La novedad de Jesús

Sexto Domingo del Tiempo Ordinario

Primera lectura: Eclesiástico 15, 15-20: A nadie obligó a ser impío.

Sal 118: Dichoso el que camina en la ley del Señor.

Segunda lectura: 1 Cor 2, 6-10:Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria.

EVANGELIO

Mt 5, 17-37: Os han enseñado que se mandó a los antiguos… pero yo os digo…

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

La novedad de Jesús

12 de febrero de 2023

Mosaico en el subsuelo de la Basílica de la Natividad. Belén.

¡No penséis que he venido a echar abajo la Ley ni los Profetas! No he venido a echar abajo, sino a dar cumpli­miento: porque os aseguro que antes que desaparezcan el cielo y la tierra, ni una letra ni una coma desaparecerá de la Ley antes que todo se realice.

Por tanto, el que se exima de uno solo de esos man­damientos mínimos y lo enseñe así a los hombres, será llamado mínimo en el reino de Dios; en cambio, el que los cumpla y enseñe, ése será llamado grande en el reino de Dios: porque os digo que, si vuestra fidelidad no se sitúa muy por encima de la de los letrados y fariseos, no entráis en el reino de Dios.

̶ Os han enseñado que se mandó a los antiguos: «No matarás (Éx 20,13), y si uno mata será condenado por el tribunal». Pues yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será condenado por el tribunal; el que lo in­sulte será condenado por el Consejo; el que lo llame rene­gado será condenado al fuego del quemadero.

En consecuencia, si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a re­conciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda.

Busca un arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes, mientras vais todavía de camino; no sea que te en­tregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no pagues el último cuarto.

̶ Os han enseñado que se mandó: «No cometerás adul­terio» (Éx 24,14). Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha come­tido adulterio con ella en su interior.

Y si tu ojo derecho te pone en peligro, sácatelo y tíralo; más te conviene perder un miembro que ser echado entero en el fuego. Y si tu mano derecha te pone en peli­gro, córtatela y tírala; más te conviene perder un miembro que ir a parar entero al fuego.

̶ Se mandó también: «El que repudia a su mujer, que le dé acta de divorcio» (Dt 24,1). Pues yo os digo: todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la empuja al adulterio, y el que se case con la repudiada co­mete adulterio.

̶ También os han enseñado que se mandó a los anti­guos: «No jurarás en falso» (Ex 20,7) y «cumplirás tus votos al Señor» (Dt 23,22; Nm 30,3). Pues yo os digo que no juréis en absoluto: por el cielo no, porque es el trono de Dios; por la tierra tampoco, porque es el estrado de sus pies» (Is 66,1); por Jerusalén tampoco, porque es la ciudad del gran rey» (Sal 48,3); no jures tampoco por tu cabeza porque no puedes volver blanco ni negro un sólo pelo. Que vuestro si sea un sí y vuestro no un no; lo que pasa de ahí es cosa del Malo.

El fragmento del evangelio de hoy es tan extenso que la misma liturgia recomienda elegir para la predicación una parte del mismo. Yo, personalmente, pienso que es bueno leerlo y comentarlo completo, aunque esto lleve algo más de tiempo. Lo haremos por partes.

Este fragmento se encuentra en el evangelio de Mateo (5,17-47) después de pronunciar Jesús las bienaventuranzas y de haber dicho a los discípulos que son -que tienen que ser- sal y luz en medio de un mundo en tinieblas (Mt 5,13-16).

A esta escena sigue un amplio texto con dos partes: -en la primera, la introducción, Jesús se presenta como quien ha venido a dar cumplimiento a la Ley antigua; -en la segunda plantea Jesús seis casos referidos al asesinato, adulterio, repudio, juramento, venganza y amor al prójimo (Mt 5,17-47). De los seis, hoy se leen los cuatro primeros, quedando para el domingo que viene los dos restantes.

Introducción

¡No penséis que he venido a echar abajo la Ley ni los Profetas! No he venido a echar abajo, sino a dar cumpli­miento: porque os aseguro que antes que desaparezcan el cielo y la tierra, ni una letra ni una coma desaparecerá de la Ley antes que todo se realice.

Por tanto, el que se exima de uno solo de esos man­damientos mínimos y lo enseñe así a los hombres, será llamado mínimo en el reino de Dios; en cambio, el que los cumpla y enseñe, ése será llamado grande en el reino de Dios: porque os digo que, si vuestra fidelidad no se sitúa muy por encima de la de los letrados y fariseos, no entráis en el reino de Dios.

