Navidad.
Eucaristía de medianoche
Primera lectura: Isaías 9,1-6.
Salmo 95.
Segunda lectura: Carta a Tito 2,11-14
EVANGELIO
Lucas 2,1-14
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
Del agrado de Dios
24 de diciembre de 2022

Capilla. Campo de los pastores.
Por aquel entonces salió un decreto de Cesar Augusto mandando hacer un censo del mundo entero. Este censo fue el primero que se hizo siendo Quirino gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, por ser de la estirpe y familia de David, subió desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse en el censo con María, la desposada con él, que estaba encinta.
Mientras estaban ellos allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
En aquella misma comarca había unos pastores que pasaban la noche al raso velando el rebaño por turno. Se les presentó el ángel del Señor, la gloria del Señor los envolvió de claridad y se asustaron mucho. El ángel les dijo: -No temáis, mirad que os traigo una buena noticia, una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, que es el Mesías Señor. Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De pronto se sumó al ángel una muchedumbre del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: -¡Gloria a Dios en lo alto, y paz en la tierra a los hombres de su agrado!
Jesús, personaje histórico.
Jesús es un personaje histórico. No hay la menor duda. Se cuentan con los dedos de la mano los autores que todavía ponen en duda este hecho históricamente contrastado. Otra cosa es llegar a saber exactamente lo que aquel maestro itinerante dijo e hizo desde el punto de vista histórico según los evangelios, que son documentos que no tienen por objetivo principal mostrarnos lo que dijo o hizo Jesús, sino decirnos quién era ese Jesús para las primeras comunidades cristianas primitivas a las que se dirigen los respectivos evangelistas.
Un Jesús “adaptado”
Un Jesús que podríamos decir “adaptado” a la vida y creencias de aquellos primeros cristianos y configurado a partir de los libros del Antiguo Testamento o Sagradas Escrituras. Lo que los evangelios nos transmiten, por lo común, no es, por tanto, la imagen histórica de aquel personaje, cuanto el significado que tuvo para ellos a la luz de las escrituras judías y del contexto en el que les tocó vivir a aquellas primeras generaciones de cristianos. De ahí que tengamos cuatro imágenes de Jesús, al menos, en el Nuevo Testamento, reflejadas en los cuatro evangelios, y otra, la más antigua, la que diseña Pablo de Tarso, que apenas se interesó por la vida terrena de Jesús, pues lo que interesaba a este apóstol era anunciarlo como “al Mesías Jesús, el que murió, o, mejor dicho, resucitó, el mismo que está a la derecha de Dios, el mismo que intercede en favor nuestro”, como afirma en la Carta a los Romanos(8,4).
El Jesús de Pablo
A este respecto llama la atención que las cartas de Pablo no ofrezcan apenas referencias a la vida de Jesús, solo algunos detalles. Pablo conoce la ascendencia davídica de Jesús (Rom 1,3), la existencia de sus “hermanos” o parientes (1Co 9,5; Gál 1,19), el relato de la Última Cena (1Cor 11,23-29) en el que coincide con los evangelios sinópticos, las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio (1 Cor 7,10; cf. Mc 10,11-12), la necesidad de que quien anuncia el Evangelio sea mantenido por la comunidad, pues el obrero merece su salario (1Cor 9,14; cf. Lc 10,7) y su muerte y resurrección. Suponemos que conocía por los demás apóstoles mucho más de la vida de Jesús, pero no sabemos por qué no se interesó por esta, pues en sus cartas nada hay del sermón de la montaña, ni del bautismo en el Jordán, ni de la oración del Padre nuestro, ni de la enseñanza en parábolas, ni de los consejos de Jesús en sus últimos días a los discípulos.
Jesús, insertado en la historia universal
El evangelista Lucas, sin embargo, se preocupa desde el principio de su evangelio por situar a Jesús no en el marco de la historia local, como lo hace con Zacarías (en tiempos del Rey Herodes), sino en el de la universal: el reinado de César Augusto con ocasión del decreto imperial del censo o empadronamiento que se llevó a cabo en tiempos de Quirino, gobernador de Siria, y que sirve de motivo para que José, por ser de la estirpe y familia de David, se desplace hasta Belén, la ciudad de David, para inscribirse en el censo con María, que estaba encinta (Lc 2,4-5). Aunque, a decir verdad, resulta difícil conciliar la fecha del nacimiento de Jesús en tiempos de Herodes el Grande (que murió hacia el 4 a.C.) con la etapa a partir de la que Quirino fue gobernador de Siria, como legado de Augusto (entre los años 6-9 d.C.), como refiere el historiador Flavio Josefo. Los estudiosos de los evangelios han intentado -por motivos que no vienen ahora al caso- conciliar estos dos datos de los evangelios.
