Domingo XXII del Tiempo Ordinario
Primera lectura: Jeremías 20, 7-9:
La palabra del Señor me ha servido de oprobio
Salmo 62: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Segunda Lectura: Carta a los romanos 12, 1-2:
Presentad vuestros cuerpos como sacrificio vivo.
EVANGELIO
Mt 16, 21-27: Si alguno quiere venir en pos de mí,
que reniegue de sí mismo.
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
03 de septiembre de 2023

Iglesia en el Lago Tana: Etiopía, país cristiano desde el s. IV.
Entonces dijo a los discípulos:
-El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga.
Porque si uno quiere poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la pondrá al seguro. Y luego, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero a precio de su vida? ¿Y qué podrá dar para recobrarla?
Además, el Hijo del hombre va a venir entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces retribuirá a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar al Hijo del hombre en su realeza.
Volver al auténtico Evangelio
La espiritualidad cristiana tradicional ha estado basada, en muchos casos, sobre malas interpretaciones de las palabras de Jesús. Y así nos luce el pelo a los católicos. El alejamiento de la lectura y estudio de la Biblia por parte de los seglares, que practicó durante siglos la teología católica, ha tenido consecuencias desastrosas para el catolicismo. No olvidemos que durante mucho tiempo la lectura e interpretación de la Biblia estuvo prohibida al cristiano de a pie, siendo ésta objeto de lectura y de interpretación, principal y exclusivamente- por parte de la jerarquía o clero. No sucedió esto, sin embargo, entre los cristianos protestantes, que defendieron desde el principio la idea de que la Biblia era la única autoridad suprema en materia de fe, muy por encima de la tradición apostólica.
Creo que hoy más que nunca es necesario volver al auténtico Evangelio. A ese Evangelio al que la Teología burguesa unas veces ha quitado el aguijón; otras lo ha utilizado para consolidar intereses de clase, y muchas, tal vez con buena voluntad y mucha ignorancia de la lengua, mentalidad y costumbres orientales, lo ha interpretado exactamente en contra de lo que Jesús mismo quiso decir.
Y este último es el caso de esta frase del evangelio de hoy que acabamos de leer y vamos a comentar: “El que quiera venirse en pos de mí, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga”.
Veamos cómo se han interpretado estas palabras del Maestro.
Una opción personal.
Llama la atención, en primer lugar, que “irse en pos de Jesús” o lo que es igual, ser su discípulo no es el resultado de imposición alguna, pues Jesús dice: “El que quiera venir en pos de mí…”. Hacerse discípulo de Jesús debe ser la consecuencia de una opción personal e intransferible que no debe venir impuesta por nadie, y mucho menos con el chantaje de la promesa de alcanzar en el más allá “el cielo eterno” o con la amenaza de recibir “el castigo de un infierno, también eterno”.
El seguidor de Jesús debe serlo sin otra motivación que el entusiasmo y amor por su persona, que lo lleva a seguir sus pasos, sin que nada ni nadie lo fuerce a ello, como se expresa en este conocido soneto anónimo, aunque adjudicado a lo largo del tiempo a diversos santos o personajes de la vida religiosa:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
De la invitación de Jesús -“el que quiera venirse en pos de mi”- se deduce a las claras, como he dicho, que nadie está obligado a ser cristiano, ni a nadie se debe obligar a ello, en contra de una praxis de siglos en la iglesia en la que se proclamaba que “fuera de la Iglesia no había salvación” y se amenazaba a quienes no seguían los dictados de la jerarquía con el temido castigo de un infierno, lugar de suplicio donde se practicaba el sadismo más crudo, pues se llegaba a hablar de un fuego “eterno” que quemaría a los condenados sin nunca llegar a consumirlos. Nada más ajeno a la imagen del Dios de Jesús, cuya esencia es solo amor.
Ahora podemos preguntarnos: ¿a qué invita Jesús a sus seguidores”?
