Una Iglesia de todos y para todos

(De Pedro-Piedra a Francisco)

Domingo XXI del Tiempo Ordinario

Primera lectura: Isaías 22, 19-23:

            Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David.

Sal 137: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones

            la obra de tus manos       

Segunda Lectura: Carta a los romanos 11, 33-36:

            De él, por él y para él existe todo

    EVANGELIO

            Mt 16, 13-20:

            Tú eres Piedra y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

27 de agosto de 2023

Roca en los alrededores de Madrid (Foto: José Manuel Cobo).

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

-¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Contestaron ellos: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.

Él les preguntó:-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Jesús le respondió:

-¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no ha salido de ti, te lo ha revelado mi Padre del cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad y el poder de la muerte no la derrotará. Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que des­ates en la tierra quedará desatado en el cielo.

Y prohibió a sus discípulos decir a nadie que él era el Mesías.

Mientras la larga fila de cardenales, de anacrónico, pomposo y colorido atuendo, rodeaba al recién nombrado Papa, Francisco, en señal de pleitesía y obediencia el día de la inauguración de su pontificado (13-03-2013), la coral del Vaticano repetía sin cesar: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.

Son palabras de Jesús a Pedro –no siempre bien traducidas e interpretadas, como veremos más adelante- y aplicadas a los llamados sucesores de Pedro, designados con el nombre de “papas”. Con esta palabra, -derivada del griego pappas, papá o padre- se designó a partir del s. VIII al  obispo de Roma, aunque este título se aplicaba desde el s. III a los obispos en general. [Véase Cipriano, Ep 8,8.23,30; 31,36].

La opinión de la gente sobre Jesús

  Con anterioridad a estas palabras, el Maestro nazareno había preguntado a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

 (“El Hijo del hombre” es, tal vez según los intérpretes del Nuevo Testamento, el único título que Jesús se adjudicó en vida, de entre los grandiosos títulos que se le aplican en el Nuevo Testamento, que expresan más la fe de la comunidad que la realidad histórica).

A la pregunta de Jesús, los discípulos, conocedores de lo que pensaba la gente, respondieron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”.La gente  creía que Jesús era una reencarnación de Juan Bautista a quien Herodes había mandado degollar (14,2) o de Elías que, por haber sido arrebatado al cielo en un carro de fuego y no saberse dónde estaba enterrado, se creía que volvería un día al final de los tiempos (Mal 3,23; Eclo 48,10)  o del profeta Jeremías que se había aparecido a Judas el Macabeo para entregarle “una santa espada con la que destruiría a los enemigos del pueblo” ( 2Macabeos 15.13ss) o, tal vez, de uno de los profetas, sin más especificación. El título de “profeta”, en tiempos de Jesús, tenía fuertes connotaciones políticas, de modo que la gente veía a Jesús como un libertador, idea que comparten los discípulos de Emaús para quien este “fue un profeta pode­roso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo” y de quién esperaban que “fuese el libertador de Israel” (Lc 24,10-21).  En todo caso, la gente veía en Jesús a un personaje importante en la línea de otros grandes personajes del Antiguo Testamento, sin descubrir su novedad ni captar su condición única ni su originalidad.

La opinión de Pedro sobre Jesús

Lo que decía la gente lo debía saber ya Jesús, que no satisfecho con la respuesta de los discípulos, les pregunta de nuevo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. A esta pregunta responde Pedro, erigiéndose en portavoz del grupo, con estas palabras: “-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

En el evangelio de Marcos (8,29), Jesús dirige la misma pregunta a los discípulos y Pedro responde: “Tú eres el Mesías”, sin más, y en el de Lucas (9,20), “Tú eres el Mesías de Dios”. En  ambos evangelios, los discípulos identifican a Jesús como el Mesías esperado, un líder nacionalista y exclusivista, razón por la que Jesús les prohíbe que digan que es el Mesías; también se lo prohíbe en el evangelio de Mateo, pues este título podría dar lugar a malos entendidos. En todo caso, la declaración de Jesús en este evangelio no es solo que “Jesús es el Mesías”, sino también “el Hijo de Dios vivo”.

