III Domingo de Pascua
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2, 14. 22-33:
No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio.
Salmo 15: Señor, me enseñarás el sendero de la vida.
Segunda Lectura: 1ª Carta de Pedro 1, 17-21:
Fuisteis liberados con una sangre preciosa, como la de un cordero sin mancha, Cristo.
Segunda Lectura: Carta a los Romanos 6, 3-11:
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.
EVANGELIO
Lucas 24,13-35: Lo reconocieron al partir el pan.
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
Una eucaristía laica
23 de abril de 2023

Pórticos del Templo. Maqueta (Holy Land Hotel. Jerusalén).
Aquel mismo día, dos de ellos iban camino de una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén, y conversaban de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, pero algo en sus ojos les impedía reconocerlo.
Él les preguntó: -¿Qué conversación es esa que os traéis por el camino?
Se detuvieron cariacontecidos, y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -¿Eres tú el único de paso en Jerusalén que no se ha enterado de lo ocurrido estos días en la ciudad?
Él les preguntó: -¿De qué? Contestaron: -De lo de Jesús Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron, cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel. Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dado un susto: fueron muy de mañana al sepulcro y, no encontrando su cuerpo, volvieron contando que incluso habían tenido una aparición de ángeles, que decían que está vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron también al sepulcro y lo encontraron tal y como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les replicó: -¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria? Y, tomando pie de Moisés y los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Cerca ya de la aldea adonde iban, hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: -Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída. Él entró para quedarse con ellos. Estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo ofreció. Se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció de su vista.
Entonces se dijeron uno a otro:
-¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino haciéndonos comprender la Escritura? Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén; encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que decían: -Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Los discípulos de Emaús
El evangelio de hoy cuenta la primera de las dos únicas apariciones de Jesús antes de la Ascensión, que aparecen en el Evangelio de Lucas. Tiene lugar en domingo, el primer día de la semana, el mismo día en que “dos hombres con vestiduras refulgentes” anunciaron a las mujeres junto a la tumba vacía que Jesús había resucitado”. Sus protagonistas son dos discípulos, pertenecientes al círculo “del grupo de los Once” (Lc 24,9-11). A este grupo, las mujeres –María Magdalena, Juana y María la de Santiago junto con las demás- habían anunciado que Jesús había resucitado. Aunque “ellos tomaron sus palabras por delirio y se negaron a creerlas. Pedro se levantó, sin embargo, y fue corriendo al sepulcro. Asomándose, vio sólo las vendas y se volvió a su casa extrañado de lo ocurrido” (Lc 24,10-12).
Los dos discípulos de Emaús aparecen aquí por primera y única vez en todo el Nuevo Testamento; de uno sabemos su nombre, Cleofás, apócope de Cleópatros (=de padre ilustre); del otro, no se dice su nombre.
Pero antes de explicar este texto que acabamos de leer quisiera dar unas breves pinceladas sobre los relatos de las apariciones.
Divergencias entre los relatos de apariciones
El lenguaje de estos relatos resulta cuando menos enigmático. Llama la atención el hecho de que ni siquiera en algo tan importante se pongan de acuerdo los evangelistas. Entre ellos hay divergencias evidentes en cuanto al número, tiempo, lugar y testigos de las apariciones del Maestro nazareno después de la muerte.
Número de apariciones
Si nos fijamos, por ejemplo, en el número de apariciones, los distintos autores del Nuevo Testamento no se ponen de acuerdo:
-Pablo, el más antiguo de los escritores del Nuevo Testamento, en la Primera carta a los Corintos (15,5-8) dice que Jesús “se apareció a Pedro y más tarde a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez: la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto. Después se le apareció a Santiago, luego a los apóstoles todos. Por último se me apareció también a mí, como al nacido a destiempo”. De esta lista, de apariciones, algunas – la aparición a Pedro solo, a quinientos hermanos, a Santiago y a Pablo- no se nombran en los evangelios. Sería de esperar que los evangelistas que escriben sus evangelios veinte o más años después de la Carta a los Corintios hubiesen citado estas apariciones.
