Domingo XIII del Tiempo Ordinario
Primera lectura: 2 Reyes 4, 8-11. 14-16a:
Es un hombre santo de Dios; se retirará aquí.
– Sal 88: Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Segunda Lectura: Carta a los romanos 6, 3-4. 8-11:
Sepultados con él por el bautismo, andemos en una
vida nueva.
EVANGELIO
Mateo 10, 37-42:
El que no carga con la cruz no es digno de mí. El que os
recibe a vosotros, me recibe a mí.
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
02 de julio de 2023

Vasos de cerámica chipriota. Museo arqueológico de Nicosia.
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que ponga al seguro su vida, la perderá, y el que pierda su vida por causa mía, la pondrá al seguro.
El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta en calidad de profeta tendrá recompensa de profeta: el que recibe a un justo en calidad de justo, tendrá recompensa de justo; y cualquiera que le dé a beber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por su calidad de discípulo, no se quedará sin recompensa, os lo aseguro.
No he venido a sembrar paz, sino espadas
Inmediatamente antes del texto que acabamos de leer, Jesús se dirige a sus discípulos con estas palabras: “No penséis que he venido a sembrar paz en la tierra: no he venido a sembrar paz, sino espadas; porque he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra; así que los enemigos de uno serán los de su casa (Mt 10,36; cf. Miq 7,6). Con estas extrañas y sorprendentes palabras, comenta José Luis Sicre, en su comentario al Evangelio de Mateo, “el evangelista desea tirar por tierra una falsa imagen de Jesús. Hasta ahora se había compadecido de las multitudes, curado a los enfermos, predicado el amor, la bondad y el perdón. Quien se limita a esos aspectos puede terminar hablando de un Jesús ‘hippy’ coronado de rosas y repartiendo besos; un Jesús portador de paz y bienestar, de fraternidad universal y burguesía religiosa, eso que ya en el siglo XIX criticaba duramente Soren Kierkegaard en su obra Los lirios del campo y las aves del cielo” (Editorial Trotta, Madrid 2007). Un Jesús dulce y nada provocativo, como reflejan las imágenes del Corazón de Jesús.
División incluso en la familia
Pero no. El Jesús de Mateo era consciente de que su mensaje, llevado a la práctica en un mundo con valores adversos al evangelio, traería la división incluso en el interior de la familia. Y lo afirma con estas palabras. Por su parte, el evangelista Mateo acentúa más fuertemente que los otros evangelistas la oposición que los discípulos van a sufrir en su tarea evangelizadora y la división que el mensaje del evangelio va a generar incluso en los miembros de su comunidad, en el seno de sus propias familias.
Miqueas ante la corrupción en la sociedad
Las palabras de un Jesús “que no ha venido a traer paz, sino espadas”, no se deben tomar, sin embargo, al pie de la letra. La frase “porque he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra; así que los enemigos de uno serán los de su casa” la toma el evangelista de un discurso del profeta Miqueas (7,6) que dice así:
“ ¡Ay de mí! Me sucede como al que rebusca terminada la vendimia: no quedan racimos que comer ni brevas que tanto me gustan; han desaparecido del país los hombres leales, no queda un hombre honrado; todos acechan para matar, se tienden redes unos a otros; sus manos son buenas para la maldad; el príncipe exige, el juez soborna, el poderoso declara sus ambiciones; se retuerce la bondad como espinos y la rectitud como zarzales.
