¿Una iglesia de iguales?

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario

Primera lectura: Malaquías 1, 14b-2, 2b. 8-10:

            Os habéis separado del camino recto y habéis hecho que muchos          tropiecen en la ley.

Salmo 130: Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor.

Segunda Lectura: 1ª Carta a los tesalonicenses 2, 7b-9. 13:

             Deseábamos entregaros no solo el Evangelio de Dios, sino hasta          nuestras propias personas.

            EVANGELIO

            Mateo 23, 1-12: Ellos dicen, pero no hacen.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

05 de noviembre de 2023

Baobab, árbol de las regiones secas de Etiopía.

***

Entonces Jesús, dirigiéndose a las multitudes y a sus discípulos, declaró:

-En la cátedra de Moisés han tomado asiento los le­trados y los fariseos. Por tanto, todo lo que os digan, hacedlo y cumplidlo…, pero no imitéis sus obras, porque ellos dicen, pero no hacen.

Lían fardos pesados y los cargan en las espaldas de los hombres, mientras ellos no quieren empujarlos ni con un dedo.

Todo lo hacen para llamar la atención de la gente: ensanchan las filacterias (= se ponen distintivos ostentosos) y agrandan las borlas del manto: les encantan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas, que les hagan  reverencias por la calle y que la gente los llame «Rabbí».

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar «Rabbí», pues vuestro maestro es uno solo y vosotros todos sois hermanos; y no os llamaréis «padre» unos a otros en la tierra, pues vuestro Padre es uno solo, el del cielo; tampoco  dejaréis que os llamen «directores», porque vuestro director es uno solo, el Mesías.

El más grande de vosotros será servidor vuestro. A quien se encumbra, lo abajarán, y a quien se abaja, lo encumbrarán.

***

De teoría sabían mucho los fariseos y, especialmente, de entre ellos los letrados, especialistas en la Ley Judía, hoy diríamos los teólogos o estudiosos del Derecho canónico. Nadie negaba su formación ni sus conocimientos, ni siquiera Jesús, aunque este puso en duda la calidad de su enseñanza al decir que  “la doctrina que enseñan (los fariseos) son preceptos humanos” (Mt 15,9), previniendo a la gente contra estos (Mt 6,12), pues son necios y guías ciegos (Mt 23, 16-22).

Jesús previene a la gente y a los discípulos

En el texto que acabamos de leer, Jesús no se dirige directamente a los fariseos,  sino a las multitudes, esto es, a la gente que lo acompañaba, y a sus discípulos, con la intención de desenmascarar a quienes habían impuesto sobre los hombros del pueblo sencillo el yugo insoportable de una retahíla de preceptos, imposibles de cumplir en su totalidad.

El prestigio de los fariseos

En tiempos del evangelista Mateo, allá por los años 80 de nuestra era, los fariseos habían adquirido un gran prestigio ante el pueblo que los admiraba como a gente privilegiada, con tiempo para dedicarse a estudiar la Torá o Ley Judía, y para ver cómo aquellos mandamientos bíblicos de siglos atrás se podían actualizar y aplicar años después de la muerte de Jesús.

Como decíamos el domingo pasado, había una larga lista de preceptos  que era necesario cumplir para estar a bien con Dios, sin hacer distinción entre preceptos importantes o no. Sin embargo se discutía cuál sería el primero y principal. Eran, en total, 613, de los que los más, 365, eran negativos y  el resto, 248, positivos. De entre tanto precepto, Jesús se decantó por dos que, en realidad, eran como la cara y cruz de una misma moneda: amar a Dios y al prójimo, de modo que el amor al prójimo a quien se ve fuese la prueba clara y evidente del amor a Dios a quien no se ve (Mt 22,37-40). Más aún, Jesús redujo a uno solo estos dos mandamientos cuando dijo a sus discípulos en la última cena: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros. Amar al prójimo como Jesús lo amó, hasta dar la vida, esto es, más que a uno mismo, es el mandamiento principal de la nueva ley.

Los fariseos en tiempos del evangelista Mateo

Antes de seguir adelante hay que hacer una aclaración: el texto que hemos leído refleja la tensión existente hacia los años 80, después de la destrucción del templo de Jerusalén, entre los miembros de la comunidad cristiana de Mateo y los fariseos. Estos ejercían un influjo más fuerte en el pueblo que en tiempos de Jesús, al no haber ya sacerdotes, por haber sido destruido el templo. Los evangelistas, por supuesto, no dudan en actualizar el mensaje de Jesús e incluso en poner en su boca palabras que el Jesús histórico pudo no haber pronunciado, adaptando su mensaje a las nuevas circunstancias de sus comunidades, como si Jesús les hablase de nuevo.

