Como si de un cuerpo se tratase…

Domingo X del Tiempo Ordinario

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Primera lectura: Deuteronomio 8, 2-3.14b-16a:

      Te alimentó con el maná, que tú no conocías

      ni conocieron tus padres.

Salmo 147: Glorifica al Señor, Jerusalén.

Segunda Lectura: 1ª carta a los Corintios 10,16-17:

      El pan es uno;

      nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo.

    EVANGELIO

Juan 6, 51-58:

Mi carne es verdadera comida,

 y mi sangre es verdadera bebida.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

11 de junio de 2023

Templo de Apolo Hylates, Dios de los bosques. Chipre.

Lectura de la carta a los Corintios (1Cor 10,16-17):

 Esa «copa de la bendición» que bendecimos, ¿no significa solidaridad con la sangre del Mesías? Ese pan que partimos, ¿no significa solidaridad con el cuerpo del Me­sías? Como hay un solo pan, aun siendo muchos for­mamos un solo cuerpo, pues todos y cada uno partici­pamos de ese único pan.

***

Lectura del Evangelio de Juan (Juan 6, 51-58)

Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que come pan de éste vivirá para siempre. Pero, además, el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva.

Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros diciendo: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Les dijo Jesús: -Pues sí, os lo aseguro: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida defini­tiva y yo lo resucitaré el último día,  porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él; como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de éste vivirá para siempre.

El discurso del Pan de Vida

El fragmento del evangelio, que leemos hoy, está tomado del  “Discurso del Pan de vida” del Evangelio de Juan (Jn 6,1-71). En la primera parte de este, Jesús se presenta como el pan de vida, pero la cosa no queda ahí, pues más adelante identifica este pan con su propia carne y sangre, con el consiguiente escándalo de los judíos, proponiéndose como el verdadero alimento del nuevo pueblo de Dios.

Se trata ciertamente de un modo de hablar simbólico, como es habitual en el evangelio de Juan, donde, con frecuencia, los interlocutores de Jesús se sitúan en un plano diferente al plano “simbólico” desde el que este habla.

Acusaciones contra los cristianos

Entendidas las palabras de Jesús al pie de la letra, los primeros cristianos fueron acusados de “antropofagia”, por comer y beber la sangre de Cristo.

Lo fueron también de “ateísmo” porque su culto no admitía imágenes; de “exclusivismo”, por su aversión a cualquier culto que no fuera el suyo, y de “odio” al género humano, porque, por sus costumbres, se separaban del común de la gente del imperio. A estos cristianos de los primeros siglos de nuestra era se les atribuía toda clase de crímenes abominables, hasta el punto de mostrarlos como de una raza inferior a la raza humana, acusación de la que se defiende Tertuliano en su Apologeticus (Apol. 16). 

De estas acusaciones tenemos testimonios en muchos autores de la Antigüedad entre los que podemos citar tanto a los apologistas cristianos como a otros autores paganos (San Justino –1 Apol. 6; 2 Apol. 3-; Atenágoras, Legat. pro christ. 3; Eusebio, Hist. Eccl. IV, 15,18; Luciano, Alex. 25,38; Minucio Félix, Octavius 8-10; Tertuliano, Apolog. 35,37; Tácito, Annal. 15,44).

Las palabras de Jesús, entendidas al pie de la letra y los rituales eucarísticos, que se celebraban especialmente por la noche, daban pie a estas acusaciones.  Pero este es un capítulo que pertenece ya a la historia de la implantación del cristianismo en el imperio romano.

Comer su carne y beber su sangre

Volviendo al texto del evangelio podemos entender por qué discutían los judíos al oír las palabras de Jesús.  La mención de «su carne y su sangre» los dejó desorientados. Mientras Jesús se identificó con el pan, entendían que se presentaba como un maestro de sabiduría, cuyo pan, esto es, cuya doctrina era alimento del pueblo. Pero ya no entienden qué pueda significar “comer su carne” y “beber su sangre”.

Significado de “Carne” y “Sangre”

Para comprender bien este texto, debemos saber el alcance simbólico  que las palabras “carne” y “sangre” tienen en el mundo semita que, de ningún modo, debemos entender en sentido físico o somático.