            El Mesías, el Hijo de Dios vivo.

            Efectivamente, en el evangelio de Mateo, la declaración de Pedro es más completa, pues dice que Jesús no es sólo “el Mesías”, sino también “el Hijo de Dios vivo”, cosa que no dicen los otros dos evangelistas. Para Mateo, Jesús no es ya “el Hijo de David”, o lo que es igual, el sucesor del rey David, sino “el Hijo de Dios vivo”, esto es, el Hijo de un Dios que, por oposición a los ídolos de madera y sin vida, posee la vida y la comunica; un Dios dador de vida y vencedor de la muerte. Con el calificativo de “vivo” aparece Dios en algunos libros del Antiguo Testamento (Is 37,4.17; Os 2,1 y Dn 6,21). Al principio del Evangelio de Mateo, el ángel anunció que el recién nacido llevaría el nombre de “Emanuel”, que traducido al castellano, quiere decir “Dios con-entre nosotros”, indicando de este modo que aquel niño sería de mayor la presencia viva de Dios, su rostro humano.   

            Una bienaventuranza para Pedro

            Jesús, al contrario que en los evangelios de Marcos y Lucas, acepta esta respuesta de Pedro y pronuncia una bienaventuranza: “-¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no ha salido de ti, te lo ha revelado mi Padre del cielo. Ahora te digo yo: Tú eres piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad y el poder de la muerte no la derrotará. Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que des­ates en la tierra quedará desatado en el cielo”.

Jesús felicita a Simón –en este caso no lo denomina por el apodo de Pedro (=piedra, duro para comprender el camino del maestro), porque lo que ha dicho es debido a que “el Padre del cielo” se lo ha revelado.

Y añade: “Tú eres piedra y sobre esa roca voy a edificar mi iglesia (=comunidad)”. Las traducciones del Nuevo Testamento, sin embargo, dicen: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”, dando a entender con ello que “Pedro” y “piedra” son lo mismo, de modo que Pedro según estas traducciones es la piedra sobre la que se edifica o construye la iglesia-comunidad.

            Petros-petra

            Sin embargo esto no es así, pues el texto griego utiliza dos palabras diferentes: petros (en griego sustantivo masculino singular, que traducimos por “piedra”) y  petra (en griego, sustantivo femenino singular que traducimos por “roca”).           Petros es nombre común, no propio, y designa una piedra que puede moverse e incluso lanzarse (2Ma 1,16; 4,41: piedras que se arrojan), un canto rodado del camino, sin estabilidad, causa de escándalo, tropiezo o caída (cf. Mt 16,23; c 1Pe 2,8; Rom 9,33).

            Petra, sin embargo, designa una “roca”, como símbolo de firmeza inconmovible. En este sentido usa Mateo esta palabra en el capítulo 7,24-25 donde la roca constituye el cimiento de la casa: ”Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre roca (en griego, petra). Como puede verse aquí aparece en paralelo: “escuchar las palabras de Jesús y ponerlas por obra” con “edificar la casa sobre roca”. Edifica la casa sobre roca el que escucha las palabras de Jesús y las pone por obra. En nuestro caso, la roca sobre la que se edificará la comunidad o iglesia no es “Pedro-petros”, sino “roca-petra”, esto es, la confesión de fe de Pedro por la que  proclama a Jesús “Mesías e Hijo de Dios vivo”. De modo que la iglesia o comunidad cristiana no se cimienta sobre la persona de Pedro-piedra, persona voluble y débil, sino sobre la afirmación o confesión de fe de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, verdadera roca inamovible, que constituye el cimiento de la comunidad cristiana, llamada a ser una sociedad humana nueva, la “iglesia de Jesús”, en la que Dios reina. Contra esta iglesia, nada tendrá que hacer el poder de la muerte (literalmente, “las puertas del Abismo”, representado como una ciudad rival, como una plaza fuerte con puertas que simbolizan su poder y que combate la obra de Jesús). A esta comunidad cristiana, el poder de la muerte no la derrotará, pues Jesús es el dador de vida (el Hijo de Dios vivo) y su obra no puede estar sujeta a la muerte.    

