Para que tengan vida y les rebose

IV Domingo de Pascua

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2, 14a. 36-41:

Dios lo ha constituido Señor y Mesías.

Salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.

Segunda Lectura: 1ª Carta de Pedro 2, 20b-25:

Os habéis convertido al pastor de vuestras almas.

EVANGELIO

Juan, 10,1-10: Yo soy la puerta de las ovejas.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

Para que tengan vida y les rebose

30 de abril de 2023

Puerta de los Leones. Jerusalén.

Sí, os lo aseguro: Quien no entra por la puerta en el recinto de las ovejas, sino trepando por otro lado, ése es un ladrón y un bandido. Quien entra por la puerta es pastor de las ovejas; a ése le abre el portero y las ovejas escuchan su voz. A las ovejas propias las llama por su nombre y las va sacando; cuando ha empujado fuera a todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen por­que conocen su voz. A un extraño, en cambio, no lo se­guirán, huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.

Esta semejanza les puso Jesús, pero ellos no entendie­ron a qué se refería.

Entonces añadió Jesús:

-Pues sí, os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son la­drones y bandidos, pero las ovejas no les han hecho caso. Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos. El ladrón no viene más que para robar, sacrificar y destruir. Yo he ve­nido para que tengan vida y les rebose.

Palestina en tiempos de Jesús

Hacia el año 30 de nuestra era, Palestina contaba aproximadamente con 1.000.000 de habitantes. Jerusalén, la capi­tal, tenía unos 50.000. La inmensa mayoría de los habitan­tes del país, 800.000 eran pobres: campesinos, jornaleros, asalariados, artesanos, pescadores, enfermos o mendigos. El paro era una cruda realidad. La parábola de los obreros contratados a la viña muestra una plaza de pueblo repleta de desempleados a la espera de un contrato de trabajo (Mt 20,1‑9). La ausencia de hospitales o sanatorios hacía que los pacientes con enfermedades contagiosas fueran expulsados de los centros urbanos y condenados a la mendicidad por caminos y veredas. Los enfermos síquicos (esto es, los endemoniados) y los disminuidos físicos (cojos, ciegos, paralíticos…) formaban habitualmente parte de la vida cotidiana del pueblo, que conocía en directo el dolor propio y ajeno. Al no existir Seguridad Social, la mejor inversión que podía realizar un padre de familia era tener muchos hijos, para garantizar de este modo una vejez asistida. La mujer ejercía de madre a tope, recluida, por lo demás, a las tareas domésticas. Panorama desolador.

Fariseos, saduceos y zelotas

Frente al pueblo, por un lado se alzaban los fariseos, seglares devotos, teólogos laicos, gente de “clase media” que mira­ba con desprecio al pueblo sencillo, llamándolo despectivamente cammé haárets” (gentes de la tierra, “catetos”, diríamos hoy). Dice la Misná: “El que quiera pertenecer al partido fariseo no puede ser huésped de un cam haárets ni recibirlo en su casa como huésped”.

Por otro lado, el partido de los saduceos, formado por la aristocracia terrate­niente y sacerdotal, controlaba la riqueza del país.

La situación era tan desesperada para el pueblo que había surgido un movimien­to revolucionario: los zelotas o sicarios, terroristas forzados por las circunstancias, que habían elegido el camino de la violen­cia y la sangre como método de subversión del “desorden” establecido.

Jesús ante el injusto orden social

En estas circunstancias vivió Jesús de Nazaret, un Jesús tildado con frecuencia de “neutral”, pero que no lo fue en modo alguno, por más que teólogos y predicadores de otras épocas hayan tratado de imaginarlo así. Dentro de aquel desorden social, Jesús optó por la inmensa mayoría, por los pobres, por todos aquellos que vivían como muertos, por quienes habitaban en un país de muerte y desolación provocadas, sin acceso a la cultura, a los medios de producción o a la religión.

La misión de Jesús, sus palabras y actuaciones iban dirigi­das decidi-damente a subvertir aquel injusto orden social y crear un mundo fraterno, o lo que es igual, a instaurar el reinado de Dios, con el consiguiente enfrentamiento de las autoridades judías.

