¿Pacíficos o pacificadores?

Domingo cuarto del Tiempo Ordinario

Primera lectura: Sofonías 2,3; 3,12-13: Dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre

Salmo 145: El Señor reina eternamente

Segunda lectura: Primera carta a los Corintios 1,26-31: Dios ha escogido lo débil del mundo

EVANGELIO

Mateo 5,1-12a: Dichosos los que eligen ser pobres

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

¿Pacíficos o pacificadores?

29 de enero de 2023

El Lago de Tiberíades visto desde el Monte de las Bienaventuranzas.

5,1 Al ver Jesús las multitudes subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. 2 Él tomó la palabra y se puso a enseñarles así:

3 Dichosos los que eligen ser pobres,

porque sobre ésos reina Dios.

4 Dichosos los que sufren,

porque ésos van a recibir el consuelo.

5 Dichosos los sometidos,

porque ésos van a heredar la tierra.

6 Dichosos los que tienen hambre y sed de esa justicia,

porque ésos van a ser saciados.

7 Dichosos los que prestan ayuda,

porque ésos van a recibir ayuda.

8 Dichosos los limpios de corazón,

porque ésos van a ver a Dios.

9 Dichosos los que trabajan por la paz,

porque a ésos los va a llamar Dios hijos suyos.

10 Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad,

porque sobre ésos reina Dios.

11 Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. 12 Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido.

El monte en la Antigüedad

La escena de hoy se sitúa en un monte, considerado en la antigüedad la morada de Dios y el punto más alto al que se puede subir para entrar en contacto con la divinidad. De hecho, en el Antiguo Testamento se habla de “los altos” o “los lugares altos o altozanos” donde se encuentran, con frecuencia, los santuarios de los dioses. Algo similar sucede en la cultura griega con el Monte Olimpo (que significa “el luminoso”), el hogar de los principales dioses del panteón griego, presidido por Zeus.

También entre nosotros se ha conservado la costumbre de situar ermitas o santuarios en las cimas de los montes. Incluso desde el punto de vista arquitectónico llama la atención que muchas de nuestras iglesias, en el caso de que se encuentren en un llano o explanada, tienen unas escaleras de acceso a las mismas, situándose estas sobre una plataforma elevada, tal vez como reminiscencia o recuerdo de los lugares altos de la antigüedad bíblica.

En un monte tuvieron lugar diversas escenas de los evangelios: la tercera tentación (Mt 4,8), la elección de los doce (Mc 3,13; Lc 6,12), el reparto de panes y peces (Jn 6,3), la transfiguración (Mt 17,1), la última de las apariciones del resucitado (Mt 28,16) y la ascensión (Hch 1,9-12), entre otras.

A un monte subió también Moisés –Jesús es presentado en el evangelio de Mateo como el nuevo Moisés- para recibir de Dios las tablas de la Ley, como nos refiere el libro del Éxodo (19,20).

El monte de las nueve bienaventuranzas

Y en un monte proclama Jesús en el evangelio de Mateo no ya los mandamientos antiguos, como Moisés, sino las bases sobre las que se asentará el reinado de Dios: las ocho bienaventuranzas, que son otras tantas propuestas de dicha y felicidad para todos aquellos que se decidan a ponerlas en práctica. Pauta y norma de vida no sólo para los discípulos, sino también para todos los que quieran seguir el estilo de vida de Jesús. En realidad no son ocho, sino nueve las bienaventuranzas, pues a la octava sigue otra que avisa de las consecuencias de las ocho primeras: “Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido”.

Las bienaventuranzas, un texto literario

El texto de las bienaventuranzas es un texto muy bien escrito desde el punto de vista literario, de modo que no debemos imaginar que Jesús lo pronunciase de seguido, sino que el evangelista condensa en este texto el núcleo fundamental del mensaje del maestro nazareno. Veámoslo brevemente:

Cada una de las bienaventuranzas tiene dos miembros:

-el primero representa una opción, estado o actividad: “los que eligen ser pobres; los que sufren; los sometidos; los que tienen hambre y sed de esa justicia; los que prestan ayuda; los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los que viven perseguidos por su fidelidad”.

-el segundo contiene una promesa: para el presente, la primera y la última: “porque sobre esos reina Dios”; en las seis restantes, la promesa remite al futuro, no necesariamente lejano: “porque ésos van a recibir el consuelo; van a heredar la tierra; van a ser saciados; van a recibir ayuda; van a ver a Dios, a ésos los va a llamar Dios hijos suyos”. Todo esto lo van a conseguir los seguidores de Jesús no en el cielo, sino aquí en la tierra, si se unen a la comunidad cristiana en la que, para ser verdaderamente cristiana, debe reinar Dios y no el dinero.

