Segundo Domingo de Cuaresma
Primera lectura: Génesis 12, 1-4a: –Vocación de Abrahán
Salmo 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros
Segunda lectura: 2ª Carta a Timoteo 1, 8b-10: –Dios nos ilumina.
EVANGELIO
Mt 17, 1-9: –Su rostro brillaba como el sol.
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
Hay que bajar del monte
05 de marzo de 2023

Estatua de Cristo docente. Colección Sangiorgi. Exposición “Cambio de era”. Córdoba 2022-23.
Seis días después se llevó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y subió con ellos a un monte alto y apartado. Allí se transfiguró delante de ellos: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron esplendentes como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Intervino Pedro y le dijo a Jesús: -Señor, viene muy bien que estemos aquí nosotros; si quieres, hago aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra. Y dijo una voz desde la nube: -Este es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadlo.
Al oírla cayeron los discípulos de bruces, aterrados. Jesús se acercó y los tocó diciéndoles: -Levantaos, no tengáis miedo.
Alzaron los ojos y no vieron más que al Jesús de antes, solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les mandó:
-No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de la muerte.
Seis días después
Según el libro del Génesis (1,26), el sexto día culminó Dios su obra, creando al ser humano a su imagen y semejanza: “hombre y mujer los creó”. La escena que refiere hoy el evangelista tiene también lugar “seis días después”, el sexto día, y para el evangelista Mateo, que acude con tanta frecuencia al Antiguo Testamento para ilustrar lo que dice, la escena de la Transfiguración, que acabamos de leer, es como el anticipo de lo que será el estado final de la creación, la realización plena del proyecto de Dios sobre el ser humano, un anticipo de la resurrección, culmen de la vida de Jesús, que lo será también de la de sus seguidores.
En esta escena, Mateo muestra a tres discípulos destacados del grupo de los doce cuál va a ser el destino del Mesías, que no está en el monte de la Transfiguración, sino en Jerusalén, donde lo asesinarán. Su muerte será el paso para dejarse ver resucitado ante ellos en Galilea, y no en Jerusalén, corazón del sistema judío, donde residía el bloque opositor a su mensaje, el senado judío en pleno.
En otra ocasión he comentado ya esta escena tal y como la describe el evangelista Lucas, que es muy parecida a la del texto que hemos leído y puede leerse como complemento de este comentario en el enlace que aparece al final. Para no repetir ideas, hoy voy a fijarme principalmente en un punto que no desarrollé en ese comentario: en la sugerencia que hace Pedro a Jesús de hacer tres chozas y quedarse en el monte.
¿Pedro o Satanás?
Inmediatamente antes de la escena de la Transfiguración, el evangelista Mateo dice que Jesús empezó a manifestar a sus discípulos “que tenía que ir a Jerusalén, padecer mucho a manos de los senadores” (los miembros del Gran Consejo o Sanedrín, saduceos, pertenecientes a la aristocracia seglar y grandes terratenientes), “de los sumos sacerdotes” (también de partido saduceo) “y de los letrados” (intérpretes oficiales de la Ley), “ser ejecutado y resucitar al tercer día “.
Al oír estas palabras, “Pedro tomó aparte a Jesús y empezó a increparlo:
-¡Líbrete Dios, Señor! ¡No te pasará a ti eso! Jesús se volvió y le dijo: -¡Vete! ¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres un tropiezo para mí, porque tu idea no es la de Dios, sino la de los hombres”.
