El camino hacia la felicidad

Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario

Primera lectura: Levítico 19, 1-2. 17-18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Sal 102: El Señor es compasivo y misericordioso.

Segunda lectura: 1 Cor 3, 16-23: Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.

 

EVANGELIO

Mateo 5, 38-48: Amad a vuestros enemigos.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

El camino hacia la felicidad

19 de febrero de 2023

Teatro Romano de Petra.

̶ Os han enseñado que se mandó: «Ojo por ojo, diente por diente» (Ex 21,4). Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; a quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos; al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda.

 

̶ Os han enseñado que se mandó: «Amarás a tu pró­jimo…» (Lv 19,18) y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y , y manda la lluvia sobre justos e injustos.

 

Si queréis sólo a los que os quieren, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen eso mismo también los recauda­dores? Y si mostráis afecto sólo a vuestra gente, ¿qué ha­céis de extraordinario? ¿No hacen eso mismo también los paganos? Por consiguiente, sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo.

 

 

La venganza y el amor al prójimo

Tras explicar la actitud de Jesús frente a cuatro casos: el asesinato, el adulterio, el repudio y el juramento en falso, hoy el evangelio se centra en los dos restantes: la venganza y el amor al prójimo.

 

El sermón de la montaña, al que pertenece este texto que hemos leído, da la vuelta a una actitud muy frecuente incluso entre los cristianos. “El que la hace, la paga”, “te vas a enterar”, “me las pagarás”… son expresiones que remiten a la experiencia de cada uno y que confirman la práctica de la venganza en la vida cotidiana.

 

Hoy vamos a ver cómo, quienes pertenecen al reino o comunidad de discípulos de Jesús, no pueden seguir con estas prácticas que llevan poco a poco a la muerte, pues quitan parcelas de vida al otro.

 

La ley del Talión

“Ojo por ojo, diente por diente”, se dice en el libro del Éxodo (21, 24). Para Jesús esto es lo antiguo que hay que superar, pues la suma de dos males no hacen un bien.

 

El libro del Éxodo dice así: “Cuando en una pelea entre hombres alguien golpee a una mujer encinta, haciéndole abortar, pero sin causarle ninguna lesión, se impondrá al causante la multa que reclame el marido de la mujer y la pagará ante los jueces. Pero cuando haya lesiones, las pagarás: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal” (21, 22-25).

 

La ley del talión (palabra derivada del latín talis, tal) –a tal pena, tal castigo- supuso un progreso en el derecho de la época, pues quería poner freno a una espiral de venganza que engendraba violencia sin límite y que regía desde tiempos de Lamec (Gn 4,23-24).

 

La venganza de Lamec

En el mítico relato del Génesis, Lamec aparece como padre de Noé e hijo de Matusalén. Según este libro, Lamec reunió a sus dos mujeres, Ada y Sila (por entonces era normal la práctica de la poligamia), y les dijo: “Oíd mi voz, mujeres de Lamec, prestad oídos a mis palabras: por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz; si Caín se vengó por siete, Lamec se vengará por setenta y siete”. Este Lamec era una versión aumentada y corregida de Caín, autor del primer fratricidio; se presenta como un vengador nato, propenso al endurecimiento de las penas, diríamos hoy, un partidario del castigo a ultranza, castigo que estaba reservado a Dios, quien, tras el asesinato de Abel, se otorgó el derecho a castigar para quien pusiese en práctica la venganza cainita: “El que mate a Caín, lo pagará siete veces” (Gn 4,15), sentenció Dios, mientras ponía en la frente de Caín una señal para que quien tropezase con él no lo matase.

 

Con Lamec, sin embargo, el ser humano se abrogaba el ejercicio de una venganza mayor, ejercicio visceral, arbitrario, desproporcionado, abusivo, terrible: pena de muerte por un cardenal; setenta y siete veces en lugar de siete. Demasiado.

 

De Caín a Lamec, la venganza instalada en el corazón humano ha llegado hasta nosotros, echando raíces. ¡Cuántos Lamec del siglo veintiuno la practican incluso desde la legalidad (?). Mediante la venganza y el castigo desmedido –piensan- se introduce en el corazón humano el miedo que impedirá las infracciones del orden establecido, ignorando que está demostrado que el endurecimiento del castigo no conlleva necesariamente una disminución de los delitos. La venganza es violencia que engendra violencia y quiebra humana. Donde nace esta, se siembra el terror, se instaura el caos, se mata la vida. La venganza conduce a la muerte.

