Perdonar de corazón

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

Primera lectura:  Eclesiástico 27, 30 — 28, 7:  

            Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces,

            tus pecados te serán perdonados.

Salmo 102:

            El Señor es compasivo y misericordioso,

            lento a la ira y rico en clemencia.

Segunda Lectura: Carta a los romanos 14, 7-9:

            Ya vivamos, ya muramos, somos del Señor.

    EVANGELIO

            Mateo 18, 21-35:

            No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

17 de septiembre de 2023

Niños. Etiopía, país cristiano desde el s. IV

***

Entonces se adelantó Pedro y le preguntó:

-Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces? Jesús le contestó: -Siete veces, no; setenta y siete veces.

Por esto el reinado de Dios se parece a un rey que quiso saldar cuentas con sus empleados. Para empezar, le presentaron a uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, con su mujer, sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara con eso. El empleado se echó a sus pies suplicándole: -Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo. El señor, conmovido, dejó marcharse a aquel em­pleado, perdonándole la deuda.

Pero, al salir, el empleado encontró a un compañero suyo que le debía cien denarios, lo agarró por el cuello y le decía apretando: -Págame lo que me debes. El compañero se echó a sus pies suplicándole: -Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré. Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Al ver aquello sus compañeros, quedaron conster­nados y fueron a contarle a su señor lo sucedido.

El señor llamó al empleado y le dijo: -¡Miserable! Cuando me suplicaste te perdoné toda aquella deuda. ¿No era tu deber tener también compa­sión de tu compañero como yo la tuve de ti? Y su señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda.

Pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón, cada uno a su hermano.

***

¿Perdonar hasta siete veces?

En el evangelio de hoy, Pedro se acerca a Jesus para preguntarle si hay que perdonar “hasta siete veces” al hermano que te ofende. En Babilonia, el siete era símbolo de plenitud y totalidad; el mismo significado tiene en el mundo hebreo. Así en Proverbios 3,10 se dice: “y tus graneros se colmarán” (el texto hebreo dice literalmente: “se llenarán ‘siete’”). Consecuentemente, el siete era el símbolo de la perfección. Así el sábado, el día por excelencia, es el séptimo día; las fiestas solían durar siete días, según se dice en el libro del Levítico (23,34): “Comienza la fiesta de las Chozas, dedicada al Señor, y dura siete días”. Igualmente apareece el número siete con este simbolismo en otros pasajes de la Biblia.

Pedro respondió, en cierto modo, con lo que era práctica entre los judíos, que decían que había que perdonar hasta “cuatro” veces, pues el número cuatro simboliza también la totalidad: los cuatro ríos del paraíso, que rodeaban las cuatro partes de la tierra, esto es, toda la tierra (Gn 2,10); el profeta Ezequiel (37,9) habla de los “cuatro vientos” que proceden de estos cuatro puntos.  Un múltiplo de cuatro, en concreto el cuarenta, se usa para indicar una totalidad limitada, por ejemplo, una generación o la edad de una persona madura: “Cuando Isaac cumplió cuarenta años tomó por esposa a Rebeca (Gn 25,20); cuarenta años anduvieron por el desierto los israelitas hasta llegar a la tierra prometida, indicando con esto el período de tiempo empleado en atravesar el desierto (Ex 16,35).

Perdonar siempre

Sorprende, sin embargo,  que Jesús no se quede contento con la respuesta de Pedro, pues le dice que no hay que perdonar “siete” veces, sino “setenta y siete veces”, aludiendo al libro del Génesis donde se dice que Lamec, padre de Noé e hijo de Matusalén, reunió a sus dos mujeres, Ada y Sila,  y les dijo: “Oíd mi voz, mujeres de Lamec, prestad oídos a mis palabras: por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz; si Caín se vengó por siete, Lamec se vengará por setenta y siete”. Este Lamec se presenta como un vengador nato, propenso al endurecimiento de las penas, diríamos hoy, un partidario del castigo a ultranza.

