Domingo XXIII del Tiempo Ordinario
Primera lectura: Ezequiel 33, 7-9:
Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre.
Salmo 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón».
Segunda Lectura: Carta a los romanos 13, 8-10:
La plenitud de la ley es el amor.
EVANGELIO
Mt 18, 15-20. Si te hace caso, has salvado a tu hermano
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
10 de septiembre de 2023

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Si tu hermano te ofende, ve y házselo ver, a solas entre los dos. Si te hace caso, has ganado a tu hermano.
Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que toda la cuestión quede zanjada apoyándose en dos o tres testigos (Dt 19,15).
Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un recaudador.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os lo digo otra vez: Si dos de vosotros llegan a un acuerdo aquí en la tierra acerca de cualquier asunto por el que hayan pedido, surtirá su efecto por obra de mi Padre del cielo, pues donde están dos o tres reunidos apelando a mí, allí, en medio de ellos, estoy yo.
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Del texto que acabamos de leer voy a comentar solo la primera parte (vv. 15-18) en la que se habla del procedimiento que hay que seguir con aquellos que ofenden a sus hermanos o miembros de la comunidad. La segunda parte habla del poder de “atar y desatar” que Jesús ha depositado en el colectivo de discípulos, y no solo en Pedro. Para este punto me remito a mi comentario reciente titulado “Una iglesia de todos y para todos. De Pedro-piedra al papa Francisco”:
La difícil reconciliación
“La reconciliación se presenta hoy como una realidad difícil de aceptar en nuestro contexto sociocultural, y es así porque, entre otras cosas, ciertos elementos –como, por ejemplo, el arrepentimiento, la autocrítica, la culpa, el perdón o la verdad—, que están en la base de su comprensión teórica y de su realización práctica, no forman parte de la corriente dominante de nuestro entorno”, podríamos decir que no forman parte de nuestra cultura, sino que la reconciliación se presenta como una (contra)cultura, por no estar en boga.
A esto se puede añadir que, en nuestro contexto social, pero también político, vivimos en unos tiempos en los que, lamentablemente, “la verdad” cuenta cada vez menos, hasta el punto de que la profesora Adela Cortina habla de nuestro tiempo como tiempo de la “posverdad” en el que, paradójicamente, las emociones priman sobre la verdad. Lo estamos viendo y comprobando a las claras en el fenómeno del “trumpismo” en América en el que las verdades y los hechos sucedidos cuentan mucho menos que la adhesión emocional a un líder, en este caso Trump, que tomó como eje de su quehacer político la mentira y los bulos, negando a todas luces lo evidente. Podríamos decir que estamos en un tiempo en el que la razón –con su verdad inherente- le ha cedido, con más frecuencia de la deseada, el paso a las emociones, siendo estas las que priman sobre aquella.
El conflicto como oportunidad
El texto que acabamos de leer habla de los conflictos internos que vivía la comunidad del evangelista Mateo y de cómo debe ser el proceso de resolución de los mismos. Hay que tener en cuenta que el conflicto es algo propio de la condición humana y debe ser abordado y resuelto en el momento en que se produce, no esperando a que se resuelva por sí mismo o a que el tiempo se encargue de resolverlo; con esto último, solo se consigue agravar la situación. Si el conflicto se prolonga en el tiempo seguirá aumentando como una bola de nieve y empezará a afectar no sólo a las personas implicadas en el primer momento, sino que contagiará las relaciones de otros miembros de la comunidad, sea esta cristiana, educativa, familiar, social o política. Bien mirado, el conflicto no es ni positivo ni negativo, sino que puede considerarse, si se resuelve adecuadamente, como una oportunidad de crecimiento y maduración humana.
La corrección fraterna
Pues bien, el texto del evangelio de hoy trata de la “corrección fraterna” y marca la pauta para la resolución de cualquier tipo de conflicto mediante un proceso de reconciliación. Este texto da por supuesto que, en la comunidad cristiana del evangelista Mateo, existían conflictos, como sucede en cualquier otro tipo de comunidad. El texto tiene un marcado carácter pedagógico; el evangelista no cae en el laxismo o pasotismo de quien trata de superar el conflicto sin abordar su raíz, ni en el rigorismo extremo que puede llegar a cortar la relación con el otro, a condenar al que ofende o expulsarlo de entrada del grupo en el que se ha generado el conflicto; se coloca, más bien, en el término medio, que no deja de ser sorprendente, pues lo que pretende, ante todo, es salvar a la persona que ha ofendido a su hermano, haciendo posible su reconciliación con él.
Tres pasos para la reconciliación
- “Si tu hermano te ofende, ve y házselo ver, a solas entre los dos. Si te hace caso, has ganado a tu hermano”.
Llama la atención que Jesús no aconseje al ofensor que vaya a pedir perdón al ofendido, sino que sea este quien lleve la iniciativa de dirigirse a aquel, para dar a entender que quiere, ante todo, la reconciliación. Con esta iniciativa es de esperar que el ofensor, al ver la actitud del ofendido, reconozca su falta, sin que se dé ningún tipo de publicidad a la ofensa, quedando esta solamente entre ambos. Si sucede así, el ofendido habrá ganado a su hermano ofensor. Pero el evangelista continúa:
- “Si (el ofensor) no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que toda la cuestión quede zanjada apoyándose en dos o tres testigos”
En este caso se recomienda seguir el consejo del libro del Deuteronomio que indica que “no es válido el testimonio de uno solo contra nadie, en caso de pecado, culpa o delito. Sólo por la deposición de dos o tres testigos se podrá fallar una causa” (Dt 19,15). El ofendido, para no dar publicidad innecesaria al conflicto, debe buscar dos o tres testigos, con la finalidad de que el ofensor reconozca la ofensa y se abra paso la reconciliación. Solamente si no sucede así, añade el evangelista:
- “Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un recaudador”.
Se trata, como puede verse, de una comunidad judía en la que no tienen cabida ni los paganos ni los recaudadores. “Pagano” equivale a uno que no conoce al verdadero Dios; “recaudador” a quien, conociéndolo, hace caso omiso de su voluntad y se vuelve a favor de quienes dominan al pueblo, contribuyendo con el cobro del impuesto a la causa del dominador, el imperio romano.
La recomendación de Mateo es altamente pedagógica. No hay que precipitarse a la hora de buscar la reconciliación con quien te ofende. Primero, hay que hablar con él a solas; después con él, llevando dos o tres testigos; y solo en caso de que el ofensor no reconozca la ofensa, el ofendido debe poner el caso en manos de la comunidad, haciendo público lo sucedido. Si el ofensor no hace caso a esta, el ofendido dará por concluido el intento de reconciliación, considerando al hermano, y por tanto, a un miembro de su comunidad, como un excluido, esto es, un pagano o un recaudador. En todo caso no es la comunidad, sino el ofendido quien debe tener esta actitud hacia el ofensor.
Reconciliación sin castigo
En la Regla de la comunidad (V-VI), documento de la comunidad de Qumrán, hay un texto similar a este del evangelio, pero llama la atención que, en todos los casos, se impone un castigo al que ofende, si no busca la reconciliación. Dependiendo de la gravedad de la ofensa, el castigo durará treinta días, seis meses o un año, en este caso, además, apartando al ofensor de la comunidad o no dejándolo participar en los ritos de purificación de esta.
Sin embargo, en el evangelio, al ofensor no se le impone castigo alguno. De este modo el evangelista deja abierta la puerta a la reconciliación. Maravillosa pedagogía que considera urgente la reconciliación entre ofendido y ofensor, evitando al ofendido dar pasos precipitados que aumenten y consoliden la distancia entre ambos, esto es, una ruptura definitiva. El evangelista Mateo sabe que Jesús era amigo de recaudadores –en concreto, llamó a Mateo que lo era-, y que siempre mostró una actitud abierta y positiva ante los paganos, -curando entre otros al siervo del centurión o a la hija de la mujer cananea o a dos endemoniados en país pagano, a la otra orilla del lago-. De ahí que evite hablar de castigos que harían más difícil todavía la reconciliación.
Significado de “reconciliación”
Pero ¿qué entendemos por “reconciliación”? El Diccionario de la Real Academia define el verbo “reconciliar” como “volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”, difícil tarea esta cuando hay de por medio una ofensa por reparar. Con la reconciliación se restaura la situación anterior a la ofensa, después de identificar las causas que han provocado el conflicto, erradicándolas o encauzándolas adecuadamente. Esto supone, ciertamente, un serio y abierto diálogo entre ofensor y ofendido, tarea que puede resultar difícil, tanto más si se pasa del ámbito personal, al social o político; en todos estos ámbitos es de desear una sana reconciliación entre las partes afectadas.
Nuestro mundo ante la reconciliación
Vivimos en tiempos de crispación, de ideas fijas e inamovibles, de castillos y barreras, a nivel nacional e internacional, a pesar de que estamos en la “era de la comunicación”. Siempre más cercanos todos de todos, pero cuántas distancias median entre unos y otros…
Ofrecer el perdón sin límites, incluso al enemigo que te ha ofendido; otorgar el perdón solicitado por el ofensor; tener iniciativa al pedir perdón y expresar arrepentimiento ante quien haya podido sufrir la ofensa son las recomendaciones tradicionales de la moral cristiana que allanan el camino para la reconciliación amigable con el otro. Pero esto no se puede exigir a quienes no se consideren creyentes o religiosos.