            Las llaves del reino de Dios

            Acto seguido, Jesús añade: “Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que des­ates en la tierra quedará desatado en el cielo”. Es curioso observar que este “poder de atar y desatar”  simbolizado en la promesa de la entrega de llaves a Pedro, no reside solo en Pedro, sino en todo el grupo de seguidores de Jesús, pues lo que Jesús promete a Pedro en el capítulo 16 del Evangelio de Mateo, se lo promete más tarde a todos los discípulos en el capítulo 18,18 cuando les dice: “Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”.

Interpretación personalista de las palabras de Jesús

Mal traducidas, las palabras de Jesús, como exclusivamente dirigidas a Pedro, se han interpretado de un modo excesivamente personalista, aplicadas a los Papas durante siglos y atribuyéndole a ellos las llaves del reino de los cielos y el poder de atar y de desatar. Pero no. Jesús dio este poder no solo a Pedro, sino a todos los discípulos. Son los miembros de la comunidad quienes pueden admitir en ella (simbolismo de las llaves) y así dar a los hombres que buscan salvación la oportunidad de encontrarla; pueden excluir también a aquellos que la rechazan, pues sus decisiones están refrendadas por Dios mismo”; pueden, por tanto, atar y desatar.

Es el grupo de discípulos, representado por Pedro-piedra, quien da su adhesión a  Jesús como  Mesías e Hijo de Dios vivo, quien tiene las llaves, es decir, quien abre o cierra, admite o rechaza la entrada en el reino de Dios o comunidad cristiana. “Simón Pedro, comenta Juan Mateos, es el primero que profesa la fe en Jesús con una fórmula que describe perfectamente su ser y su misión, haciéndose prototipo de todos los creyentes. Con éstos, Jesús construye la nueva sociedad humana, que tiene por fundamento inamovible esa fe.  Apoyada en ese cimiento, la comunidad de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas representadas por los perseguidores”. 

Absolutismo histórico de los Papas

El absolutismo histórico de los así llamados sucesores de Pedro –al que el actual Pontífice quiere renunciar de pleno- se basa en una mala traducción de las palabras del evangelio, dando lugar a una abusiva interpretación de las mismas, pues el poder de atar y desatar, como hemos visto, es concedido por Jesús no solo a Pedro, sino también al grupo de discípulos.

Mal traducido e interpretado este texto, pienso que el gobierno de la Iglesia, encomendado a los Sumos Pontífices -título de emperadores e impropio del Papa- hoy más que nunca debería ser democrático, de modo que el poder de decisión resida en los seguidores de Jesús y no exclusivamente en el Papa o el colegio cardenalicio. El personalismo del Vicario de Cristo, tan celosamente fomentado a lo largo del tiempo por los jerarcas vaticanos y sus delegados de provincias, los obispos, no tiene base en el Evangelio. Si el Papa, como Pedro, es portavoz de un grupo, esto quiere decir que, dentro del grupo de los cristianos que forman la Iglesia, todos tienen derecho a hablar y expresar su opinión. Todos deberían tener voz y voto a la hora de tomar decisiones. No debiera haber nada reservado exclusivamente a la persona del Papa o al colegio cardenalicio; todo debería tratarse entre todos en la Iglesia, dando tal vez hoy más que nunca protagonismo a los cristianos de base o seglares. La autoridad del Papa debe ser, por tanto, el resultado de una escucha atenta y obediente al pueblo, a quien el refranero otorga autoridad divina: Vox populi, vox Dei.

Porque, digámoslo claro, la Iglesia no está fundada sobre la persona del Papa, como sucesor de Pedro,  sino sobre la confesión de fe de Pedro, como portavoz de un puñado de discípulos ilusionados con su Maestro.

