Se buscan provocadores…

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

Primera lectura: Isaías 5, 1-7:

            La viña del Señor del universo es la casa de Israel.

Salmo 79: La viña del Señor es la casa de Israel.

Segunda Lectura: Carta a los filipenses 4, 6-9:

            Ponedlo por obra, y el Dios de la paz estará con vosotros.

EVANGELIO

             Mateo 21, 33-43: Arren­dará su viña a otros que le entreguen

                                                los frutos a su tiempo.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

08 de octubre de 2023

Niño etíope.

***

Escuchad otra parábola:

Había una vez un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la torre del guarda (Is 5,1-7), la arrendó a unos labradores y se mar­chó al extranjero.

Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus siervos para percibir de los labradores los frutos que le co­rrespondían. Los labradores agarraron a los siervos, apa­learon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon.

Envió entonces otros siervos, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les envió a su hijo, diciéndose:

-A mi hijo lo respetarán.

Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron:

-Éste es el heredero: venga, lo matamos y nos que­damos con su herencia. Lo agarraron, lo empujaron fuera de la viña y lo ma­taron.

Vamos a ver, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?

Le contestaron: -Hará morir de mala muerte a esos malvados y arren­dará su viña a otros que le entreguen los frutos a su tiempo.

Jesús les dijo:

-¿Nunca habéis leído en la Escritura?

La piedra que desecharon los constructores

     es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho:

   ¡Qué maravilla para los que lo vemos! (Sal 118,22-23).

(Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos. Además, el que caiga sobre esa piedra se estrellará, y si ella cae sobre alguno, lo hará trizas).

***

Un mundo de símbolos

Hace dos semanas expliqué la parábola de los invitados a la viña (Mt 20,1-16) haciendo una lectura socio-económica de la misma. Hoy (8-10-2023), la liturgia propone otra parábola, la de los viñadores perversos (Mt 21,33-43), que es una alegoría de la historia de Israel. En ella todo son símbolos con los que se narra de modo gráfico el comportamiento histórico de los dirigentes de Israel, a los que el domingo pasado se identificaba con aquel hijo enviado por el padre para trabajar en su viña, al que le respondió aceptando, pero luego no fue. Este hijo representaba a los sumos sacerdotes, fariseos y senadores.  Al oír la parábola de hoy, dice el evangelista que los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que la parábola iba por ellos (Mt 28,21-32).

Con antelación a esta parábola, en el evangelio de Mateo se muestra el enfrentamiento creciente entre Jesús y los dirigentes judíos, un Jesús que entra en el templo y “vuelca las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas”, -animales que, por su bajo costo, utilizaban los pobres para hacer sus ofrendas-, y que declara solemnemente que “la casa de Dios se había convertido en cueva de bandidos”. Tras este importante acontecimiento, pues todos los evangelistas lo refieren, Jesús dejó plantados a sumos sacerdotes y letrados, salió fuera de la ciudad hasta Betania y pasó allí la noche (Mt 21,12-17). A la mañana siguiente, cuando volvía a la ciudad, “Jesús sintió hambre, vio una higuera junto al camino, se acercó, pero no encontró nada más que hojas y le dijo: -Nunca jamás brote fruto de ti. Y la higuera se secó” (Mt 21,18-19). Relato altamente simbólico pues, la higuera es símbolo de un Israel que, a lo largo de la historia, no había dado el fruto de la fidelidad a Dios, al no hacer obras de justicia y misericordia, un árbol con muchas hojas –apariencia exterior-, pero sin fruto. A continuación, los sumos sacerdotes y los letrados ponen en cuestión la autoridad de Jesús y este contraataca poniendo en cuestión la de ellos, que reconocieron a Juan Bautista, pero no le hicieron caso, como tampoco le hacen a Jesús (Mt 11,23-27). Sigue la parábola de los dos hijos, tercera denuncia de Jesús contra la clase dirigente. Por último propone el evangelista la parábola de los viñadores perversos, que acabamos de leer (Mt 21,33-48). En estas páginas previas a la parábola de los viñadores se presenta el creciente enfrentamiento entre Jesús y las clases dirigentes.

La parábola de los viñadores perversos

Esta parábola se abre diciendo que “un hombre –que, en este caso, representa a Dios- plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y construyó la torre del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó al extranjero”. El texto está tomado de un poema del profeta y poeta Isaías (5,1-7) en el que este reflejaba la desilusión de un Dios que, después de haber cuidado con todo cariño su viña (=su pueblo)-, cuando llegó la hora de la vendimia, aquélla sólo produjo agrazones o uvas amargas: “Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos” (5,7).

