Aún hay esperanza

Vigilia Pascual

Lecturas

1.ª Gén 1, 1 — 2, 2 / – Sal 103 // 2.ª Gén 22, 1-18 / – Sal 15 // 3.ª Éx 14, 15 – 15, 1-18 // 4.ª Is 54, 5-14 / – Sal 29 // 5.ª Is 55, 1-11 / – Sal Is 12, 2-6 //

6.ª Bar 3, 9-15. 32 – 4, 4 / – Sal 18 // 7.ª Ez 36, 16-17a. 18-28 / -Sal 41. Sal 50 // Rom 6, 3-11 / – Sal 117.

EVANGELIO

Lc 23,55-24,1-12

Aún hay esperanza

17 de abril de 2022

Basílica del Santo Sepulcro y de la Anástasis o Resurrección.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

Las mujeres que habían llegado con Jesús desde Galilea habían acompañado a José para ver el sepulcro y cómo colocaba su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos. El día de precepto observaron el descanso, según el mandamiento, pero el primer día de la semana, de madrugada, fueron al sepulcro llevando los aromas que ha­bían preparado. Encontraron corrida la losa y entraron en él sepulcro, pero no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de aquello, cuando se les presentaron dos hombres con vestiduras refulgentes; despavoridas, agacharon la cabeza, pero ellos les dijeron:

-¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo cuando estaba todavía en Galilea: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres descreídos, ser crucifi­cado y al tercer día resucitar”.

Recordaron entonces sus palabras, volvieron del se­pulcro y anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena, Juana y María la de San­tiago; también las demás, junto con ellas, se lo decían a los apóstoles, pero ellos tomaron sus palabras por delirio y se negaban a creerlas. Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose, vio sólo las vendas y se volvió a su casa extrañado de lo ocurrido.

El anuncio de la Resurrección

Los periodistas de la época no difundieron la extraña y sensacional noticia en las rotativas del país, ni los historiadores dejaron constancia del hecho en sus crónicas, ni siquiera hubo asamblea internacional de magos o parasicólogos para dar una explicación de lo que un puñado de hombres y mujeres, antes acorralados por el miedo, habían comenzado a proclamar a los cuatro vientos: Nosotros somos testigos de todo lo que Jesús hizo, tanto en el país judío como en Jerusalén. Lo mataron, colgándolo de un madero. A éste, Dios lo resucitó al tercer día (Hch 10,39). “El tercer día” era para los judíos el espacio de tiempo que aseguraba de la muerte real de una persona.

Según el evangelista Mateo, las autoridades quisieron ocultar lo sucedido: con su sistema fomentaban la muerte y la opresión; no amaban la vida, a no ser la propia: Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad e informaron a los sumos sacerdotes de todo lo sucedido. Éstos se reunieron con los senadores, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una suma considerable, encargándoles: -Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo calmaremos y os sacaremos de apuros. Los soldados aceptaron el dinero y siguieron las instrucciones. Por eso corre esta versión entre los judíos hasta el día de hoy (Mt 28,11-15).

Las mujeres, testigos

Los testigos de esta escena eran las mujeres, miembros del pueblo judío, y pertenecían al viejo sistema religioso que, a base de leyes, hacía al ser humano prisionero de la muerte. El sábado es el símbolo de la institución judía, en cuyo seno se había perpetrado la tremenda injusticia de colgar de un madero al Nazareno. El anun­cio de la resurrección no podía tener lugar el día de sábado, el último día de la semana, sino al día siguiente, al clarear el primer día. Con la resurrección de Jesús comienza la creación del hombre nuevo en cuyo ser no estaba clavado el aguijón de la muerte; es el triunfo definitivo de aquél que se había definido como “la luz del mundo”. Con Jesús llega a su pleno cumplimiento la orden divina con la que se abre el libro del Génesis: “Hágase la luz, y la luz se hizo.” La luz es Jesús, muerto y resucitado para siempre.

