Vigilia Pascual
Primera lectura: Génesis 1, 1 — 2, 2:
Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.
Otras lecturas: Gen 22, 1-18; Ex 14, 15-15, 1a; Is 54, 5-14; 55, 1-11; Bar 3, 9-15.32-4, 4; Ez 36, 16-17a.18-28.
Salmo 117: Aleluya, aleluya, aleluya
Segunda Lectura: Carta a los Romanos 6, 3-11:
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.
EVANGELIO DE LA VIGILIA PASCUAL
Mateo 28, 1-10:
Ha resucitado y va por delante de vosotros a Galilea.
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
Una vida sin semilla de muerte
09 de abril de 2023

Fachada de la Basilica de la Anástasis o Santo Sepulcro.
Pasado el sábado, al clarear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto la tierra tembló violentamente, porque el ángel del Señor bajo del cielo y se acercó, corrió la losa y se sentó encima. Tenía aspecto de relámpago y su vestido era blanco como la nieve. Los centinelas temblaron del miedo y se quedaron como muertos.
El ángel habló a las mujeres: -Vosotras, no tengáis miedo. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado; no está aquí, ha resucitado, como tenía dicho. Venid a ver el sitio donde yacía, y después id aprisa a decir a sus discípulos que ha resucitado de la muerte y que va delante de ellos a Galilea allí lo verán. Esto es todo.
Con miedo, pero con mucha alegría, se marcharon a toda prisa del sepulcro y corrieron a anunciárselo a los discípulos. De pronto Jesús les salió al encuentro y las saludó diciendo: -¡Alegraos! Ellas se acercaron y se postraron abrazándole los pies. Jesús les dijo: -No tengáis miedo; id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.
La Vigilia de Pascua en Jerusalén
Todavía hoy, muchos años después, recuerdo la celebración de la Vigilia de la Pascua de Resurrección en la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, a la que los griegos ortodoxos llaman acertadamente “Basílica de la Anástasis”, palabra griega que significa “Resurrección”. Los Padres franciscanos me permitieron aquella noche subir a la galería que rodea la edícula o monumento que contiene el Santo Sepulcro, donde se venera el cenotafio o tumba vacía de Jesús, para contemplar desde arriba la celebración de la Vigilia Pascual. El Patriarca griego ortodoxo, seguido de los líderes de las iglesias ortodoxas, armenia, siríaca y copta, da tres vueltas a la edícula y entra en el monumento, acompañado solamente del Patriarca armenio, invoca en la más completa oscuridad la luz sagrada, señal de la resurrección y, sale prendiendo con el fuego de dos velas las velas de la multitud que rodea la capilla. El fuego de las velas es considerado por la gente como un milagro venido del cielo. En ese momento, la multitud de asistentes encienden sus velas, estallando en danzas y gritos de alegría al son de Christós anêsti (Cristo ha resucitado) a lo que responden: Alithôs anêsti (Realmente ha resucitado), encendiendo sus velas para llevar esa luz sagrada a sus hogares. Es una eclosión de luz, de fuego y de alegría que celebra el momento en que Jesús traspasó las barreras de la tumba para pasar a una vida sin semilla de muerte.
Puede verse la ceremonia en:
Esta celebración –con sus excesos, por supuesto- dista mucho de la fría y cansina liturgia de la Vigilia Pascual en las iglesias católicas, con sus siete lecturas y el pregón pascual, seguido de la celebración de la eucaristía.
Los católicos ante la Resurrección de Jesús
Lamentablemente, el catolicismo no ha tenido por centro la resurrección de Jesús a lo largo de la historia. Cansado de sufrir, tal vez, casi resignado a su suerte, nuestro pueblo, durante siglos, se ha fijado principalmente en la pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Su dolor y marginación, su vejación y postración de siglos se han proyectado religiosamente en la imagen del Nazareno, Varón de dolores, y de su madre, María, obteniendo de este modo una buena dosis de resignación y consuelo en este “valle de lágrimas”.
Parece como si, vejado durante siglos, se hubiera identificado casi en exclusiva con los sufrimientos de Jesús y, armado de paciencia, se hubiera resignado a vivir zarandeado por los poderosos de la tierra que, injustamente, lo han tenido oprimido y subyugado. Al final o al principio, poco importa, este sentimiento, esta compasión se han hecho liturgia en la calle, rezo y fiesta, celebración del dolor compartido.
Poca atención ha merecido en las procesiones de Semana Santa la Resurrección de Jesús, en muchos casos despojada del fervor de los pasos de la Semana Santa, y convertida en procesiones infantiles.
