulos eran, pues no se mencionan sus nombres, por lo que podemos suponer que se trataba de todos aquellos que habían seguido a Jesús y que, ahora, se encuentran con las puertas atrancadas por miedo a los judíos, como muestra de su inseguridad. El final trágico del maestro les hacía esperar y temer otro tanto para ellos. Aún no se habían encontrado con Jesús y se sentían amenazados por la institución judía que podía acabar también con sus vidas. Tampoco tenían valor, debido al miedo, para pronunciarse públicamente en favor de aquel al que los judíos habían condenado cometiendo un asesinato infame.

El miedo de los discípulos rememora el miedo de los israelitas cuando los perseguía a muerte el faraón: “Cuando vieron a los egipcios que avanzaban detrás de ellos y muertos de miedo gritaron al Señor y dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto? Nos has traído al desierto a morir. ¿Qué nos has hecho sacándonos de Egipto? No te decíamos ya en Egipto: “Déjanos en paz, y serviremos a los egipcios, más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto”. Moisés respondió al pueblo: “No tengáis miedo” (Éx 14,10-13).  Al igual que Moisés invitó a los israelitas a tener fe en el Dios que los había sacado de Egipto, Jesús se hace presente en el centro y les dice: “Paz con vosotros”, cumpliendo la promesa que les había hecho antes de morir: “No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros” (Jn 14,18s:, cf. 16,18ss).

Jesús se hace presente en el centro

Jesús aparece en el centro de la comunidad, como punto de referencia, fuente de vida y factor de unidad. A ellos, que por el miedo habían perdido la paz, el saludo del que ha vencido al mundo y a la muerte, se la devuelve  (cf. 14,27s; 16,33).

Con su saludo-deseo de paz, Jesús les hace ver que el miedo no tiene razón de ser, pues si él había pasado por el mal trago de una muerte ignominiosa, ahora se hace presente vivo en medio de ellos.  Si tenían miedo a la muerte que podrían infligirles los judíos, ahora deben entender que nadie puede quitarles la vida que él comunica.  Tendrían que recordar las palabras de Jesús a Marta, la hermana de Lázaro, cuando  les dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, –esto es,  el que se adhiere a mi estilo de vida-, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25-26).  No hay, por tanto, nada que temer. Solo hay que creer en su palabra.

Alegría

De ahí que los discípulos se llenen de alegría al ver a Jesús con ellos, alegría que es incompatible con el miedo que los mantiene encerrados. Se cumple así la promesa que Jesús les había hecho antes de morir: “Pues sí, os aseguro que vosotros lloraréis y os lamentaréis; el mundo, en cambio, se alegrará. Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16,20).

Al enseñarles las manos y el costado, Jesús da a entender que es el mismo, cuyas manos estuvieron clavadas en la cruz y aquel de cuyo costado salió sangre y agua, tras la lanzada del soldado (Jn 19,34), sangre que simboliza su muerte cruenta, como suprema manifestación de su amor, y agua que representa al Espíritu, el principio de amor y vida que Jesús les comunica.

Segundo saludo

Paz con vosotros

En la segunda parte de este texto, Jesús insiste en desearles la paz: “Les dijo de nuevo: «Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo a mi vez a vosotros”. Los discípulos no deben quedar aislados y encerrados. Ahora que han recuperado la alegría, tienen que abrir las puertas y salir al mundo, cuando Jesús les insufle su Espíritu, capacitándolos para una misión consistente en liberarlo del pecado: “A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados”. (Otras versiones traducen: “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan  perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”).

La misión de los discípulos de cara al mundo consistirá en romper con el sistema injusto que lleva al ser humano a la muerte, o lo que es igual, en quitar el pecado del mundo, que reprime o suprime la vida. Habrá, no obstante, quienes no quieran este camino, y seguirán voluntariamente adheridos al sistema mundano injusto, permaneciendo en el ámbito del pecado, de la noche, de la esclavitud y de la muerte.

Hasta aquí el comentario al evangelio de hoy. En otro comentario, titulado Miedo o paz del segundo Domingo de Pascua (24-2-22) en el que se leía el mismo texto de hoy, me detuve en explicar las nociones de miedo y paz, palabras clave de este evangelio. Ahora quiero detenerme en otro punto, antes de terminar.  

Miedo global

Dice el evangelista que los discípulos de Jesús “estaban con las puertas  atrancadas, por miedo a los dirigentes judíos”, que podrían quitarles la vida al igual que a su maestro.

A nivel global, nuestro mundo siente miedo actualmente como aquel grupo de discípulos, un miedo que se manifiesta de múltiples modos:

            -miedo a futuras pandemias, a nuevas variantes del virus, a la propagación de enfermedades infecciosas en este mundo intercomunicado y globalizado;

            -miedo al cambio climático y a los desastres naturales asociados, como huracanes, incendios forestales, inundaciones y sequías;

            -miedo a las recesiones económicas, las fluctuaciones del mercado, la inestabilidad financiera y la desigualdad económica;

            -miedo a la pérdida de empleo de cada vez más trabajadores, a  la dificultad para cubrir las necesidades básicas, a la subida del precio de la cesta de la compra e incluso al incierto futuro financiero;

            -miedo a los conflictos armados, como la guerra de Ucrania y tantos otro que ponen en peligro  la seguridad, la estabilidad y la paz mundial;

            – miedo a las amenazas de  terrorismo;

            – miedo al avance rápido de la tecnología, incluida la inteligencia artificial, a la vigilancia masiva a la que nos vemos sometidos y a la manipulación de datos;

            -miedo a la difusión de información falsa, a la manipulación de los medios de comunicación y a la polarización política;

            – miedo a la inestabilidad social y desigualdad, a la creciente discriminación, a la injusticia social, la violencia, el extremismo y la falta de igualdad de oportunidades, etc. etc.

            Ojalá que un día, la humanidad, como los discípulos de Jesús, pueda liberarse de tanto miedo y se abra a un futuro de paz, o lo que es igual, de pleno desarrollo humano, poniendo fin al pecado de un mundo que reprime y suprime la vida por doquier. Tarea difícil a la que cada uno, creyente o no, debe contribuir con su granito de arena, infundiendo paz en su entorno, para ahuyentar este miedo que nos asedia.


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