Domingo XV del Tiempo Ordinario
Primera lectura: Isaías 55, 10-11: La lluvia hace germinar la tierra.
Salmo 64: La semilla cayó en tierra buena y dio fruto.
Segunda Lectura: Carta a los romanos 8, 18-23: La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios.
EVANGELIO
Mateo 13, 1-23. Salió el sembrador a sembrar.
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16 de julio de 2023

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar.
Se congregaron alrededor de él grandes multitudes; él entonces se subió a una barca y se quedó sentado allí; toda la multitud se quedó en la playa. Les habló de muchas cosas en parábolas:
-Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, unos granos cayeron junto al camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros cayeron en terreno rocoso, donde apenas tenían tierra; como la tierra no era profunda, brotaron en seguida; pero en cuanto salió el sol se abrasaron y, por falta de raíz, se secaron. Otros cayeron entre zarzas; las zarzas crecieron y los ahogaron. Otros cayeron en tierra buena y fueron dando fruto: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. ¡Quien tenga oídos, que escuche!
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: -¿Por qué razón les hablas en parábolas?
El les contestó: -A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reinado de Dios; a ellos, en cambio, no se les han dado; y al que produce se le dará hasta que le sobre, mientras al que no produce se le quitará hasta lo que ha recibido. Por esa razón les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Se cumple en ellos la profecía de Isaías:
Por mucho que oigáis no entenderéis,
por mucho que veáis no percibiréis:
Porque está embotada la mente de este pueblo;
son duros de oído, han cerrado los ojos
para no ver con los ojos ni oír con los oídos
ni entender con la mente
ni convertirse para que yo los cure (Is 6,9-10).
¡Dichosos, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron, y oír lo que oís vosotros, y no lo oyeron.
Escuchad ahora vosotros la parábola del sembrador:
-Siempre que uno escucha el mensaje del Reino y no lo entiende, viene el Malo y se lleva lo sembrado en su corazón: eso es «lo sembrado junto al camino».
-«El que recibió la semilla en terreno rocoso» es ese que escucha el mensaje y lo acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto surge una dificultad o persecución por el mensaje, falla.
-«El que recibió la semilla entre zarzas» es ese que escucha el mensaje, pero el agobio de esta vida y la seducción de la riqueza lo ahogan y se queda estéril.
-«El que recibió la semilla en tierra buena» es ese que escucha el mensaje y lo entiende; ése sí da fruto y produce en un caso ciento, en otro sesenta, en otro treinta.
Una parábola para tiempos de crisis
Jesús pronuncia la parábola del sembrador cuando su vida pública de predicador itinerante está a mitad de camino. Tras los éxitos y popularidad iniciales entre sus conciudadanos de Galilea, se le han ido poniendo las cosas difíciles. Los jefes religiosos le han declarado la guerra, como se dice en Mateo 9,14, después de la curación del hombre con el brazo atrofiado: “Al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con él”.
El pueblo -sometido al sistema religioso, aunque en desacuerdo con este- sigue sin darle su adhesión, sin creer en él. Jesús tendría incluso serios problemas con su familia y sus paisanos: “Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta” (Mt 13,57). Sin embargo, un puñado insignificante de discípulos permanece a su lado, sin entender del todo las cosas de su Maestro.
A esas alturas de la vida de Jesús, casi toda la semilla de la buena nueva o evangelio, ha caído en terreno baldío. ¿Todo ha sido un fracaso? podía preguntarse Jesús. Sus enemigos se ríen de él y le piden una señal del cielo como condición para creerlo (Mt 12,38).
En estas circunstancias, cuando suponemos que atravesaba una crisis vital, Jesús sale al paso con la parábola del sembrador, que expresa su experiencia misionera y la de los que quieran seguirlo: la del sembrador que siembra esperando una buena cosecha a pesar de que gran parte de su semilla cae en terreno baldío.
El marco de la parábola: la casa y el mar.
Inmediatamente antes de contar la parábola del sembrador, dice el evangelista Mateo, que “aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar”: “La casa” de la que sale Jesús representa el círculo de sus discípulos, de los cuatro primeros discípulos –más tarde serían doce- a los que había llamado precisamente en la orilla del mar (4,18). “El mar” representa la frontera entre Israel, situado al lado oeste del lago de Genesaret (llamado por Mateo “mar” por sus grandes dimensiones) y los pueblos paganos (al este). Una frontera que tendrán que cruzar los seguidores de Jesús para hacer universal el mensaje del evangelio y expandirlo por todo el mundo. No olvidemos que el Dios de Israel era Dios sólo de su pueblo, el pueblo elegido, pero el de Jesús –que es Padre de todos, sin distinción de razas, países o culturas- es un Dios universal.
