Tercer domingo de Pascua
Primera lectura: Hechos 5,27b-32. 40b-41
Salmo responsorial: Salmo 29
Segunda lectura: Apocalipsis 5,11-14
EVANGELIO
Juan 21,1-19
A la derecha de la barca
01 de mayo de 2022
El lago de Tiberíades.
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
Algún tiempo después se manifestó de nuevo Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (es decir, Mellizo), Natanael el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: -Voy a pescar. Le contestaron: -Vamos también nosotros contigo. Salieron y se montaron en la barca, pero aquella noche no cogieron nada.
A llegar ya la mañana, se hizo presente Jesús en la playa, aunque los discípulos no sabían que era Jesús. Les preguntó Jesús: -Muchachos, ¿tenéis algo para acompañar el pan? Le contestaron: -No. Él les dijo: -Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron y no tenían en absoluto fuerzas para tirar de ella por la muchedumbre de los peces. El discípulo aquel, el predilecto de Jesús, dijo entonces a Pedro: -Es el Señor. Simón Pedro entonces, al oír que era el Señor, se ató la prenda de encima a la cintura, pues estaba desnudo, y se tiró al mar. Los otros discípulos fueron en la barca (no estaban lejos de tierra, sino a unos cien metros) arrastrando la red con los peces.
Al saltar a tierra vieron puestas unas brasas, un pescado encima y pan. Les dijo Jesús: -Traed pescado del que habéis cogido ahora. Subió entonces Simón Pedro y tiró hasta tierra de la red repleta de peces grandes, ciento cincuenta y tres; a pesar de ser tantos, no se rompió la red. Les dijo Jesús: -Venid, almorzad. A ningún discípulo se le ocurría cerciorarse preguntándole: “¿Quién eres tú?”, conscientes de que era el Señor. Llegó Jesús, cogió el pan y se lo fue dando, y lo mismo el pescado. Así ya por tercera vez se manifestó Jesús a los discípulos después de levantarse de la muerte.
El evangelio de hoy consta de tres escenas.
1) De noche y sin Jesús
En la primera, los discípulos, –de noche y sin Jesús-, se van con Simón Pedro a pescar, pero no cogieron nada. Una noche de pesca, aunque frustrada, bajo el liderazgo de Simón Pedro. Al decir “aquella noche”, el evangelista no da un detalle cronológico, sino simbólico. La noche significa la ausencia de Jesus. En la actividad pesquera de los discípulos, de noche, falta su presencia y su acción. El evangelista Juan pone en boca de Jesús estas palabras antes de curar al ciego de nacimiento: Mientras es de día, nosotros tenemos que trabajar realizando las obras del que me mandó. Se acerca la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, soy luz del mundo (9,4-5). En la noche, los discípulos no pueden realizar las obras del Padre, es decir, no pueden abrir los ojos de los ciegos, o lo que es igual, mostrar a los hombres el proyecto de Dios sobre ellos, que se realiza en Jesús y que Jesús realiza (9,6). La infecundidad de la pesca se debe a no haber contado con Jesús, echando las redes por la noche.
2) De mañana y con Jesús
La segunda escena, por el contrario, tiene lugar de mañana cuando se hace presente Jesús y los discípulos reciben la orden de echar la red a la derecha de la barca, obteniendo una pesca sobreabundante, no necesariamente milagrosa. Dice el evangelista que echaron la red y no tenían en absoluto fuerzas para tirar de ella por la muchedumbre de los peces. En el evangelio de Lucas (5,1-10), hay una escena similar en la que, tras no pescar nada los discípulos, Jesús les da la orden de echar las redes y consiguen una pesca también sobreabundante. En este caso la escena termina con las palabras de Jesús a Simón: No temas; desde ahora pescarás hombres vivos. Dice el evangelista que ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron (Lc 5,1-11). La pesca de peces va a ser sustituida por la pesca de hombres vivos para atraerlos a la buena nueva de Jesús. En esto consistirá la misión de los discípulos. A estos dos relatos se los ha titulado como “la pesca milagrosa” con ese afán de los intérpretes del Nuevo Testamento de ver milagros por todos sitios. En realidad no se trata de un milagro, sino de un anticipo a nivel simbólico de lo que será en el futuro la misión de los discípulos: una pesca de seres humanos para atraerlos a la comunidad de Jesús. Lucas y Juan juegan literariamente con la trasposición pescar-predicar / peces-seres humanos.