Pedro se dirige a Jesús usando el verbo griego epitimáô (increpar, amenazar), como si se tratase de un demonio, pues este verbo aparece en labios de Jesús cuando este se dirige a los endemoniados. Por eso, Jesús se le vuelve y no lo llama por su nombre “Simón”, sino que se dirige a él por su apodo “Pedro” (=Piedra, indicando su obstinación). En el Evangelio de Marcos es Jesús mismo quien le pone este apodo (M 3,16), debido a su manera obstinada de actuar en contra del modo de ser Mesías que pretende Jesús; manera de actuar que lo llevaría hasta negar a su maestro (Mc 14,66-72). Más aún, Jesús no solo se dirige a Simón con el sobrenombre de Pedro, sino que lo llama a las claras “Satanás”, pues actuando así encarna al tentador Satanás que llevó a Jesús a un monte altísimo “y le mostró todos los reinos del mundo con su gloria, diciéndole: -Te daré todo eso si te postras y me rindes homenaje”. En aquel momento Jesús venció a Satanás, no aceptando caer en la tentación de convertirse en el Mesías de gloria y de poder con el que ahora sueña Pedro.
Cargar con la cruz y renegar de uno mismo
Y para acabar con esa idea de Pedro, Jesús se dirige a continuación a los discípulos, diciéndoles: “-El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga”.
“Renegar de sí mismo” es traducción de una expresión hebrea que significa vivir centrado en los demás. “Cargar con la cruz” no debe entenderse como de alguien que hace una opción por el sufrimiento masoquista, sino de quien desea adoptar el estilo de vida de Jesús, renunciando a toda ambición personal y deseo de poder y de triunfo.
Jesus, como Mesías, pondrá su trono en la cruz, el lugar donde se manifiesta como rey. Lo que piensa Pedro de Jesús –y, con este, el resto de discípulos- no es la idea de Dios, sino la de los hombres que no aceptan el camino de servir hasta dar la vida, que no ven con buenos ojos que Jesús suba a Jerusalén, donde será asesinado.
En este contexto se sitúa la escena de la Transfiguración que hemos leído al principio.
Pedro, Santiago y Juan
Como testigos de lo que va a suceder en ese “monte alto y apartado”, Jesús se lleva a Pedro y a dos hermanos, Santiago y Juan, a los que también les puso otro apodo, “boanerges” (= truenos), por su deseo de poder y por su modo de actuar autoritario, ardiente y violento (Mc 3,17).
Santiago y Juan son los dos hermanos, cuya madre se acercó una vez a Jesús para pedirle que, cuando fuese rey, sus dos hijos ocupasen los primeros puestos de poder en su reino (a la derecha y a la izquierda; cf. Mt 20,21), con la correspondiente indignación del resto de discípulos. Son los mismos dos que, en otra ocasión, en el evangelio de Lucas, piden a Jesús que caiga un rayo y aniquile a los vecinos de una aldea de Samaría por no haberlo recibido cuando iba de camino a Jerusalén. (En aquel tiempo, samaritanos y jerosolimitanos estaban fuertemente enfrentados y no se hablaban, pues cada grupo daba culto a Dios en un templo diferente: los samaritanos en el Monte Garizín y los jerosolimitanos en el monte Sión, en Jerusalén).
Pescadores de profesión
Tanto Pedro, como Santiago y Juan, eran pescadores de profesión, de las clases populares, de los de abajo, del pueblo que lucha por sobrevivir. De Pedro (y de su hermano Andrés) se dice, sin más, que estaban echando las redes, y de Santiago y Juan que estaban en la barca con su padre Zebedeo cuando Jesús los llamó (Mt 4,18-22). Podríamos decir que eran trabajadores por cuenta ajena o pertenecientes a la pequeña y mediana empresa (Mt 4,18-22). Sin embargo, no habían elegido esta situación, ni la querían. Aspiraban a más. El día que se encontraron con el Maestro, pensaron, tal vez, que se les presentaba la ocasión de su vida; al fin podrían salir del anonimato y abandonar la monotonía de la vida obrera, llegando a grandes; con un poco de suerte llegarían a contar entre los de arriba para mandar y dominar, ocupando los primeros puestos del reino que instauraría su Maestro.
Jesús pensaría que eran buenos hombres, aunque, tal vez, andaban un poco equivocados de idea, pues tendría que darles algunas lecciones para que llegasen a comprender qué clase de Maestro era y qué reino venía a instaurar.
Jesús, Moisés y Elías, ¿al mismo nivel?
Y la lección la van a recibir en lo alto de un monte, cuyo nombre no se indica y que la tradición ha identificado con el Monte Tabor.
Lo que allí sucedió lo hemos comentado ya en otra ocasión: “Jesús se transfiguró delante de ellos: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron esplendentes como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él” (Mt 17,1-8). El brillo, el sol y los vestidos resplandecientes como la luz son propios de la esfera divina en la que Jesús se encuentra situado. Moisés y Elías, por su parte, representan la Ley (Moisés) y los profetas (Elías). De ellos se dice que hablaron con Dios en el monte Sinaí (Éx 13,17ss; 1 Re 19,9-13); ahora, sin embargo, no hablan con Dios, sino con Jesús en quien, desde el bautismo, Dios habita.
Tres chozas
Es en este momento precisamente cuando interviene Pedro, colocando a Moisés y Elías en el mismo plano de Jesús: “-Señor, viene muy bien que estemos aquí nosotros; si quieres, hago aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Pedro está equivocado, pues el modo de actuar de Jesús será muy distinto al de estos dos personajes del Antiguo Testamento, cuya actividad se caracterizó por su violencia contra los enemigos de Dios y de su pueblo. Jesús no entiende otro vocabulario que el del servicio y el del amor.
Pedro, con su intervención, quiere asegurarse de que Jesús va a realizar su mesianismo en la línea de Moisés y Elías, que representan el Antiguo Testamento, que atribuía a la obra del Mesías las ideas de fuerza, poder, desquite o venganza y gloria. Pero Jesús se sitúa en otro nivel.
Con la propuesta de hacer tres chozas, Pedro quiere impedir lo que se avecinaba: mejor era quedarse en el monte alto que seguir hasta Jerusalén, donde era previsible que las autoridades acabaran con la vida de su Maestro.
Lo de siempre: los de abajo -Pedro y los suyos- una vez que han subido, no quieren bajar, sino permanecer allí para siempre. Pero Jesús, tras la transfiguración, especie de avance de la resurrección, los invita a bajar con él, a seguir el camino hasta Jerusalén, a volver a la gente, al mundo, a la tarea cotidiana, al servicio hasta la muerte, si fuese preciso, a la realidad de la vida.
Este es mi Hijo, el amado… Escuchadlo.
Es a este Jesús, que no se queda en las alturas, a quien hay que escuchar: “Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra. Y dijo una voz desde la nube: -Este es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadlo.
En el Bautismo se había oído la misma frase, pero aquí se añade: “Escuchadlo”. La voz que hay que escuchar es la de Jesús, pues, a partir de ahora, este será el único legislador y el único profeta, y el Antiguo Testamento (Moisés y Elías) conservará su validez sólo en cuanto sea compatible con la enseñanza de Jesús.
No tengáis miedo
Al oír la voz, comenta el evangelista, que “cayeron los discípulos de bruces, aterrados. Jesús se acercó y los tocó diciéndoles: -Levantaos, no tengáis miedo”. La reacción de los discípulos es de profundo miedo a morir por haber recibido un oráculo divino, según la creencia del AT (Is 6,5; Dn 10,15-19). Pedro, Santiago y Juan siguen pensando en las antiguas categorías; son víctimas de la ideología religiosa que han recibido y no conocen al Dios de Jesus. “Entonces Jesús se acerca a ellos y los toca”, como tocaba a los enfermos y a los muertos (Mt 8,3.15; 9,25-29) y los invita a levantarse, como había hecho con la hija de Jairo (9,25), usando el mismo verbo griego egeirô con el que se expresa la resurrección.
Y es ahora, cuando dice Mateo que “alzaron los ojos y no vieron más que al Jesús de antes, solo”.
El Jesús de antes
Y es este “Jesús de antes” –con el que los discípulos recorrían los caminos de Galilea anunciando la buena noticia- el que los invita a bajar para seguir hasta Jerusalén.