Es una pena que toda la celebración de la Resurrección de Jesús se haya quedado encerrada en los templos, expresada en una hierática y fría liturgia que deja poco margen a la fiesta, representada en una procesión de Domingo de resurrección, de cofrades y público mayoritariamente infantil.
No todo termina con la muerte
Sin embargo, el relato de la resurrección de Jesús es admirable. Según Mateo, al igual que el resto de los evangelistas, no todo termina con la muerte. Como dice el libro de los Hechos, aquel que “había pasado haciendo el bien y curando a los sojuzgados del diablo (Hch 10,38) no podía quedarse encerrado en la fría losa de la muerte.
El nuevo Adán
Lo que nos cuenta el evangelista tuvo lugar el primer día de la semana, que nosotros llamaríamos después “el día del Señor” o “domingo”, palabra derivada de “dominus” (=Señor). Para alguien que escribe para judíos, como es el evangelista Mateo, el primer día de la semana remite al comienzo de la creación en el libro del Génesis, creación que culminaría el día sexto con la creación de Adán y Eva en el paraíso. Para Mateo, Jesús resucitado es el nuevo Adán, un nuevo comienzo, una nueva creación.
Desde el punto de vista histórico, tal vez no fue el primer día de la semana, sino meses después al menos –no estoy seguro de esto- cuando, aquel grupo de discípulos que habían convivido con el maestro, entre los que se encontraba, sin duda, Pedro, tras reflexionar sobre la vida de entrega hasta la muerte de Jesús y sobre las Escrituras Sagradas, comenzaron a dar testimonio con su vida de que aquél que había sido condenado injustamente, Dios lo “había levantado” de la muerte o, dicho de otro modo, “lo había resucitado”.
Pero Jesús no resucita para volver al mundo de los vivos –donde impera el sufrimiento, el dolor y la muerte-, sino para vivir una vida sin semilla de muerte, la vida definitiva, que se identifica con él mismo cuando dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Pablo, primero, y más tarde los evangelistas explicaron su experiencia de Jesús resucitado cada uno a su modo y manera a la luz de las nuevas circunstancias y de los nuevos destinatarios del evangelio, con un único punto en común entre todos: la vida del resucitado había surgido con tal fuerza en sus vidas que, a partir de entonces, la anunciarían a todo el mundo.
Y lo que anunciaban era que tanto amor no podía haber quedado encerrado para siempre en una tumba, que aquél que había pasado por el mundo dando vida, no había terminado atrapado en la muerte. Dios le había dado la razón, esto es, lo había resucitado.
La resurrección de Jesús, para sus seguidores, representaba una rara utopía, el sueño dorado y frustrado de tanta marginación, la subversión de tantos derechos humanos pisoteados, el grito de victoria de un pueblo que no se deja vencer, que sabe llevar airosamente la cruz de sus dolores, y que espera cada día con más fuerza ver la luz, la libertad, el gozo y la alegría.
El relato de la Resurrección en los Evangelios
El evangelista Mateo expresa esta experiencia de fe de los primeros cristianos valiéndose de metáforas, tal vez el único modo en que podamos hablar de la resurrección. Todo comienza “pasado ya el sábado”, el día de precepto judío, “al clarear el primer día de la semana”, cuando emerge la luz de la tiniebla de la noche. Dos mujeres –las mujeres no tenían entonces valor de testigos- “María Magdalena y la otra María” -“entre otras muchas que habían seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo y habían sido testigos de la crucifixión” (Mt 27,55-56) “fueron a ver el sepulcro”, después de observar el descanso sabático, pensando que Jesús estaba definitivamente muerto, sin esperar nada extraordinario. Eran dos mujeres que no habían roto todavía con la institución judía y observaban sus preceptos.
Lo que el evangelista cuenta no pertenece, por cierto, a la experiencia cotidiana, ni sirve para un historiador como argumento que pruebe la historicidad de la resurrección de Jesús, que no es objeto de ciencia, sino de creencia. Del hecho de que encontrasen la tumba vacía, por lo demás, no se puede deducir que Jesús hubiese resucitado.
La experiencia de la resurrección
Con esta escena, lo que se describe es la experiencia inefable de la resurrección de Jesús, que tuvieron los primeros cristianos, echando mano de imágenes del Antiguo Testamento, las mismas que tendrían lugar, según los profetas, el último día cuando Dios se manifestase al mundo: un temblor violento de tierra, un ángel que baja del cielo para correr la losa, con aspecto de relámpago y vestido blanco como la nieve que infunde miedo a los centinelas hasta quedar como muertos son imágenes que expresan la gran conmoción que debió producir en aquellas mujeres la creencia en la resurrección de Jesús.