Echad la red a la derecha de la barca
Hay, sin embargo, un detalle en el evangelio de Juan que no aparece en el de Lucas. Mientras que en este, Jesús manda simplemente echar las redes para pescar, en el de Juan se indica el lado hacia el que tienen que dirigir la red en su pesca-misión en el mundo-mar: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
¿Por qué precisamente hacia la derecha de la barca? ¿Qué tiene este lado que no tenga el izquierdo?, podemos preguntarnos.
El lado derecho
En el mundo de la Biblia, el lado derecho se presenta como el más noble. Así en Lc 1,11, el ángel del Señor se apareció a Zacarías de pie a la derecha del altar del incienso. Cuando Jesús resucita, las mujeres entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, envuelto en una vestidura blanca, y se quedaron completamente desconcertadas (Mc 16,5). La mano derecha es la mano de la actividad: “Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha (Mt 6,3). Y si tu mano derecha te pone en peligro, córtatela y tírala; más te conviene perder un miembro que ir a parar entero al fuego (Mt 5,30). Si tu ojo derecho te pone en peligro, sácatelo y tíralo; y si tu mano derecha te pone en peligro, córtatela y tírala” (Mt 5,29); con estas frases invita el Maestro a privarse hasta de lo más apreciado y querido –la mano o el ojo- cuando esto impide al discípulo vivir según el evangelio. En el libro del Levítico se habla de la consagración de Aarón y de sus hijos como sacerdotes con estas palabras: Moisés hizo traer el segundo carnero, el de la consagración. Aarón y sus hijos pusieron sus manos sobre la cabeza de la víctima. Moisés los degolló y tomando sangre, untó con ella el lóbulo de la oreja derecha de Aarón y los pulgares de sus manos y pies derechos (Levítico 8,23-24); con un gesto profético, Simón Pedro hiere al siervo del Sumo Sacerdote en el lóbulo de la oreja derecha, lugar de la unción, descalificando al sumo sacerdocio judío (Jn 18,10). Finalmente, según numerosos textos del Nuevo Testamento, Jesús mismo, tras la resurrección, quedará sentado a la derecha de Dios (Mt 26,64; Mc 14,62; Mc 16,19; Hch 7,55; Rom 8,34;Ef 1,20; Col 3,1; Heb 1,3; 8, 1; 10,12; 12,1; 1Pe 3,22).
Pero ¿quién podrá sentarse a la derecha de Jesús cuando este se manifieste como rey? El evangelio de Mateo da la respuesta en el capítulo 25 (31-46): Cuando este hombre venga con su esplendor acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono real y reunirá ante él a todas las naciones. El separará unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras, y pondrá a las ovejas a su derecha y a las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: -‑Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjero y me recogisteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme” (Mt 25,31-36).
A la derecha de Jesús, cuando este se manifieste como rey, se situarán todos los que practicaron las llamadas “obras de misericordia” dando de comer al hambriento, de beber al sediento, acogiendo al extranjero o visitando al encarcelado. Se situarán todos los que se pusieron del lado de los marginados de la tierra, de esa inmensa lista de enfermos, toxicómanos, pobres, parados, personas de movilidad reducida, coletivos LGTBI, emigrantes, refugiados y otros colectivos, todos aquellos que en la vida fueron situados en el lugar siniestro de la sociedad. Se situarán a la derecha –en el lugar favorable- todos los que –sean cristianos o no- hayan practicado la compasión sin discriminación hacia el prójimo, que ya no es solo el que está cerca de mí, sino aquel a quien yo me acerco, aunque esté lejos, porque necesita de mi ayuda.
La compasión
La compasión, como escribe el teólogo Juan José Tamayo en su libro La compasión en un mundo injusto (Editorial Trotta 2021) no es una virtud en alza: “Suena a sentimentalismo alejado de la praxis, ajeno a la vida política; a comportamiento moralista que viene a encubrir las causas de la injusticia; a una vaga simpatía que se siente desde fuera o desde arriba con cierto complejo de superioridad. Sin embargo, el verdadero sentido de la compasión es ponerse en el lugar de los sufrientes en una relación de igualdad y empatía, asumir el dolor de las otras personas como propio, interiorizar a la otra persona dentro de nosotros y nosotras, sufrir no solo con los otros, sino en los otros hasta identificarse con quien sufre y con sus sufrimientos”.