El día de la cuenta que anuncia el centinela llegará: pronto llegará la desgracia. No os fieis del prójimo; no confiéis en el amigo, guarda la puerta de tu boca de la que duerme en tus brazos; porque el hijo deshonra al padre, se levantan la hija contra la madre, la nuera contra la suegra y los enemigos de uno son los de su casa. Pues yo estoy alerta aguardando al Señor, mi Dios y salvador; mi Dios me escuchará. (Mi 7,1-7)
En este discurso, Miqueas denuncia con valentía la corrupción de la sociedad de su tiempo: las insidias, el soborno y la ambición de los poderosos, la injusticia de un mundo en el que el profeta se siente solo y acosado. En aquella sociedad injusta e individualista como la nuestra, también el mensaje de Jesús suscita una tremenda oposición incluso en el seno de la familia, pues no todos estarán dispuestos a adherirse a su estilo de vida para implantar el reinado de Dios en la tierra, o lo que es igual, para crear una alternativa a esta sociedad o una sociedad alternativa que no esté basada en los tres grandes dogmas de nuestra sociedad neoliberal: el dinero, el poder y el prestigio.
La nueva familia de Jesús
Y es precisamente con ocasión del anuncio de la división que provoca el evangelio (“espadas” y no “paz”, entendida como ausencia de conflicto) cuando Jesús pide a sus discípulos –que son su nueva familia- que le sean leales: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí”. A este Jesús hay que dar prioridad incluso por encima de los lazos de la sangre.
Vivir centrado en los demás
Más aún, Jesús invita a quienes se adhieran a su estilo de vida “a cargar con su cruz y seguirlo”. “Cargar con la cruz” es una expresión que no siempre ha sido bien entendida, pues con ella se daba a entender que había que aceptar con “resignación cristiana” –virtud que no se recomienda nunca en los evangelios- la cruz, esto es, lo negativo que tiene la vida, como venido de manos de Dios. Pero no; “cargar con la cruz” significa, más bien, vivir centrado en los demás, o lo que es igual, estar dispuesto a dar la vida por los demás por encima incluso de la propia vida, como hizo Jesús. Este es el camino para encontrar la verdadera vida, que solo se consigue plenamente cuando se convierte en un acto constante de entrega por amor a los demás, cuando tiene por eje y centro de atención los otros, especialmente los más necesitados.
Toda una paradoja
De ahí que Jesús continúe diciendo que “el que encuentre su vida, la perderá y el que pierda su vida por él la encontrará”. Toda una paradoja. Según esto, el discípulo no debe tener un apego narcisista a su persona, que lo lleve a reservarse lo más valioso que tiene, su vida, para sí mismo, sino que debe saber darla a los demás. El que se desentiende de la necesidad del mundo y busca su comodidad o seguridad, ése se pierde. El que se arriesga a perder la vida por los demás, ése se encuentra.
Acogida incondicional
Pero Jesús no se detiene ahí, sino que continúa diciendo: ”El que recibe a un profeta en calidad de profeta tendrá recompensa de profeta;el que recibe a un justo en calidad de justo, tendrá recompensa de justo”. Mateo se remonta ahora al Antiguo Testamento. Con esta frase se refiere a la mujer sunamita que, según el segundo libro de los Reyes (4,8-37), no solo acogió en su casa al profeta Eliseo y a su criado, sino que le ofreció “una habitación con cama, mesa, silla y candil”, pensión completa diríamos hoy. Y cuando el profeta le preguntó qué podía hacer por ella que era, por cierto, estéril, este le prometió que tendría un hijo como recompensa por haberlos acogido en su casa. Recompensa de profeta.
“El justo” que es recibido, tal vez pueda aludir a Lot, el sobrino de Abrahán, que acogió a dos desconocidos sin saber que eran dos ángeles, les dio de comer y les ofreció alojamiento. La recompensa que recibiría Lot a cambio fue aún mayor que la de la mujer sunamita, pues los ángeles, que habían sido enviados por Dios para destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra, le salvarían la vida a él y los suyos (Gén 19,1-29). Recompensa de justo.
La acogida, la gran actitud
La acogida es una de las grandes actitudes que hay que tener siempre hacia los demás, especialmente hacia los más desfavorecidos. Esta es, por tanto, la norma general que Jesús inculca en los suyos para que estén atentos a sus necesidades incluso mínimas: “Cualquiera que le dé a beber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por su calidad de discípulo, no se quedará sin recompensa, os lo aseguro”. “Dar un vaso de agua fresca”, un detalle mínimo, no lo es tanto en el clima caliente y seco de Palestina, como muestra de hospitalidad, que, por cierto, no debe quedarse solo en esto, sino en acoger siempre a los más “pequeños” que llamen a nuestra puerta, ofreciéndoles lo que se tiene y lo que se es.
