Malestamos

Segundo Domingo del Tiempo Ordinario

Primera lectura: Isaías 49, 3.5-6.

Salmo 29.

Segunda lectura: Primera carta a los Corintios 1,1-3.

EVANGELIO

Juan 1,29-34

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

Malestamos

15 de enero de 2023

Vista panorámica de Haifa con el puerto.

Al día siguiente, Juan Bautista vio a Jesús que llegaba hacia él, y dijo: -Mirad el Cordero de Dios, el que va a quitar el pe­cado del mundo.

Este es de quien yo dije: -‘Detrás de mí llega un varón que estaba ya presente antes que yo, por­que existía primero que yo’. Yo no sabía quién era; a pesar de eso si yo he venido a bautizar con agua es para que se manifieste a Israel.

Y Juan dio este testimonio: -He contemplado al Espíritu bajar como paloma desde el cielo y quedarse sobre él.

Tampoco yo sabía quién era; fue el que me mandó a bautizar con agua quien me dijo: -‘Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y se queda, ése es el que va a bautizar con Espíritu Santo’.

Pues yo en persona lo he visto y dejo testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

Como el domingo pasado, fiesta del Bautismo de Jesús, se explicó ya el significado del descenso del Espíritu de Dios a Jesús, en este domingo quiero centrarme en comentar y aplicar al mundo de hoy la afirmación de Juan Bautista sobre Jesús: Mirad el cordero de Dios que va a quitar el pecado del mundo.

El cordero de Dios

La imagen del cordero –que al final de este texto se identifica con el Hijo de Dios- está tomada del libro del Éxodo (12,1-12) donde se lee lo siguiente: En aquellos días, el Señor dijo a Moisés y a Aarón en Egipto: Este mes será para vosotros el principal, será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: -El diez de este mes cada uno procurará una res para su familia, una por casa… Será un animal sin defecto, macho, añal, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y entonces toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Con algo de la sangre rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido…

Esa noche atravesaré todo el territorio egipcio dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales, y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra contraseña en las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora cuando yo pase hiriendo a Egipto.

Este texto se refiere a la cena que tuvieron los hebreos antes de salir de Egipto con destino a la tierra prometida, poniendo fin a su esclavitud. Aquel día -cuenta esta leyenda del libro del Éxodo- se rociaron con la sangre del cordero las puertas de las casas de los israelitas, librándose de la muerte sus primogénitos.

Jesús, “nuevo” cordero pascual

Juan Bautista condensa en una frase la misión de Jesús que, como el ‘nuevo’ cordero pascual, con su sangre en la cruz, va a quitar el pecado del mundo. En griego se utiliza el participio presente del verbo hairô (=quitar) en función de futuro. Las traducciones dicen ‘que quita’, pero Jesús no había comenzado todavía su misión, con lo que hay que traducirlo por futuro : ‘va a quitar’.

El mundo

La palabra griega kosmos, -que suele traducirse por ‘mundo’ por influjo del latín mundus (limpio, nítido, aseado)-, significa en sentido etimológico ‘orden, adorno’ (de donde en castellano, ‘cosmética’). En los evangelios se indica con esta palabra ya el universo o la tierra, ya sus habitantes, e incluso un grupo numeroso de gente como cuando decimos ‘todo el mundo’ (Jn 12,19).

El orden este

Sin embargo, el evangelista Juan utiliza esta palabra con frecuencia en sentido negativo, refiriéndose a la humanidad en cuanto estructurada en un orden socio-político-religioso, enemigo de Dios y del plan de Jesús. Por eso, con Juan Mateos, en su comentario al Evangelio de Juan, preferimos traducir kosmos por ‘el orden este’ o por ‘el sistema mundano’. Así Jesús, enseñando junto al tesoro del templo, dice a los gobernantes judíos: -Vosotros pertenecéis a lo de aquí abajo, yo pertenezco a lo de arriba; vosotros pertenecéis a este orden (=a este mundo), yo no pertenezco al orden este (a este mundo) (Jn 8,23). Y más adelante declara: -Yo he venido a abrir un proceso contra el orden este (=contra este mundo); así, los que no ven, verán, y los que ven, quedarán ciegos (Jn 9,39). Finalmente, antes de ser entregado, Jesús dice a sus discípulos: Ya no hay tiempo para hablar largo, porque está para llegar el jefe del orden este (=de este mundo). ‘El jefe del orden este’ es la personificación del círculo de poder que rige el mundo injusto (Jn 14,30) y representa la violencia institucionalizada, el odio hacia un Jesús que denuncia el modo de obrar perverso de los dirigentes judíos (los sumos sacerdotes y los fariseos) (Jn 7,7). Estos, desde el principio del evangelio, entablan una persecución a muerte contra Jesús y sus discípulos, proponiéndose acabar con su vida (5,16-18), intentando apedrearlo (Jn 8,59; 10,31), acordando darle muerte sin juicio alguno (Jn 11,53), delatándolo, capturándolo (11,57) y, finalmente, crucificándolo (Jn 19,18).