Traducimos, como en griego clásico, la palabra griega ebdomêkontákis por setenta y siete veces. Así lo hicieron los traductores de la Biblia hebrea al griego, traducción llamada “Septuaginta” o “de los Setenta”, al traducir el pasaje de Lamec (Gn 4,24). Otros prefieren traducir “setenta veces siete” (= 490 veces). “Tanto monta, monta tanto”, como dice el refrán español: ambas cifras indican que hay que perdonar siempre.

Al poner Jesús esta cifra simbólica da a entender a todas luces que el perdón debe extenderse hasta donde llegó el deseo de venganza en tiempos de Lamec. Este valor simbólico de los números lo hemos heredado en nuestra lengua, por influjo de la lectura de la Biblia. Así, por ejemplo, cualquier padre, cansado de oír hablar a su hijo, puede decirle: “Te he dicho setenta veces que te calles”. Setenta veces, como puede verse, no es un cómputo numérico, sino una expresión con la que se reclama el más absoluto silencio por parte del hijo.

Jesús es partidario de que el perdón alcance el mismo nivel que el deseo de venganza de Lamec. Dicho con otras palabras, “que hay que perdonar siempre”. Así de claro: sin condiciones, sin puntualizaciones, sin restricciones, sin limitaciones.

Y por si esto no quedase claro, Jesús propone “la parábola del sddadfiervo inmisericorde”.

Una parábola, ¿qué es?

Como el domingo que viene vamos a leer otra parábola, voy a explicar brevemente qué es una parábola como relato literario.

Dentro del Nuevo Testamento, las parábolas son un género literario empleado exclusivamente por Jesús. Ninguno de sus discípulos se sirvió de este género literario a la hora de anunciar el evangelio. Lo que quiere decir que sus discípulos consideraron la utilización de las parábolas como un rasgo específico del lenguaje de su Maestro, con el que se comunicaba de modo claro y sencillo con la gente. Parábolas usaban también los maestros judíos en sus enseñanzas, pero hay una diferencia entre aquellos y Jesús: este utiliza las parábolas para hablar de la naturaleza del reino o reinado de  Dios; los rabinos, para explicar diversos puntos de su  doctrina. De hecho la parábola de hoy comienza diciendo: “el reinado de Dios se parece a un rey que quiso saldar cuentas con sus empleados” (v. 23).

Etimología de “parábola”

La palabra “parábola” proviene del griego parabál-lô, que se traduce por  “poner al lado, desviar del camino, des-pistar, comparar”.  La parábola tiene por finalidad desviar del camino a los oyentes, para sacarlos de su pista –des-pistarlos-, para poner al lado de su vida real otra vida posible, para comparar un estilo de vida con otro. La parábola es, por tanto,  una comparación que se establece entre  dos realidades, una de las  cuales explica la otra.

Notas características de las parábolas

            -Las parábolas son relatos de ficción, breves, claros y creíbles; son como una pequeña pieza teatral en la que intervienen –sobre todo en las parábolas mayores- distintos personajes que hablan entre sí, de los que no se suele dar ni siquiera el nombre, salvo raras excepciones. En la parábola que hemos leído hay tres escenas: la primera tiene lugar en la corte en la que dialogan el rey y el primer deudor; la segunda se sitúa en la calle: los personajes son dos iguales, no un rey y su súbdito, sino dos compañeros,  y la tercera, de nuevo en la corte, en la que intervienen los compañeros, el rey y el primer deudor. Son, por tanto, cuatro personajes: el rey, el empleado que debía diez mil talentos, sus compañeros (considerados como un solo personaje) y el segundo deudor.

            -Toda parábola tiene un punto culminante que se muestra en la escena final: en nuestra parábola,  la condena del empleado de la deuda mayor que no quiso perdonar una deuda pequeña a su compañero; es lo que se ha llamado “peso de popa”; es, al final, donde se descubre el núcleo significativo de la parábola.

            -Dentro de cada parábola se da lo que se ha llamado el factor sorpresa, donde se invita al oyente no a vivir lo real, sino algo que es posible, anticipando de este modo un mundo futuro y criticando la actuación en el presente. Lo normal en la parábola de hoy es que el empleado, que había sido perdonado de una deuda millonaria equivalente a 10.000 talentos perdonase a su compañero que le debía solo 100 denarios. Sin  embargo, sorprende la reacción de este que no perdona cantidad tan ridícula a su compañero.