El sepulcro vacío

Con la finalidad de completar el rito del enterramiento de Jesús, las mujeres compraron aromas para embalsamar su cuerpo. Esperaban con ello sellar definitivamente su vida, cumpliendo los ritos de un enterramiento digno. La sorpresa de las mujeres fue grande cuando vieron que el sepulcro estaba vacío. Hasta aquí todo podría haber sido historia. Lo que sigue es objeto de fe, con intervención de mensajeros divinos, que no pertenecen a la vida ordinaria. Al principio quien les habla es “un joven sentado a la derecha, envuelto en una vestidura blanca” (según Marcos), transformado en “ángel del Señor” (según Mateo) o en “dos hombres con vestidos refulgentes” (según Lucas); por su parte, María Magdalena, sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco sentados uno a la cabecera y otro a los pies, en el lugar donde había estado puesto el cuerpo de Jesús (Jn 20, 11-12). La vestidura blanca, los vestidos refulgentes, el ángel de Señor o los dos ángeles vestidos de blanco son claros indicios de la intervención divina. En el caso de la Magdalena, al no ver esta el cadáver de Jesús y pensar que se lo habían llevado del sepulcro, sin saber dónde lo había puesto, es Jesús mismo quien le habla, aunque ella, en primera instancia, lo confunde con el hortelano.

Las mujeres reaccionan

Ante circunstancias tan distintas, las mujeres reaccionan cada una a su manera. El evangelista Marcos dice que “salieron huyendo del sepulcro, del temblor y el espanto que les entró, y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían (Mc 16,8); en el de Mateo, sin embargo, estas comunican la noticia a los discípulos: Con miedo, pero con mucha alegría, se marcharon a toda prisa del sepulcro y corrieron a anunciárselo a los discípulos (Mt 28,8); el evangelista Lucas, a su vez, no alude a los sentimientos de las mujeres y dice que “que volvieron del se­pulcro y anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás” (Lc 24, 9); finalmente, en el Evangelio de Juan, es María Magdalena la que, al ver la losa del sepulcro quitada, va primero a decirlo a Simón Pedro y al otro discípulo predilecto de Jesús, quien entrando en el sepulcro vio y creyó. A lo que el evangelista Juan hace una aclaración: Es que aún no habían entendido aquel pasaje donde se dice que tenía que resucitar de la muerte (Jn 20,8-9). Este discípulo “vio” lo que cualquiera puede ver, una tumba vacía, “y creyó”. Tal vez esta sea la única actitud posible ante la resurrección de Jesús, que no es objeto de ciencia ni de comprobación histórica, sino de creencia.

A mí no me extraña que, ante el acontecimiento desconcertante de la tumba vacía, los distintos evangelistas no se pongan de acuerdo y cada uno lo cuente a su modo y manera. Con el correr del tiempo, al escribirse los evangelios, la reflexión de la comunidad sobre la muerte de Jesús fue madurando hasta llegar a comprender, a la luz de las Escrituras, que Jesús tenía que resucitar de la muerte, como afirma el evangelista Juan.

Anuncio subversivo

Decir que Jesús, el que había sido ajusticiado y enterrado, vivía era sumamente conflictivo, terriblemente subversivo, profundamente revolucionario. Equivalía a decir que Dios estaba de parte de aquel reo, injustamente ajusticiado. Era proclamar que el Maestro nazareno llevaba razón, que su causa era la justa, que se habían equivocado las autoridades que lo había condenado, que su muerte no había sido un accidente, ni un acto de justicia, sino una vil ejecución, una sentencia brutal. Era como dictar sentencia de muerte contra el poder establecido, que pisoteó en Jesús -como de costumbre- los derechos de los más débiles; era condenar a los que entienden la autoridad como fuerza y privilegio, sin hacer uso de la razón.

