Domingo de la Santísima Trinidad
Primera lectura: Éxodo 34,4b-6.8-9:
Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso.
Salmo: Dan 3,52-56: ¡A ti gloria y alabanza por los siglos!
Segunda Lectura: Segunda Carta a los Corintios, 13,11-13: La gracia de Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo.
EVANGELIO
Jn 3,16-18: Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él.
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
04 de junio de 2023

Teatro romano de Pafos, ciudad evangelizada por Bernabé y Pablo. Chipre.
2Cor 13,11-13
Y nada más, hermanos: estad alegres, recobraos, tened ánimos y andad de acuerdo; vivid en paz, y el Dios del amor y la paz estará con vosotros. Saludaos unos a otros con el beso ritual. Todos los consagrados os saludan. El favor del Señor Jesús Mesías y el amor de Dios y la solidaridad del Espíritu Santo estén con todos vosotros.
Juan 3,16-18
Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve. El que le presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en su calidad de Hijo único de Dios.
La fiesta de la Santísima Trinidad
Llama la atención que este domingo, que la Iglesia celebra la fiesta de la Santísima Trinidad, el texto del evangelio de Juan, que se lee en la liturgia, no cite al Espíritu Santo. Es verdad que, tal vez conscientes de esto, quienes seleccionaron los textos que había que leer en la liturgia de este día, eligieron como texto complementario el breve saludo de despedida de Pablo en la segunda Carta a los Corintios. En esta carta, Pablo se enfrenta a una facción de la comunidad –una minoría, por cierto- que no aceptaba su persona, ni algunos puntos de su mensaje, negándole toda autoridad. A éstos, Pablo les anuncia una tercera visita en la que se propone reconstruir la unidad de aquella comunidad dividida.
Y es en este punto en el que termina la carta con unas amonestaciones a los cristianos: “Y nada más, hermanos: estad alegres, recobraos, tened ánimos y andad de acuerdo; vivid en paz, y el Dios del amor y la paz estará con vosotros. Saludaos unos a otros con el beso ritual. Todos los consagrados os saludan”.Una verdadera invitación a la unidad que debe regir en la comunidad cristiana. Tras este saludo, Pablo se despide con una fórmula trinitaria en la que desea a los corintios que “el favor del Señor Jesús Mesías –el Hijo- y el amor de Dios –Padre- y la solidaridad del Espíritu Santo estén con todos vosotros”. Curiosamente, esta fórmula trinitaria comienza por Jesús, en quien se manifiesta el amor de Dios, que tiene como resultado en la comunidad la unidad, esto es, la solidaridad que produce el Espíritu.
La “Trinidad”, un misterio
Tenemos aquí, por tanto, bien formulado, el llamado “misterio” de la Santísima Trinidad, de un Dios que es uno, pero trino; que es singular, pero plural; que es, ante todo, relación de amor hacia dentro (del Padre al Hijo y de éste al Espíritu) y hacia fuera, manifestándose en una comunidad que debe mantenerse unida, gracias al Espíritu o fuerza de Dios, que infunde amor en los miembros de la misma.
Así explicado, tal vez se entienda mejor la esencia de ese Dios cristiano, que, en el libro del Éxodo (primera lectura), se muestra ante Moisés como “Señor, Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos” (Éx 34,8-9). Esta imagen última de un Dios punitivo será cancelada por Jesús y sustituida por la de un Dios que es “nuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,45). Un Dios que se muestra amoroso para con todos, cuyo amor no conoce excepciones.
Hablando así de Dios, uno y trino, tal vez se entienda algo mejor este “misterio” de la Trinidad, que tal y como lo han predicado, puede sonar a “música celestial” o a dogmas de otros tiempos. La Trinidad es un misterio, se decía; no hay quien lo entienda. Al fin y al cabo, por mucho que nos esforcemos, nunca vamos a poder desvelarlo. “Un sólo Dios y tres personas distintas. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. Tres personas distintas y un solo Dios verdadero”.
A imagen de Dios los creó
Cuando, para muchos cristianos, el misterio de la Trinidad, así de fríamente formulado, puede estar entre paréntesis, hablar ahora de la Trinidad y de sus implicaciones en la vida cotidiana puede parecer el colmo de la paradoja. Pero, a pesar de todo, vamos a intentarlo porque, si, como dice la Biblia, los seres humanos están creados a imagen de Dios, debe preocuparnos conocer el verdadero rostro de Dios, para entender el nuestro.
