Lastre de siglos

XIV Domingo del Tiempo Ordinario

Primera lectura: Isaías 66,10-14c.

Salmo 65.

Gálatas 6,14-18.

EVANGELIO
Lucas 10,1-12.17-20

Lastre de siglos

03 de julio de 2022

Pasillo exterior. Santuario de las Bienaventuranzas.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

Después de esto el Señor designó a otros setenta y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él, y les dijo: -La mies es abundante y los braceros pocos; por eso, rogad al Señor de la mies que mande braceros a su mies. ¡En marcha! Mirad que os envío como corderos entre lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no os pa­réis a saludar por el camino. Cuando entréis en una casa, lo primero saludad: “Paz a esta casa”; si hay allí gente de paz, la paz que les deseáis se posará sobre ellos; si no, vol­verá a vosotros. Quedaos en esa casa, comed y bebed de lo que tengan, que el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa.

Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed de lo que os pongan, curad a los enfermos que haya y decidles: “Está cerca de vosotros el reinado de Dios”. Cuando en­tréis en un pueblo y no os reciban, salid a las calles y de­cidles: “Hasta el polvo de este pueblo que se nos ha pegado a los pies nos lo limpiamos, ¡para vosotros! De todos modos, sabed que está cerca el reinado de Dios”. Os digo que el día aquel le será más llevadero a Sodoma que a ese pueblo.

Los setenta regresaron muy contentos y le dijeron: -Señor, hasta los demonios se nos someten por tu nombre. Él les contestó: -¡Ya veía yo que Satanás caería del cielo como un rayo! Yo os he dado la potestad de pisar serpientes y es­corpiones y todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá haceros daño. Sin embargo, no sea vuestra alegría que se os someten los espíritus; sea vuestra alegría que vuestros nombres están escritos en el cielo.

Presupuesto de gastos de la Iglesia Española

La Conferencia Episcopal cifra en 5.151.232,00 € el presupuesto de gastos de la Iglesia Española para este año 2022. Los distintos apartados pueden verse en el croquis que sigue en el que aparecen, entre otros, las cantidades correspondientes a cuatro capítulos, a saber: 1) acciones pastorales y asistenciales, 2) retribución del clero (obispos y sacerdotes), 3) retribución del personal seglar y 4) conservación de edificios y gastos de funcionamiento.

No se contabilizan aquí los presupuestos de los numerosos Institutos Religiosos en España (–en torno a unos 300-), cada uno de ellos con organización económica independiente, ni tampoco los de los innumerables colegios concertados de la Iglesia.

Información más completa puede verse en esta web: //www.cope.es/religion/hoy-en-dia/iglesia-espanola/noticias/presupuestos-conferencia-episcopal-espanola-para-2022-20211119_1628988 o en la web de la Conferencia Episcopal Española.

Pido disculpas por esta incursión en el mundo de la economía, por donde uno se mueve como gallina en corral ajeno. Pero se me ha ocurrido traer a colación este presupuesto de gastos de la iglesia al hilo del evangelio que se lee hoy en la liturgia.

Los doce y los setenta discípulos

En el evangelio de Lucas, Jesús envía discípulos en dos tandas: primero envía a doce en el capítulo 9,1 (“dándole fuerza y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades”) y, en segundo lugar, a setenta en el capítulo 10.

Los doce representan al nuevo Israel (las doce tribus), son los discípulos procedentes del judaísmo, que, en el evangelio, aparecen imbuidos de una ideología nacionalista y fanática que les impide aceptar a un Jesús que va a Jerusalén para dar la vida. Dice el evangelista que Jesús les dio fuerza y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades (Lc 9,1) y que “se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la buena noticia y curando en todas partes (Lc 9,6). Curaban, pero no usaron la fuerza de Jesús contra los demonios, o lo que es igual, no fueron capaces de liberar a los poseídos por el diablo, a los endemoniados, o lo que es igual, de liberar a los que, como ellos, estaban imbuidos del fanatismo de las ideologías destructoras y exclusivistas. Esto queda claro en la escena de la curación del endemoniado epiléptico al que no pudieron curar (Lc 9,40), como dijo su padre a Jesús: He rogado a tus discípulos que lo echen, pero no han sido capaces (Lc 9,40). Su misión quedó, por tanto, incompleta y podemos decir que fue un fracaso.

