Tanatofobia

Quinto Domingo de Cuaresma

Primera lectura: Ezequiel 37, 12-14: Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis.

Sal 129: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Segunda lectura: Carta a los Romanos 8, 8-11. El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos

EVANGELIO

Juan 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

Tanatofobia

26 de marzo de 2023

Placa de barro cocido. Siglo V-VI. Asilo Hermanitas de los pobres. Córdoba.

Había cierto enfermo, Lázaro, que era de Betania, de la aldea de María y de Marta su hermana. (María era la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con el pelo, y su hermano Lázaro estaba enfermo.) Las hermanas le enviaron recado: -Señor, mira que tu amigo está enfermo. Al oírlo, dijo Jesús: -Esta enfermedad no es para muerte, sino para la glo­ria de Dios; así se manifestará por ella la gloria del Hijo de Dios. Jesús quería a Marta, a su hermana y a Lázaro. Al enterarse de que estaba enfermo, se quedó, aun así, dos días en el lugar donde estaba.

Luego, después de esto, dijo a los discípulos: -Vamos otra vez a Judea. Los discípulos le dijeron: -Maestro, hace nada querían apedrearte los judíos, y ¿vas a ir otra vez allí? Replicó Jesús: -¿No hay doce horas de día? Si uno camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, si uno camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.

Esto dijo, y a continuación añadió: -Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero voy a despertarlo. Le dijeron los discípulos: -Señor, si se ha dormido, se salvará. (Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos pensa­ron que hablaba del sueño natural). Entonces Jesús les dijo abiertamente: -Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que lleguéis a creer. Ea, vamos a verlo.

Entonces Tomás, es decir, Mellizo, dijo a sus compa­ñeros: -Vamos también nosotros a morir con él. Al llegar Jesús, encontró que Lázaro llevaba ya cua­tro días en el sepulcro.

Jesús y Marta: La resurrección y la vida

Betania estaba cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a Ma­ria para darles el pésame por el hermano.

Al enterarse Marta de que llegaba Jesús, le salió al encuentro (María estaba sentada en la casa).

Dijo Marta a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano; pero, incluso ahora, sé que todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo dará. Jesús le dijo: -Tu hermano resucitará. Respondió Marta: -Ya sé que resucitará en la resurrección del último día. Le dijo Jesús: -Yo soy la resurrección y la vida; el que me presta adhesión, aunque muera vivirá, pues todo el que vive y me presta adhesión, no morirá nunca. ¿Crees esto? Ella le contestó: -Sí, Señor, yo creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.

Jesús y María: El dolor por la muerte

Dicho esto, se marchó y llamó a María, su hermana, diciéndole en secreto:

-El Maestro está ahí y te llama. Ella, al oírlo, se levantó deprisa y se dirigió adonde estaba él. Jesús no había entrado todavía en la aldea, es­taba aún en el lugar adonde había ido Marta a encontrarlo.

Los judíos que estaban con María en la casa dándole el pésame, al ver que se había levantado de prisa y había salido, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se le echó a los pies, diciéndole: -Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Jesús entonces, al ver que lloraba ella y que lloraban los judíos que la acompañaban, se reprimió con una sacu­dida y preguntó: -¿Dónde lo habéis puesto? Le contestaron: -Ven a verlo, Señor.

A Jesús se le saltaron las lágrimas. Los judíos co­mentaban: -¡Mirad cuánto lo quería!

En cambio, algunos de ellos dijeron: -¿Y éste, que le abrió los ojos al ciego, no podía ha­cer también que este otro no muriese? Jesús entonces, reprimiéndose de nuevo, se dirigió al sepulcro.

Jesús y Lázaro: De la muerte a la vida

Era una cueva y una losa estaba puesta en la en­trada. Dijo Jesús: -Quitad la losa. Le dijo Marta, la hermana del difunto: -Señor, ya huele mal, lleva cuatro días. Le contestó Jesús: -¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la losa. Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo:

-Gracias, Padre, por haberme escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas, pero lo digo por la gente que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Dicho esto, gritó muy fuerte: Salió el muerto con las piernas y los brazos atados con vendas; su cara estaba envuelta en un sudario. Les dijo Jesús: -Desatadlo y dejadlo que se marche.

Muchos de los judíos que habían ido a ver a María y habían presenciado lo que hizo, le dieron su adhesión.