-En el evangelio de Marcos, el más antiguo de los evangelistas, pero posterior a Pablo, no hay apariciones; aunque, al final del evangelio, se le ha añadido un apéndice –que no pertenece al texto original- con un resumen de las apariciones de los otros evangelios.
-En el de Mateo se cuenta la aparición de Jesús a las mujeres cuando iban de camino de vuelta de visitar la tumba vacía (Mt 28, 9-10) y la aparición a los once en Galilea (Mt 28,16-20).
-En el de Lucas se narra la aparición a los discípulos de Emaús y otra en la que Jesús invita a los discípulos a palpar sus manos y pies, come con ellos y les explica que la resurrección está de acuerdo con lo anunciado por los profetas (Lc 24, 36-49). Lucas narra también la ascensión de Jesús (Lc 24,50-53) que se vuelve a contar, -aunque más desarrollada- en el libro de los Hechos (1,3-11), en cuyo relato se dice que se dejó ver por los discípulos durante cuarenta días.
-Finalmente, el evangelista Juan narra la aparición a la Magdalena (Jn 20, 11-18), la aparición a los discípulos, primero sin Tomás (20, 19-23) y, después, con este (20,24-29), la aparición de Jesús a los discípulos en la playa y la escena de la pesca abundante, cuando come con ellos y rehabilita a Pedro (21, 1-23). Como vemos, ni las apariciones ni el número de las mismas coinciden en el Nuevo Testamento.
Contradicciones en los relatos de aparición
Además, comparadas unas narraciones con otras, un observador atento descubre claras contradicciones que los evangelistas no han tratado en modo alguno de eliminar. Así cuando las mujeres van a ungir el cuerpo de Jesús, el sábado, y encuentran la tumba vacía, en el Evangelio de Marcos (16,5) ven a “un joven sentado a la derecha envuelto en una vestidura blanca”; en el de Mateo, se trata del “ángel del Señor” (Mt 28,2); en el de Lucas son “dos hombres con vestiduras refulgentes” (Lc 24,4); y en el de Juan (20,12) “dos ángeles vestidos de blanco”.
En estos relatos, todo resulta extraño a ojos de un lector crítico moderno y no digamos a los de un historiador. Algo es cierto: Nadie vio a Jesús en el momento de resucitar, algo que hacen los pintores que muestran en sus cuadros saliendo de la tumba y despegando del suelo.
Tampoco lo vieron resucitado, si queremos ser precisos, pues los textos dicen que se dejó ver (en griego, ôphthê, aoristo pasivo del verbo horáô “ver”). La presencia del crucificado -vivo ahora- es extraña y misteriosa. No lo ve el que quiere, sino solo aquel al que Jesús deja verlo. La iniciativa parte de Jesús. Esto explica que no sea reconocido por sus discípulos a la primera: María Magdalena cree estar hablando con el hortelano (Jn 20,15); los dos de Emaús caminan largamente con él, sin reconocerlo, y lo identifican después de que Jesús les hable, les explique las Sagradas Escrituras y parta el pan con ellos, momento en que dejan de verlo (Lc 24,13-35); en otra ocasión, los discípulos “viéndolo andar sobre el mar se asustaron diciendo que era un fantasma, y daban gritos de miedo” (Mt 14,26).
Dadas las divergencias que hay en el número y en el cómo de las apariciones, hemos de afirmar, sin lugar a dudas, con la mayoría de los autores que los relatos de las apariciones no son un fiel reportaje de hechos sucedidos, sino una forma de expresar en tiempo, circunstancias y lugares distintos la experiencia que tuvieron del Resucitado los primeros seguidores de Jesús.
Verosimilitud histórica
Los estudiosos del Nuevo Testamento no se ponen de acuerdo acerca de la naturaleza histórica de estos relatos, escritos bastantes años después de la muerte de Jesús. Sus opiniones van desde los que las consideran -proyecciones emocionales de los discípulos, -resultado de la reflexión basada en textos de la Biblia que aseguran que Dios no abandona al justo, -creaciones de la imaginación (fantasías) que podrían ser producto de “experiencias místicas” -o producto de alucinaciones análogas a los espejismos.