Como ya expliqué el año pasado, con ocasión de la Festividad del Jueves Santo, estas palabras hay que entenderlas en sentido metafórico:

            –Carne (en griego, sarx) no significa “la masa muscular comestible” (si se trata de carne de animales), o “la sede de los bajos instintos”, como Pablo la entiende a veces. Para un semita, el hombre “no tiene carne”, sino que “es carne”,  palabra con la que se designa “al ser humano en su totalidad, pero en cuanto débil, transitorio, vulnerable, sujeto a la enfermedad, al miedo y a la muerte”.

            -Sangre (en griego, haîma), por su parte,no ha de entenderse como el líquido rojo que circula por las venas y arterias, sino que designa a la persona entera en cuanto sometida a una muerte violenta, como veremos.

Asimilarse a Jesús

Cuando Jesús dice “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre… no invita, en modo alguno, a un acto de antropofagia, sino que está designando a su persona en cuanto vulnerable y débil, sujeta a la enfermedad y a la muerte violenta. Dicho de otro modo, “comer la carne y beber la sangre de Jesús” no es sino una invitación clara a asimilarse a él, como se asimilan los alimentos al comer, aceptando y haciendo propio el amor expresado por Jesús en su vida frágil  y en su muerte violenta. De modo que si, como bien sabían los judíos, en el éxodo de Egipto, la carne del cordero fue alimento antes de la salida de la esclavitud, y su sangre liberó a los israelitas de la muerte por mano del exterminador (Éx 12,1-14), ahora, en el nuevo éxodo de Jesús hacia la tierra prometida, esto es, hacia la vida definitiva, la carne de Jesús se convierte en el alimento permanente, y su sangre no libera momentáneamente de la muerte, como hizo la sangre del cordero marcada en las puertas de las tiendas de los israelitas, sino que da la vida definitiva, una vida sin semilla de muerte. Esto se alcanza solo cuando el seguidor de Jesús asemeja su vida a la de este, prestando cada día un  servicio incondicional a los otros.

Discurso del Pan de vida y Última Cena

Ahora queda claro que, aunque el evangelista Juan no refiera la Última Cena, en la que Jesús invita a comer el pan (su cuerpo) y beber el vino (su sangre), en el discurso del Pan de vida está aludiendo de modo velado a aquella. El pan y el vino eucarísticos –su cuerpo y su sangre- son así símbolos de Jesús,  modelo de Hombre, de su ser y actividad, y de su entrega dolorosa hasta el fin.

El discípulo de Jesús debe abandonar ya, por tanto, la antigua Ley, que se presentaba como el alimento del pueblo y que se traducía en innumerables mandamientos, para volverse a Jesús, que redujo tanto mandamiento a uno solo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros” (Jn 13,34).

“Comer la carne y beber la sangre” de Jesús o “comer el pan y beber el vino”, no es otra cosa sino hacer propio el ideal de Hombre que Jesús  propone, con una actividad y entrega como la suya;  implica una compenetración con él que lleva a compartir su misma vida.

En este texto se refiere Jesús a la nueva comunidad cristiana, que, a diferencia de la que se constituyó en el Sinaí, está llamada a llegar a la tierra prometida, a la vida definitiva de la resurrección: “Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de éste vivirá para siempre” (Jn 6,58).

Formamos un solo cuerpo

Y es a esta comunidad, que se reúne en torno al pan y al vino, a la que se dirige Pablo en la primera carta a los Corintios cuando dice: “Esa copa de la bendición que bendecimos, ¿no significa solidaridad con la sangre del Mesías? Ese pan que partimos, ¿no significa solidaridad con el cuerpo del Me­sías? Como hay un solo pan, aun siendo muchos, for­mamos un solo cuerpo, pues todos y cada uno partici­pamos de ese único pan (1Cor 10,16-17).

La liturgia de hoy da una traducción de este texto algo diferente, pero con el mismo sentido: “El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”.     

Pablo lo tiene claro: quienes, reunidos en memoria de Jesús,  comen el pan y beben el vino, forman un solo cuerpo, una comunidad que se adhiere a su estilo de vida, no solo durante el rito de la eucaristía, sino en la vida cotidiana, con una doble finalidad: 1) hacer de la comunidad cristiana un solo cuerpo en el que sea posible la vida plena, esto es, la maduración humana, y 2) hacer de la comunidad humana, de la ciudad o del mundo,  en la que está inserta, también un solo cuerpo.