Por tercer domingo consecutivo, la liturgia de cuaresma presenta un texto evangélico muy extenso. En el primero, el diálogo con la samaritana, Jesús ofrecía a esta “un agua que calma la sed y que se le convertirá dentro en un manantial de agua que salta dando vida definitiva” (Jn 4,14); en el segundo, el ciego de nacimiento, Jesús devuelve la vista a un ciego, imagen de todos aquellos que están sometidos desde siempre a la opresión y no sospechan siquiera lo que significa la luz, la verdadera condición humana. Son muertos en vida, cegados de nacimiento por el sistema mundano. A éstos Jesús les devuelve la luz y les muestra la posibilidad de una vida libre y plena, la vida definitiva que nadie puede ya cegar (Jn 9,1ss). En el evangelio de hoy, la resurrección de Lázaro, Jesús proclama : “Yo soy la resurrección y la vida!

En los tres textos, se trata de la vida definitiva (representada por el agua que calma la sed, la luz que acaba con toda opresión o la resurrección que vence a la muerte). En los tres, la oferta de Jesús no es para después de la muerte, sino para el momento actual.

Retorno de Lázaro a la vida de antes

Aunque la liturgia aconseja que se lea abreviado en las iglesias el texto de hoy, yo he preferido leerlo completo, pues se trata de un relato muy bien construido desde el punto de vista literario. Las Biblias suelen titularlo como “La resurrección de Lázaro”; sería mejor, sin embargo, llamarlo: “Retorno de Lázaro a la vida de antes”, pues, en realidad, Lázaro –si entendiésemos este relato como algo realmente sucedido- no vuelve a una vida sin semilla de muerte, que podría calificarse de “eterna o definitiva” (esto es lo que lleva consigo la palabra “resurrección” en el sentido cristiano), sino a la vida de antes, con las limitaciones que presenta para el ser humano, expuesta de nuevo al dolor y a la muerte.

Sin embargo, Jesús ofrece la posibilidad de llevar una vida sin semilla de muerte, que comienza ya aquí y ahora.

¿Un hecho histórico?

Personalmente no creo que el evangelista Juan esté narrando un hecho históricamente comprobable, sino que, con ocasión de una leyenda o un relato de milagro, que le pudo llegar por tradición oral, quiere transmitir un mensaje de esperanza para todos aquellos que, en la comunidad, han tenido o van a tener la experiencia de la muerte, y la consideran el final definitivo e inevitable del ser humano.

De hecho en este relato, que es altamente simbólico, como el resto del evangelio de Juan, hay indicios de que no se trata de un milagro, pues el evangelista, tras la orden de Jesús, dirigida a Lázaro de salir del sepulcro, apunta lo siguiente: “Salió el muerto con las piernas y los brazos atados con vendas; su cara estaba envuelta en un sudario” y Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo que se marche».

Los comentaristas de este texto, preocupados por averiguar si se trata de un hecho histórico, han especulado sobre cómo pudo salir el muerto de la tumba con las piernas y los brazos atados con vendas” y con la cara “envuelta en un sudario”, hasta el punto de que algunos han considerado el final de este relato como “un milagro dentro del milagro” (cf. Comentarios al evangelio de Juan de Nutmann, p. 409, y Schnackenburg, II, p. 340). Otros han hecho notar que lo que realmente preocupaba al evangelista no era narrar la reanimación de un cadáver, sino afirmar que Jesús es la resurrección y la vida. Pero, sobre todo, uno se extraña del final abrupto de este texto en el que no hay ningún reconocimiento de Lázaro o de sus hermanas Marta y María hacia Jesús; llama, además, la atención que un hecho tan fabuloso no sea mencionado por los otros evangelistas ni aparezca citado en todo el resto del Nuevo Testamento; tampoco hay ninguna reacción de aclamación del taumaturgo por parte de los presentes, a no ser el comentario escueto del evangelista de que “muchos de los judíos que habían ido a ver a María y habían presenciado lo que hizo, le dieron su adhesión (creyeron en él)” y de otros, entre ellos, que “fueron a ver a los fariseos y les refirieron lo que había hecho Jesús”; estos, una vez recibida la noticia, “aquel día acordaron matarlo” (Jn 11,52).

Parece, pues, que el evangelista no está interesado en el hecho en sí mismo, sino en el mensaje que quiere transmitir, esto es, en su interpretación.