Celso y Orígenes
Ya en el siglo II (170 d.C.), el judío Celso (como lo cuenta Orígenes en su réplica Contra Celso), afirmaba que “creer que Jesús resucitó, que muerto volvió a la vida con su mismo cuerpo y que vieron sus llagas, sólo puede hacerlo un exaltado, quizás alguien víctima de un embrujo, o como resultado de un sueño y que, a fuerza de su deseo en su creencia perdida, haya tenido una representación imaginaria (una alucinación) (II, 54). Orígenes replicó a Celso que los evangelios no dan pie a nada de esto y que los discípulos “de ninguna manera estaban desequilibrados, ni sufrían delirios” (II,59). A lo que Celso responde que el testimonio de María Magdalena era inválido porque era “una histérica, quizás víctima de un embrujo”. Pero Orígenes afirma finalmente que el Nuevo Testamento no sugiere nada de esto (Contra Celso II,58).
Argumentos en contra y a favor de la historicidad
Por otra parte hay razones en contra de la historicidad de las apariciones: el hecho de que los relatos de apariciones de Jesús sean bastante diferentes entre sí invita a la reflexión: no hay dos relatos idénticos (aunque tienen algunos elementos comunes entre ellos). El evangelista Marcos –el más antiguo- no refiere ninguna aparición de Jesús, a no ser en el añadido final, como hemos dicho. Estas narraciones, por lo demás, se fijaron por escrito algunas décadas después de morir Jesús y se transmitieron, tal vez, por vía oral, lo que pudo llegar a la formación de relatos legendarios a partir de un proto-relato o experiencia originaria de los primeros discípulos; son, en todo caso, relatos escritos por y para cristianos que manifiestan su fe en la resurrección de Jesús. Y puede que sean producto de reflexiones de creyentes, incluso de discusiones y polémicas. Esto se observa ya en los aspectos apologéticos que se insinúan en los mismos relatos evangélicos: defensa del hecho de que la tumba estaba vacía, de que Jesús no era un fantasma, de que era el mismo que había sido crucificado. Su género literario es cercano al de las leyendas, por lo que hay que cuidarse de tomarlo al pie de la letra.
No voy ahora a rebatir estas opiniones, pues no hay tiempo para ello, pero creo sinceramente que los relatos de apariciones apuntan a un acontecimiento “realmente sucedido” –no sabemos de qué naturaleza-, vivido por los seguidores de Jesús, y expresado de diversos modos, en los que, conforme va pasando el tiempo, se representa a Jesús de modo cada vez más corporal y físico: al principio, no lo ven; más tarde, se reúne con ellos, o come con ellos, o les muestra sus llagas, un hecho, cuya naturaleza desconocemos y, tal vez, nunca podamos conocer.
En todo caso, pienso que el historiador no encuentra argumentos para excluir de modo seguro que, en realidad, hubiese sucedido algún tipo de encuentro real con Jesús resucitado (de una manera que se nos escapa poder describir con precisión); tampoco puede excluir que los discípulos fueran víctimas de algún tipo de engaño (lo que es poco probable) o que hubiesen interpretado equivocadamente supuestas experiencias.
Conclusión abierta
¿Vieron realmente algo o a alguien en el sentido de que impactó la retina de sus ojos (visión, por lo tanto, de carácter externo, accesible por lo menos al sentido de la vista) o fue una visión “interior? Creo sinceramente que no podemos ni debemos cerrarnos a ninguna posibilidad. Hay, eso sí, una cosa cierta: en los textos se asegura una y otra vez que sus discípulos y seguidores se encontraron con el mismo Jesús de Nazaret que había sido crucificado, aunque su modo de existir no fuese idéntico al de antes de su muerte.