Pero la denotación universal del término ‘el mundo/ el orden este / el sistema mundano’ no se refiere solo al sistema judío (sumos sacerdotes y fariseos) que acabó con la vida de Jesús. Es modelo o paradigma de los sistemas de injusticia de todos los tiempos, enemigos del ser humano, basados en el poder del dinero, siempre por encima de la dignidad humana. Frente a ese orden mundano, Jesus, como veíamos en la fiesta de Epifanía (→Dos reyes… frente a frente) confiesa ante Pilato ser rey, pero no como los reyes de este mundo; su realeza, su modo de ser rey, no consiste en ‘dominar, oprimir, imponer la autoridad, inyectar miedo o represión y crueldad en los ciudadanos de su reino, sino en entregar la propia vida como máxima expresión de amor para dar vida a todos’ (Lc 22,26-27; Jn 18,36).

El pecado del mundo

El pecado del mundo consiste en que, como dice el evangelista Juan (3,19) los hombres han preferido la tiniebla a la luz, porque su modo de obrar era perverso. La tiniebla representa en el prólogo del evangelio (1,5) la ideología opresora que sofoca la vida del hombre, que se traduce en desamor, odio, violencia, apego al dinero y a todo aquello que impide el desarrollo humano.

El neoliberalismo

Nuestro mundo tiene el mismo pecado que el mundo de Jesús, tal vez elevado a la enésima potencia, con el aumento de la población –somos ya 7.500 millones de habitantes- y la globalización, sin regulación alguna. El ‘orden este’ (habría que llamarlo mejor ‘este desorden establecido’ en el que andamos inmersos) se denomina hoy neoliberalismo, una ideología que lo invade todo, acabando con la vida de una inmensa mayoría de ciudadanos del planeta.

Este neoliberalismo se distingue por tres principios rectores: 1) la primacía del individualismo, 2) el predominio del materialismo y 3) la preeminencia del hedonismo, lo más opuesto al evangelio de Jesús:

Según el primero no prima la colectividad o la comunidad, sino un individualismo beligerante que desemboca en insolidaridad, marginación y exclusión social cada vez más amplia, y en una feroz y agresiva competitividad, prueba clara del desamor hacia los demás. Atravesamos ahora un momento en el que ‘hay un ejercicio activo para diluir lo colectivo y exaltar lo individual’. La labor de Jesús de por vida fue todo lo contrario: incluir en la comunidad a todos aquellos a los que la sociedad había expulsado de ella, como manifestación de su amor hacia los marginados. El segundo principio es el materialismo, encarnado en el culto al dinero, como dios al que se ofrecen sacrificios de vidas humanas, las de los pobres. Frente al materialismo Jesús proclama en una frase lapidaria: ‘No podéis servir a Dios y al dinero (Mt 6,24)’. El tercero es el hedonismo, o lo que es igual, la consecución a cualquier precio de la satisfacción sensible del individuo y no de la comunidad. El yo por delante del nosotros.

Estos son los principios que rigen nuestro mundo a gran escala, un mundo que adora al otro Dios, al ‘poderoso caballero don dinero’ que diría Francisco Gómez de Quevedo.

Pero por este camino de individualismo, materialismo y hedonismo –lo más opuesto al camino de amor y servicio propuesto por Jesús-, la humanidad no llega a su pleno desarrollo, ni el ser humano puede alcanzar la verdadera felicidad anunciada por Jesús en las bienaventuranzas.

Consecuencias del neoliberalismo

Por eso, una ola de infelicidad invade a grandes sectores de la población que se manifiesta en síntomas o consecuencias de lo más variado. Como he leído recientemente, hoy día “recorre nuestras vidas un sentimiento. No es ansiedad, no es depresión, no es euforia ni inquietud. Es, simplemente, que estamos mal. Vivimos en sociedades que hablan de salud mental pero que, en realidad, están hablando de un conjunto de conceptos entremezclados: desesperanza, cansancio, falta de expectativas, estrés, preocupación y dificultad para saber cuándo se acabará ese sentimiento. El malestar del que hablamos –que se encuentra en la frontera de lo que puede considerarse enfermedad (o no) y de lo que puede considerarse salud (o no)- tiene mucho que ver con la incapacidad de imaginar un futuro que sea realizable, con la falta de certezas sobre lo que ocurrirá mañana o sobre el reflejo que nos sale al pensar que lo que venga será siempre peor que lo que ya pasó. Ante esto, la primera pulsión de la sociedad parece ser la patologización de ese malestar, ya sea por la vía de la terapia o del psicofármaco”.