 

Jesús y el perdón

Jesús quiso poner fin a esa ola de venganza del corazón humano y aprovechó la ocasión cuando Pedro le preguntó: “-Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces? Jesús le contestó: -Siete veces, no; setenta veces siete”. La Biblia griega traduce el texto hebreo del Génesis por solo “setenta y siete veces”. En todo caso, da igual, pues el número siete y sus múltiplos indican en la Biblia la serie completa, la totalidad extensiva, lo que equivale a decir que hay que perdonar siempre (Mt 18,21-22).

 

Y por si no quedase claro Jesús añade: “No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; a quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos; al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda”. Estas frases de Jesús se han interpretado como una invitación a la resignación y a no rebelarse contra las situaciones injustas. Pero no. Son más bien una invitación a la utopía que lleva a dar al prójimo mucho más de lo que este puede esperar, con tal de llegar a establecer la paz con él.

 

Por lo demás, confirma mi interpretación el hecho de que Jesús no puso la otra mejilla cuando lo abofetearon en la pasión, sino que, al recibir de uno de los guardias una bofetada, Jesus le replicó: “-Si he faltado en el hablar, declara en qué está la falta; pero, si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,22-23). Jesús no responde a la violencia con la violencia; le pide que analice sus palabras sin prejuicios y lo llama a la razón, haciéndole comprender su irracionalidad; lo invita a fijarse en la realidad de los hechos, fundamento del juicio personal y de la libertad.

 

Adiós a la espiral de venganza

La propuesta de Jesús pretende acabar con la espiral de la venganza. Responder al mal con el mal engendra más violencia. Hay que estar dispuestos a sorprender con amor y generosidad al prójimo que te ofende, cediendo terreno del propio derecho para interrumpir el curso de la violencia. Sólo así podrá surgir una sociedad nueva.

 

Pablo lo dice bien en la Carta a los Romanos (12,19-21): “Amigos, no os toméis la venganza, dejad lugar al castigo, porque dice el Señor en la Escritura: “Mía es la venganza, yo daré lo merecido” (Dt 32,35). En vez de eso, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: así amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza (Prov 25,21). No te dejes vencer por el mal, vence al mal a fuerza de bien”. “Amontonar carbones encendidos sobre la cabeza del enemigo” es una versión literal de una expresión griega que, en castellano, podemos traducir por “así le sacarás los colores a la cara”. Actuando así, avergonzarás a tu enemigo, se le caerá la cara de vergüenza.

 

El Dios de Jesús ya no es el del Antiguo Testamento, frecuentemente presentado con rostro vengativo como aparece en la cita del Deuteronomio de Pablo (“un Dios que se reserva la venganza”), sino el del amor que invita a acabar con la venganza que puede llegar hasta destruir la vida del otro.

 

La venganza de Lamec, hoy

No puedo evitar hacer aquí una consideración a nivel internacional, pues pienso que la venganza de Lamec, de la que hemos hablado, se parece a la practicada hoy día contra los palestinos en sus territorios, ilegalmente ocupados por Israel. ¡Ojalá que imperase al menos la ley del Talión en esa región de la tierra, lo que sería ciertamente un progreso! En nombre del dogma de la seguridad nacional, el Estado de Israel tiene a la población palestina confinada en su propia tierra. Y cuando hay un atentado por parte del terrorismo palestino, de cuya existencia no cabe duda, la represalia de Israel llega incluso a arrancar de cuajo la casa de la familia donde vivía el terrorista; por lo demás, el ejército israelí no duda en reprimir con creces cualquier atentado palestino. Sin embargo, con este comportamiento, pienso que Israel se ha vuelto cada vez más inseguro a pesar del muro inmenso de 721 kms. del que apenas se habla, construido para separar el Estado de Israel del territorio reivindicado por los palestinos. Pienso también que si todo eso que se ha empleado en hacer la vida imposible a los palestinos y arrebatarles sus tierras, ocupándolas con asentamientos ilegales, se hubiese empleado en desarrollo de su población, tal vez ahora la convivencia sería pacífica entre ambas poblaciones. Ni la venganza de Lamec, ni siquiera la Ley del Talión pondrán fin a esta situación permanente de guerra. La violencia, como he dicho antes, genera violencia y, en modo alguno, puede engendrar otra cosa que no sea una nueva espiral de venganza y odio sin fin.