“Lázaro, ven fuera”

El modo como sale el muerto de la tumba es comentado por Juan Mateos en su obra “Juan, texto y comentario” de este modo, poniendo de relieve su profundo valor simbólico:

“Las vendas y el sudario subrayan la realidad de la muerte física. Las piernas y los brazos atados muestran al hombre incapaz de movimiento y actividad. Este texto expone una paradoja: el que sale está muerto y lleva puestos las vendas y el sudario, atributos de la muerte, pero sale él mismo, porque está vivo. La exhortación a quitarle las vendas invita a la comunidad de seguidores de Jesús a traducir en la práctica la nueva convicción de que el discípulo no está sometido al poder de la muerte.

Pero Jesús no devuelve a Lázaro a la comunidad, ni a la vida de antes; por el contrario, exhorta a los suyos a que lo dejen marcharse, ya libre. El camino de Lázaro lleva al Padre, con quien está vivo. Se describe así en forma de relato cómo la concepción judía del destino del hombre –cuyo final era la irremediable e inevitable muerte- impedía a la comunidad comprender el amor de Dios manifestado en Jesús. La narración escenifica el cambio de mentalidad frente a la muerte que pide Jesús a sus discípulos: son ellos los que, en su mente, han atado a Lázaro y a ellos les toca desatarlo. Con la losa habían encerrado al muerto en el pasado, en el sepulcro de Abra­hán; con las vendas que lo inmovilizaban le impedían llegar a la casa del Padre.

No es que Lázaro tenga aún que irse con el Padre, pues ya está con él. Son ellos quienes, comprendiendo finalmente que Lázaro está vivo en la esfera de Dios, tienen que soltarlo en su mente, en vez de retenerlo en ella como un difunto sin vida.

Al desatar a Lázaro, al “muerto”, ellos mismos se desatan del miedo a la muerte que los paralizaba; se liberan así de la última esclavitud. Sólo ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, po­drá la comunidad entregar su vida como Jesús, para recobrarla (10,18)”. Toda una paradoja.

Pero volvamos de nuevo al texto del relato, una vez que no podemos pronunciarnos con certeza sobre su historicidad.

El miedo a la muerte

Se trata de un enfermo, “cuya enfermedad, según Jesús, no es para muerte” (v. 3-5). Jesús se entera de que Lázaro está enfermo y, a pesar de eso, se demora a conciencia dos días hasta llegar adonde se encuentra, no sin la oposición de sus discípulos que no quieren que Jesús vaya a Betania porque anteriormente habían querido apedrearlo allí (v. 8). Los discípulos tenían miedo a la muerte; miedo a ser perseguidos y morir, razón por la que no querían ir a visitar a un miembro de una comunidad de seguidores de Jesús que estaba enfermo. El miedo a la muerte les impedía la práctica del amor y la solidaridad con su amigo. Para ellos, ante la muerte solo hay lugar para el llanto sin esperanza.

La calidad de la vida definitiva

Jesús, sin embargo, aprovechará la enfermedad y muerte de Lázaro para mostrar a sus discípulos cuál es la calidad de la vida que él les está ofreciendo: una vida definitiva que comienza ya, y que va más allá de la muerte. Que Lázaro resucite, para volver a morir unos años después, no tiene sentido. Sería ridículo que ese fuese el objetivo de Jesús. Según Jesús “Lázaro se ha dormido” y va “a despertarlo”. Se ve aquí claramente la mentalidad de la comunidad primitiva que, con el tiempo, llamaría a los lugares de enterramiento “cementerios”, esto es, “dormitorios” y no “necrópolis” o “ciudad de los muertos”, como los denominaban los romanos.

Los discípulos no entienden

Los discípulos, sin embargo, no entienden las palabras de Jesús, pues le dicen: “Señor, si se ha dormido, se salvará” (v.12), pensando que se trataba del sueño natural, aunque Jesús añade a continuación: “Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que lleguéis a creer. Ea, vamos a verlo” (vv.14-15). A lo que Tomás y sus compañeros añaden: “Vamos también nosotros a morir con él” (v. 11-17) Tomás y sus compañeros vencen el miedo a la muerte y se animan a seguir el camino que llevará a Jesús hasta dar la vida.