Un nacimiento de lo más normal.
Pero volvamos al relato de Lucas que, tras situar a Jesús en el marco de la historia universal, refiere en dos versículos con toda sobriedad el nacimiento de Jesús, como un nacimiento totalmente normal: “Mientras estaban ellos allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada”.
Jesús nace como un excluido de la ciudad, en el anonimato más absoluto, en un pesebre de animales, sin que nadie les haya ofrecido posada, y nace de María, una mujer desconocida en el pueblo, que da a luz a un niño que habría de cambiar el rumbo de la historia de la humanidad.
Al lugar del nacimiento acuden tanto en el evangelio de Lucas como en el de Mateo, los excluidos de la tierra. Veámoslo.
Los no tan idílicos pastores
En primer lugar, en el evangelio de Lucas son los pastores los primeros que acuden al portal.
El oficio de pastor estaba considerado en el Midrás como algo propio de ladrones y, con frecuencia, lo era de hecho. La falta de todo tipo de control durante muchos meses hacía que los pastores pudieran llevar fácilmente los rebaños a propiedades ajenas y sustraer parte del producto de los animales. Eran considerados ladrones, pues se veían obligados a resarcir a sus respectivos amos por las ovejas perdidas, cosa que se suponía hacían robando las ovejas de otros, evitando de este modo el castigos de sus amos. Con los pastores estaba prohibido tener cualquier tipo de relación: comprarles lana, leche o carne, ya que existía la sospecha de que pudiera tratarse de productos robados. Algún rabino, en su intransigencia, llega a enseñar que “si un pastor cae en un hoyo no hay que sacarlo”. Había un desprecio tan grande hacia estos que distaban mucho de la imagen idílica de inocencia y sencillez que se hace patente en nuestros belenes actuales. En el marco cultural del Nuevo Testamento, los pastores no inspiraban ningún género de poesía bucólica; eran más bien el modelo de hombre embrutecido por el contacto constante con animales, menospreciado y marginado, teniendo que vivir al raso, sin ningún tipo de derechos civiles.
“No temáis… os ha nacido un salvador”
Pero llama la atención que son estos los primeros destinatarios del mensaje angélico, ante el que reaccionan con miedo: “Se asustaron mucho”. ¿Cómo no? Difícil de imaginar para ellos que el mensaje divino se dirija a unos viles pastores, aunque este se hace extensivo para todo el pueblo de Israel, oprimido por los romanos y sometido al arbitrio de los dirigentes judíos. El hecho de que el anuncio tenga lugar por la noche, sin embargo, nos lleva a pensar a nivel simbólico en el ángel liberador del Éxodo y en la noche de la pascua o paso de los israelitas de Egipto a la tierra prometida, la noche de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto: “-No temáis, mirad que os traigo una buena noticia, una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, que es el Mesías Señor”.
Las circunstancias en que nace el Salvador, el Mesías, son cuando menos extrañas, pues el que, por medio del ángel Gabriel, anunció a María que iba a destronar a los poderosos (Lc 1,52), no se presenta como un poderoso, sino como un pobre, y es visitado, en primer lugar, por quienes son marginados dentro del pueblo de Israel. Ese Mesías no tiene que ver nada con lo que se esperaba de él. No es un juez que dicta sentencia, sino un niño, nacido en la pobreza.
Magos…
En el evangelio de Mateo los primeros que visitan al niño son los magos, personas con las que, según el Talmud, estaba totalmente prohibido hablar bajo pena de muerte: “El que aprende algo de un mago merece la muerte”. El nombre de “mago” se daba a los astrólogos, adivinos, hechiceros y encantadores, profesiones prohibidas por la Biblia. Los astrólogos orientales mezclaban su conocimiento astronómico con la predicción del destino, anunciado, según ellos, en los astros. La Didajé (cap. 2) (obra escrita en la segunda mitad del siglo I) coloca la prohibición de practicar la magia entre la de robar y abortar. Más aún, según Orígenes, los magos son personas que tienen relaciones con los demonios y los invocan para conseguir todo lo que saben y desean.
