Nadar y guardar la ropa

Domingo XVII del Tiempo Ordinario

Primera lectura: 1 Re 3, 5. 7-12: Pediste para ti inteligencia.

Salmo 118: ¡Cuánto amo tu ley, Señor!

Segunda Lectura: Carta a los romanos 8, 28-30:

            Nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo.

    EVANGELIO

            Mateo 13, 44-52:Vende todo lo que tiene y compra el campo.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

30 de julio de 2023

Costa de Chipre, país evangelizado por Pablo, Bernabé y Juan Marcos.

Se parece el reino de Dios a un tesoro escondido en el campo; si un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y de la alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquél.

Se parece también el reino de Dios a un comerciante que buscaba perlas finas; alencontrar una perla de gran valor fue a vender todo lo que tenía y la compró.

[Se parece también el reino de Dios a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, reúnen los buenos en cestos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al fin de esta edad: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

-¿Habéis entendido todo esto? Contestaron ellos: -Sí.

É1 les dijo: -De modo que todo letrado instruido en el reino de Dios se parece al dueño de casa que saca de su arcón cosas nuevas y antiguas.

Cuando acabó estas parábolas se marchó Jesús de allí.]

Aviso importante:

Este comentario, al igual que los del mes de Agosto, seguirá muy de cerca los comentarios publicados en mi obra, actualmente agotada, LA OTRA LECTURA DE LOS EVANGELIOS, I (Ediciones El Almendro, Córdoba 1987).

Me sorprende la actualidad de aquellos comentarios escritos hace tanto tiempo, que solo necesitan una leve puesta al día para que sigan siendo útiles. Esto es lo que haré en estos domingos de verano. Por otra parte, por estar de vacaciones, no haré el montaje de imágenes que suelo hacer habitualmente, aunque sí el audio del texto. Este montaje audiovisual lleva su tiempo y quiero descansar unos domingos.

Por lo demás, avanzo ya que este ciclo de comentarios que estoy publicando terminará cuando acabe el ciclo litúrgico antes del primer Domingo de adviento.

Todos los comentarios publicados hasta ahora se pueden encontrar en YouTube, bajo el epígrafe de “La otra lectura de los Evangelios”, organizados del más antiguo al más reciente:

Igualmente se puede encontrar el texto escrito y el video que los acompaña en la web de Instituto Bíblico Claretiano: www.ibicla.org/blog

Contando el comentario de hoy son ya 89 los comentarios que están colgados en la web por si alguien los quiere consultar.

El tiempo que empleo en la preparación de estos comentarios, que no es poco, lo necesito para impulsar la redacción del DICCIONARIO GRIEGO-ESPAÑOL DEL NUEVO TESTAMENTO, que se publica en fascículos, y que comenzó a iniciativa de Juan Mateos, conocido estudioso y traductor del Nuevo Testamento, de cuya muerte se cumple este año el 20 aniversario.

                                                            ***

El refranero encierra una sabiduría de siglos. Un simple refrán como “nadar y guardar la ropa” sirve para dibujar un modo muy habitual de comportamiento humano. Cinco palabras. Así de breve, pero qué profundo.

“Nadar” es sostenerse flotando en un líquido, moverse en el agua o sumergirse en ella sin tocar fondo. El agua representa la inseguridad, lo inestable y movedizo. Para nadar y flotar es conveniente no tener ataduras ni peso añadido al del propio cuerpo. Hay que despojarse de ropa y abandonar la orilla firme, adentrándose en esa masa líquida que envuelve y amenaza. Nadar significa arriesgarse.

“Guardar la ropa” representa el polo opuesto: la seguridad. Guardar es sinónimo de custodiar, vigilar, conservar en seguro, no arriesgar, retener. La ropa es el símbolo de nuestra imagen exterior, de nuestra posición o situación en la vida ante los demás.

Nadar y guardar la ropa son los dos extremos de una situación vital: inseguridad, desnudez y riesgo frente a seguridad, vestido, tranquilidad. Este refrán une lo imposible en la práctica. Cada día, por desgracia, es mayor el número de gente que hace de él su pauta de vida. Gente que pasa por la vida, interviniendo con astucia, para beneficiarse del provecho que pueda producir cada ocasión, sin arriesgarse. Gente de poco fiar que “tira la piedra y esconde la mano”.

Seguridad y libertad

Freud decía que la vida humana se debate entre dos polos: seguridad y libertad. A más seguridad, menos libertad; a más libertad, menos seguridad, pero el ser humano se mide precisamente por su praxis de libertad, por su capacidad de riesgo. Es más quien más arriesga; “quien no arriesga, no gana”, dice el proverbio.

Y así está el mundo. Por no perder la seguridad, por salvar las apariencias, hay quienes en la vida pública o en la actividad privada no se adentran en las aguas del riesgo y de la libertad, de la verdad, la claridad y la transparencia.

Tiempos de “posverdad”

Vivimos en tiempos difíciles, que la profesora de Ética, Adela Cortina, ha tildado como de la “posverdad”, tiempos en los que la verdad cuenta cada vez menos y cada vez más la emociones. Lo vimos durante la presidencia de Estados Unidos por Donald Trump, cuyas declaraciones falsas llegó a contar por miles el periódico The Washington Post. Los comentaristas y los verificadores de hechos han descrito esto como “sin precedentes” en la política estadounidense. La constancia de estas falsedades se convirtió en una parte distintiva de la identidad del presidente Trump  en su práctica política del día a día, negando con frecuencia la evidencia de los hechos, como los resultados electorales, la eficacia de las vacunas o el cambio climático.

