Primer Domingo de Adviento
28 de Noviembre
Evangelio de Lucas (21, 25-28.34-36)
25 Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas, y en la tierra las naciones paganas serán presa de angustia, en vilo por el estruendo del mar y el oleaje, 26mientras los hombres quedarán sin aliento por la temerosa expectación de lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo vacilarán. 27Entonces verán llegar al Hijo del Hombre en una nube con gran potencia y gloria. 28Cuando empiece a suceder esto, poneos derechos y alzad la cabeza, porque está cerca vuestra liberación…
En clave moderna, el evangelista podría expresarse hoy así:
►El arsenal de armamentos se incrementa en la tierra; renunciando a ese presupuesto militar de las naciones habría de sobra para acabar con los 811 millones de personas que todavía vergonzosamente pasan hambre en nuestro mundo.
►Las diferencias sociales y la desigualdad han aumentado con la pandemia de la Covid-19. En nuestro país, el paro alcanza la suma de 3.416.799 personas según estadísticas del Octubre de 2021; en Europa hay ya 18 millones de parados y en Estados Unidos los pobres alcanzan la cifra de 40 millones. Según Oxfam se calcula que hasta 500 millones de personas podrían caer en la pobreza debido a la crisis económica provocada por el coronavirus, una cifra que, en algunos países africanos, haría retroceder hasta tres décadas los avances en la lucha contra la pobreza.
►El Informe sobre El Estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2021 (SOFI), elaborado por cinco agencias de Naciones Unidas, alerta de un nuevo escenario “significativamente más desafiante”: 811 millones de personas no saben qué comerán hoy, repartidas entre Asia, África y América latina y el Caribe. Una verdadera catástrofe que debería conmocionar al universo, a todos los que habitamos el planeta tierra y que no se merece la tibia respuesta a los grandes problemas de la humanidad que ha dado la cumbre del clima de Glasgow (Véase un informe con los pros y los contras en https://theconversation.com/decepcionantes-o-no-los-resultados-de-glasgow-son-los-mejores-desde-la-cop21-de-paris-172181)
►La barrera que separa a los países desarrollados de los pobres es cada día mayor. La lucha de clases arrecia. Los poderosos de este mundo, hoy sin rostro ni identificación (los mercados, las multinacionales, las agencias de calificación, los grandes lobbys…) nos hacen temblar de miedo, atentando contra nuestra libertad. Con Internet y los teléfonos móviles cada vez nos sentimos más controlados y vigilados. Un escalofrío recorre de continuo nuestro cuerpo ante «lo que se le viene encima a la humanidad». El alma se nos llena de miedo, último reducto de autodefensa que hay en el ser humano. Parece como si, a marchas forzadas, nos acercáramos a ese final trágico del mundo, tan predicado por profetas de desgracia y lamentación, seres humanos (?) que matan la esperanza, que alimentan con su desaliento el suicidio colectivo de una humanidad que no se define en modo alguno por su ‘humanidad’.
De hecho el párrafo del evangelio de Lucas que leemos hoy se ha considerado, erróneamente por cierto, una descripción anticipada del “fin del mundo”. Y así lo pintó Miguel Ángel en el frontal de la Capilla Sixtina, inspirado en el mal llamado “Juicio final” del Evangelio de Mateo (cap. 25).
Sin embargo, un análisis detallado de los textos de los evangelios muestra que la “parusía” o “venida” del Hijo del Hombre al final de los tiempos no debe entenderse como un acontecimiento único y espectacular que pondrá fin a la historia, pues los textos no hablan de “una venida del Hijo del hombre que interrumpa el curso de la historia y el proceso de maduración del género humano”, sino de muchas “llegadas” del Hijo del Hombre que son símbolo de triunfos sucesivos de lo humano sobre lo inhumano y que marcan etapas más o menos decisivas en el desarrollo de la humanidad. (Véase el profundo estudio de este tema en Juan Mateos, el Hijo del Hombre, Ed. El Almendro, Córdoba 1995).
Los signos que preceden a estas llegadas según el evangelio están llenos de imágenes y símbolos de los profetas, verdaderos poetas. La catástrofe cósmica del evangelio de Lucas es símbolo y anuncio de la caída de un orden social injusto, como puede verse en los textos del Antiguo Testamento de donde están tomadas esas imágenes casi al pie de la letra (cf. Is 13,10; 34,4; Ez 32,7-8; Jl 2,10; 3,4; 4,15), y aparece como la inauguración de un mundo distinto. «Las potencias del cielo que vacilarán» (Lc 21,26) representan a los poderes de este mundo, divinizados, cuyo prestigio se tambalea, al tiempo que hace tambalear a muchos millones de ciudadanos de nuestro mundo.
Ante la situación actual de nuestro mundo parece de ilusos soñar, creer y esperar. El cambio se presenta como imposible.
Pero el evangelista continúa: «Y entonces -precisamente entonces, en medio de ese caos –en medio de nuestro caos- , de donde sólo puede esperarse la muerte y la autodestrucción colectiva- verán a este Hombre venir en una nube -vehículo de manifestaciones divinas- con gran potencia y gloria. Cuando empiece a suceder esto -añade- poneos derechos y alzad la cabeza, que se acerca vuestra liberación.» Ante tamaña catástrofe se anuncia la venida del Hijo del Hijo del Hombre. Su gran ‘potencia’ de vida se opone a las ‘potencias’ de muerte de este mundo que vacilan; su ‘gloria’ o ‘realeza’ a la realeza de los opresores que declina. Ante ese giro total de la situación, los discípulos –y todos los que pensamos que “otro mundo es posible”-, lejos de temer, tenemos que ponernos de pie y alzar la cabeza, «porque se acerca -les dice- vuestra liberación» (21,28).
Sorprendente invitación a la esperanza: ni ante las catástrofes naturales, ni ante un mundo con su sistema capitalista neoliberal y su organización caótica que lleva a tanta gente a la marginación y a la muerte, ni ante ninguna negra realidad debe perder el ser humano su única arma: la esperanza de la liberación. La esperanza debe sobrenadar por encima de todas las tragedias humanas. Mientras hay vida hay esperanza, se suele decir. Incluso más allá de la muerte -afirma el evangelio- hay un reino de esperanza y de vida.
El miedo no es el camino, es un callejón sin salida. Andar agobiados no es postura ni cristiana ni humana. Hay que saber interpretar los momentos más negros de la historia como signos de liberación: «Cuando empiece a suceder esto, poneos derechos y alzad la cabeza, que se acerca vuestra liberación… »
Porque la liberación comienza allí donde hay una cabeza levantada que piensa que, por encima de las nubes, brilla siempre el sol; donde se entrelazan unas manos solidarias para transformar el mundo, donde existe un corazón capaz de amar por encima del odio, donde se contempla un horizonte que otear -lejano, pero asequible- hacia el que se puede marchar más aprisa.
Y todo eso está a nuestro alcance ahora. Ha llegado, por tanto, el momento de levantar la cabeza y mirar al futuro. Ante la situación de nuestro mundo, no nos dejemos llevar del pesimismo. Todo lo contrario: ¡Que una ola de esperanza nos invada! Todavía es posible creer y soñar a pequeña y gran escala que “otro mundo es posible”, un mundo en el que todos los habitantes del planeta se sienten a la mesa de la vida y en el que “no haya excluidos del pueblo ni pueblos excluidos”.
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