¿Quiénes son “los pequeños”?
Mateo usa tres veces en su evangelio la expresión “los pequeños”. En la primera se refiere a niños o chiquillos( “El que acoge a un niño- a un chiquillo como éste por causa mía, me acoge a mí”, Mt 18,6); los niños no contaban para nada en aquella sociedad. En los dos restantes casos (Mt 18,10 y 14), con esta palabra se designa a los miembros de la comunidad considerados menos importantes ( “Cuidado con mostrar desprecio a un pequeño de éstos, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial” (Mt 18,10); “así tampoco quiere vuestro Padre del cielo que se pierda uno de esos pequeños” (Mt 18,14).
Pero en nuestro texto no se refiere Jesús ya a los discípulos ni a los miembros de la comunidad cristiana, que deben ser acogidos cuando anuncian el evangelio, sino “a cualquiera” que haga un favor a uno de estos “pequeños”, indicando cómo hay que centrar la atención en aquellos que no cuentan. Y es que el que recibe a los discípulos enviados por Jesús, es como si lo recibiera a él; y quien recibe a Jesús, recibe al Padre que lo ha enviado. De modo que esos niños o chiquillos que no cuentan en la sociedad, son como “ese otro Jesús” al que hay que acoger.
Enumeración de “pequeños” hoy
No puedo terminar este comentario sin tratar de traer a colación una breve enumeración de “pequeños”, marginados hoy por nuestra sociedad y a los que las leyes prestan poca o nula atención. Entre ellos podemos citar los siguientes:
-Las kellys o camareras de pisos y de la hostelería en su conjunto, que no han tenido hasta hace poco apenas amparo legal en nuestro país; estas mujeres son, por lo demás, colectivos altamente feminizados que viven en precariedad laboral, con largas jornadas de trabajo, con frecuencia injustamente retribuidas y discriminadas por género.
-Las familias que se han desplazado del campo a la ciudad y que viven en los cinturones de las grandes ciudades, con frecuencia en viviendas muy precarias o, lo que es peor, en chabolas.
-Las mujeres inmigrantes que, en muchísimos casos, hacen de cuidadoras de nuestros mayores, con frecuencia explotadas laboralmente y sin posibilidades de regularización laboral por no tener papeles.
-Las personas en riesgo de exclusión social, como los discapacitados, los ancianos que viven solos, los desempleados, los inmigrantes, las mujeres víctimas de violencia de género y de trata de seres humanos y explotación sexual, las personas sin techo que abundan en nuestras ciudades, las procedentes de minorías étnicas, los miembros de los colectivos LGTBI (gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, transgénero e intersexuales perseguidos en muchos países por el mero hecho de serlo), las personas reclusas y ex-reclusas, las que tienen problemas de adicción, y un largo etcétera que podíamos añadir a esta lista.
Nuestro voto por “los pequeños”
Ahora que llegan las elecciones en España tal vez deberíamos tener presentes a estos colectivos –a estos “pequeños”- y depositar nuestro voto en favor de aquellos líderes políticos que se preocupen por devolverles la dignidad. Si a la hora de votar debe ser “la defensa de la vida el criterio orientativo para los católicos, como ha defendido recientemente el secretario general de los obispos, César García Magán, esta defensa no se limita a temas como el inicio o fin de la vida (aborto o eutanasia), sino que tiene por finalidad fomentar la vida en su totalidad para esos colectivos citados a los que hemos privado entre todos de la posibilidad de una vida digna.
“Cualquiera que les dé a beber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños… no se quedará sin recompensa, os lo aseguro”, promete Jesús, pues detrás de estos “pequeños” se oculta su verdadero rostro sufriente, el rostro del “otro Jesús”.
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