“He venido a dar cumplimiento a la Ley y los Profetas”

Estos cuatro versículos del evangelio de Mateo (Mt 5,15-16 ) han sido mal interpretados a lo largo del tiempo. Con ellos se venía a decir, de manera incomprensible, que todo el Antiguo Testamento seguía teniendo vigencia, pues Jesús había venido a cumplirlo hasta en sus más mínimos detalles. A simple vista esto no puede ser así, pues en sus páginas hay textos que presentan, a veces, un Dios vengativo que favorece a los hebreos y castiga a los egipcios (Éx 14), muy lejano del Dios-Padre de Jesús, o textos en los que Dios ordena la guerra de exterminio (Dt 7,1-2; 20,16-18), siendo así que lo primero que se proclama en el evangelio, cuando Jesús nace, es la paz en la tierra, o textos como aquel en el que se promulga la Ley del talión (Éx 21,23-25) por la que se debe responder al enemigo con la misma medida con la que él le agrede, nada más lejano al pensamiento de un Jesús que proclama el amor incluso a los enemigos.

El Antiguo Testamento, globalmente entendido

Lo que dice Jesús realmente, según Mateo, es que ha venido a dar cumplimiento a la Ley y a los Profetas, esto es, al Antiguo Testamento, pero globalmente entendido. En el AT se anunciaba para el final de los tiempos la venida del reinado de Dios, o sea, la liberación de la humanidad, que, según Jesús, será llevada a cabo por una comunidad de seguidores pobres, que han elegido la pobreza como medio para hacer que Dios –y no el dinero, que somete creando siervos- reine de verdad en este mundo, como se proclama en la primera bienaventuranza (Mt 5,3).

Para liberar a la humanidad, los cristianos tendrán que poner en práctica cada uno de los mandamientos mínimos –expresión con la que designa Mateo las bienaventuranzas-, que pasan a ocupar el lugar de los antiguos mandamientos. Quienes han optado por tener a Dios por rey, de acuerdo con la primera bienaventuranza, se empeñarán, sin duda, con todas sus fuerzas en la transformación del sistema mundano injusto, regido por el dinero, el poder y el prestigio, trinidad de valores sobre la que se basa nuestra sociedad injusta. Y luchando contra ese sistema harán posible un nuevo mundo de hermanos, donde el amor sustituya al dinero; el servicio, al poder, y la estima del otro, al prestigio propio. Nacerá de este modo la sociedad alternativa que los evangelios denominan “reino o reinado de Dios”.

Cuatro casos

Tras la introducción, voy a comentar uno a uno los cuatro casos que plantea Jesús en el texto de hoy, leyendo, en primer lugar, el texto que a continuación comentaré.

1) Más allá del “No matarás”

̶ Os han enseñado que se mandó a los antiguos: «No matarás (Éx 20,13), y si uno mata será condenado por el tribunal». Pues yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será condenado por el tribunal; el que lo in­sulte será condenado por el Consejo; el que lo llame rene­gado será condenado al fuego del quemadero.

En consecuencia, si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a re­conciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda.

Busca un arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes, mientras vais todavía de camino; no sea que te en­tregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no pagues el último cuarto”.

Jesús es más exigente

El cristiano tiene que ir más allá del antiguo mandamiento de “no matarás”. Debe frenar esa escalada de desamor que lleva a una gran parte de la población de la tierra a la marginación y a la muerte. Y para eso debe reconciliarse con el prójimo. Por supuesto que un primer paso –que se recomienda en el Antiguo Testamento como elemental- es el de no matar.

Pero Jesús es más exigente: no basta con esto y, por eso, añade: “Todo el que esté peleado con su hermano será condenado por el tribunal; el que lo in­sulte será condenado por el Consejo; el que lo llame rene­gado será condenado al fuego del quemadero”.

Según Jesús hay que ir hasta el principio del camino que conduce al asesinato y, por eso, hay que eliminar todos los eslabones que pueden llevar a quitarle la vida al prójimo como pelearse con el hermano, insultarlo y, en definitiva, llamarlo renegado. A todo esto tienen que negarse tanto creyentes como no creyentes, si quieren alcanzar la madurez humana.