-Las multitudes de la sinagoga
El evangelista continúa definiendo el marco en el que va a tener lugar la parábola. Dice que “se congregaron alrededor de él grandes multitudes” que acuden, curiosamente, no a Jerusalén, centro político-religioso del pueblo judío, sino a Jesús; no a los fariseos, letrados y doctores de la Ley, sino a este maestro, cuya autoridad no reconocen aquellos. Las multitudes –el pueblo sencillo- estaban descontentas de aquel sistema religioso-político que los oprimía, como vimos el domingo pasado, cansados de soportar el duro yugo de la ley judía con sus innumerables preceptos.
La gente que conforma estas multitudes son, como no podía ser de otro modo, adictos al mundo ideológico de la sinagoga. La palabra “congregarse” en griego se dice “synágô”, de donde deriva la palabra “sinagoga” en castellano. Gente penetrada por la ideología imperante de la sinagoga, que ponía la ley por encima del ser humano; la religión como práctica de ayuno y no como vivencia festiva; la justificación por las obras ante Dios, como en la parábola del fariseo y el recaudador, en la que aquél se jactaba de ser observante hasta el extremo, mucho más de lo que mandaba la ley: “El fariseo se plantó y se puso a orar para sus adentros: “Dios mío, te doy gracias de no ser como los demás hombres: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano” (Lc 18, 11-12).
La parábola del sembrador
Y es en este momento, fuera de la casa, sentado junto al mar y subido en una barca, con las multitudes en la playa, cuando Jesús cuenta la parábola del sembrador.
Por sí sola, esta parábola describe, sin más, la experiencia de cualquier campesino a la hora de la siembra en Palestina, donde esta tarea se realiza antes de arar la tierra, a la espera de que llegue la lluvia que la suaviza, los últimos días de Octubre o primeros de noviembre.
Al pueblo, que no entiende, Jesús le habla en parábolas, su modo peculiar de hablar. Tan propio que ninguno de sus discípulos utiliza parábolas en su predicación. Pero esta parábola no describe solamente una tarea agrícola, sino que tiene un sentido más profundo, que Jesús explica cuando sus discípulos se lo piden.
La incomprensión histórica del pueblo
Al pueblo, sin embargo, Jesús no le explica la parábola, aduciendo un texto del profeta Isaías:
“Por mucho que oigáis no entenderéis,
por mucho que veáis no percibiréis:
Porque está embotada la mente de este pueblo;
son duros de oído, han cerrado los ojos
para no ver con los ojos ni oír con los oídos
ni entender con la mente
ni convertirse para que yo los cure” (Is 6,9-10).
Sorprendentemente, el pueblo, que ha estado a lo largo de la historia en constante espera del Mesías, cuando llega este, no se adhiere a su mensaje, pues está incapacitado para ello, atrapado por un sistema religioso judío regentado por los fariseos que se separan del pueblo para no contaminarse y, a su vez, separan al pueblo de Dios mediante la imposición de una retahíla inmensa de leyes, imposibles de cumplir por parte de la gente sencilla, como decíamos el domingo pasado.
Los secretos del reinado de Dios
Sin embargo, Jesús explica la parábola a los discípulos porque a estos “se les han dado a conocer los secretos del reinado de Dios; a ellos (a las multitudes), en cambio, no se les han dado”.
Y los secretos del reinado de Dios que conocen sus discípulos es todo lo contrario de lo que oían predicar en las sinagogas: que Dios es Padre de todos, que Dios no ha elegido a un pueblo y castigado al resto de pueblos, enseñanza difícil de entender para quienes estaban convencidos de ser “el pueblo elegido” y que el resto de pueblos de la tierra era rechazado por Dios. La buena noticia que anuncia-siembra Jesús es la de que está cerca el reinado de Dios, que comienza cuando sus seguidores ponen en práctica las bienaventuranzas, en particular, la primera y la última: la opción por la pobreza, como prueba de que no adoran al dios “dinero” (primera bienaventuranza; Mt 5,3), condición para entrar en el reino o comunidad cristiana, y la consiguiente persecución por parte del mundo que la fidelidad a esa opción comporta (“Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad”; Mt 5,10).
El rechazo por parte de la tierra de la semilla del evangelio se expresa, como vamos a ver, en la parábola del sembrador, que describe cuatro actitudes ante el mensaje, representadas por los cuatro tipos de tierra donde cae la semilla del evangelio.
Es de notar, de antemano, que cinco de los de los seis versículos que tiene la parábola describen el fracaso del sembrador por parte de una tierra que no hace fructificar la semilla.
Las cuatro actitudes
- Lo sembrado en el camino: Quien escucha el mensaje y no lo pone en práctica.
“Escuchad ahora vosotros (la explicación de) la parábola del sembrador: “Siempre que uno escucha el mensaje del Reino y no lo entiende, viene el Malo y se lleva lo sembrado en su corazón: eso es «lo sembrado junto al camino”.