Esta invitación tiene tres partes:
- “Renegar de uno mismo”.
En primer lugar, Jesús invita “a renegar de uno mismo”. A simple vista, esta primera condición para seguir a Jesús resulta extraña hoy. La sicología actual, a la que se suma toda la influencia que recibe de Oriente, considera clave de felicidad el polo opuesto al que parece referirse el evangelio tal y como se ha interpretado frecuentemente: no hay que negarse a uno mismo, -se nos dice- sino más bien aceptarse a sí mismo, como base para conseguir la felicidad, fomentando una razonable autoestima positiva en la relación con los demás. Y esto como camino para conseguir la felicidad, objetivo prioritario del corazón humano. Según la sicología, “la autoestima positiva de uno mismo se muestra hoy como una necesidad vital del ser humano, siendo indispensable para el desarrollo normal de una personalidad sana; sin una buena dosis de autoestima, el ser humano no puede alcanzar su maduración, su plenitud, su felicidad.
¿Va Jesús, entonces, en contra del deseo de felicidad del ser humano cuando pone como primera condición para su seguimiento “renegar de uno mismo?
Pienso que no, pues renegar de uno mismo (o negarse a uno mismo, que traducen otros autores), como he explicado varias veces ya en estos comentarios es una expresión oriental que significa sencillamente “vivir de cara a los demás, vivir para los otros, renunciando a toda ambición de poder, prestigio o dinero. De ahí el último consejo -que no mandato- de Jesús a sus discípulos en la Última Cena: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”, dando por sentado que amar a los otros como Jesús, esto es, hasta dar la vida, si fuese necesario, es el verdadero camino de realización humana. Solo en el amor que se funde con el otro se halla la felicidad.
Sin embargo, “renegar de uno mismo” se ha entendido con frecuencia como “refrenar, reprimir, moderar el cuerpo, -ocasión de pecado, casi siempre contra el sexto mandamiento-, luchando contra los así llamados “bajos instintos”. El cuerpo ha tenido en la moral católica de siglos una coloración negativa y pecaminosa. Ha sido la primera y principal fuente de pecado. No en vano para los moralistas, clérigos y frailes, el cuerpo, como fuente de placer y felicidad, era terreno vedado. Predicando esta espiritualidad sentaron las bases para devaluar todo lo visible, lo corporal, lo material y placentero, en especial el sexo, y afirmar lo espiritual, el alma, y con ella todo lo que no se ve, haciendo al cristiano suspirar por el más allá, que se conseguía, en el mejor de los casos, con el aislamiento de los demás y la dedicación en exclusiva a la oración y la penitencia, como pasaporte válido para conseguir “la vida eterna”. ¡Cuántas neurosis habrá provocado esta interpretación del Evangelio en los creyentes sinceros que deseaban conciliar el evangelio con la vida cotidiana…!
2. “Cargar con la cruz”.
La segunda condición para ser cristiano es “cargar con la cruz”. Y también aquí la interpretación de esta frase ha resultado desvariada. En unos casos, donde Jesús dice “cargar con la cruz” –que se supone impuesta por la persecución de los seguidores de Jesús por parte de quienes no aceptan el estilo de vida de estos- se ha confundido con “aceptar la cruz”, invitando a la resignación ante las contrariedades e injusticias de la vida, consolidando de este modo el (des)orden establecido, al no rebelarse contra la injusticia humana. En otros casos, “cargar con la cruz” se identificada con “buscar la cruz”, o lo que es igual, hacer sacrificios, incluso corporales, llegando incluso a maltratar el cuerpo como se hacía antiguamente con cilicios y disciplinas, aquellos instrumentos de tortura menor que usaban, principalmente,, curas y frailes, para fustigar el cuerpo y reprimir de este modo sus “bajos instintos”. Instrumentos de este tipo, hoy desterrados de la espiritualidad cristiana, se muestran todavía cuando se visitan las celdas de antiguas ermitas de frailes que habían huido del mundanal ruido para dedicarse a conseguir la santidad mediante estas prácticas en modo alguno recomendadas por el evangelio.