De estas seis, -las tres primeras mencionan un estado doloroso para el ser humano del que se promete la liberación: los que sufren van a recibir el consuelo; los sometidos van a heredar la tierra; los que tienen hambre y sed de esa justicia van a ser saciados; -la cuarta, quinta y sexta indican una actividad, estado o disposición del hombre, favorable y beneficiosa para su prójimo: “los que prestan ayuda van a recibir ayuda; los limpios de corazón van a ver a Dios y los que trabajan por la paz, Dios los va a llamar hijos suyos”.

Las nueve bienaventuranzas comienza por la palabra “dichosos”, pues el camino que propone Jesús lleva a la dicha, que no consiste en otra cosa que en alcanzar la plenitud humana, el pleno desarrollo humano, para lo que la primera y principal condición es amar al prójimo más que al dinero (servir a Dios y no al dinero), que, en cuanto acumulado y no repartido, impide que los demás puedan llevar una vida digna, sometidos a la precariedad y a la pobreza, en infinidad de casos extrema, que les impide alcanzar la felicidad.

Dichosos los pobres…

La palabra dichoso se pone en el Antiguo Testamento en relación con todo lo que hace feliz al hombre en esta tierra: abundancia de riqueza, numerosa descendencia, honores, larga vida, etc., pero Jesús rompe esa línea, pues la dicha o felicidad no se consigue ni con la riqueza, ni con la numerosa descendencia ni con los honores ni siquiera con una larga vida. Solo hay un camino para la felicidad y este es el amor a los demás más que a uno mismo, como Jesús enseñó en la última cena: “Amaos yo os he amado”. Solo el amor sin barreras puede saciar la sed de felicidad del corazón humano.

Los pobres de espíritu

De todas las bienaventuranzas, la más importante es la primera, pues las demás pueden considerarse resultado o efecto de ésta. Llama la atención que esta primera bienaventuranza haya sido mal traducida por “Dichosos los pobres de/por/en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.

La palabra espíritu, dicha del ser humano, denota un impulso interior que empuja a la acción. La expresión “pobre de/ por/en el espíritu” podría decirse, por tanto, no de aquellas personas que son pobres materialmente –pues en la pobreza forzosa no puede haber felicidad,- sino de aquellos que lo son por un impulso interior, esto es, pobres por propia elección o decisión, o lo que es igual, pobres porque han elegido libremente una vida pobre y austera, precisamente para no acumular en sus manos lo que los demás necesitan para llevar una vida digna.

Pobres y solidarios

A estos pobres yo los llamaría “pobres y solidarios” y estos son los destinatarios de la primera bienaventuranza que no va dirigida a los “pobres de espíritu”, expresión que se usa para designar una persona de poco ánimo, ni a los que están interiormente desprendidos de las riquezas, pero sin dejarlas, como se ha entendido a veces, sino a aquellos que son pobres en realidad como resultado de su propia decisión, pues sólo estos tienen a Dios por rey, esto es, sólo estos demuestran en su vida, renunciando a los bienes, que Dios reina sobre ellos. Estos pobres solidarios sufrirán, sin duda, persecución por parte de esta sociedad descaradamente neoliberal y capitalista, cuya base minan y cuyo único Dios es el dinero. Estos pobres por decisión propia deben alegrarse desde ahora, pues este género de vida los llevará a la plenitud de la madurez humana que se basa no en el “tener para mí”, sino “en el ser para los otros”.

Así de claro es. Pero ¡qué difícil es poner en práctica esta opción por la pobreza voluntaria, que representa la mejor plataforma desde la que luchar eficazmente para que no haya pobres en la tierra!

La séptima bienaventuranza

Como en este comentario no hay espacio para explicar todas las bienaventuranzas, yo quisiera detenerme brevemente a explicar y aplicar a nuestro mundo la séptima bienaventuranza que dice así: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque a ésos los va a llamar Dios hijos suyos”.

Esta bienaventuranza se ha traducido por “dichosos los pacíficos”, pero esta traducción no es exacta, pues “ser pacífico” denota más bien la actitud pasiva de alguien que no crea problemas, de alguien que está tranquilo.

La palabra griega “eirênopoíoí”, significa literalmente “los que hacen la paz, los que construyen la paz, los que trabajan por la paz; no los pacíficos, sino los pacificadores.

La paz que, para un oriental, no es simplemente una ausencia de guerra, como define esta palabra María Moliner, ni estado de ánimo en el que no hay lugar para la lucha, traducida por “tranquilidad”. La paz que construyen estos “dichosos” es, como se entendía entre los orientales, esa dimensión elemental de la vida humana, sin la cual ésta pierde gran parte de su sentido, ese clima de las relaciones humanas que hace próspera la vida y digna de ser vivida. Para un oriental, paz se opone a enfermedad, injusticia, pobreza, miseria, enemistad, intolerancia, odio y, por supuesto, también a guerra.