Algo queda claro: en las distintas apariciones, Jesús aparece partiendo el pan, comiendo pescado o repasando las antiguas Escrituras, elementos que son los ingredientes de las comidas eucarísticas que la primitiva comunidad celebraba el primer día de la semana, el domingo, día en que tienen lugar las apariciones en los Evangelios. Eso sí, ahora para reconocer al crucificado-resucitado no bastaba con los ojos de la carne, había que volverse a las Escrituras para disponerse a partir el pan en y para la comunidad, el nuevo lugar de la manifestación o aparición de Jesús a los suyos. Pero volvamos al relato evangélico que hemos leído al principio
La aparición a los dos de Emaús
De todas las apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos, una de las más conocidas es la que tuvo por testigos a los dos discípulos de Emaús (Lc 24,13‑35), una aldea que distaba “sesenta estadios” (11 kms.) de Jerusalén.
Una representación catequética
Esta narración del evangelio de Lucas, en mi opinión, no es una descripción histórica de un suceso, sino una representación catequética de lo que se requiere para ser cristiano, que pretende dar respuesta a esta pregunta: ¿Qué hace falta para llegar a convertirse en seguidor de Jesús?
Tres pasos para ser cristiano
-1. Por supuesto que, para esto, no es necesario ver a Jesús con los ojos de la cara. De hecho, los discípulos de Jesús anduvieron un largo camino con él y no lo reconocieron. Más bien lo trataron de ciudadano poco informado, que desconocía la actualidad de Jerusalén: la muerte de aquel a instancias del poder romano. Aquellos dos discípulos, que volvían de Jerusalén, desilusionados, no habían entendido qué clase de mesías había sido Jesús. Ellos esperaban, como buenos judíos, que fuese “el liberador de Israel”, esto es, un mesías político-religioso en la línea del rey David. Pero sus esperanzas habían caído por tierra, pues hacía ya tres días de su muerte (tiempo necesario para certificar la muerte de alguien) y no dieron crédito a las mujeres que decían haber tenido una aparición de ángeles que les había dicho que Jesús había resucitado; tampoco se fiaron del testimonio de los discípulos que habían encontrado la tumba vacía, aunque no habían visto al resucitado. Mal camino este. Pues para ser cristiano, esto es, seguidor de Jesús, hace falta superar el escándalo de la cruz, y aceptar que el Mesías no es “ni el liberador de Israel”, ni “un Mesías de poder y gloria”, sino alguien que bebió el cáliz del dolor y el sufrimiento humano hasta el colmo, pasando el amargo trago de morir crucificado.
-2. Pero no basta con esto. Para ser seguidor de Jesús hay que desandar el camino de la desilusión y volver a oír el reproche de Jesús a los dos de Emaús: “-¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria? y, tomando pie de Moisés y los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Es a la luz de las Escrituras antiguas como se puede entender la resurrección de Jesús
3.-Tampoco esto es suficiente. Hay que volver a la comunidad. No se puede ser cristiano lejos de Jerusalén, o lo que es igual, lejos de la comunidad, sin vivir en grupo, apiñado junto a los otros que profesan la misma fe, volviendo a sentarse a la mesa para partir el pan con los demás recordando al crucificado, como hicieron los dos de Emaús. Sólo quien parte y comparte el pan en la mesa –como figura de lo que se debe hacer a diario en la vida- está en el camino justo para descubrir a Jesús. Por eso, desde el momento en que los discípulos descubrieron que era Jesús quien estaba sentado a la mesa, comprendieron que debían volver a Jerusalén para encontrarse con los otros discípulos.
Ser cristiano hoy
Tal vez, por estas razones, la inmensa mayoría de los llamados “cristianos”, no lo sean en realidad. Ser cristiano no es cosa de ritos. Es asumir que el salvador es un crucificado, dando, por tanto, un no decidido al poder y a la fuerza, como medio para cambiar la sociedad, iniciando de este modo el camino de vuelta hacia la comunidad, para compartir con ella la mesa y la vida, como expresión de amor mutuo. Y esto es lo importante del relato de Emaús. Si sucedió tal cual lo narra el evangelista, poco importa. Lo que allí se dice puede suceder cualquier día, en la eucaristía de cualquier domingo. Según Lucas, la comunidad reunida es el nuevo lugar de la presencia de Jesús resucitado.