“-Vosotras, no tengáis miedo, les dice el ángel. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado; no está aquí, ha resucitado, como tenía dicho. Venid a ver el sitio donde yacía, y después id aprisa a decir a sus discípulos que ha resucitado de la muerte y que va delante de ellos a Galilea; allí lo verán”. Y así lo hicieron: “Con miedo, pero con mucha alegría, se marcharon a toda prisa del sepulcro y corrieron a anunciárselo a los discípulos” cuando “de pronto Jesús les salió al encuentro y las saludó diciendo: -¡Alegraos! Ellas se acercaron y se postraron abrazándole los pies. Jesús les dijo: -No tengáis miedo; id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. Jesús las exhorta a no temer. Su resurrección es sólo causa de alegría. Una alegría que no se puede contener y que hay que comunicar al resto de los discípulos, a los que Jesús llama ahora “hermanos”, pues el Espíritu de Dios los hace hijos del mismo Padre.
La resurrección de Jesús: ¿Un hecho histórico?
Lo que Mateo refiere no es, por tanto, la descripción de un hecho histórico realmente acaecido, sino la expresión literaria de la creencia profunda y del convencimiento que tenían los primeros cristianos en la resurrección de Jesús. De hecho, tratándose de la misma experiencia, cada evangelista la cuenta a su modo y manera. En Marcos se aparece a las mujeres un joven vestido de blanco, mientras que en Mateo es el ángel del Señor; en Lucas son dos hombres con vestidos refulgentes” y en el evangelio de Juan, María Magdalena, sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco sentados uno a la cabecera y otro a los pies, en el lugar donde había estado puesto el cuerpo de Jesús (Jn 20, 11-12). En el evangelio de Marcos se dice que las mujeres “no dijeron nada a nadie, pues tenían miedo”, pero en Mateo, como hemos leído, el miedo se mezcla con la alegría que las lleva a comunicar la noticia a los discípulos”. Y así podríamos ir constatando cómo cada evangelista cuenta a su modo y manera la resurrección de Jesús.
Un grito subversivo
De todo esto algo queda claro. La experiencia de la resurrección de Jesús, que tuvieron los primeros cristianos, se convirtió en las comunidades primitivas en un grito subversivo: un grito de condena de todos los que desde el poder religioso o civil, en lugar de dar vida al pueblo, se la quitaban. Si Dios resucitó a Jesús, esto quiere decir que Jesús –y quienes viven como él-, llevan razón y, consiguientemente, quienes lo condenaron a muerte quedaron para siempre desacreditados, pues no actuaban en nombre de Dios.
Por eso, el domingo de resurrección, los cristianos tendrían que salir a las calles a gritar que hay que hacer posible para todos los habitantes del planeta Tierra una vida digna, otra vida, y otro mundo sin tantas injusticias y desigualdades. Tendrían que acusar a todos los que, desde alguna de las gradas del poder, llevan a la gente a la marginación, al paro, a la pobreza, a la dominación. Como los apóstoles, deberían denunciar el suplicio, la tortura, la muerte de todos aquellos que, injustamente, van cayendo, víctimas del sistema opresor de nuestro mundo que da vida a pocos y muerte a una inmensa mayoría. Pensemos en el hambre, en el sida, en el tráfico de drogas y de armas, en la trata de blancas, en la violencia de género, en las nuevas exclusiones, y en las guerras –especialmente en la actual guerra de Ucrania- y en tantos otros conflictos bélicos en los que anda inmersa hoy la humanidad.
Un canto a “la vida sin semilla de muerte”
Los cristianos, que creen firmemente en que no todo termina con la muerte, son los encargados de entonar un “no nos vencerán” dedicado a quienes manejan los hilos de nuestra historia y disponen de nuestro futuro. Tanto dolor de la humanidad no puede ser baldío, ni tanta lucha sofocada. Y todo esto equivaldría a gritar con palabras de hoy el mensaje de siempre: que ese Cristo ajusticiado en la cruz no acabó en la muerte y en la tumba, porque ninguna tumba puede encerrar tanto amor, tanta lucha, tanta ilusión, tanta fuerza, tanta vida…
Este es el significado de la resurrección de Jesús: un canto a la vida, “a una vida sin semilla de muerte”, aunque no podamos decir en qué consiste realmente ese acontecimiento, pues la resurrección de Jesús es objeto de fe, no un hecho empírico que pueda ser demostrado por la ciencia.
Otra explicación del evangelio de la Vigilia Pascual puede leerse en
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