A esta situación la llaman Byung-Chul Han “sociedad del cansancio”, Marina Garcés “estado de condición póstuma” y Mark Fisher “cancelación del futuro”, sufrida especialmente por la llamada generación de cristal, la de los jóvenes nacidos después del año 2000, época en la que se estaba generalizando el uso de Internet y de los ordenadores, y las nuevas tecnología estaban cambiando las formas de pensar. “Una generación a la que se le está cancelando el futuro, que se muestra agotada en el presente y que añora un pasado prometido y nunca llegado”.

Atajar el problema de fondo

Para remediar estos síntomas que hacen desgraciada a tanta gente, en lugar de atajar el corazón del sistema neoliberal, poniendo fin a este (des)orden que lleva a la muerte, nuestras sociedades utilizan cada vez más remedios paliativos como el consumo de ansiolíticos. He leído unos datos que tienen que hacernos pensar: España es el país que consume más ansiolíticos del mundo. En 2021 se consumieron en España 110 dosis diarias de benzodiazepinas por cada 1.000 habitantes. Esto significa que un promedio de 110 personas por cada 1.000 consumen algún ansiolítico al día, esto es, unos cinco millones de habitantes. El 11% de la población española consume a diario estos fármacos utilizados para el tratamiento de los trastornos de ansiedad o insomnio.

Tal vez nos iría mejor si atajásemos el problema de fondo, si tratásemos de acabar a nivel individual, comunitario e institucional con ‘este (des)orden neoliberal’, cambiando los determinantes sociales que producen ese malestar generalizado.

Para ello “habría que ampliar ciertamente las políticas para mejorar la salud mental, aunque, tal vez, las mejores políticas sean aquellas que traten de reducir el desempleo, de poner fin a la precariedad laboral, de conseguir una mayor distribución de la renta, de dotar de vivienda y renta básica universal a todos”, del acceso al agua potable (alrededor de 2000 millones de personas en todo el mundo no tienen acceso a servicios de agua potable gestionados de manera segura, 3.600 millones no cuentan con servicios de saneamiento seguros y 2.300 millones carecen de instalaciones básicas para lavarse las manos), y de luchar contra el cambio climático que puede llevar al traste la vida de los humanos en el planeta. En todo caso, lo más urgente sería acabar de una vez por todas con la pobreza que padecen hoy 1.300 millones de personas, cuya renta por día es de menos de un dólar, y que, lógicamente, no pueden alcanzar las condiciones mínimas para vivir con dignidad.

Hacer posible la esperanza

“Y estamos hablando de quienes ya han quedado excluidos del sistema o de quienes sienten más y más cerca la amenaza de exclusión hasta de quienes saben que pueden mantenerse dentro de la rueda, pero siempre en el lado más precario, a salvo de la exclusión, pero privados de la posibilidad de relajarse y de no tener que calcular cada céntimo y cada mes”. Como ha dicho Raymond Williams, “hoy es necesario un modelo de vida que haga posible la esperanza, en vez de hacer convincente la desesperación”.

Tarea de todos

Tal vez no haya otro camino –aunque nos resulte utópico e inalcanzable- para quitar el pecado del mundo. “No debemos renunciar en modo alguno a defender que hay formas de organizarnos socialmente mejores, más libres, más justas y más igualitarias y que estas contemplan medidas concretas que pueden hacer que vivamos mejor. No que yo viva mejor. No que tú vivas mejor. Que lo hagamos todos”. No se trata de una tarea individual, sino colectiva, una tarea de cada uno de nosotros, si queremos que desaparezcan los síntomas que tantos ciudadanos padecen, ese gran malestar que invade nuestras sociedades.

Jesús inició el camino invitando al amor y al servicio, Juan Bautista lo presentó como el que va a quitar el pecado del mundo, tarea que debemos continuar sus seguidores sin desaliento, junto con todos los que quieran sumarse a este proyecto, creyentes o no.

Nota:

He seguido para este comentario la excelente obra de Juan Mateos y Juan Barreto, Evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético, Ediciones Cristiandad, Madrid 1979.

Los párrafos entre doble comilla (“) están tomados, con ligeras variaciones, del libro en edición digital titulado Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo, de Marta Carmona y Javier Padilla (Editorial Capitán Swing, Madrid 2022), al que debo también el título de este comentario.

Sobre el neoliberalismo y la actitud de Jesús ante el dinero puede verse el curso en ciclo clases en este enlace: Jesús y el dinero en tiempos de covid-19


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