Nuestro sistema capitalista
En la actualidad, después de una terrible pandemia, tras el volcán de La Palma, estamos sufriendo las consecuencias de la guerra de Ucrania, acontecimiento de imprevisible alcance, que ha cambiado el panorama de las relaciones internacionales y también de la vida de los ciudadanos de a pie, que ven cada día cómo su situación económica se deteriora con la subida del precio de la luz, del gas, de las hipotecas y de la cotidiana cesta de la compra.
Por lo que he podido rastrear en Internet, llama la atención que el grano que sale de Ucrania no está llegando en gran parte a los países de África, que lo necesitan urgentemente, sino que está siendo acaparado por Turquía y la Unión Europea, aumentando sus reservas para un futuro que se presenta incierto. Otras exportaciones han viajado a países de Asia como China, Corea del Sur o India (el 18%) y el resto han ido a parar a los más golpeados por la crisis alimentaria, en Oriente Próximo y África, a donde ha llegado solo el 25% de los productos agrícolas. A finales de 2021, había 282 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria extrema. A finales de 2022, rondaban ya los 345 millones; 50 millones de personas podrían morir de hambre en el primer trimestre de 2023 si se sigue la trayectoria actual, según un informe reciente del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU, que se encarga de la asistencia alimentaria global.
Nuestro sistema de vida capitalista hace aguas por doquier. Como decía el año pasado en el comentario de la Vigilia Pascual “hasta ahora nuestro sistema socioeconómico se había basado en el dogma incuestionable del crecimiento ilimitado, en el hiper-consumo de bienes -que no son ni básicos ni necesarios, sino superfluos-, en la “obsolescencia programada” (productos con fecha de caducidad de fábrica) o en la “obsolescencia psicológica”, potenciada por un marketing que presenta de manera progresiva nuevos productos con más prestaciones, que nos hacen abandonar los que ya teníamos para conseguir estos nuevos. Sin embargo, este sistema de vida no puede seguir funcionando así, si queremos que el planeta Tierra sobreviva.
Este crecimiento desaforado es un ídolo con los pies de barro, pues se alza sobre un asiento de víctimas, no todas visualizadas: destrucción de la naturaleza, calentamiento global, explotación de la fuerza de trabajo, colonialismo, explotación y manipulación de las mujeres, colas del hambre, etc. etc…
Y lo que es peor, este sistema neoliberal y capitalista, en el que andamos inmersos, ha alimentado una tremenda desigualdad social. Y se da la gran paradoja de que el capitalismo, por una parte, ha creado mucha riqueza –“ya hay alimentos básicos para todos en este mundo”-, pero, por otra, esta no se distribuye fraternalmente, estando en manos de una minoría privilegiada gran parte de lo que pertenece a todos, circunstancia que se ha agravado en los últimos tiempos.
Una eucaristía laica = una mesa compartida
De ahí que sea ahora más urgente que nunca que nos paremos todos a pensar, que nos sentemos a la mesa de la vida a escala mundial para repartir entre todos lo que somos y tenemos, practicando un estilo de vida austera y solidaria, donde lo que sobra a unos supla las carencias del resto. A celebrar con todos los habitantes del planeta, creyentes o no, lo que podría llamarse “una eucaristía laica”, “una mesa compartida” que devuelva a la humanidad –ahora lamentablemente más dividida que antes- a una nueva etapa en la que se establezcan las bases para otro estilo de vida, igualado con el resto de seres humanos y hermanado con la naturaleza. Toda una utopía, por la que cada uno debe luchar, para hacer la realidad en la medida de sus posibilidades.
Nuestro mundo no puede seguir así. Esta es la lección que deberíamos sacar a nivel global. Ahora el milagro no es ya multiplicar los bienes materiales, sino repartirlos entre todos, o lo que es igual, “partir el pan en comunidad y para la comunidad global de naciones”.
Si, como creyentes, queremos que Jesús –el Señor de la vida- se haga presente, este es el marco y el medio en el que se deberá hacer presente hoy en nuestro mundo.
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