No a las palabras ofensivas

Me vuelvo ahora al parlamento de España, aunque creo que algo parecido pasa en otros países, y veo cómo hay diputados que no se guardan el respeto debido y utilizan todo tipo de palabras ofensivas hacia los que no son de su partido: fascistas, ladrones, carceleros, cobardes, golpistas, miserables, sinvergüenzas, mentirosos, corruptos, filo-etarras o franquistas, palabras que se pronuncian en nombre de una libertad de expresión a la que nadie pone coto. Menos mal que, al parecer, no quedan reflejadas en el diario de sesiones.

Y si salimos del Parlamento y nos vamos a los campos de fútbol, por poner otro mal ejemplo, en éstos se está creando un ambiente que no favorece a ni a los futbolistas ni a los aficionados. Desde las gradas no es raro oír canciones racistas o insultos dirigidos a alguno de los jugadores.

Algo similar ocurre en la sanidad donde aumentan las agresiones verbales e incluso físicas hacia los profesionales que cuidan de nuestra salud.

Frente a tanta agresión, Jesús insiste en la necesidad urgente de la reconciliación que está antes que el culto a Dios, que ir a misa, diríamos hoy, antes que rezar, porque el proyecto de Dios sobre la humanidad no es otro, sino hacer de ella un mundo de hermanos donde todos puedan llamar a Dios Padre. Una sociedad nueva donde rijan, tanto a nivel particular como institucional, las relaciones humanas propias del amor mutuo y no se fomente la división y el odio como sucede con la calumnia, la mentira o el insulto, que llevan a considerar como enemigo al que solamente es adversario.

2. Más allá del “No cometerás adulterio”.

̶ Os han enseñado que se mandó: «No cometerás adul­terio» (Éx 24,14). Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha come­tido adulterio con ella en su interior.

Y si tu ojo derecho te pone en peligro, sácatelo y tíralo; más te conviene perder un miembro que ser echado entero en el fuego. Y si tu mano derecha te pone en peli­gro, córtatela y tírala; más te conviene perder un miembro que ir a parar entero al fuego.

Para entender los textos del evangelio se deben situar en el contexto social y cultural en que se produjeron. En el Antiguo Testamento, la mujer era considerada propiedad del marido, de modo que el adulterio equivalía no tanto a un acto deshonesto, un pecado contra la pureza, que se decía antes, sino a un verdadero robo, una injusticia flagrante, como reza el décimo mandamiento de la Ley de Dios: “No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él” (Éx 20,1-21). Por eso, el verdadero adulterio comienza cuando surge en el corazón humano el deseo de dejar al prójimo sin su mujer, su bien más preciado.

El adulterio es una injusticia

“El adulterio es, por tanto, una injusticia y lo mismo el deseo de cometerlo. En este texto ‘el ojo’ (“si tu ojo derecho te pone en peligro, sácatelo y tíralo”) simboliza el deseo; ‘la mano’ (“si tu mano derecha te pone en peligro, córtatela y tírala”), la acción. Ceder al impuso de uno y otra lleva al hombre a la muerte. Hay que eliminar el mal deseo con la pureza de corazón (“dichosos los limpios de corazón”, Mt 5,8) y la mala acción, con la ayuda al prójimo (“dichosos los que prestan ayuda”, Mt 5,7)”, comenta Juan Mateos en las notas a su traducción del Nuevo Testamento.

La moral cristiana, escrita por sacerdotes y frailes -todos varones- ha visto en este mandamiento del Antiguo Testamento (“no cometerás adulterio”) un doblete del sexto mandamiento, cuando, en realidad, lo es del séptimo: “No robarás”. Desear la mujer del prójimo no es simplemente sentir agrado por ella, sino comenzar a dar los pasos necesarios para quitársela. Un robo en toda regla.

3. Más allá de la dominación de la mujer por el varón

̶ Se mandó también: «El que repudia a su mujer, que le dé acta de separación» (Dt 24,1). Pues yo os digo: todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la empuja al adulterio, y el que se case con la repudiada co­mete adulterio.

La ley del repudio, no del divorcio. Los rabinos Hillel y Shammai.

Hay que decir de entrada que, en este texto, no habla Jesús del divorcio, como lo entendemos hoy, sino del repudio, esto es, de aquella institución judía, establecida a partir de Moisés, no por voluntad divina, sino por testarudez humana, según la cual el varón y no la mujer, -que no estaba equiparada en derechos al hombre- podía repudiar o despedir a su esposa.