            La viña o pueblo de Dios

            La viña, en el Antiguo Testamento, es imagen del pueblo protegido por un Dios, representado en la parábola por un hombre, que se deshizo en cuidados para con su viña, incluso protegiéndola con una torre vigía, para velar por ella en época de vendimia en la que aumentan los ladrones furtivos.

La viña como imagen del pueblo elegido era familiar a los judíos; así aparece no solo en Isaías sino también en los profetas Oseas (10,1), Jeremías (2,21) y Ezequiel (19,10ss) y en el libro de los Salmos (80,9ss).

            Reacción de los viñadores

            Lo que sigue en la parábola ya lo hemos leído: el propietario de la viña intenta por tres veces percibir de los labradores los frutos que le correspondían, enviándoles sus sirvientes para ello: el primero termina apaleado y vuelve a su amo con las manos vacías; el segundo, descalabrado e insultado por los viñadores; el tercero muere a manos de los viñadores  y “a otros muchos los apalearon o los mataron” (vv. 34-36).

En el poema de Isaías la reacción del dueño de la viña es terrible: “Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella” (5,5-6). Pero Isaías no conocía del todo al dueño de aquella viña, no conocía al Dios/Padre de Jesús. Con la esperanza de percibir los frutos de la cosecha, el propietario de la viña  no responde con violencia hacia los viñadores, sino que,  en un gesto de confianza, no exento de atrevimiento e ingenuidad, envía a su propio hijo, el heredero, esperando que, al menos a este, lo respetasen. Es el consabido “factor sorpresa” que tiene toda parábola: en contra de lo esperado, los viñadores “lo agarraron, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña”. Es lo que sucedería con Jesús al final de su vida, condenado a muerte y ejecutado fuera de las murallas de la ciudad. ¿Se puede mostrar de una forma más bella y, al mismo tiempo, más sencilla la historia de infidelidad de los dirigentes del pueblo?

            JESÚS, EL HEREDERO

            Para el evangelista Mateo, este hijo al que mataron los dirigentes de Israel, por cierto, en connivencia con el pueblo, para quedarse con la viña, era Jesús, un Jesús que Hans Küng define en estos términos: “Ni sacerdote, ni revolucionario político, ni monje asceta, ni moralista piadoso, sino provocador en todos los sentidos. Para más datos, Jesús era seglar, soltero (cosa rara para un maestro de la época) e iniciador de un movimiento de laicos.

            -“Ni sacerdote”.

            Más aún, opuesto radicalmente a la casta sacerdotal y a los senadores o saduceos, cumbre del sistema religioso judío. Los sumos sacerdotes, rodeados de gran dignidad y de una situación económica confortable, habían hecho del templo una buena fuente de ingresos, un centro importante de comercio. Con aquellos jerarcas no comulgó Jesús desde el principio de su actividad misionera, pues ya dice Marcos que, tras curar al hombre del brazo atrofiado, “los fariseos, junto con los herodianos, se pusieron en seguida a maquinar en contra suya, para eliminarlo(Mc 3,6), pensamiento que mantuvieron hasta poco antes de la crucifixión, pues dice el mismo evangelista que “Entonces se congregaron los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo en el palacio del sumo sacerdote, que se llamaba Caifás, y decidieron prender a Jesús a traición y darle muerte, aunque dijeron: -Durante las fiestas no, que podría armarse un tumulto en el pueblo” (Mt 26,3-5). Sorprendentemente, uno del grupo de discípulos, amante como los fariseos del dinero (Lc 16,14), Judas Iscariote, les sirvió en bandeja la ocasión, entregándolo a las autoridades judías para que lo ajusticiasen.

            -“Ni moralista piadoso”.

             El “provocador” Jesús inquietó también a los seglares piadosos y cultos de la época: fariseos y letrados, en cuyas filas nunca llegó a militar. A pesar de la impresión de  conservadurismo a ultranza que de ellos nos da el evangelio, los fariseos eran los progresistas de la religión. Su más sincero deseo consistía en que el pueblo sencillo militara entre sus filas o asociaciones seglares. Para ello trataban de reducir al mínimo las obligaciones de la Torá o Ley de Dios, creando un complicado sistema de observaciones y leyes humanas que anulaba con frecuencia la ley divina. Terminaron así separándose del pueblo y separando al pueblo de Dios. De ahí que se llamasen fariseos, esto es, “separatistas” (del arameo perishayya: separado). Jesús  desenmascaró a lo largo de su vida su sistema teológico e ideológico. Ellos, profesores de teología y de derecho canónico, no se lo perdonaron, pues aliados con los sumos sacerdotes lo condenaron unánimemente a muerte ignominiosa (Mt 27,22-26).