Las autoridades y el ciego de nacimiento

Para entender el evangelio que acabamos de leer hay que recordar lo que sucedió después de curar Jesús al ciego de nacimiento y cómo las autoridades lo echaron fuera de la sinagoga pronunciando esta frase:

“-Empecatado naciste de arriba abajo, ¡y vas tú a darnos lecciones a nosotros” (Jn 9,34).

¿Una autoridad legítima?

Ante tal actitud arrogante, el evangelista se pregunta sobre la legitimidad de los dirigentes que habían actuado así con el ciego. En nombre de Dios dictaron sentencia condenatoria contra él, arrogándose una autoridad que no tenían. No solo no se alegraron de que hubiese recuperado la vista, sino que lo expulsaron de la comunidad. Actuando de este modo, su autoridad se manifiesta ilegítima. Para Jesús, estos dirigentes son ladrones y bandidos que, en lugar de cuidar al rebaño, lo destrozan: “Sí, os lo aseguro: -Quien no entra por la puerta en el recinto de las ovejas, sino trepando por otro lado, ése es un ladrón y un bandido” (10,1). La expresión “el recinto de las ovejas” se refiere al templo o, más ampliamente, a la institución judía, en la cual se habían arrogado puestos de poder individuos como los fariseos y los saduceos, verdaderos explotadores (ladrones) que usan de la violencia (bandidos) para someter al pueblo (cf. Jr 2,8; 23,1-4; Ez 34,2-10; Zac 11,4-17).

Jesús, pastor y puerta

“Sin embargo, –añade Jesús- “Quien entra por la puerta es pastor de las ovejas; a ése le abre el portero y las ovejas oyen su voz”.

Jesús enuncia un principio general: existe un solo modo legítimo de acercarse a las ovejas: entrar por la puerta del recinto donde se encuentran. Quien accede por otro lado, no lo hace por amor a ellas, sino para explotarlas en propio beneficio. Ése es el pecado de los dirigentes. Son como los ladrones y bandidos que saltan el muro para acceder al recinto de las ovejas.

El pastor es una figura del Mesías en los textos del Antiguo Testamento (Ez 34,23s; cf. Jr 23,5; 30,9; Sal 78/77, 70s), que Jesús se aplica a sí mismo.

El pastor entra para cuidar de las ovejas, no para dominarlas y explotarlas; por eso estas escuchan su voz, mensaje de liberación, que saca de la tiniebla-muerte (8,12).

A las ovejas propias las llama por su nombre y las va sacando; cuando ha echado fuera a todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. A un extraño, en cambio, no lo seguirán, huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. Esta semejanza les puso Jesús, pero ellos no entendieron a qué se refería.

La voz de Jesús no se dirige a una multitud anónima, es una llamada personal a cada uno (“las llama por su nombre”). La actividad del pastor, enviado por Dios, consiste en sacar del recinto, esto es, de la institución judía a los que responden a su llamada. Esta institución se había convertido en el lugar de las tinieblas, dominado por el interés económico.

El templo, denunciado por Jesús, como una cueva de bandidos (Mc 11,17) o una casa de negocios (Jn 2,16), alojaba la mayor banca del país, el tesoro sagrado.

A ella se refiere Flavio Josefo en un pasaje de su obra Guerra de los judíos (Libro II, 175-177) donde cuenta que “Pilato provocó otra revuelta al gastar el Tesoro Sagrado, que se llama Corbán, en la construcción de un acueducto para traer el agua desde una distancia de cuatrocientos estadios. El pueblo se indignó ante este proceder y, como Pilato se hallaba entonces en Jerusalén, aquel rodeó su tribuna dando gritos en su contra. Pilato, que había previsto ya este motín, distribuyó entre la multitud soldados armados, vestidos de civil, y les dio orden de no hacer uso de las espadas, sino de golpear con palos a los sublevados. Desde su tribuna él dio la señal convenida. Muchos judíos murieron a golpes y otros muchos pisoteados en su huida por sus propios compatriotas. La muchedumbre, atónita ante esta desgraciada matanza, quedó en silencio”.

Fuera del recinto

Jesús conduce al pueblo fuera del recinto del templo, para librarlo de la muerte. Antes, el pueblo no podía salir, porque no había alternativa. Ahora Jesús les marca el camino y ellos lo siguen. Su voz les da seguridad, porque anuncia libertad y vida. “La voz de los extraños” no invita a la libertad, sino que anuncia explotación y violencia (v. 1), y las ovejas huyen de ella. Jesús opone su mensaje de vida a la mentira de muerte que proponen los dirigentes y les da un aviso: son ellos «los extraños» y no podrán recuperar a los que él ha hecho salir de su dominio.