10.000 talentos equivalía a 60 millones de denarios,  o lo  que es igual, 60 millones de jornales, pues el denario era el jornal de un obrero; lo que debe el segundo deudor al primero es solo 100 denarios o jornales.

            -Las parábolas tienen un carácter subversivo, pues introducen al oyente en un mundo nuevo, proponiéndole una nueva manera de ser y de obrar. El mundo nuevo en el que introduce nuestra parábola es el mundo del perdón de corazón a todos.

            -A veces las parábolas tienen detalles de carácter hiperbólico o exagerado: en nuestro caso, la cantidad que el empleado debe al rey asciende a 10.000 talentos, deuda que raya en  lo inimaginable, hasta el  punto de exceder las posibilidades de  fortuna de un individuo; con ella se indica indirectamente que se trataba de un empleado del rey, de altísimo rango.

Estas son las características que definen las parábolas mayores del evangelio.

Síntesis

Si el domingo pasado el evangelio giraba en torno a la necesidad y urgencia de la reconciliación, a nivel personal, social, o político, en el de hoy se invita al perdón de corazón, sin condiciones, sin dilaciones, sin limitaciones, sin excusas. La condena del primer deudor por parte de señor (“entregarlo a los verdugos hasta que pagase toda su deuda, pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón, cada uno a su hermano”) es una amenaza para evitar recibir el castigo, o mejor, una invitación para perdonar de corazón hasta setenta y siete veces, o sea, siempre.

Postdata

La reunión del G-20 y los países pobres.

El fin de semana pasado ha tenido lugar en Nueva Delhi la reunión del G-20, de los veinte países más ricos del mundo. En ella se han tratado diversos temas, entre otros, el de la guerra de Ucrania, respecto al que se ha llegado a un tímido acuerdo.

Pero creo que hay otros temas que no deben pasar desapercibidos. Destaco, sin embargo, uno que no se ha tratado: la necesidad de condonar o perdonar la deuda de los países pobres por parte de los ricos, una deuda que asfixia la economía de aquellos. Sin embargo, aunque este tema no se haya puesto sobre la mesa, sí que se ha concluido  la urgencia de garantizar las entregas “inmediatas y sin trabas” de alimentos desde y hacia Ucrania, centro agrícola de Europa. (El pasado julio, Moscú abandonó un acuerdo fundamental que daba vía libre al transporte de cereales por el Mar Negro, una retirada que acentúa la crisis alimentaria global. Desde entonces, el ejército ruso ha bombardeado puertos y almacenes de grano ucranianos).

Compromisos del G-20

No solo esto. Entre los principales acuerdos alcanzados destaca el compromiso del G-20 de ampliar la financiación de los países más pobres para que puedan hacer frente a retos como el cambio climático y las pandemias. Con ese mismo objetivo se ha pactado la revisión de instituciones multilaterales como el Banco Mundial, encargadas de fomentar el desarrollo de esas naciones. Una reforma de esta clase permitiría al Sur Global contar con 200.000 millones de dólares que impulsarían su desarrollo económico y social.

Si esto llega a cumplirse, sería un gesto, sin duda, de reconciliación entre países ricos y pobres, aunque esto se hiciese por criterios de geo-estrategia mundial-.

Un mundo nuevo, una sociedad nueva

Acciones de este tipo muestran la urgencia de promover el desarrollo de los países pobres, como paso previo para reducir la deuda que los asfixia y tener acceso, de este modo, a un nivel de desarrollo que haga posible una vida digna para sus ciudadanos. Sería otro modo de perdonar o condonar la deuda millonaria de estos países, como hizo el rey de la parábola con su primer empleado, y como invita la parábola a todos, tanto en el mundo de las relaciones personales como en el de las relaciones entre países o  internacionales. Surgiría de este modo un mundo nuevo, una sociedad nueva, la del perdón de corazón, la única que hace posible la convivencia entre todos, la paz y la prosperidad.


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