Tras el fracaso de los doce, Jesús envía a otros setenta. El número siete y sus múltiplos indican la serie completa, la totalidad. Setenta era el número de las naciones paganas y, con este número, se alude a los seguidores de Jesús de origen no judío, que representan a la humanidad en su totalidad. A estos les da Jesús instrucciones similares a las que dio a los doce, pero el resultado de la misión fue totalmente opuesto, pues al volver dicen a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.

Si los primeros le pidieron a Jesús que cayese un rayo del cielo y aniquilase a los samaritanos que no habían querido recibir a Jesús en su aldea, ahora es Jesús quien constata que es el mismo Satanás, personificación del poder que somete al hombre, quien cae del cielo, cesando su dominio, pues dice: “-¡Ya veía yo que Satanás caería del cielo como un rayo!”.

Como corderos entre lobos

Ni para unos ni para otros anunciar la buena noticia sería fácil, pues estarían en el mundo como corderos entre lobos, inermes en una sociedad hostil al evangelio. Ayer y también hoy, podemos decir.

“Ni bastón, ni bolsa, ni alforja, ni sandalias”

Y ante la previsible animadversión de la sociedad hacia el evangelio que Jesús anuncia, sorprende que los discípulos, en la misión, no deberán llevar bastón (arma defensiva, impropia de un discípulo que siguiendo el consejo de Jesús “al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra” (Lc 6,29) no debe responder con violencia a la violencia); ni alforja (esto es, no deberán poner su corazón en el sustento y el dinero), ni dos túnicas, indumentaria propia de gente acomodada (6,20), ni siquiera sandalias (pues deben andar por el mundo como si de un templo se tratase).

Jesús quería a los suyos sin seguridades de ningún tipo: “ni bastón, ni bolsa, ni alforja, ni sandalias”, pobres de verdad. Deberían andar por el mundo, como por un templo a cuya entrada era costumbre dejarlo todo. Su única seguridad debería ser Dios y no los bienes de la tierra. Y en todo momento, allí donde fuesen acogidos deberían ser portadores de paz, palabra que, para un semita, no se limita a la ausencia de guerra o conflicto, sino que es sinónimo de bienestar, prosperidad y desarrollo humano que lleva a la plenitud de vida.

La iglesia hoy

Tal vez pueda decir alguno que eran otros tiempos. Que todo se ha vuelto más complejo. Leyendo el evangelio de hoy, algo, no obstante, me parece claro: con la organización y el montaje eclesiástico actual difícilmente podrá la Iglesia evangelizar de acuerdo con las radicales recomendaciones del Maestro nazareno: “Ni bastón, ni bolsa, ni alforja, ni sandalias”. La iglesia, pienso yo, o cambia de sistema o no puede ser fiel al mensaje de Jesús. Para mantener tanto tinglado, tan inmensa plantilla, tantas obras de asistencia, tanto colegio y tanto templo hace falta mucho dinero. Y para conseguirlo hay que entrar necesariamente en el juego de la economía capitalista, de la política y del poder. Es el precio de la supervivencia de la estructura eclesiástica actual, no necesariamente eterna, y a todas luces poco evangélica.

Volverse de nuevo al Evangelio

Tal vez hoy más que nunca, en un mundo que se seculariza a marchas forzadas, la iglesia tendría que hacer un acto de conversión y volverse de nuevo al evangelio para anunciar la buena noticia que consiste en curar las enfermedades del mundo y liberar a quienes están poseídos del diablo, como hicieron los setenta.

Difícil tarea, si quiere sobrevivir en un mundo cada vez más alejado de los valores del evangelio. La iglesia lo intentó con el Concilio Vaticano II, pero aquella semilla fue poco a poco ahogada. Tal vez tenga que intentarlo de nuevo en el siglo XXI, haciendo el milagro de desprenderse de tanto lastre de siglos.


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