 

Las potencias internacionales, Estados Unidos y la Unión Europea, así como la ONU, deberían vigilar más para que el derecho internacional se aplique eficazmente en esa región del mundo y que no se reduzca todo a pedir contención –cosa que no es mala- a ambas partes cada vez que hay un choque violento entre israelíes y palestinos. Por ese camino nunca se llegará a la paz, que, ciertamente, es anhelada por muchísimos israelíes, como lo muestran las manifestaciones que hay por la paz en Israel, una paz que siempre debe basarse, por supuesto, en la justicia.

 

El amor a los enemigos

Pero vayamos a la segunda parte del texto del evangelio de hoy con el que culminan los seis casos que expone Jesús tras proclamar las bienaventuranzas.

 

De pequeños, el catecismo nos acostumbró tanto a la imagen de un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, que textos como este del sermón de la montaña nos llaman profundamente la atención. Lo que estaba mandado era lo normal: “amar al prójimo” y odiar al enemigo. Así se comporta la gente por lo común. Se ama a aquél de quien se puede recibir algo a cambio; se odia a quien busca nuestro mal, al enemigo.

 

El mandato del amor al prójimo, citado por Jesús, está tomado al pie de la letra del libro del Levítico (19,18): “No serás vengativo ni guardarás rencor a tus conciudadanos. Amarás al prójimo como a ti mismo”.

 

¿Odiar al enemigo?

Sin embargo, el mandato de odiar al enemigo, citado por Jesús, no se encuentra en la Biblia formulado así, sino que proviene de los esenios, un grupo judío purista y disconforme con las prácticas judías de la época, especialmente con las de los sacerdotes y el templo, por considerarlas corruptas. Los que no pertenecían a esa comunidad de puros eran considerados enemigos.

 

En la Biblia hay, no obstante, textos cuyo espíritu apunta a este mandamiento. Así en el salmo 139,19-22, el salmista ora así: “Dios mío, si matases al malvado, si se apartasen de mí los asesinos que hablan de ti pérfidamente y se rebelan en vano contra ti… ¿no aborreceré, Señor, a los que te aborrecen, no me repugnarán los que se te rebelan? Los odio con odio implacable, los tengo por enemigos”. Para el salmista hay que odiar hasta la muerte a los enemigos de Dios que, por ello, lo son también del salmista.

 

Un amor sin barreras ni límites

Jesús no está de acuerdo con esta práctica de venganza y odio. Por eso, como una formulación extrema, proclama un amor sorprendente, sin barreras, que no excluye, llegado el caso, ni siquiera al propio enemigo. De este modo se imita a un Dios Padre de todos “que hace salir su sol (símbolo de la vida) sobre malos y buenos y manda la lluvia (símbolo de fecundidad) sobre justos e injustos”, esto es, de un Dios que no tiene enemigos.

 

Sorprendente Dios de Jesús que nos enseña cuál es el único camino posible para acabar con la ola de venganza y de odio que inunda el mundo: el del amor sin barreras, sin límites. Sólo así podremos llegar a ser hijos de Dios, esto es, semejantes a él, o lo que es igual, buenos del todo como él. Y, de este modo, podremos alcanzar la dicha y la felicidad, que se anuncia en las bienaventuranzas.

 

El camino hacia la felicidad

Como dice el filósofo José Carlos Ruiz en su libro El arte de pensar, “para ser felices tenemos que ser personas buenas que no hagan el mal y no se lo deseen a nadie… ¿Acaso no sucede que las personas que hacen el mal son más infelices incluso cuando consiguen sus propósitos? ¿Acaso no terminan aisladas? Causar mal a otra persona puede proporcionarte cualquier cosa menos felicidad. El sadismo o la venganza, por usar dos comportamientos enfocados en provocar dolor al semejante, pueden otorgar placer momentáneo y satisfacción, pero no podemos confundir esto con la felicidad”.

 

Y es que, tal vez, el camino hacia la felicidad plena no es otro que la práctica del amor sin medida al prójimo, entendiendo por “prójimo no solo el que está cerca de ti, sino aquel a quien tú te acercas, se encuentre donde se encuentre”, aunque sea tu enemigo. Esta -y no otra- es la propuesta de felicidad y dicha que hace Jesús en las bienaventuranzas.


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