La comunidad como cuerpo

Pablo compara la comunidad de discípulos al cuerpo humano en una metáfora, que debería ser también metáfora de la ciudad, y a nivel global, de la humanidad, cuando dice en la primera carta a los Corintios: “Es un hecho que el cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros, pero los miembros, aun siendo muchos, forman entre todos un solo cuerpo. Pues también el Mesías es así, porque también a todos nosotros, ya seamos judíos o griegos, esclavos o libres, nos bautizaron con el único Es­píritu para formar un solo cuerpo, y sobre todos derrama­ron el único Espíritu.  Y es que tampoco el cuerpo es todo el mismo órgano, sino muchos. Aunque el pie diga: «Como no soy mano, no soy del cuerpo», no por eso deja de serlo. Y aunque la oreja diga: «Como no soy ojo no soy del cuerpo», no por eso deja de serlo. Si todo el cuerpo fuera ojos, ¿cómo podría oír?; si todo el cuerpo fuera oidos, ¿cómo podría oler? Pero, de hecho, Dios es­tableció en el cuerpo cada uno de los órganos como él quiso. Si todos ellos fueran el mismo órgano, ¿qué cuerpo sería ése? Pero no, de hecho hay muchos órganos y un solo cuerpo. Además, no puede el ojo decirle a la mano: «No me haces falta», ni la cabeza a los pies: «No me hacéis falta». Al contrario, los miembros que parecen de menos cate­goría son los más indispensables  y los que nos parecen menos dignos los vestimos con más cuidado. Lo menos presentable lo tratamos con más miramiento; lo presenta­ble no lo necesita. Es más, Dios combinó las partes del cuerpo procu­rando más cuidado a lo que menos valía, para que no haya discordia en el cuerpo y los miembros se preocupen igualmente unos de otros. Así, cuando un órgano sufre, todos sufren con él; cuando a uno lo tratan bien, con él se alegran todos”  (1Cor 12,12-26).

Las ciudades, comunidades urbanas

No puedo terminar este comentario, que refleja la que debe ser la actitud de los cristianos hacia el interior de la comunidad y hacia el exterior de esta, sin volverme hacia nuestro mundo que, ciertamente, no funciona como un cuerpo en la línea que propone Pablo y, más en concreto, a las comunidades humanas que llamamos “ciudades”, donde esto que dice Pablo debería ser también norma de vida.

El malestar de las ciudades

Y digo esto porque estoy leyendo un libro del periodista  Jorge Dioni López, titulado El malestar de las ciudades que lleva por subtítulo: “Privatización, turismo, vivienda, especulación, tráfico… Por qué es cada vez más difícil vivir en las ciudades” (editado por Arpa Editores, Barcelona, Mayo 2023). En este libro, su autor analiza el ambiente que se respira en las ciudades, esas grandes comunidades humanas, bastante alejadas, por cierto, de la metáfora paulina del cuerpo.

Entresaco algunas de las ideas de este autor tomadas de la primera parte de su libro, en la que describe a grandes rasgos las ciudades en las que habita hoy la mayor parte de la comunidad humana,  alrededor del 56 % de la población mundial —4.400 millones de habitantes-; en España, el 80% de la población la que se concentra en los núcleos urbanos.

¿Por qué la gente huye de las ciudades?

El libro quiere dar respuesta a esta pregunta: ¿Por qué la gente huye de las ciudades? Pero antes de responderla, se pregunta qué es esto que llamamos “ciudad” sobre la que da algunas pinceladas, por cierto bastante negativas, aunque reales: “Una ciudad es un lugar donde vive gente en poco sitio y durante bastante tiempo; donde la gente hace su vida (aunque esto lo podríamos decir igualmente de los monasterios, cuyo origen está precisamente en la huida de las ciudades). Una ciudad es un lugar donde puedes tener una doble vida sin que nadie se entere, un lugar donde no te encuentras a tu ex, como dijo la presidenta de la comunidad de Madrid en un mitin el 29 de Abril de 2021. Una ciudad es anonimato y, en ocasiones, también soledad. Una ciudad es un lugar donde vive mucha gente que no se conoce, esto es, que no establece necesariamente lazos fuertes porque sus motivos y sus expectativas son diferentes. Una ciudad es un mercado porque es un cruce de caminos; una ciudad es un espacio económico que necesita movimiento y donde la actividad más relevante ya no es vivir, ya no son las conexiones, sino la capacidad económica que crear valor”.