La compasión, sin embargo, es la virtud por excelencia, proclamada en una bienaventuranza: Dichosos los misericordiosos, esto es, los que prestan ayuda a los otros en cualquier terreno, en primer lugar en lo corporal. Y esto es lo que hizo Jesús durante su vida, que se resume en el libro de los Hechos con estas palabras: el hecho de Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los sojuzgados por el diablo, porque Dios estaba con él. Un Jesús que proclamó a los cuatro vientos en línea con los profetas antiguos “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9,13; cf. Oseas 6,6). “La práctica de la compasión con las personas empobrecidas: publicanos, pecadores, mujeres obligadas a ejercer la prostitución por la marginación social de que eran objeto, gente que ejercía la mendicidad, personas enfermas y la denuncia de quieren generaban el empobrecimiento fueron la causa principal del destino final de Jesús de Nazaret: la condena a muerte y la ejecución de Jesús, esto fue en realidad lo que le llevó a la muerte. La compasión es, ciertamente, una virtud conflictiva, pero sumamente necesaria en el mundo que nos ha tocado vivir” (pp. 115). Compasión que se traduce en indignación contra la religión oficial y sus teólogos, con los poderes religiosos y en defensa de la justicia; con los poderes económicos y en defensa del pueblo oprimido; y con los poderes políticos y la sociedad patriarcales, incluso con la imagen (veterotestamentaria) de un Dios autoritario. La compasión constituye un desafío para los cristianos y cristianas de hoy y una llamada a incorporarse al movimiento de los Indignados, un desafío para todas las personas indignadas que luchan contra la tiranía del neoliberalismo y el sometimiento a la democracia a las leyes del mercado, sumando de este modo fuerzas y aportando nuevas razones a la lucha por “otro mundo es posible” (pp. 116-119).
Muchedumbre de peces – muchedumbre de enfermos
En esta misma línea va una expresión que puede pasar desapercibida para el lector no especializado. Dice el evangelista que echaron las redes y no tenían en absoluto fuerzas para tirar de ella por la muchedumbre de los peces. Esta expresión es similar a otra que aparece en el evangelio de Juan (5,5), que alude la muchedumbre que había en los pórticos junto a la piscina probática en la que Jesús curó al paralítico: en ellos yacía una muchedumbre de los enfermos: ciegos, tullidos, resecos. Muchedumbre de peces – muchedumbre de enfermos. Es posible que el paralelismo entre ambas expresiones sea pretendido por el evangelista. De ser así, Juan Mateos y Juan Barreto, en su comentario al Evangelio de Juan (Ediciones Cristiandad 1979) comentan lo siguiente: “Jesús les indica que, para obtener resultados, los discípulos durante su misión en el mundo han de dirigirse al pueblo oprimido y abandonado que ha perdido prácticamente la esperanza. Con ellos han de trabajar para hacer hombres libres, como hizo él con el paralítico de la piscina. En esa masa humana el fruto será abundante”.
3) A la mesa con Jesús
La tercera escena, finalmente, tiene lugar ya en tierra, en la que Jesús, -que ha preparado unas brasas, un pescado encima y pan-, les pide que traigan pescado del que han cogido los discípulos, poniendo en práctica la orden de Jesus de echar la red a la derecha. Simón Pedro, que antes se había echado al mar para alcanzar la orilla, tiró hasta tierra de la red repleta de peces grandes, ciento cincuenta y tres; a pesar de ser tantos, no se rompió la red.
Ciento cincuenta y tres peces grandes
Si la pesca-misión se dirige a esa muchedumbre de enfermos y marginados, el fruto será abundante: “Ciento cincuenta y tres (peces) grandes”. El número tres representa en la simbología bíblica a la divinidad, y aquí, en concreto, a Jesús a quien, en Jn 20,28, Tomás llama ¡Señor mío y Dios mío!, la única vez que aparece la palabra Dios, aplicada expresamente a Jesús en el Nuevo Testamento. No solo el momento de la pesca exitosa –la mañana- sino también el número de peces nos introduce en el campo de lo simbólico. Cincuenta y sus múltiplos es el número de las comunidades de profetas en el libro de los Reyes. Ciento cincuenta es el resultado de multiplicar cincuenta por tres. El número cincuenta se ponía en relación con el Espíritu de Dios. De Hecho en 1Re 18,4.13 y 2 Re 2,7, que remiten a los ciclos de Elías y Eliseo, los profetas aparecen en grupos de cincuenta siempre acompañados de la especificación de “hombres” (varones adultos). Este número de ciento cincuenta designa a la nueva comunidad de Jesús, llevada por el Espíritu de Dios (tres) al pleno desarrollo humano, una comunidad de hombres adultos–peces grandes.