Para quienes creían en Jesús, ni el silencio y el miedo de las mujeres, ni el dinero de las autoridades, ni siquiera la desesperanza de los discípulos, que habían comenzado a dispersarse, podrían contener la divulgación de noticia tan subversiva.

Aunque nadie lo vio en el momento de resucitar, el grupo de sus seguidores aseguró que Jesús se les había dejado ver vivo en el transcurso de aquellos días, experiencia que, varias decenas de años después, cada evangelista expresó a su modo y manera al narrar las apariciones, afirmando, en todo caso, que aquel reo, ajusticiado en la cruz, no se había quedado atrapado por la muerte, sino que gozaba ya de una vida sin semilla de muerte.

Un grito contestatario

El anuncio de la Resurrección se convirtió muy pronto en grito contestatario, verdadera canción de resistencia: “No nos vencerán” los poderosos de este mundo, ni el sistema, ni siquiera la muerte. Sólo el amor que se entrega hasta el fin tiene fuerza para sobrevivir. A cambio de este anuncio, los seguidores del Resucitado recibirían palizas, azotes, prisión o amenazas de muerte por parte de los poderosos… Casi todos ellos correrían la misma suerte del Maestro. Al igual que sus seguidores hoy, si se empeñan en seguir su estilo de vida.

Pero la presencia real y misteriosa del Jesús viviente los animaba -y nos anima hoy en las circunstancias tan difíciles e imprevisibles que atravesamos- para luchar por un mundo distinto, donde la razón del amor acabe con la sinrazón de la fuerza, la violencia y la guerra.

Otro mundo es posible

Hoy –domingo de resurrección- es necesario gritar más que nunca que “otro mundo es posible”. Este mundo nuestro -que va como loco, de crisis en crisis, cada cual mayor-: de la crisis económica de 2012 y la posterior pandemia –todavía coleando-, a la que se sumó en España la erupción del volcán de la Palma, y ahora, para colmo de desgracias, la invasión de Ucrania – …este mundo, como decía, está obligado a experimentar un cambio radical y a caminar por los derroteros que abrió el maestro nazareno, aportando cada uno de nosotros remedio y consuelo, en la medida de lo posible, a tanto dolor, tanta tragedia familiar, tantos amigos perdidos, tantos enfermos hospitalizados, tanta UCI, tanto miedo y soledad, tanto paro, tantas colas del hambre, tantos que se han quedado sin nada, y tanta muerte tras la pandemia -hasta más de 100.000 en España, que se dice muy pronto-, a los que se suman los todavía innumerables muertos de la guerra de Ucrania… este mundo nuestro, como decía, tiene que abrirse a otro estilo de vida, basado en la austeridad solidaria (verdadera formulación de la primera bienaventuranza) y en la fraternidad universal, para que la vida se reparta por igual entre todos los que habitamos el planeta. No hay otra salida: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Este fue el encargo que dejó Jesús antes de morir en su cena de despedida. Esta fue la receta del Maestro nazareno, de quien, tras tanto padecer, sus discípulos anunciaron que pasó de la muerte a la vida. Tanto amor no podía quedarse encerrado en la muerte. Esta es la verdadera utopía cristiana, que anima a no desfallecer ante la tiniebla, la oscuridad y la muerte. Este es el único camino hacia la resurrección, ya desde ahora.

Es curioso que las primeras palabras del resucitado a los discípulos en el evangelio de Mateo sean estas: ¡Alegraos!…No tengáis miedo (Mt 28,9-10). Con la resurrección de Jesús, los cristianos le dan el adiós más absoluto a la tristeza, a la penitencia, al luto y al miedo a la muerte. La alegría es el cimiento de la vida cristiana, y la fraternidad, su más bella manifestación. Es curioso observar cómo, a partir de la resurrección, Jesús llama “hermanos” a quienes hasta entonces habían sido “discípulos”: Id a decirle a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.