“Escuchad”. Jesús no invita solo a oír, sino a escuchar o entender la parábola, esto es, a prestar atención a lo que va a decir y, consiguientemente, a ponerlo en práctica. Si lo que dice Jesús no se entiende, esto es, si no se toma su mensaje por norma de conducta personal, el Malo, el tentador se lleva lo sembrado. “El Malo” alude al tentador de Jesús en el desierto, donde este sufrió una triple tentación: la tentación del materialismo (convertir las piedras en panes), del poder (dominar todos los reinos de la tierra) y de la gloria (tirarse desde el alero del templo sin que sufra daño alguno). Quien cae en estas tentaciones termina no aceptando el mensaje de Jesús. Lo curioso es que “malos”, en el evangelio de Mateo son también los fariseos y los letrados a los que Jesús dice:¿Cómo pueden ser buenas vuestras palabras siendo vosotros malos? Porque lo que rebosa del corazón lo habla la boca” (12,34). Estos, además, piden una señal del cielo a Jesús, antes de darle su adhesión. Con su idea de un mesías de poder y no de servicio, encarnan a Satanás. Es, por tanto, la ideología del materialismo, del poder y de gloria la que anula el mensaje y hace que no fructifique. Quienes están impregnados de esta ideología son como la semilla que cayó a la vera del camino, aludiendo a aquellos dos ciegos (Mt 20,30) que estaban sentados a la vera del camino y llamaban a Jesus “hijo de David”, viendo en él un mesías de poder, descendiente de David (Mt 20,30).
- La falta de constancia: el terreno rocoso
“El que recibió la semilla en terreno rocoso es ese que escucha el mensaje y lo acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto surge una dificultad o persecución por el mensaje, falla”. La segunda actitud es la de los que, en primera instancia aceptan el mensaje de Jesús, pero no se mantienen fieles a él. Estos se parecen a “aquel que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos, embistieron contra la casa y se hundió. ¡Y qué hundimiento tan grande! (Mt 7,26-27)
- Las preocupaciones de esta vida y la riqueza: la semilla entre zarzas
“El que recibió la semilla entre zarzas» es ese que escucha el mensaje, pero el agobio de esta vida y la seducción de la riqueza lo ahogan y se queda estéril”.
El tercer caso –la semilla que cae entre zarzas- está constituido por todos aquellos que escuchan el mensaje, pero las preocupaciones de esta vida y el atractivo de la riqueza (el dios-dinero) le hacen ser infieles a Jesús: “Conque no andéis preocupados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Son los paganos quienes ponen su afán en esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero que reine su justicia, y todo eso se os dará por añadidura” (Mt 6,31-33).
- Quien acepta el mensaje y lo pone en práctica: la tierra buena
“El que recibió la semilla en tierra buena» es ese que escucha el mensaje y lo entiende; ése sí da fruto y produce en un caso ciento, en otro sesenta, en treinta”.
“Tierra buena” son todos aquellos que escuchan el mensaje y lo entienden, haciéndolo suyo en la práctica de cada día. Es de notar que sólo una parte del terreno hace fructificar la semilla. Pero cuando la semilla cae en tierra buena, los resultados superan lo inesperado: cada grano produce cien, sesenta o treinta. La cosecha de la parábola del sembrador es exagerada en cuanto al resultado, extraña plusvalía que no se da, por lo común, en la naturaleza. Un fruto de ilusión.
Las cifras que se dan aquí como en otras parábolas son fantásticas: la suma de los diez mil talentos que el mal empleado adeuda al rey (Mt 18,24) raya en lo inimaginable, hasta el punto de exceder las posibilidades de fortuna de un individuo; que un pastor abandone 99 ovejas a su suerte, arriesgando toda su hacienda porque no puede sufrir la pérdida de un solo animal, contrasta, sin duda, con la realidad cotidiana.
Un canto a la esperanza
Esta parábola se convierte así en un canto a la esperanza: no nos vencerán quienes ponen resistencia al Evangelio. El fracaso aparente del cristiano-sembrador entra en el programa. Más aún, es semilla de fecundidad. Sentir y sufrir la resistencia, la contrariedad y la oposición se convierte paradójicamente en camino de eficacia y fecundidad.
Como el sembrador, el Reinado de Dios no se instaurará en el mundo sino a través de numerosos e impresionantes fracasos. Esto es lo que ni los fariseos ni las multitudes- ni siquiera nosotros, cristianos del siglo veintiuno- podemos comprender. Nos gustaría el éxito, el triunfo arrollador y casi categórico del Evangelio en medio de nuestro mundo. Nos duele y nos desmoraliza demasiado la resistencia y la oposición. Nos cansamos, nos desilusionamos.
También Jesús pasó por ahí. Y aquel día, en lugar de tirar la toalla, se puso a soñar y contó y (se) contó la parábola del sembrador, que siembra cosecha de fecundidad con semilla de esperanza.
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