Para esta imagen del Dios trinitario me remito al comentario que hice el año pasado en esta misma web, el domingo de la Trinidad, titulado Un cerco de soledades y cuya lectura recomiendo ahora: https://ibicla.org/2022/06/09/un-cerco-de-soledades/
La tri-unidad de Dios
Allí hablo de la tri-unidad de Dios:
–Un Dios “papá” (padre; en arameo, abbá, papá), pero no paternalista, ni autoritario, pues la primacía del Padre en la Trinidad no se ejerce en menosprecio o anulación del Hijo, sino con una autoridad que resulta paradójica: “El Padre ama al Hijo y lo ha puesto todo en sus manos” (Jn 3,35). Confianza y entrega plena;, ni paternalismo, ni autoritarismo, ni sumisión es el clima de las relaciones entre Padre e Hijo.
-Un Dios, Hijo, palabra esta que proviene del latín “filius” y esta, a su vez, de “filum” = hilo). Dicho de otro modo, un Dios dependiente. En toda familia, el hijo depende al nacer de los padres, pero, para subsistir como persona, tiene que cortar el cordón umbilical. Dependencia originaria y autonomía consecuente.
-Y un Dios Espíritu, que es la fuerza delssass que infunde en el ser humano.
De hecho, según el evangelista Juan, Dios demuestra su amor al mundo, entregando a su Hijo “para que todo el que crea en él”, (esto es, todo el que se adhiere a su mensaje y lo pone en práctica)- tenga vida definitiva y ninguno perezca. Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve”.
Hacia la plenitud de vida
Juan Mateos comenta este texto con estas palabras: “Dios no se ha reservado para sí a su Hijo único, sino que lo ha entregado para que todo ser humano tenga plenitud de vida. De hecho, la denominación «el Hijo único» alude a la historia de Abrahán, que llegó a exponer a la muerte a su hijo único o amado, Isaac (Gn 22,2). También Dios, por amor a la humanidad, expone a la muerte a su Hijo único, para que todo ser humano tenga plenitud de vida… Este Dios no se acerca al mundo en su Hijo para condenarlo; no es un Dios airado contra el género humano: es puro amor, pretende sólo salvar mediante el Hijo, es decir, comunicar a los hombres la plenitud de vida hasta superar la muerte”.
Pues bien, este Dios que es puro amor y relación, que es tres y uno, que es una tri-unidad, unidad de tres en estrecha relación, creó al ser humano a su imagen y semejanza, según se dice en el libro del Génesis (1,26). Razón por la que el ser humano debe definirse y distinguirse por su capacidad de amor y entrega, o lo que es igual, por su relación amorosa hacia los demás.
El mito de Narciso y la ninfa Eco
Pero, mirando a nuestro mundo, parece que cada vez predomina más la imagen de un ser humano lo más opuesta posible al designio de Dios, un ser humano centrado en sí mismo, en su “ego” más que en el de los demás, un ser humano plenamente “narcisista”.
Narciso, según una versión de la mitología griega, era un joven bello del que todos, hombres y mujeres, se enamoraban. Este, sin embargo, rechazaba a cuantos se le acercaban. Entre las jóvenes, heridas por su amor, estaba la ninfa Eco, que tenía disgustada a la diosa Hera porque la distraía con su hermosa voz, mientras Zeus, su esposo, cortejaba a otras ninfas, dándoles así tiempo para escapar. Cuando Hera descubrió el engaño, castigó a Eco quitándole la voz y obligándola a repetir la última palabra que decía la persona con la que mantuviera la conversación, siendo incapaz de este modo de declarar su amor hacia Narciso. Pero un día, cuando este caminaba por el bosque, ella lo siguió. Cuando él preguntó: “¿Hay alguien aquí?”, Eco respondió: «Aquí, aquí». Incapaz de verla oculta entre los árboles, Narciso le gritó: “¡Ven!”. Después de responder, Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso, sin embargo, se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que solo quedó su voz. Para castigar a Narciso por su engreimiento, la diosa de la justicia retributiva y de la venganza, Némesis, hizo que Narciso se enamorara de su propia imagen, reflejada en el agua de un estanque, hasta el punto de que, absorto, no pudiendo separarse de su imagen, terminó arrojándose a las aguas, poniendo fin de este modo a su vida.
Narciso se convirtió así en el prototipo de persona incapaz de amar, de tener una relación amorosa, centrado en sí mismo, enamorado de su propia imagen.
(Más información sobre este mito y sus distintas versiones puede verse en https://es.wikipedia.org/wiki/Narciso_(mitolog%C3%ADa
La enfermedad del yo
Debo algunas ideas de esta reflexión que sigue, así como el título de este comentario, a Pilar Fraile, que ha escrito en el diario El País del 25 de mayo pasado, un artículo, a mi juicio, muy interesante, titulado La enfermedad del yo en el que defiende que cada día en nuestro mundo se valora más lo que pueda alimentar nuestro “ego”; un mundo en el que la obsesión por nosotros mismos, por nuestra imagen, por nuestros logros, por nuestro crecimiento personal es cada vez mayor. Una obsesión, que se traduce en las redes sociales por el anhelo de conseguir de los demás cuantos más “like” (=me gusta) mejor, para así sentirnos el centro del universo.