Bajar de las alturas, de las ideas de gloria, poder, y triunfo, y aceptar dar la vida para dar vida como Jesús es el camino que lleva a Jerusalén –la muerte por los demás- como premisa necesaria para la resurrección –la vida-. Algo que costará mucho trabajo a estos tres discípulos, como al resto del grupo de discípulos. Lección que deberían haber aprendido en ese monte alto, pero que no asimilaron, pues en la siguiente ocasión, en el huerto de Getsemaní, se durmieron (tal vez, porque no les interesaba) cuando presenciaron la oración de Jesús que, con angustia, se dirige a Dios con estas palabras: “Padre mío, si es posible, que se aleje de mí ese trago (literalmente, este cáliz). Sin embargo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mt 26,39).
Lo que presenciaron en el monte de la Transfiguración debería haberles servido para entender la realidad de un Jesús que venció la tentación del poder en el desierto frente a Satanás, y que no acepta la propuesta de Pedro de quedarse en el monte.
No contéis a nadie la visión
Jesús, “bajando del monte, les dijo: -No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de la muerte”, pues aún no estaban capacitados para entender.
El texto de hoy invita, por tanto, a bajar del monte, de los anhelos de poder y gloria para recorrer, como Jesús, el camino hacia Jerusalén, que no es otro sino el de la entrega y servicio a los demás hasta la muerte, si es necesario.
Hay que bajar del monte y recuperar dos principios: el de realidad –el camino hacia Jerusalén, donde espera el calvario- y el de esperanza –como anticipo de la resurrección-:
-Recuperar el principio de realidad significa hoy tomar conciencia de todo aquello que impide que florezca una vida en dignidad, o lo que es igual, tomar conciencia de los desahucios, de la violencia machista, de las muertes de personas mayores en residencias de ancianos durante la pandemia, de los trabajadores que tienen dificultades para llegar a final de mes, de los colectivos LGTBI que no terminan de ocupar un lugar normalizado en nuestra sociedad, de los extranjeros que viven en la irregularidad administrativa forzados a trabajar en condiciones de explotación en la economía sumergida, de los niños desnutridos o con sobrepeso, de los grandes bancos con ganancias desorbitadas en tiempos en los que tanta gente está abocada a la precariedad y a las carencias más absolutas, etc. etc…
Al recuperar el principio de realidad –una verdadera inmersión en el mundo que nos rodea- tenemos que preguntarnos sobre las estructuras de injusticia que causan este malestar en el que viven sumergidos tantos ciudadanos, sin quedarnos ahí, pues esta situación puede desbordarnos y paralizarnos.
-Por eso hay que recuperar, al mismo tiempo, el principio de esperanza, abrigando más que nunca la idea de que “otro mundo es posible”, en el que el poder, la gloria o la fama y el dinero no sean los principios que lo rijan, aunque nos parezca utópico, poniendo nuestro granito de arena para la construcción de una sociedad que no tenga el futuro cegado, abierta a una convivencia fraterna e igualitaria, en la que la primera y la última palabra sea el servicio incondicional a los demás, especialmente a los más vulnerables, para hacer posible la vida allí donde solo parece haber semilla de malestar y de muerte.
Esta es tarea de todos, creyentes o no: bajar del monte para transformar el mundo, aunque esto cueste un calvario, con la convicción de que es posible otra vida para todos, sin excepción, no solo más allá de la muerte, sino desde ahora, la vida definitiva, con mayúscula, a la que todos tenemos derecho.
Nota:
· Como complemento a este comentario puede leerse el comentario titulado “NO AL PODER, UNA VEZ MAS” (13-03-2022) que se encuentra en:
https://www.ibicla.org/post/no-al-poder-una-vez-mas
· Es muy recomendable la lectura de la hoja-suplemento del Cuaderno de Cristianismo y Justicia, nº 226, donde se desarrollan con abundantes datos los principios de realidad y esperanza, de los que hemos hablado:
www.cristianismeijusticia.net/sites/default/files/pdf/papes261_1.pdf
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