Jesús, nuestra paz

Si se entiende así se podrá comprender mejor el núcleo del Evangelio que se presenta como “la buena noticia de la paz” (Ef 6,15) de parte de un Dios, llamado frecuentemente “el Dios de la paz” (Rom 15,33; 16,20; 1 Cor 14,33; 2 Cor 13,11; Fil 4,9; 1Tes 5,23; 2Tes 3,16; Heb 13,20). Una paz que, al comienzo del evangelio de Lucas, se anuncia como el efecto inmediato de la presencia salvadora de Jesús entre los hombres: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres, que Dios quiere tanto” (Lc 2,13).

Hay un texto de la carta a los efesios que define a Jesús como “nuestra paz”, el artífice de la paz de los hombres entre sí (de judíos y paganos) y de la humanidad entera con Dios. Dice así: “Ahora, en cambio, gracias al Mesías Jesús, vosotros los que antes estabais lejos (=los paganos) estáis cerca, por la sangre del Mesías, porque él es nuestra paz: él, que de los dos pueblos hizo uno y derribó la barrera divisoria, la hostilidad, aboliendo en su vida mortal la Ley de los minuciosos preceptos; así, con los dos, creó en sí mismo una humanidad nueva, estableciendo la paz, y a ambos, hechos un solo cuerpo, los reconcilió con Dios por medio de la cruz, matando en sí mismo la hostilidad”… Por eso su venida anunció la paz a los que estabais lejos =(los paganos) y la paz a los que estaban cerca (= los judíos), pues gracias a él unos y otros, por un mismo Espíritu tenemos acceso al Padre” (Ef 2, 13‑22).

Violencia económica, política y social

Leí hace tiempo un texto de Carlos Alonso Zaldivar que decía así: “La paz, en mi opinión, no es sólo la ausencia de guerra, es decir, de violencia física en gran escala. Vivimos en un mundo en el que existen, al menos, otras dos formas de violencia que considero difícilmente compatibles con la paz. Se trata de la violencia económica, asociada con el subdesarrollo y la dependencia que comportan pobreza, hambre, enfermedades y, a la postre, millones de muertos; y de la violencia política o social, que se manifiesta en la vulneración de los derechos de los pueblos y de los derechos humanos. Sin erradicar estas dos formas de violencia, la paz es, cuando menos, precaria y la guerra, latente”.

Hacen falta “pacificadores”

Hoy, tal vez más que nunca, es necesario convocar a todos los que hacen la paz, a los que construyen la paz, a los que trabajan por la paz, a los “pacificadores” para sumarse a ellos, acabando con todas las clases de violencia – económica, política o social- que impide la realización plena del ser humano.

Y, por supuesto, cómo no, para levantarse contra quienes provocan, mantienen y alimentan la guerra, que no solo no fomenta el desarrollo humano, sino que acaba directamente con la vida de tantos seres, dejando las ciudades convertidas en un desierto de escombros. Según leo en BBC News se estima en más de 200.000 el número de víctimas mortales de la guerra de Ucrania, repartidas a partes más o menos iguales entre los dos bandos, más unos 40.000 civiles heridos. No sé, en realidad, si las cifras son exactas, pero, en todo caso, urge que surjan entre las partes implicadas (Rusia, Ucrania, Estados Unidos y Europa, al menos) “pacificadores” que se sienten a negociar cuanto antes una paz justa y duradera. Y dichosos esos que trabajen por la paz, acabando con una guerra que está poniendo en jaque a toda la humanidad por las consecuencias terribles que conlleva.

Poner en práctica la séptima de las bienaventuranzas es hoy más urgente que nunca: “Dichosos los que trabajan por la paz”…, entendida en el sentido arriba definido, y no sólo para Ucrania, sino también para todos los países actualmente envueltos en conflictos militares y guerras. Y también para todos aquellos países en los que los ciudadanos no pueden gozar de paz por causa de las enfermedades, la injusticia, la pobreza, el hambre, la miseria, la intolerancia o el odio.

“Dichosos los que trabajan por la paz”, “los pacificadores” haciendo posible una vida sana y armónica y contribuyendo al pleno desarrollo humano, porque “a esos los va a llamar Dios hijos suyos”, esto es, los va a hacer de su misma naturaleza. La paz, así entendida, se convierte en el desideratum supremo de la vida humana por el que hay que luchar sin tregua.

***

Para un comentario más amplio de esta primera bienaventuranza, puede verse el comentario del 13 de Febrero de 2022, titulado ¿Los pobres son dichosos? en www.ibicla.org/post/dichosos-los-pobres

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