Yo soy la resurrección y la vida

Y es en este momento en el que aparece el tema central de este relato, cuando Marta dice a Jesús: “-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano; pero, incluso ahora, sé que todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo dará (vv. 21-22). Y Jesús le dice: -Tu hermano resucitará” (v. 23). Marta, como buena judía, tal vez contaminada por la ideología farisea que afirmaba la resurrección para el último día, replica a Jesús: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día” (v. 24). A lo que Jesús responde: “Yo soy la resurrección y la vida; el que me presta adhesión, aunque muera vivirá, pues todo el que vive y me presta adhesión, no morirá nunca. ¿Crees esto? (v. 26).

Al decir “Yo soy la resurrección y la vida” Jesús habla en presente y no se refiere solo la vida en el más allá de la muerte, sino a una vida que comienza aquí y ahora, y que se prolonga superando –pero no evitando- la barrera de la muerte. No hay que esperar, por tanto, a la muerte para conseguir esta vida definitiva. Para ello basta con adherirse a su mensaje o lo que es igual, hay que creer en él y poner en práctica su estilo de vida.

Silenciar la muerte

En nuestro mundo, la muerte es una experiencia cotidiana. Está omnipresente en los medios de comunicación: en los telediarios, que, a veces, parecen, “telemortuarios”: relato de muertes por enfermedad, muertes por accidentes de todo tipo, muertes por violación, muertes por suicidio, muertes por homicidio, muertes por guerras.

Nuestra sociedad se empeña en silenciar la muerte, pues la considera el gran fracaso humano. Ya no se muere en las casas; se muere en los hospitales; los duelos ya no son en las casas, pues para ello están los tanatorios; se procura que los niños no entren en contacto con la muerte, impidiéndoles que vaya a entierros o ceremonias fúnebres. Y es que la muerte da miedo, por eso se la silencia.

Tanatofobia

Incluso hay una enfermedad denominada “tanatofobia” que la tienen determinados grupos de personas que padecen un intenso temor a morir, así como al sufrimiento que puedan padecer durante los últimos momentos de vida. Temor ante ‘la nada’ o el ‘desconocimiento’ de lo que hay detrás del insoslayable final que es la muerte. La mayoría de las personas que sufren de tanatofobia o miedo a la muerte, tienen también hipocondria, una preocupación en exceso de su salud, que las lleva a comprobar con mucha frecuencia si se encuentran bien o no. Estas personas o no acuden al médico o se hacen chequeos constantes que, lejos de relajar su ansiedad (aunque lo consigan temporalmente), aumentan el miedo a padecer una enfermedad grave que pueda llevarlas a la muerte.

No tengáis miedo

En el evangelio de Mateo, que se lee habitualmente este año en la liturgia, Jesús invita a no tener miedo a la muerte: “Tampoco tengáis miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar la vida” (Mt 10,28). “Levantaos, no tengáis miedo”, dice Jesús a sus discípulos después de verlo transfigurarse en el monte Tabor, mientras hablaba de su muerte próxima con Moisés y Elías. “Vosotras, no tengáis miedo. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado; no está aquí, ha resucitado como tenía dicho” (28,5), dice el ángel a las mujeres que han ido a la tumba a ungir su cuerpo. “No tengáis miedo; id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”, dice Jesús a las mujeres tras la resurrección.

Jesús invita a sus seguidores a no tener miedo a la muerte, pues la vida definitiva, con la que ni siquiera puede acabar la muerte, comienza aquí y ahora cuando sus seguidores le dan su adhesión. Para Jesús, la vida definitiva es algo presente, no futuro. Algo que comienza ya y se prolonga tras la muerte inevitable. Con anterioridad Jesús había dicho: “Quién escucha mi mensaje y da fe al que me mandó, posee vida definitiva” (5,24). No se trata de creer que Jesús puede resucitar muertos. Se trata, más bien, de aceptar ya desde ahora la vida definitiva que Jesús posee.

Pablo entendió este mensaje esperanzador de Jesús cuando dijo: “si Cristo no ha resucitado, entonces nuestra predicación no tiene contenido ni vuestra fe tampoco”. La fe cristiana, sin la creencia en la resurrección o vida definitiva que se prolonga tras la muerte, se desmorona por completo. Así de claro.

Hoy, como ayer, Jesús se vuelve a sus seguidores, para preguntarles como a Marta, la hermana de Lázaro: ¿Creéis esto?


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