En la cátedra de Moisés

Pues bien, según el evangelista Mateo, Jesús dice a la gente y a los discípulos: -En la cátedra de Moisés han tomado asiento los le­trados y los fariseos. Por tanto, todo lo que os digan, hacedlo y cumplidlo…, pero no imitéis sus obras, porque ellos dicen, pero no hacen” (Mt 23,2-3). La frase de Jesús está cargada de ironía. Con ella no está aprobando sin más toda la doctrina farisea, que ha criticado otras veces, y en este mismo discurso volverá a desautorizar (Mt 15,6-9; 16,5-12; 23, 16-20). Lo que Jesús trata de mostrar es su falta de lógica, su hipocresía, pues dictan leyes para los demás, que ellos mismos no cumplen.

Los fariseos, además, “se habían sentado en la cátedra de Moisés”, el líder que sacó a los israelitas de Egipto y les dio los mandamientos. Sentándose en su cátedra usurpaban el puesto de Moisés, el liberador de la esclavitud del pueblo, para someterlo, pues “liaban fardos pesados y los cargaban en las espaldas de la gente, mientras ellos no querían empujarlos ni con un dedo”. Exigían mucho, pero no ayudaban nada.

Los fardos pesados y el yugo ligero

Los “fardos pesados” de los fariseos son el polo opuesto al yugo y la carga que impone Jesús: “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde: encontraréis vuestro respiro, pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera (Mt 11.29-30). Este yugo llevadero y esta carga ligera, sin lugar a dudas, es el amor al prójimo “más que a uno mismo”, al igual que Jesús lo practicó, que acaba con toda esclavitud o sometimiento de unos para con otros.

¿Gente honorable?

Además, de cara a la sociedad, los fariseos aparentaban ser de lo más honorable y piadoso. Así, para llamar la atención de la gente, “ensanchaban las filacterias” (o distintivos ostentosos) y agrandaban las borlas del manto”.

  Las filacterias, -palabra que traducida literalmente significa “medio de protección” contra el mal y, en contexto judío, “medio de custodiar o conservar” en la memoria la ley de Moisés-  consistían en unas cajitas que contenían tiras de pergamino con textos del libro del Deuteronomio (6,8; 11,18: “Meteos estas palabras mías en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo, ponedlas de señal en vuestra frente”) y del Éxodo (13,9.16: “Te servirá como señal en el brazo y recordatorio en la frente, para que tengas en los labios la Ley del Señor, que con mano fuerte te sacó de Egipto”).

Los judíos llevaban estas cajitas –y las llevan todavía hoy- colocadas en la frente y en el brazo izquierdo durante la oración de la mañana, mientras pronunciaban esta bendición a Dios: “Bendito seas, Yahvé, Dios, Rey del Universo, que nos has santificado por tus mandamientos y que nos has ordenado llevar tus filacterias”. Los más devotos las llevaban todo el día.

El origen de las borlas se encuentra en el libro de los Números (15,38s): “Haceos borlas y cosedlas a la franja de vuestros vestidos con hilo violeta. Cuando las veáis, os recordarán los mandamientos del Señor y os ayudarán a cumplirlos sin ceder a los caprichos del corazón y de los ojos, que os suelen seducir”.  Los judíos más devotos ampliaban esas borlas para llamar más la atención. Pura vanidad y orgullo.

Igualmente, a los fariseos “les encantaban los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas, que les hiciesen reverencias por la calle y que la gente los llamase Rabbí (“Señor mío”, Monseñor), título dado en tiempos de Jesús a los maestros eminentes de la Ley.

Ni primeros puestos, ni títulos

Todo lo contrario de la propuesta de Jesús para quien nadie debe buscar primacía o preeminencia alguna, ni reverencias por parte de los demás, ni ser llamado “Rabbí”. Entre sus seguidores, ninguno tiene derecho a rango o privilegio alguno; nadie depende de otro en cuestiones de doctrina, pues el único maestro es Jesús mismo y todos sus seguidores deben ser “hermanos”, esto es, iguales. Más aún, ninguno debe llamarse “padre”, pues solo hay un padre, Dios, ni “director”, porque vuestro director es uno solo, el Mesías.  

El título de “padre”

El título de «padre» se usaba para dirigirse a los rabinos y a los miembros del Gran Consejo o sanedrín judío. Con anterioridad, Eliseo había llamado “padre” al profeta Elías (2Re 2,12) y el rey Joás,  a Eliseo (2Re 6,21). Algunos rabinos decían que solo se puede llamar “padre” a los tres patriarcas: Abrahán, Isaac y Jacob. Shammai y Hillel, dos grandes rabinos contemporáneos de Jesús, eran llamados “padres del mundo”.