Una comunidad que, como en la última cena, se reúne para celebrar la eucaristía, celebración que no tiene sentido alguno si no se ha echado antes la red a la derecha, a esa muchedumbre de peces-enfermos o marginados que está esperando de nosotros compasión y misericordia. El relato evangélico termina con estas palabras: Llegó Jesús, cogió el pan y se lo fue dando, y lo mismo el pescado. Como en el relato del reparto de panes y peces y en el de la última cena, Jesús se manifiesta cada vez que la comunidad reunida, tras practicar la compasión hacia el prójimo necesitado, celebra la muerte y resurrección de Jesús en la eucaristía. Esta es la verdadera aparición de Jesús. Por eso el relato evangélico termina con estas palabras: Así ya por tercera vez se manifestó Jesús a los discípulos después de levantarse de la muerte.
Nota aclaratoria sobre el alcance simbólico de los textos.
Dada la riqueza del texto del evangelio no me ha sido posible comentar todo su alcance simbólico, sino solo varios detalles. A nosotros, como occidentales, esta interpretación simbólica de los textos bíblicos nos puede parecer artificial y forzada. Sin embargo, para los orientales, el campo de lo simbólico se introduce en la vida real mucho más que para nosotros, los occidentales, que tenemos una mentalidad más especulativa y menos imaginativa.
El domingo pasado asistí a una conferencia en el Jardín Botánico de Córdoba titulada “Sansui: Simbología y paisaje en el Jardín japonés” y me quedé maravillado al constatar cómo los japoneses, todavía más orientales que los ciudadanos de Oriente Próximo, el País de Jesús, enriquecen la naturaleza en la construcción de sus Sansui o jardines, dando culto a una simbología casi barroca, tan desarrollada que cualquier elemento material y su colocación en las distintas partes del jardín –sean piedras, gravillas, plantas, flores, árboles o agua- adquieren un significado simbólico que se alimenta de leyendas, de cifras, plantas y animales auspiciosos, de la literatura clásica vernacular, de la estética de lo estacional o del sentimiento. Todo adquiere carácter simbólico en un jardín japonés, de modo que lo simbólico es la clave principal de su interpretación. Algo parecido sucede con los relatos evangélicos.
El comentario citado de Juan Mateos y Juan Barreto, El evangelio de Juan (Ediciones Cristiandad 1979) y el libro de Juan Mateos y Fernando Camacho, Evangelio figuras y símbolos (El Almendro-Herder 2017), ponen de relieve, a mi juicio, ese mundo simbólico al que apuntan los textos de este evangelio –y de los evangelios en general-, sin el que estos carecen de profundidad, quedando limitados a anécdotas, por lo demás, en muchos casos de historicidad improbable, como es el caso de los relatos de apariciones.
De un modo imaginativo, los evangelistas, como buenos orientales, recrearon literariamente escenas en las que quedaba patente su firme creencia y convicción en que “el que había muerto” se hacía presente entre ellos. Y es curioso: esta presencia de Jesús en los relatos de apariciones se hace cada vez más corporal, física y tangible, -y va in crescendo desde el evangelio más antiguo, el de Marcos, al más reciente, el de Juan, en el que el valor simbólico de sus textos alcanza su culmen-. En Marcos no hay relatos de apariciones; se dice solamente que “lo verán en Galilea” (Mc 15,7); en este último relato del evangelio de Juan que hemos comentado, la presencia física de Jesús es tan fuerte que invita a sus discípulos, primero a echar la red y, luego, a almorzar de lo que han pescado. Y es en esta mesa compartida con Jesús, que rememora su última cena, donde sus seguidores de todos los tiempos experimentarán su ausencia como el modo más intenso de presencia.
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