Sin pruebas absolutas de la resurrección de Jesús, a la que nadie asistió, y viviendo la fraternidad, los cristianos tienen la experiencia de que la muerte no es ya un enemigo invencible, sino un paso más en nues­tra carrera hacia la conquista de una vida sin semilla de muerte, que en esto consiste la resurrección, en creer que “aún hay esperanza”.

***

Tres apuntes sobre la resurrección

1. Qué se entiende por “resurrección”

El diccionario de María Moliner, bajo la voz “resucitar”, dice lo siguiente:

– Devolver la vida a un muerto.

– Volver a vivir después de muerto.

– Reanimar a alguien decaído física o moralmente.

-Hacer existir de nuevo algo que había desaparecido, decaído o caído en desuso.

Ninguna de estas cuatro definiciones se puede aplicar a la resurrección de Jesús. La resurrección no es el hecho de “volver un muerto a la vida de antes”, sino “volver un muerto a una vida sin semilla de muerte”, o lo que es igual, volver a vivir para no morir nunca más. Algo que nuestra mente tal vez solamente pueda soñar o vislumbrar. Algo que no pertenece a la experiencia de ninguno de nosotros y que los historiadores no pueden comprobar, porque trasciende lo humano, nuestro mundo. Por eso cuando se leen textos del Nuevo Testamento como la resurrección de la hija de Jairo, de Lázaro o del hijo de la viuda de Naín no deberíamos hablar de “resurrección de muertos”, sino de “reanimación de cadáveres”. Lo que allí se cuenta –si sucedido o no – es que alguien que estaba muerto vuelve a la vida, con todas las limitaciones que esta vida tiene para todo mortal, esto es, volver a vivir para después volver a morir definitivamente.

2. ¿Cómo resucitaremos?

En el capítulo 15 de la carta a los Corintios, Pablo se pone en el lugar de sus oyentes y dice: Alguno preguntará: ¿Y cómo resucitan los muertos?, ¿qué clase de cuerpo traerán? Necio, lo que tú siembras no cobra vida si antes no muere. Y, además, ¿qué siembras? No siembras lo mismo que va a brotar después, siembras un simple grano, de trigo, por ejemplo, o de al­guna otra semilla. Es Dios quien le da la forma que a él le pareció, a cada semilla la suya propia (1Cor 15,35-38).

Poco podemos concluir sobre el cómo de la resurrección por este texto de San Pablo. Pero si leemos el texto completo del capítulo 15 de la Primera Carta a los Corintios se deduce lo siguiente: la vida del resucitado supone una transformación radical (35-38) que libera al ser humano de las limitaciones de la vida orgánica (39-44a). Hombre y mujer, frutos de la tierra, están destinados con Jesús a trascender este orden cósmico (44b-49), quedando libres de las fuerzas de decadencia y de muerte (50-57). Algo resulta evidente de esto: no sabemos ni el cómo ni en qué consiste la resurrección. Tal vez, de la resurrección solamente podamos hablar con metáforas.

3. La resurrección, fundamento de nuestra fe

En todo caso, para Pablo negar la resurrección de los muertos es negar la de Jesús, sin la que la fe resulta algo ilusorio: “Ahora, si de Cristo se proclama que resucitó de la muerte, ¿cómo decís algunos que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado, y si Cristo no ha resucitado, entonces nuestra predicación no tiene contenido ni vuestra fe tampoco. Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado al Mesías, cosa que no ha hecho si realmente los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco ha resucitado el Mesías, y si el Mesías no ha resucitado, vuestra fe es ilusoria Y seguís con vuestros pecados (1Cor 15, 12-17).

Lo triste de esto es que la resurrección de Jesús y la nuestra no es, por desgracia, el acontecimiento central de la fe de los cristianos, pues no está en el centro de su vida, por lo menos a primera vista. Si vemos, por ejemplo, las celebraciones de Semana Santa, en estas tienen un peso más fuerte las escenas de la pasión y muerte de Jesús que las del Cristo resucitado, en muchos casos, reducida a una procesión infantil el domingo por la mañana.


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