Los dirigentes no entendieron la semejanza. Instalados como estaban y con la convicción de ser los jefes legítimos del pueblo, no entienden la denuncia de Jesús, ni la necesidad o posibilidad del éxodo o salida de las ovejas que este va a realizar.

Entonces añadió Jesús: «Pues sí, os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos, pero las ovejas no les han hecho caso».

La expresión de Jesús “Yo soy”, seguida de predicado, es frecuente en el evangelio de Juan donde este afirma “Yo soy… el modelo de pastor (Jn 10,11.14), la resurrección y la vida (11,25), el camino, la verdad y la vida (14,6), la vid verdadera (15,1.5), el rey (18,37)”.

Jesús se aplica ahora el símbolo de la puerta. Antes ha hablado de la puerta antigua, la del recinto de Israel, que servía sólo para dejar entrar a Jesús y sacar las ovejas. Es una puerta, cuyo papel habrá terminado cuando se efectúe el éxodo (o paso de la muerte a la vida) del Mesías. Jesús declara ahora ser la nueva puerta, en primer lugar, en relación con los dirigentes; en segundo lugar, en relación con los que lo siguen: ante los dirigentes declara ser el único lugar de acceso a las ovejas, es decir, sólo adoptando su actitud, es decir, poniendo el bien del hombre como valor supremo, pueden los dirigentes acercarse legítimamente al pueblo. Hasta ahora, los líderes de Israel han usado siempre el dominio y la violencia para explotarlo (“todos los que han venido antes de mí son la­drones y bandidos, pero las ovejas no les han hecho caso”). El pueblo no hace caso de su voz; pero les está sometido por el miedo (7,13; 9,22).

Y continúa el texto:

«Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos».

Para el individuo, entrar por esa puerta (“el que entre por mí”) equivale a darle su adhesión (= a creer en él, 6,35) y seguirlo (8,31), lo que incluye asimilarse a él en la entrega al bien del ser humano. Para los que entran, Jesús es la alternativa que permite escapar de la muerte: “quedará a salvo”, porque él da la vida definitiva (3,15s; 5,21.24- 40; 6,17.40.51.54; 7,37ss). Esta puerta se abre a la tierra de la vida; el ser humano quedará libre de la opresión a la que estaba sometido. Jesús se propone él mismo como alternativa al orden injusto; él crea el ámbito donde el hombre puede ser libre y gozar de la vida-amor que él comunica.

Más aún, Jesús es la tierra prometida, punto de llegada de su éxodo. El discípulo ejercerá su actividad pasando siempre a través de esa puerta, es decir, manteniendo la misma actitud de entrega: “podrá entrar y salir”, tendrá libertad de movimientos, siendo dueño de sus actos. La expresión: “encontrará pastos”, equivale a “nunca pasará hambre, nunca pasará sed” (6,34), como había prometido Jesús en el discurso del pan de vida. De hecho, el «pasto» o alimento del que habla Jesús se identifica con este pan que es él mismo (6,35).

El ladrón no viene más que para robar, sacrificar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y les rebose.

De nuevo echa en cara Jesús a los dirigentes su conducta homicida consistente en robar, sacrificar y destruir, y describe la actividad perversa del ladrón en términos que remiten a la escena de la expulsión de los mercaderes del templo (2,15s). El ladrón no sólo roba, es decir, no solo despoja al pueblo de lo que es suyo, sino que es, además, asesino, puessacrifica a las ovejas. Jesús alude claramente al ganado preparado en el templo para el sacrificio y expulsado simbólicamente por él (2,14). Las verdaderas víctimas del culto no son los animales, sino el pueblo mismo. Mientras el templo se ha convertido en una casa de negocios (2,16) y acumula sus bienes en el tesoro (8,20), el pueblo está reducido a la miseria y a punto de morir (5,3).