…y paganos
Y por si fuera poco, además de magos, son paganos, que provienen de Oriente, y no pertenecen al pueblo elegido, sino que vienen de fuera, de lejos. (La frase “los que vienen de lejos” designa en la Biblia a los paganos). Según el Talmud, un pagano que se dedica a estudiar la Torá o palabra de Dios merece la muerte, pues está escrito: “Moisés dio la Torá o Ley como herencia a la asamblea de Israel (Deut 33,4), pero no a los paganos, aunque fuesen prosélitos o simpatizantes de los judíos, pues, según otro documento del Talmud, “estos son peores que la sarna”. Simón Ben Jojai (rabino que vivió en Galilea entre finales del s. I y principios del II)- añade, comparando paganos con serpientes: “Mata al mejor de los paganos, aplasta la cabeza de la mejor de la serpientes…”. Otro texto del Talmud afirma que “el mejor pagano merece la muerte”, y tanto él como su casa, se consideran inmundos, como los cadáveres.
Pastores y magos: marginados o excluidos
Pastores –marginados dentro del pueblo judío-, y magos –excluidos del pueblo de Dios, por ser paganos, son los primeros que acuden al niño. Ni los sacerdotes, ni los doctores de la Ley o fariseos letrados, ni los políticos o gobernantes de la época, ni nadie de la ciudad Santa de Jerusalén se llega a rendirle homenaje; más bien, al contrario, pues dice Mateo que “al enterarse el rey Herodes por los magos del nacimiento del niño, se sobresaltó y con él la ciudad entera”. Pues bien, mientras que los judíos no se han percatado del nacimiento del nuevo rey Jesús, son los magos, precisamente, unos paganos, los que se acercan a la casa de Jesús para rendirle homenaje (Mt 2,1-12).
Gloria y paz
Finalmente, en el evangelio de Lucas, al anuncio del ángel a los pastores, se une “una muchedumbre del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: -¡Gloria a Dios en lo alto, y paz en la tierra a los hombres de su agrado!”.
Este versículo, sin embargo, influenciado por la traducción latina de la Vulgata, se ha traducido con frecuencia de otro modo: “Gloria a Dios en lo alto, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!”. Así traducido, la paz de Dios va dirigida a los hombres que tienen buena voluntad (la palabra griega es eudokía), podríamos decir a los hombres buenos, como si la paz fuese destinada especialmente a la buena gente. Pero no. Aquí no se trata de la actitud de buena voluntad de los hombres para con Dios, sino de la de Dios hacia los hombres, a los que muestra su agrado y complacencia, -“su buena voluntad”, podríamos decir”, esto es, a los que Dios ama. De ahí que otras traducciones dicen: “Paz a los hombres que ama el Señor” y que nosotros hemos traducido “a los hombres de su agrado”.
Del agrado de Dios.
Y ¿cuáles son estos seres humanos –estos hombres o mujeres- del agrado de Dios? La respuesta queda clara: en principio, son los pastores, seres despreciables en aquella cultura, a los que se dirige este mensaje angelical, los primeros que llegaron al portal para ver al niño; pero también las personas que no tienen especial relieve como Zacarías, un sacerdote en modo alguno destacado y sin descendencia, o su esposa Isabel, una mujer anciana y estéril, sin futuro; o María, una muchacha en edad casadera, que no convivía todavía con José, descendiente venido a menos de la casa de David. Y dice el evangelista que, -cuando fueron los pastores a Belén y la encontraron con José y el niño, recostado en el pesebre, comunicándole las palabras que les habían dicho acerca de aquel niño-, “María conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior”, como si no vislumbrase el alcance de lo que estaban diciendo del niño.
En el evangelio de Mateo es digno de anotarse que los primeros –y los únicos- que llegan a la casa donde estaba el niño no fueron Herodes, celoso del que consideraban que sería rey de Israel, ni los sumos sacerdotes y letrados que conocían las escrituras y sabían por ellas que nacería en Belén, sino unos magos venidos de Oriente, de profesión rechazada en Israel y para más inri, de Oriente, esto es, del mundo pagano.
Del agrado de Jesús
De mayor, Jesús, al igual que Dios, mostraría su agrado especialmente hacia aquella gente que no agrada a nadie como los pastores. Durante su vida pública quedaría patente su agrado, su compasión, su benevolencia, especialmente hacia todos aquellos que no reciben el agrado o la benevolencia de nadie.