Lo vimos también en el comportamiento de Putin, que decía que no tenía intención de invadir Ucrania y el 24 de Febrero del 22 la invadió para “desnazificarla” (nada más lejos de la verdad) con la patraña de que el intento ucranio de entrar en la Unión Europea ponía en peligro la seguridad de Rusia.

A escala nacional, en España, lo acabamos de ver en la campaña electoral reciente: bulos, mentiras y medias verdades –que algún político ha llegado a llamar “inexactitudes”-, se iban vertiendo en las televisiones, radios y redes sociales. Y es que parece como si quien tiene el poder o aspira a tenerlo se pudiera permitir el lujo de mentir sin más por tal de conseguirlo. Con ello retrocedemos a un mundo que creíamos haber superado: el de la aspiración por el poder absoluto –la mayoría absoluta-, el del triunfo de los autócratas o el del resurgir de las extremas derechas. Es un ejemplo más de la vileza de lo que ha dado en llamarse “posverdad” y que ha venido a recalar en la “banalización de la mentira”.

“Modernidad líquida”

Pero vivimos no solo en la época de la “posverdad”,  sino también en la que el sociólogo Zygmund Bauman ha definido como la de la “modernidad líquida”, un tiempo en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador”. Un mundo que Bauman supo explicar como pocos cuando decía: “Estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida. Con los objetos materiales y con las relaciones con la gente. Y con la propia relación que tenemos con nosotros mismos: cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe. Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y, por lo tanto, tenemos miedo de fijar nada para siempre… Esto crea una situación líquida, como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la forma del agua. Y esto está por todas partes”… “Hace no mucho, continúa Bauman,  el precariado era la condición de vagabundos, homeless, mendigos. Ahora marca la naturaleza de la vida de gente que hace 50 años estaba bien instalada. Gente de clase media. Menos el 1% que está arriba del todo, nadie puede sentirse hoy seguro. Todos pueden perder los logros conseguidos durante su vida sin previo aviso”.

De ahí que no sea extraña la actitud de quienes, dominados por la inseguridad que genera miedo,  buscan su seguridad, protegiéndose de los demás a base de mentiras, con la excusa de que nada hay seguro, sino que todo es cambiante e inestable: líquido. Gente que, en definitiva, ante esta situación, opta por “nadar y guardar la ropa”, o lo que es igual, por conciliar lo inconciliable.

Sin seguridad

Jesús de Nazaret no quería a su lado seguidores que practicasen este refrán. Entre estos no deberían caber actitudes medias, ni personas no definidas, pues su propuesta de vida es sólida, de alto riesgo, de libertad y de verdad. Paradójicamente, para seguir a Jesús y poner en práctica su estilo de vida hay que quedarse desnudos, pobres -sin ropa ni seguridad-, hay que ser transparentes y cristalinos; hay que tirarse al agua de la vida, mojarse y romper las amarras de la seguridad, como camino para conseguir la plena libertad, a la que se llega por una actitud clara y definida por la verdad, el único camino para alcanzar la libertad, como dijo Jesús: “La verdad os hará libres” (Jn 8,31).

Las parábolas del tesoro escondido y del comerciante de perlas finas

“El Reino de Dios -decía Jesús- se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de Dios se parece a un comerciante de perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”.

Jesús exige a sus seguidores un camino que se basa en la verdad y en la renuncia radical, al precio de quedarnos solos; hay que estar dispuestos a venderlo todo, a arriesgarse, a definirse para entrar en el Reino de Dios, que se identifica con la comunidad cristiana en la que Dios reina, un Reino donde no hay lugar para  “nadar y guardar la ropa”.

Una tercera parábola: la de la “red barredera”

¿Qué ocurrirá a quienes no viven de acuerdo con los ideales del reino?

A esta pregunta viene a dar respuesta la tercera de las parábolas, cuyo texto he puesto entre corchetes y cuya lectura es opcional este domingo, llamada de la “red barredera”, que recoge peces de todas clases, buenos y malos, muy parecida a la de la cizaña. Si la parábola se refiere a la comunidad cristiana “en la que hay miembros que no viven de acuerdo con los valores del evangelio, que no han tenido la experiencia de haber descubierto un tesoro o una perla preciosa en el mensaje de Jesús, la respuesta de Jesús es muy dura: “Se parece también el reino de Dios a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, reúnen los buenos en cestos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al fin de esta edad: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.

La actitud negativa ante los más necesitados (“porque tuve hambre y no me diste de comer, sed y no me diste de beber, en la cárcel y enfermo y no me visitaste, desnudo y no me vestiste”, Mt 25) anuncia un final trágico  para quienes son incapaces dar prioridad al mensaje de Jesús (lo nuevo), y no ponen en segundo lugar lo antiguo (la tradición de Israel).

El evangelista Mateo se identifica en este texto con “el letrado instruido en el reino de Dios que se parece al dueño de casa que saca de su arcón cosas nuevas y antiguas”, estableciendo una oposición entre los “letrados” cristianos y los de Israel. Estos tenían detrás una inmensa tradición interpretativa que pretendía no salirse de los límites de lo antiguo. El letrado que ha comprendido el secreto del reino ya no depende de su antigua tradición, sino que en él “lo nuevo” tiene el primer lugar; “lo antiguo” está subordinado a lo nuevo. Este letrado cristiano no se basa ya en lo que han dicho o hecho Moisés o los Profetas (lo antiguo), sino en la puesta en práctica del mensaje de Jesús para con los más necesitados (lo nuevo), siendo esta la clave de lectura de todo el Antiguo Testamento.


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