UNA ISRAELITA FIEL

La Inmaculada Concepción

Primera lectura: Génesis 3,9-15.
Salmo entre lecturas: Salmo 97
Segunda lectura: Efesios 1,3-6. 11-12

Evangelio: Lucas 1, 26-38

UNA ISRAELITA FIEL

08 de diciembre de 2021

Lago de Tiberíades

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

“A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, que se llamaba Nazaret, a una joven prometida a un hombre de la estirpe de David, de nombre José; la joven se llamaba María” (Lc 1,26ss).

La actuación de Dios desconcierta rompiendo esquemas. Dios envía a su mensajero Gabriel, cuyo nombre significa “Dios es fuerte” o “fuerza de Dios”, no a Jerusalén la capital del templo, sino a una región desprestigiada de Palestina, llamada “Galilea de los gentiles o paganos”, lejana del templo y dada a revueltas anti-romanas; a Nazaret, ciudad innominada en el Antiguo Testamento; a una muchacha en edad de casarse sin especiales antecedentes históricos o familiares, desposada con un joven, llamado José, de la estirpe de David, del que no sabemos gran cosa.

María y José no pertenecían ni a la clase sacerdotal, ni a los círculos del templo, ni al grupo de los fariseos y doctores de la Ley, los teólogos de la época, ni al de los saduceos, la gente de dinero o capital. Eran una pareja desconocida, una más entre tantas.

En modo alguno sospecharían que el Dios de Israel, “el Omnipotente” se acordaría de ellos.

Pero añade el evangelista Lucas que “entrando el ángel a donde estaba ella” ‑suponemos que en su casa‑ le dijo: ‑Alégrate, favorecida, que el Señor está contigo… No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús… El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra… Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible” (Lc 1,28‑37).

Dios, en este relato evangélico, se dirige a María, y no a José, a una mujer, a “una muchacha en edad casadera”. Parece que Dios tiene prioridad también por las mujeres, que, injustamente, tan poco pintan en nuestra iglesia católica actual. Pero no es María un caso único y singular. Pues tampoco había sido imposible para Dios que Sara, mujer de Abrahán, a pesar de servieja, engendrara un hijo (Gn 18.14), ni que Ana, a pesar de serestéril, diese a luz al profeta Samuel (1 Sm 1,1ss), ni lo sería queIsabel, de edad avanzada y estéril, alumbrase a Juan Bautista, el primo de Jesús (Lc 1,24).

Además, en el evangelio de Lucas y, en este relato precisamente, es una mujer –y no un varón- la encargada de poner el nombre al niño que se llamará Jesús, esto es, “Dios salva”.

Y la salvación de Dios, que se va a manifestar en Jesús, consistirá en comenzar la historia de nuevo. Si al principio del Génesis, el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas, ahora el Espíritu Santo descenderá sobre María. Y al igual que “la gloria de Dios” en forma de nube cubría la tienda de la reunión cuando Dios bajaba a hablar con Moisés en el desierto (Ex 40,38) “la fuerza del Altísimo cubrirá a María con su sombra”.

Gracias a esta intervención directa del Espíritu, nacerá el nuevo Adán, Jesús, semilla de nueva humanidad, el salvador que, desde Galilea había sido acompañado de mujeres que lo asistían, entre ellas María Magdalena, María la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos (Mt 27,56).

Un salvador que anduvo rodeado de un grupo de discípulos sin especial relevancia y de “malas” compañías: prostitutas, recaudadores –considerados oficialmente ladrones- y enfermos de cuerpo y mente, a los que llamaban entonces “endemoniados o poseídos del diablo”. Ese Jesús sabía el modo de actuar de Dios, dirigiéndose a los que nadie se dirige. El libro de los Hechos de los Apóstoles dice de él que “que pasó haciendo el bien y curando a todos los sojuzgados por el diablo, porque Dios estaba con él”, iniciando de este modo la andadura de una nueva creación o humanidad…

En esta ocasión, el ángel del Señor se fija en María y le dice una frase consabida que antes había sido dirigida a otros personajes de relieve del Antiguo Testamento: “El Señor está contigo”, la misma frase que dirigió a Moisés (Ex 3,12), a Gedeón (Jue 6,12.15‑17; Deut 2,7; 20,1), por poner solo dos ejemplos.

Ante tanto despliegue de generosidad divina, a María sólo se le ocurren dos cosas:

‑Una pregunta: “‑¿Cómosucederá eso, si no vivo con unhombre?” (Lc 1,34). María pide información, pues aunque casada,todavía no convive con su marido. En el campo de lo simbólico, la fecundidad de María‑madre‑virgen no proviene de hombre alguno, sino de Dios. Pero su adhesión al plan de Dios no es ciega; por ello, antes de ofrecer sucolaboración,María se informa preguntando: -¿Cómo sucederá eso, si no conozco varón (= si no vivo con un hombre?). Obtenida la respuesta, acepta sin condiciones: “Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho” (Lc 1,38). Acatamiento incondicional. Y con esta respuesta, María se convierte en el prototipo de israelita fiel, de los pobres de Yahvé que aceptan el plan de Dios y se someten, voluntaria, pero, no ciegamente, a este.

Y el plan de Dios y su modo de actuar –que se manifestaría también en Jesús-, no es otro, sino dirigirse a los que nadie se dirige, a los que no cuentan, a los ignorados o descartados de la sociedad.

Las comunidades cristianas deben apuntarse este tanto para saber a quién hay que dirigirse al anunciar la buena noticia del evangelio, a saber: a los que, como María y José, no tienen pedigrí, a los que no cuentan, a los innominados y, por ponerles nombre, a los sin papeles, a los inmigrantes, a los desplazados de las guerras, a las víctimas de violencia de género, a los que practican la trata de blancas o mal emplean a los niños, y a los enfermos de todo tipo; en definitiva, a los que no cuentan, y pasan lamentablemente con frecuencia desapercibidos ante los poderosos del sistema; a esos que Francisco, -este extraño papa acosado por todos sitios desde dentro de la iglesia-, llama “los descartados”.

María, de la que sabemos tan poco por los evangelios, debió aprender bien a lo largo de la vida de su hijo Jesús esta lección de Dios. Otro gallo nos cantaría si tomásemos nota y pusiésemos en práctica este modo de actuar divino.

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