Siervo de los siervos de Dios

Lejos quedan ya aquellos tiempos en los que, a excepción de Juan XXIII, los últimos papas Benedicto XVI, Juan Pablo II, Juan Pablo I, Pablo VI,  Pío XII, Pío XI, Benedicto XV y  Pío X, estaban situados entre los grandes de la tierra, con innumerables títulos y atenciones que hablan de poder y grandeza a todos los niveles: Jefe de Estado, Sumo Pontífice, Santo Padre, Vicario de Cristo… Sólo uno debiera practicar quien ostenta el máximo servicio en la Iglesia: “Siervo de los siervos de Dios”. Pero de verdad. Es tarea nuestra ayudar a la Iglesia  a desprenderse de tanto lastre de siglos.

El camino sinodal

Francisco, el papa actual, lo ha entendido bien. Desde que está en el Vaticano  son muchos los que, dentro y fuera de la iglesia, comienzan a reconocer en él –que no gusta de títulos pontificios- a un seguidor del sencillo Pescador galileo, portavoz de la fe de los creyentes en “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, como confesó Pedro.

Y como portavoz se siente obligado a oír a los creyentes sin poner líneas rojas de antemano a nada ni a nadie…

Para ayudar a esta iglesia del siglo XXI, Francisco ha querido que esta comience un camino sinodal, adjetivo compuesto por la preposición syn (con) y el sustantivo hodós (camino), y que indica, en palabras de Francisco, el camino que deben recorrer juntos todos los miembros del Pueblo de Dios.

En esta línea se expresó recientemente en el Aula Pablo VI, en una alocución dirigida a los participantes en el encuentro nacional de los referentes diocesanos del Camino Sinodal italiano, en el que los invitaba “a seguir caminando en la escucha mutua, favoreciendo la corresponsabilidad entre obispos, sacerdotes y laicos, así como dando voz a los jóvenes, a las mujeres y a los pobres”. Y añadía: “Que la Iglesia se abra a los que todavía luchan por ver reconocida su presencia en ella, a los que no tienen voz, a los que sus voces son tapadas cuando no silenciadas o ignoradas, a los que se sienten inadecuados, tal vez porque tienen trayectorias de vida difíciles o complejas y, que muchas veces son excomulgados a priori… Deberíamos preguntarnos –continúa Francisco- cuánto espacio hacemos y cuánto escuchamos realmente en nuestras comunidades las voces de los jóvenes, de las mujeres, de los pobres, de los decepcionados, de los que han sido heridos en la vida. Mientras su presencia siga siendo una nota esporádica en el conjunto de la vida eclesial, la Iglesia no será sinodal, será una Iglesia de unos pocos” y no el pueblo de Dios en el que todos tienen cabida, como ha dicho recientemente Francisco en la Ceremonia de acogida de la Jornada mundial de la Juventud, el pasado 3 de Agosto de 2023: “Amigos, quisiera ser claro con ustedes, que son alérgicos a la falsedad y a las palabras vacías: en la Iglesia, hay espacio para todos. Para todos. En la Iglesia, ninguno sobra. Ninguno está de más. Hay espacio para todos. Así como somos. Todos. Y eso Jesús lo dice claramente. Cuando manda a los apóstoles a llamar para el banquete de ese señor que lo había preparado, dice: “Vayan y traigan a todos”, jóvenes y viejos, sanos, enfermos, justos y pecadores. ¡Todos, todos, todos! En la Iglesia hay lugar para todos…”.

¡Ojalá que esto se haga pronto realidad y se ponga fin a tanto lastre de siglos…!

Nota:

Para la justificación de la traducción presentada, véase  Juan Mateos / Fernando Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad: Madrid 1981, pp.161-166; también Xavier Pikaza, Evangelio de Mateo. De Jesús a la Iglesia, Verbo Divino: Estella-Navarra 2017, quien sigue en este punto el comentario de Juan Mateos, desarrollándolo más.

Puede verse también este texto:

Qué es el camino sinodal. La visión del Papa Francisco


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