La moda del narcisismo
Pues bien, el narcicismo se ha puesto de moda, pero especialmente en las redes sociales. Christopher Lasch, en su libro La cultura del narcisismo (Ed. Capitán Swing, Madrid 1979; reimpresión Abril 2023), habla del “individualismo extremo que lleva a una guerra de todos contra todos”. Para este autor, el hundimiento en el “agujero negro y húmedo del yo” amenaza la creación de lazos humanos y, por tanto, a la propia sociedad. Según Lasch, el narcisismo constituye no sólo una enfermedad individual, sino una floreciente epidemia social.
En nuestra sociedad es cada vez más frecuente “la enfermedad del yo”, que padecen esas personas que, al igual que Narciso, se niegan a todo tipo de relación que no comience y termine por ellas mismas. La obsesión por sí mismas, por su imagen, por sus logros, por su “crecimiento personal”, les nubla el juicio y los convierte en lo que los griegos clásicos definieron como “idiotas”, esto es, “seres incapaces de ocuparse de los asuntos de los demás; con la tragedia, individual y colectiva, que eso supone.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Existe, por supuesto, la tentación de echar la culpa de esto a las redes sociales, pero no. Creo que es, tal vez, el narcisismo que nos invade, el que lleva a un mal uso de las redes, que conduce a contemplar nuestra propia imagen en el espejo, como Narciso, hoy diríamos en el muro de Facebook o de Instagram.
“La agonía del eros”
Según el filósofo de origen coreano Byung-Chul Han, en Agonía del eros (Ed. Herder, Barcelona 2018, 2ª edición), es cada vez más frecuente la existencia de este tipo de individuo narcisista, incapaz de reconocer al otro, y, por tanto, condenado a buscar en el mundo solo el reflejo de sí mismo, acabando en la depresión, que lo deja incapacitado para la acción colectiva. Según este autor, la proclamación neoliberal de la libertad se manifiesta en realidad como un imperativo paradójico: “sé libre”. En nuestro mundo, domina una economía de la supervivencia en la que cada uno es su propio empresario. El neoliberalismo, con sus desinhibidos impulsos narcisistas del yo y del rendimiento, es el infierno de lo igual, una sociedad de la depresión y del cansancio compuesta por sujetos aislados. Los muros y las fronteras ya no excitan la fantasía, pues no engendran al otro… Sólo romperemos ese círculo vicioso, volviendo al amor, no al amor como terapia, o como forma de crecimiento personal, sino al amor que es capaz de ver al otro.
“La estafa emocional”
Belén C. Tarnowski, en su libro La estafa emocional. Causas, consecuencias y cómo sanar las relaciones con personas narcisistas y psicópatas(Editorial Tinta de luz, Argentina 2022) enumera, entre otros, estos rasgos propios de las personas narcicistas: sentimiento de estar por encima de los demás, poca o nula estima de los otros, no tener en cuenta las necesidades de los otros, seres envidiosos y amantes de chismes, llenos de un egocentrismo que los lleva a cuidar su falso ego y a mantener su grandiosidad, megalómanos, victimistas, intolerantes a la frustración… y otros rasgos que explica la autora detenidamente. Curiosamente, entre los rasgos de la personalidad narcisista, la baja autoestima es una nota inherente a este tipo de personalidad, pues los seres humanos construyen su identidad en el encuentro con otros y es imposible constituir una personalidad equilibrada y socialmente funcional, si no existe el encuentro con el otro. El narcisista cree ser el centro del universo y que los demás son sus deudores, súbditos, peones, esclavos y objetos para usar y descartar.
¿Un ser agotado en sí mismo o abierto al amor?
Este ser narcisista, tan frecuente en nuestra cultura neoliberal, individualista y hedonista, no es ya “un ser humano”, creado a imagen de Dios, sino agotado en sí mismo. Todo lo opuesto a lo que se dice del hombre en el libro del Génesis, un ser creado a imagen de Dios, de un Dios uno y trino, plural, un Dios, que es, por esencia, relación, como he dicho antes, hacia dentro y hacia fuera, imbuido de un amor que comunica al mundo para que este consiga la vida definitiva. Y esta no se encuentra en el yo, sino en el otro o en los otros, en la relación amorosa con los demás, como recomendó Jesús encarecidamente a sus discípulos en la Última Cena: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros” (Jn 13,34), invitando a superar el viejo mandamiento de “Amarás al prójimo como a ti mismo” y proponiendo, como utopía, estar dispuesto, como Jesús, si es necesario, a dar la vida por amor.
Leave a Reply