La reconciliación a nivel político
Por eso, si la reconciliación resulta difícil a nivel personal, lo es más a nivel político donde los países, con frecuencia, se hayan divididos en bloques antagónicos, como en una guerra de trincheras en la que solo parece resultar posible vencer al otro y no intentar convencerlo mediante un diálogo abierto y sincero, libre de prejuicios y de líneas rojas, que haga posible el entendimiento y la búsqueda del bien común.
“Es en esta perspectiva política –la llamada ‘política de partidos’- donde la reconciliación se presenta hoy tal vez como prácticamente imposible, pues la perspectiva políticade la reconciliación es más difícil que la reconciliación personal o social, aunque, ciertamente, su reconocimiento y aceptación se ha ido abriendo paso a lo largo de los últimos decenios:
-En el plano internacional son numerosísimas las peticiones públicas de perdón por parte de los dirigentes políticos en nombre de los estados a los que representan; se han producido especialmente en relación con el pasado reciente (colonialismo, conflagraciones de dimensiones mundiales, persecuciones criminales por cuestiones étnicas, etc.). Además, los procesos de transición de regímenes totalitarios, dictatoriales o racistas hacia sistemas democráticos respetuosos con los derechos humanos han propiciado que se apele a la reconciliación como objetivo, a la vez que como manifestación cualificada y cauce para el éxito en dichos procesos”. (De esto último tuvimos gozosa experiencia en la Transición Española).
-En el plano nacional, si no queremos quedarnos en pura retórica, la reconciliación desde la perspectiva política ha de concretarse en propuestas e iniciativas específicas por parte de los partidos. Además, desde el punto de vista jurídico, la reconciliación también puede –y, de hecho, para ser eficaz, debe– poder concretarse en fórmulas jurídicas. Su aliento se percibe claramente en figuras como la amnistía, el indulto, la remisión de penas, la libertad condicional, etc.”.
La (contra)cultura de la reconciliación
En España atravesamos ahora uno de esos momentos cruciales en los que es más necesario que nunca sentarse a dialogar, a tratar de entender al partido adversario, a acordar políticamente hablando, A pactar y consensuar sin excluir del todo a quien no defiende las ideas de tu partido. Pero, lamentablemente, esto queda hoy muy lejos de los presupuestos de los partidos, divididos en bloques- debido a que tienen concepciones diametralmente opuestas sobre el País, así como sobre las políticas que se deben seguir, y también debido a que hay una ya larga historia de ofensas –en muchos casos, personales- que requieren la aplicación de una buena terapia de reconciliación. Ojalá que esto sea posible algún día no lejano, y se elimine la “cultura” del odio, de la ofensa, de la no aceptación del otro tan en boga, y se instale la (contra)cultura de la reconciliación. Otro gallo le cantaría a nuestro país, a escala nacional -y a nuestro mundo también, dividido en bloques antagónicos e irreconciliables, a escala internacional-, si la reconciliación entrase en el vocabulario de la política como resolución de conflictos.
Por una “reconciliación integral”
Pero “más allá de la reconciliación de la que hemos hablado hoy es necesaria una ‘reconciliación integral’ que restablezca no solamente las relaciones dañadas o rotas entre las personas –interpersonal, social y políticamente–, sino entre los humanos y la Naturaleza, y, para quienes somos creyentes, entre nosotros y Dios. Esta iniciativa comporta necesariamente trabajar por una cultura de la reconciliación transversal, tejida de aportaciones sociales y culturales diversas, provenientes de las distintas tradiciones religiosas e ideológicas, además de las procedentes de movimientos comprometidos con la paz, la justicia y la solidaridad como el ecologismo, el feminismo, el indigenismo, el activismo por los derechos humanos, etc.
El reto está delante; las realizaciones no son escasas, pero sí todavía insuficientes; las posibilidades son muchas, pero más las carencias… ¿Es tarde para hacerlo? Como escribió Casaldáliga, ‘Es tarde, pero es nuestra hora […]. Es tarde, pero es madrugada si insistimos un poco’ ”.
Nota:
Para la elaboración de este comentario he tomado algunas ideas -que he entrecomillado- del cuaderno de Cristianismo y justicia, n. 217, escrito por Galo Bilbao e Izaskun Sáez de la Fuente, titulado “Por una (contra)cultura de la reconciliación”, en el que se habla de la reconciliación en el País Vasco después de la desaparición de ETA. A este cuaderno debo también el título de este comentario.
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