            -“Ni zelota”.

            Jesús, soñador e ilusionado, anunciaba un mundo de hermanos, donde el pueblo fuera protagonista. Para realizarlo no militó entre las filas de los zelotas, partido de motivación religiosa (pues confesaba a Dios como único rey) y de vocación revolucionaria, ya que pretendía arrojar del país, por la fuerza de las armas, al poder imperialista romano. Los zelotas se oponían al censo y al tributo romano, hecho que les granjeó la simpatía de los campesinos y pequeños propietarios. Tenían un programa de redistribución de la propiedad; por eso, al comenzar la Guerra judía destruyeron en Jerusalén los registros de los prestamistas para liberar a los pobres del yugo de los ricos. Jesús no consideró, en sus circunstancias históricas, que este fuera el camino para instaurar el reinado de Dios. Predicó la no violencia y el amor a los enemigos, como cimiento utópico de un nuevo orden internacional. Con su pacifismo decepcionó a los zelotas y con ellos al pueblo, que unido a los sacerdotes y fariseos, confirmó su sentencia de muerte.

            -“Ni monje”.

            Ante el progresivo fracaso de su predicación, Jesús no pensó en refugiarse en un convento, como evasión, al estilo de los esenios de Qumrán, ni fundó ninguna orden con regla monástica, votos, prescripciones ascéticas, vestimenta especial y tradiciones, sino que permaneció hasta la muerte con los pies bien puestos en el suelo, claramente definido en torno a dos polos: Dios  y el pueblo de quien formaba parte y a quien quería liberar de todos sus opresores.

Tras la muerte, Dios confirmó su misión resucitándolo. Así lo creemos. Dice el salmo 128 que “la piedra (Jesús) que los arquitectos” del sistema judío “rechazaron es ahora” para nosotros “piedra angular”, piedra que corona la cima del edificio, clave de bóveda que da cohesión y fuerza a las relaciones del hombre con Dios y de los hombres entre sí. No tenemos más remedio que afirmar con el salmo que “ha sido un milagro patente”.

            -“Un provocador en todos los sentidos”.

            Este es el Jesús al que hay que seguir. Un Jesús preocupado de las clases populares, que compartía vida con enfermos, leprosos, endemoniados, recaudadores, prostitutas (todo un  mundo de descartados) y con un grupo muy heterogéneo de discípulos, ninguno de clase adinerada. Un provocador en todos los sentidos, que hoy sigue cuestionando la actitud de todos aquellos que, llamándose seguidores suyos, siguen apegados al prestigio, al poder y al dinero, verdadera trinidad de dioses mundanos, que acaban con la vida del pueblo.

¿Un evangelio sin aguijón?

Alguien me dijo una vez que “alababa al Vaticano porque había sabido quitarle el aguijón al evangelio”. Esto es lo que han hecho –y hacen- con frecuencia muchos de los que se dicen cristianos o seguidores de Jesús, pertenezcan a la jerarquía eclesiástica o al mundo de los laicos- pero que, en definitiva, adoran estos otros dioses en apariencia más productivos. Quien no se rinde ante estos señores, correrá la misma suerte de Jesús, que pasó por este mundo dando vida a quienes el sistema social, político, económico o religioso había quitado la vida, privándolos de dignidad.

A cambio de este comportamiento amoroso hacia los demás, los seguidores de este “provocador Jesús”  entrarán, como él, en el misterio profundo de la vida definitiva, una vida sin semilla de muerte que comienza aquí y ahora… ¡Cuántos provocadores, como Jesús, hacen falta en este mundo, para devolver la dignidad y la vida a quienes el sistema mundano ha privado de estas…!

Nota final: Dicen los entendidos que el versículo 44 (que hemos puesto entre paréntesis) es un añadido tardío al texto de Mateo. Este versículo dice así: “Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos. Además, el que caiga sobre esa piedra se estrellará, y si ella cae sobre alguno, lo hará trizas”. El responsable de este añadido “no ha caído en la cuenta de la imposibilidad de tropezar con una piedra angular. Quizá lo advirtió, pero prefería indicar que la desgracia amenazaba no solo a las autoridades religiosas judías, sino a cualquiera que se enfrentase a Jesús”, comenta José Luis Sicre, en su comentario al Evangelio de Mateo.

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