Jesús, en cambio, no aconseja ni resignación ni sacrificios corporales, sino “cargar con la cruz” cuando la coloquen sobre nuestros hombros quienes, al vernos vivir de cara a los demás, dando la vida por los otros, nos traten de tontos y se rían de nosotros, intentando acabar con ese estilo de vida altruista que nos hace salir de nosotros mismos para centrarnos en atender al otro, independientemente de quien sea.
3. “Seguir a Jesús”
“Renegar de uno mismo y cargar con la cruz” que colocan sobre nuestros hombros los que no están de acuerdo con nuestro estilo de vida cristiano es condición necesaria para “seguir a Jesús”. Y donde dice el Evangelio “seguir” decían los directores espirituales “imitar, ser como Jesús”. De hecho existía un libro muy difundido en otro tiempos –casi tanto como la Biblia-, que se titulaba La Imitación de Cristo,libro de devoción y ascética, cuya finalidad era iniciar en la perfección cristiana, proponiendo a Jesucristo como modelo a imitar por el cristiano. Este libro era conocido por el nombre de su autor, Kempis, y llevaba por subtítulo: Contemptus mundi («Menosprecio del mundo»).
Al proponerse un modelo tan alto como la imitación de Cristo, el creyente experimentaba a diario el fracaso y la imposibilidad de ser como Jesús. Pero este no dice que lo imitemos, sino que lo sigamos, esto es, que cada uno encuentre su modo de ser y vivir de cara a los demás y así lo siga hasta la muerte, con la convicción, basada en la fe, de que el final no es la cruz, sino la resurrección, esto es, la vida, la alegría definitiva.
Pero el texto del evangelio de hoy no se queda ahí. Tras proponer las condiciones para seguir a Jesús, añade tres reflexiones en los versículos siguientes: 25, 26 y 27-28:
-a) “Porque si uno quiere poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la pondrá al seguro” (v. 25). Según Jesús, para poner a buen seguro la vida hay que perderla, pues la vida física no es el valor supremo y esta solo se asegura cuando se está dispuesto a perderla, renunciando a toda ambición personal y viviendo centrado en los otros.
-b) “Y luego, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero a precio de su vida? ¿Y qué podrá dar para recobrarla?”.
Para Jesús no vale la pena gastar la vida en conseguir el mundo, los bienes materiales, pues la vida vale mucho más que todas las riquezas y honores. Vivir centrado en los demás y no en la consecución de bienes es dedicarse al otro por amor, gastar la vida en la conquista de la verdadera felicidad que se alcanza haciendo felices a los demás. No olvidemos que Jesús propone como camino de felicidad la primera bienaventuranza: “Dichosos los que eligen ser pobres porque esos tienen a Dios por rey” (Mt 5,1).
-c)“Además, el Hombre va a venir entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces retribuirá a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar al Hombre en su realeza”.
Las comunidades cristianas primitivas esperaban la inminente vuelta del Hombre, de Jesús, un acontecimiento clamoroso que haría ver resucitado al Mesías, crucificado y rechazado, para intervenir poniendo los puntos sobre las “íes” en el curso de la historia humana “retribuyendo a cada uno según su conducta”. La esperanza de su segunda venida debía mantener a sus seguidores a la espera del que había sido rechazado por el mundo, colgándolo de un madero. Y era esta esperanza la que los mantenía firmes en el seguimiento de un maestro que los invitaba a “renegar de ellos mismos y cargar con su cruz” como condición para ser sus discípulos, lo que traducido a nuestro tiempo, equivale a vivir centrados en los demás, soportando la persecución proveniente de quienes no aceptaban ayer -ni aceptan hoy en nuestro mundo- el estilo de vida que propone el Evangelio.
Leave a Reply