El “padre” en la cultura hebrea era el transmisor de la tradición y del modelo de vida a seguir. Jesús prohíbe a los suyos reconocer ninguna paternidad terrena, es decir, someterse a lo que transmiten otros, ni tomarlos por modelo. Lo mismo que él no tiene padre humano, tampoco los suyos han de reconocerlo en el sentido dicho, pues el discípulo no tiene más modelo que el Padre del cielo (cf. 5,48) y a él sólo debe invocar como «Padre» (6,9); tampoco llevarán el título de “maestro” o “director” espiritual, papel que solo debe desempeñar Jesús en la comunidad.

La grandeza del servicio

Además, la verdadera grandeza, en oposición a las pretensiones de preeminencia de los letrados y fariseos, es paradójicamente el espíritu de servicio, de modo que el más grande de vosotros será servidor vuestro. A quien se encumbra, lo abajarán, y a quien se abaja, lo encumbrarán” (Mt 23,11-12). Quien llevará a cabo esta acción de encumbrar o abajar será Dios mismo que enjuicia las actitudes humanas, de modo que la estima, que pretenden los rabinos ante los hombres, es desestima a los ojos de Dios.

La iglesia, ¿una comunidad de iguales?

Si nos volvemos a la iglesia, veremos que estas recomendaciones de Jesús se han olvidado por lo general durante siglos, aunque, a decir verdad, a lo largo del tiempo ha habido honrosas excepciones.

            -Hombre y mujer

La comunidad cristiana  es una comunidad de hermanos, de  iguales, se suele decir. Pero no se ve. En la Iglesia, hombre y  mujer, sin ir más lejos, se sitúan a años luz de distancia: el  varón domina a la mujer, reducida históricamente a una especie de  monaguillo permanente, con poca voz –ahora alguna más que en otros tiempos- y sin voto dentro de la  institución eclesial. El acceso al presbiterado, así como a  los órganos directivos superiores, está vetado a las mujeres, a quienes hasta  hace unos años ni siquiera se les permitía leer las lecturas en la eucaristía.

            -La pirámide de la jerarquía

Pero incluso la misma jerarquía, monopolio de varones, se  asemeja a una pirámide: desde el hermano lego hasta el Papa se  escalonan diáconos, sacerdotes, obispos, arzobispos y cardenales, todos varones, por supuesto.  A cada uno de éstos ha correspondido, al menos, un título  honorífico: Hermano, Reverendo, Monseñor, Ilmo. y Excmo., Su  Eminencia, Su Santidad… ¿Habrá algo más ajeno al evangelio que  tanta jerarquía y vanagloria histórica? Parece como si la organización de la  Iglesia se hubiese configurado de modo vertical y ascendente. Menos mal que el Papa Francisco está tratando de desmontar este tinglado, aunque, eso sí, con una oposición fuerte dentro de la misma iglesia.

La alternativa de Jesús

Jesús no habría soportado tanta desigualdad de tratamientos, tanto escalafón de poder, tanta vanagloria. Su vida fue más bien un descenso en  picado hacia el corazón de la humanidad.

Nacido en la pobreza, nunca se despegó de esa plataforma.  Desde ella anunció su evangelio, siempre rodeado de pobres, de  gente de la periferia de la vida. Se enfrentó con el capital “‑ No podéis servir a Dios y al dinero‑,” denunció la hipocresía  de una teología clasista y conservadora “-‑¡ay de vosotros,  escribas y fariseos!,” incluso llegó a tratar de zorra`’  (animal común) a Herodes y a dejar sin respuesta la pregunta de  Pilato, representante directo del poder romano. Su atrevido  comportamiento le mereció un trágico y precipitado desenlace.  Murió abandonado de todos y asesinado. Solo a distancia le siguieron unas mujeres; sus discípulos huyeron todos.

En la cruz termina la crónica histórica de su vida. Lo  demás, su resurrección y ascensión suponen la  fe, pues transcienden la tarea del historiador y las coordenadas de  nuestro mundo. Por la fe, eso sí, llegamos a afirmar la veracidad de  estos acontecimientos.

Para sentarse junto a Dios después de la muerte,  Jesús tuvo que descender primero, situándose a la cola de la  humanidad, en la lista de espera de la sociedad; renunció al  poder, no flirteó con el dinero; se negó a los honores; hablaba a  los suyos llanamente, los trataba de amigos, rechazando toda  relación de dominación.

Él sí que hizo lo que decía y no como los fariseos que “decían, pero no hacían”.

Author


Posted

in

,

by

Tags:

Comments

Leave a Reply

Blog at WordPress.com.

%d