Por eso se rodeó de enfermos de toda clase: cojos, ciegos, paralíticos, pacientes mentales o endemoniados, muertos a los que devolvía la vida (Is 26,29) y pobres a los que anunciaba la buena noticia de su liberación, y no dudó en reunirse y comer con recaudadores de impuestos, colaboracionistas con la potencia romana ocupante, de los que decía que, al igual que las prostitutas, adelantarían a los israelitas en el reino de Dios (Mt 21,31). Un Jesús que eligió a doce discípulos sin especial relieve social, pues en su grupo no había ni un solo fariseo, pero sí un impuro, Leví o Mateo, recaudador de impuestos; había otro llamado Simón “el fanático”, y otro también del mismo nombre a quien Jesús le puso el apodo de Pedro (=cabeza dura) por no aceptar que Jesús hubiese decidido dar la vida para dar vida; y otros dos hermanos, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, a los que el maestro nazareno dio el nombre de “los rayos” o “hijos del trueno” por pedirle que redujese a cenizas a quienes se habían negado a recibirlo en una aldea de Samaría: -“Señor, si quieres, decimos que caiga un rayo y los aniquile” (2 Re 1,10-12). Para colmo, Jesús se vio acompañado de “ciertas mujeres” que le ayudaban con sus bienes, cuando, por entonces, ni siquiera los rabinos aparecían en público con sus mujeres, ni siquiera con sus propias esposas. Y entre estas mujeres había una, María de Magdala, de la que Jesús había echado siete demonios (Mc 16,9) -siete es la serie completa, lo más que se puede tener-, o Juana la de Cusa, que, para seguir a Jesús, había dejado a su marido, el poderoso factotum de Herodes Antipas, o María Magdalena la que ungió a Jesús con perfume y le secó los pies con el pelo (Jn 11,2; 12,3), no sin el escándalo de los presentes o aquella otra llamada “hemorroisa” –que sufría desarreglo menstrual y, por tanto, impura- que arrebató a Jesús su curación tocando a hurtadillas su manto.
Estas eran las personas del agrado de Dios y de Jesús, aquellas que no agradan a nadie y con las que ninguno quiere contacto. Con ellas se encuentra Jesús para integrarlas en el pueblo y romper su aislamiento, de modo que puedan llevar una vida digna y alcancen el pleno desarrollo humano.
La paz que hace posible el pleno desarrollo humano
Por eso, los ángeles desean a los pastores la paz, que, para un hebreo, indica no solo la ausencia de guerra, sino esa dimensión elemental de la vida humana, sin la cual esta pierde gran parte, si no todo, su sentido, y que se puede traducir con la expresión “tener suficiente” o con los términos “fortuna, prosperidad, bienestar, totalidad, plenitud”. La paz que anuncian los ángeles a los pastores es como la condición sine qua non de una vida digna, donde el desarrollo humano se hace posible; designa todo aquello que forma parte de un modo de vida sano y armónico. Una paz que aparece en la Biblia como promesa y don de Dios, el Dios de la paz, como se atreve a decir el apóstol Pablo (Rom 15,33).
Tal vez entendamos ahora cómo la paz es el anuncio divino por excelencia a los pastores, que solo será posible cuando no haya “excluidos del pueblo” –como los pastores y todas aquellas personas a las que Jesús se acercaba para romper su incomunicación e integrarlas en la sociedad- o “pueblos excluidos” –como los pueblos paganos de donde procedían los magos. Y ese anuncio de paz –o lo que es igual, de progreso, desarrollo, justicia, dignidad y plenitud humana- lo hacen los ángeles precisamente a quienes carecen de ella, como es la larga lista de personas del agrado de Dios o de Jesús que hemos enumerado.
Los excluidos del mundo actual
Esta lista de personas a las que nos toca a nosotros ahora -y no a los ángeles- anunciarles la paz, o lo que es igual, la posibilidad de un desarrollo plenamente humano, se encarna en los excluidos del mundo actual, que no son ni pastores ni magos, sino 1) quienes padecen hambre endémica en el mundo, 2) quienes son víctimas de la desigualdad económica y de género, 3) quienes padecen los efectos de la contaminación que produce el calentamiento global, 4) quienes carecen de agua potable o la tienen contaminada y 5) quienes son víctimas de los conflictos y guerras que producen miles de muertos y desplazamientos forzosos, tanto fuera, como dentro del país, como está siendo el terrible caso de Ucrania. Como decíamos el domingo pasado, en la tierra hay ya sobrados recursos para que todos sus habitantes puedan llevar una vida en paz alcanzando el pleno desarrollo humano.
· Un informe más detallado sobre estos problemas puede leerse en este enlace: Los cinco principales problemas del mundo actual
· Algunas citas del Talmud y del Midrás de este comentario las he tomado del libro de Alberto Maggi, Nuestra Señora de los Herejes. María y Nazaret, editado por Ediciones El Almendro, recientemente reimpreso por la editorial Herder (Barcelona 2022, Colección El Almendro-Herder).
· Sobre el concepto de Paz en el Antiguo Testamento pronto podrá leerse mi artículo titulado “…Y paz en la Tierra”, en el volumen de homenaje al Prof. Juan José Tamayo, aún no publicado.
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