En tiempos de Jesús había dos escuelas: la primera, la del rabino Hillel, más laxa, que defendía que el varón podía despedir a su esposa por cualquier motivo, y la de Shammai, más estricta, en la que sólo podía hacerlo en caso de “porneia”, palabra griega de difícil interpretación, pero que, con toda probabilidad, aludía a los matrimonios entre consanguíneos, en cuyos casos era lícito despedir a la mujer.

Con ocasión de la ruptura matrimonial a iniciativa del varón, la Ley mandaba que el marido diese a la esposa un acta de separación, o lo que es igual, un certificado por el que aquella quedaba libre para contraer matrimonio de nuevo.

El matrimonio instrumento de dominación del varón

Pero Jesús no está de acuerdo con esa ley que hace del matrimonio un instrumento de dominación de la mujer por parte del varón. Despedir unilateralmente a la mujer es un acto de injusticia contra esta, pues, al hacerlo, esta quedaba desamparada y desvalida, condenada a volver al seno de la familia o a la mendicidad. Jesús defiende una pareja igualitaria y no tolera que el matrimonio se convierta en una relación de opresión y dominación del marido sobre la mujer.

En este texto queda claro que Jesús se opone a la ley del repudio, pero no al divorcio, tal y como lo entendemos hoy, pues el divorcio, consensuado entre cónyuges u otorgado por un juez, era impensable en tiempos de Jesús. No sabemos qué diría hoy Jesús en los casos de divorcio, en los que el amor ha muerto entre los cónyuges y la convivencia resulta insoportable… Tal vez sería más compasivo de lo que lo ha sido nuestra “Santa Madre Iglesia” con los divorciados a los que hasta hace poco la Iglesia les negaba incluso la comunión.

El papa Francisco y los divorciados

Menos mal que el papa Francisco en su Exhortación apostólica Amoris Laetitia ha cambiado la postura tradicional de la iglesia. En esta Exhortación, dirigiéndose a los divorciados vueltos a casar, les dice que “no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros activos de la Iglesia”, y advierte de que “ya no es posible decir que todos los que se encuentran en una situación así llamada irregular viven en pecado mortal”. Francisco asegura que “nadie puede ser condenado para siempre”, y añade: “No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión, sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren”. El Papa pide al clero amplitud de miras y misericordia a la hora de discernir quién puede tener derecho a los sacramentos: “Es mezquino detenerse solo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas, sino el lugar de la misericordia del Señor.”

4. Más allá del “No jurarás en falso”.

̶ También os han enseñado que se mandó a los anti­guos: «No jurarás en falso» (Ex 20,7) y «cumplirás tus votos al Señor» (Dt 23,22; Nm 30,3). Pues yo os digo que no juréis en absoluto: por el cielo no, porque es el trono de Dios; por la tierra tampoco, porque es el estrado de sus pies» (Is 66,1); por Jerusalén tampoco, porque es la ciudad del gran rey» (Sal 48,3); no jures tampoco por tu cabeza porque no puedes volver blanco ni negro un sólo pelo. Que vuestro si sea un sí y vuestro no un no; lo que pasa de ahí es cosa del Malo.

El juramento era una práctica habitual en Israel, pero debido a la falta de sinceridad que podía darse entre los que hacían un pacto, con el juramento se obligaban a cumplir lo pactado invocando el nombre de Dios. Pero en la comunidad cristiana donde la sinceridad tiene que ser norma de vida (“dichosos los limpios de corazón”, o lo que es igual, los que no abrigan malas intenciones contra su prójimo), el juramento es superfluo. En las relaciones humanas debe predominar la autenticidad: “Que vuestro sí sea un sí y vuestro no, un no”. De modo que si se es sincero, no tiene sentido alguno jurar o invocar el nombre de Dios. La mentira y la falsedad es propia del Malo, de Satanás, dice el evangelista.

Si a estos cuatro casos sumamos “un no rotundo de Jesús a la venganza” y “un sí incondicional al amor” (como veremos el próximo domingo) entenderemos mejor la propuesta de Jesús en el sermón de la montaña, para quien no basta con cumplir con lo más grave (no matarás, no cometerás adulterio, etc.), sino que hay que ir a la raíz que lleva a cometer esos actos, evitando todo lo que puede conducir a ellos. Esta es la novedad de Jesús, su modo radical de entender la Ley antigua.


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