Violencia de los dirigentes

Con esta imagen, Jesús denuncia la violencia y dureza de los dirigentes, que explotan al pueblo (“roban”) sin medir los estragos que causan y sin respeto alguno a la vida (“sacrifican y destruyen”). Jesús opone su propia figura a la de los dirigentes. Si ellos procuran muerte, él, por el contrario, tiene por misión que los hombres gocen de vida plena (6,40).

Al ciego de nacimiento le dio esperanza y le comunicó su vida, sin poner más condición que el deseo de ella. Los que siguen a Jesús no pueden conformarse con una vida mediocre y apagada. Si están en esa situación, quiere decir que ponen obstáculos a la acción de Jesús, impidiendo que les comunique la plenitud que él trae.

Una reflexión sobre la autoridad

El texto de hoy nos conduce a una reflexión acerca de todos aquellos que ejercen autoridad a cualquier nivel, sea esta de tipo familiar, social, política o religiosa, pues termina con una frase que es clave para distinguir la autoridad o poder auténtico del que no lo es: “Yo he ve­nido para que tengan vida y les rebose”; otras biblias traducen más literalmente: “para que tengan vida y tengan vida abundante”. Este es el criterio que justifica cualquier tipo de autoridad o poder.

Pero no suele ser este el concepto de autoridad que se tiene. Con frecuencia, esta se identifica con un poder que sofoca la vida a todos los niveles. Así,

-en las relaciones familiares o de pareja se corre el peligro de hacer del otro un súbdito sumiso más que un igual, dotado de libertad de pensamiento y de acción;

-en los grupos o asociaciones de cualquier tipo –culturales, sindicales o benéficos-, no es extraño que quien ejerce la autoridad tienda a buscar atajos para imponer su criterio, no dando opción al debate necesario antes de tomar la decisión acertada;

-en los partidos políticos es clara y manifiesta la lucha por el poder, intentando derrocar al opositor, convertido en adversario- con tal de obtener el poder, utilizando el “todo vale” para conseguirlo, incluida la mentira, la calumnia, la ofensa o el desprecio al otro, rayanos en el odio,

– y en la Iglesia, llamada “a no aspirar a ser más que su maestro –un servidor-“, hay quienes se apropian de una autoridad –confundida con el poder- que impide un debate serio sobre los problemas que atañen a su estructura u organización, poniendo veto al tratamiento de ciertos temas que pueden resultar conflictivos y dañar su imagen de “pura y limpia”, y asfixiando, por tanto, la vida de muchos. Lo hemos visto con la resistencia a investigar el tema de la pederastia –valien-temente abordado por el papa Francisco-, y a abrir un debate serio y libre al interior de la iglesia sobre temas como el sexo y el placer sexual a la luz de la sicología modernas, las relaciones prematrimoniales, el aborto, los anticonceptivos, el celibato sacerdotal, el papel de las mujeres y el ejercicio del sacerdocio o la homosexualidad, por poner solo unos ejemplos. Un debate necesario no solo sobre estos temas, sino también sobre la teología de la Iglesia, con dogmas que apenas dicen nada a los hombres y mujeres de hoy, sobre su moral tras-nochada o su liturgia de siglos.

Un debate que trate de dar respuesta también hacia fuera a los problemas que se plantean cada día: la inteligencia artificial, el control de datos, la pérdida de la intimidad en Internet, la fecundación in vitro, la maternidad subrogada, la manipulación del genoma humano, el uso de las redes sociales y el acceso a Internet por parte de los menores, entre otros temas de suma actualidad.

Jesús, en su tiempo, quiso sacar las ovejas del recinto de aquel templo-institución en el que hasta el perdón de Dios se compraba con dinero, y le costó la vida. Abordar con entera libertad y responsabilidad estos y otros temas harán de la Iglesia no una estructura arcaica que impide el acceso del pueblo al diálogo, una iglesia en la que unos “ordenan y mandan” y otros “obedecen”, sino una comunidad de iguales que –entre todos, aunque con funciones o carismas diferentes- busca el bien común, que no es otro sino “hacer posible a todos la vida y que esta les rebose”.

***

Para este comentario he seguido muy de cerca la obra de Juan Mateos y Juan Barreto, “El evangelio de Juan. Texto y comentario”, síntesis divulgativa del comentario mayor a este evangelio, publicado por Ediciones Cristiandad (Madrid 1979), bajo el título de “El Evangelio de Juan. Análisis lingüístico

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