Ideología neoliberal y ciudades

“La ciudad está sostenida por una ideología que mantiene que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano es crear un marco legal basado en la propiedad privada y el libre comercio. De ahí que -quien no tiene medios para poseer y tampoco para comprar- no cuente para nada en la ciudad. El sistema neoliberal en el que andamos inmersos trata de disolver en la ciudad cualquier rastro de solidaridad, como la sanidad pública o el sistema de pensiones; te dice que puedes ser quien quieras ser; eso sí, siempre que lo pagues. De este modo se establece un nuevo eje: en una ciudad viven dos grupos de personas: los que tienen y los que no. La ciudad se está privatizando poco a poco, se trocea para ofrecerla a la inversión y se producen pequeños movimientos migratorios, como la huida a un espacio disperso, segregado por renta y, en ocasiones, también por edad: son las nuevas urbanizaciones, casi siempre fuera del núcleo estrictamente urbano.  Como resultado de todo esto, la desigualdad ha venido y nadie sabe cómo ha sido…

Son algunos de los rasgos que predominan en nuestras ciudades. Es verdad que, en ellas, no todo es malo, ni mucho menos, pero el ambiente que se respira es este que el autor describe.

¡Qué lejos está todo esto de la ‘teoría del cuerpo’ de Pablo!

La comunidad cristiana o urbana como cuerpo

Una comunidad cristiana o –en clave laica- una ciudad o comunidad urbana debería ser como un cuerpo que tiene muchos miembros, que tiene órganos diferentes, que no pueden sentirse extraños los unos a los otros. En una ciudad, todos son necesarios, no hay ninguno que se deba marginar o dejar de lado.En la ciudad, como en el cuerpo, los miembros más desfavorecidos deberían ser los más indispensables y los que nos parecen menos dignos los deberíamos tratar con mayor cuidado. En la ciudad, unos miembros deberían preocuparse de los otros y cuando uno sufre, todos deberían sufrir con él, y si a uno lo tratan bien, con él se tendrían que alegrar todos.

Para Pablo, la comunidad cristiana es, en realidad, el cuerpo de Cristo, su prolongación: “Pues bien, vosotros sois cuerpo de Cristo, y cada uno por su parte es miembro” (1Cor 12,27). Y en este cuerpo-comunidad  cada uno ocupa su lugar y tiene su función, pero el don más valioso de todos, el que hace posible que una comunidad sea realmente humana es el ambiente de amor que prima en ella.

Ambiente de amor

Por eso continúa Pablo: “Ya puedo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles, que, si no tengo amor, no paso de ser una cam­pana ruidosa o unos platillos estridentes. Ya puedo hablar inspirado y penetrar todo secreto y todo el saber; ya puedo tener toda la fe, hasta mover mon­tañas, que, si no tengo amor, no soy nada. Ya puedo dar en limosnas todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo, que, si no tengo amor, de nada me sirve” (1Cor 13,1-3).

Y es en este momento de la 1ª Carta a los Corintios, cuando Pablo entona un maravilloso himno en el que revela la calidad del amor que tienen que vivir los miembros de toda comunidad que se precie de ser cristiana o simplemente humana: “El amor es paciente, es afable; el amor no tiene envi­dia, no se jacta ni se engríe, no es grosero ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal, no simpa­tiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. Disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta siempre. El amor no falla nunca… Así que esto queda: fe, esperanza, amor, estas tres; y de ellas la más va­liosa es el amor” (1 Cor 13,4-13).

¡Qué lejos queda este ambiente amoroso no solo de muchas de las comunidades cristianas que forman parte de la iglesia, sino también de las comunidades urbanas o ciudades actuales. Tal vez por esto, lamentablemente, hay tanta gente que huye cuando puede de las ciudades por no sentir que, en ellas, se fomente una vida plenamente humana, que solo es posible cuando reina el amor y la solidaridad entre sus miembros, como si de un cuerpo se tratase…

***

Sobre el tema de la huida de la ciudad en el Mundo Antiguo, puede leerse el libro de Dimas Fernández Galiano, “Los monasterios paganos. La huida de la ciudad en el mundo antiguo” Ediciones El Almendro, Córdoba 2014; distribuido por La Casa del libro.       


Otros comentarios a la Festividad del Corpus Christi, pueden leerse en estos enlaces:

            (6 de Junio de 2021)

            (2 de Julio de 2021)

             (16 de Junio de 2022):


Posted

in

,

by

Tags:

Comments

Leave a Reply

Blog at WordPress.com.

%d bloggers like this: