María, simplemente…

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

Primera lectura: Número 6,22-27.

Salmo 66.

Segunda lectura: Carta a los Gálatas 4,4-7

 

EVANGELIO

Lucas 2,16-21

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

María, simplemente…

1 de enero de 2023

Descendimiento de la Cruz. Basílica del Santo Sepulcro. Jerusalén.

Cuando los dejaron los ángeles para irse al cielo, los pastores empezaron a decirse unos a otros: -Ea, vamos derechos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor. Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño recostado en el pesebre. Al verlo, les comuni­caron las palabras que les habían dicho acerca de aquel niño.

 

Todos los que lo oyeron quedaron sorprendidos de lo que decían los pastores. María, por su parte, con­servaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su inte­rior. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído; tal y como les habían dicho.

 

Al cumplirse los ocho días, cuando tocaba circunci­dar al niño, le pusieron de nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

 

De Maria numquam satis

Fue, al parecer, San Bernardo María de Claraval, quien, hablando de María, dijo: “De Maria numquam satis”, frase latina que, traducida al castellano, quiere decir que “de María nunca será suficiente lo que digamos”. Ciertamente, a lo largo de los siglos, de María se ha dicho casi todo lo que se puede decir… o imaginar.

 

María Madre de Dios

El título, tal vez, más sublime que se ha aplicado a María ha sido el de Madre de Dios. Así fue proclamada en el concilio de Éfeso (a. 431) en contra de la doctrina de Nestorio, patriarca de Constantinopla, que defendía, en línea con los arrianos, que María era madre sólo del hombre Jesús, pero no de Dios. Fue el patriarca de Alejandría, Cirilo, quien defendió en ese concilio la causa de “María, Madre de Dios”, haciéndose con el control de la asamblea conciliar que dedicó una docena de cánones para condenar a quienes defendían la teoría de Nestorio que negaba que María fuese theótokos, esto es, madre de Dios. Así nació este dogma en sesiones tomentosas, en medio de la rivalidad entre patriarcados, entre sus respectivas ciudades, significando el triunfo de la sede de Alejandría, regentada por Cirilo, con las de Constantinopla (Nestorio) y Antioquia (Arrio).

 

María y Artemisa en Éfeso

Según la tradición, María murió en Éfeso o, mejor, fue asunta al cielo. Éfeso era la misma ciudad que rendía culto a la diosa Artemisa, de modo que los efesinos proyectaron en María la imagen de la diosa Artemisa (Diana, entre los romanos), invocándola como madre de Dios. Nestorio, por su parte, amonestó a Cirilo con esta frase: “No hagáis de la Virgen María una Diosa”.

 

Loas a María, sin fin

A este título de Madre de Dios, tal vez el más sublime aplicado a la madre de Jesús, se han sumado a lo largo de la historia de la iglesia innumerables invocaciones o alabanzas a María, como se constata por la letanía del Rosario.

 

Voy a reproducir, a continuación, una larga lista de estas, no por orden de importancia, sino por orden alfabético-, inspiradas unas en el Antiguo Testamento, otras en el Nuevo, en la tradición de la iglesia o en las devociones populares.

 

De María se ha dicho que es:

· Arca de la Alianza, Auxilio de los cristianos.

· Casa de oro, Causa de nuestra alegría, Consoladora de los afligidos.

· Consuelo de los migrantes.

· Espejo de justicia, Estrella de la mañana.

· Hija de Sión.

· Intercesora celestial.

· Madre (de Dios, del Creador, de Cristo, del Salvador, de la Iglesia, del buen consejo, de la misericordia; purísima, castísima, siempre virgen, inmaculada; amable, admirable, de la esperanza; del buen consejo).

· María (concebida sin pecado original, asunta a los cielos, del Santísimo Rosario, de la familia, de la paz).

· Mediadora universal.

· Nueva Eva.

· Puerta del cielo.

· Refugio de los pecadores.

· Reina (de los Ángeles, de los Patriarcas, de los Profetas, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes, de Todos los Santos, de la familia, de la paz).

· Rosa mística.

· Salud de los enfermos.

· Torre de David, de marfil.

· Trono de la sabiduría.

· Virgen de vírgenes (prudentísima, digna de veneración, digna de alabanza, poderosa, clemente, fiel).

· Vaso (espiritual, digno de honor, de insigne devoción)…

y muchas más advocaciones con las que la devoción popular la ha hecho presente en un sinfín de santuarios marianos diseminados por toda la geografía.

 

Exaltación de la figura de María

Todo un barroco lujo de títulos aplicados a la Madre de Jesús, tantos que, en muchos casos, desplazan en las devociones populares el papel que debe ejercer Jesús, sobrepasando con mucho los títulos que se aplican a este.

 

Con el ánimo de exaltar la figura de María, los pintores la han dibujado sobre las nubes, rodeada de ángeles, “envuelta en el sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas”, subiendo hacia Dios y despegando de la tierra. Colocada entre Dios y los hombres, María parece pertenecer más a una esfera intermedia que al mundo de los humanos. Esta imagen “en ascensión”, basada en la interpretación tradicional de la Iglesia que identifica a María con la mujer que lucha contra el dragón descrita en el Apocalipsis (c. 12), parece haberla rescatado para Dios del mundo de los humanos.

Tanto lujo de invocaciones contrasta con la sobriedad de la persona de María tal y como la representan los evangelios, excesivamente parcos en loas a esta.

MARÍA EN LOS EVANGELIOS

Veamos brevemente lo que dicen de María estos evangelios y el libro de los Hechos de los Apóstoles, pues de ella, poco o casi nada dice el resto de libros del Nuevo Testamento.

El tratamiento que hacen de María los evangelistas sinópticos no es uniforme, sino plural. Cada uno tiene su propia imagen de María, su peculiar idea de la madre de Jesús, como fruto de la progresiva reflexión de las comunidades cristianas primitivas acerca del papel de María, elevada a categoría de símbolo, en su función de madre. Estas imágenes deben ayudarnos a reconstruir el rostro evangélico de María, con frecuencia deformado por datos procedentes más de las polémicas conciliares y la imaginación popular que de los evangelios.

 

-Evangelio de Marcos

En el evangelio de Marcos, el más antiguo de los cuatro, María aparece citada por su nombre una sola vez, con ocasión del rechazo de Jesús por parte de sus paisanos en la sinagoga de Nazaret, que dicen escandalizados: “¿No es éste el Hijo del carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago y José, de Judas y Simón?, y ¿no están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban de él. Jesús les dijo: -Sólo en su tierra, entre sus pariente y en su casa, desprecian a un profeta” (Mc 5,3-4). Los presentes se refieren a Jesús sin pronunciar su nombre y sustituyéndolo por el pronombre “éste”, de claro matiz despectivo, del que se dice que es “el hijo de María”, rechazado por la mayoría de los asistentes a la sinagoga de Nazaret, que cuestionan sus palabras y su actividad: “¿De dónde le vienen a éste esas cosas? ¿Qué clase de saber le han comunicado a éste y qué portentos son esos que le salen de las manos?” (Mc 6,2b). Ante esta situación, la respuesta de Jesús es tajante: “Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa (en griego, oikía hogar, familia), desprecian a un profeta” (Mc 6,4). Entre el grupo de los que desprecian a Jesús se encuentra también su casa (gr. oikía), esto es, los miembros de su familia.

 

Con anterioridad a esta escena, Marcos se refiere a la madre de Jesús -sin nombrarla por su nombre- con estas palabras: “Llegó su madre con sus hermanos y, quedándose fuera, lo mandaron llamar. Una multitud de gente estaba sentada en torno a él. Le dijeron: -Oye, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera. Él les contestó: -¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Y, paseando la mirada por los que estaban sentados en círculo en torno a él, añadió: -Mirad a mi madre y a mis hermanos. Cualquiera que cumpla el designio de Dios, ése es hermano mío y hermana y madre” (Mc 3,31-35). Es curioso que la madre y los hermanos de Jesús no entran adonde Jesús estaba, ni se sientan a sus pies (posición del discípulo), sino que intentan sacarlo fuera, tal vez en consonancia con el pensamiento de los letrados que, un poco antes en el evangelio, aparecen diciendo que Jesús “tiene dentro a Belcebú. Y también: Expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios… Es que iban diciendo: Tiene dentro un espíritu inmundo” (Mc 3,22.30).

 

Sin embargo, del hecho de que Marcos (3,31-35) no cite a María por su nombre, sino como “madre”, puede deducirse que, en este texto, la madre representa más que una persona física, el origen de Jesús, esto es, la comunidad humana donde se ha criado, y sus hermanos, los miembros de esa comunidad. Marcos no aludiría, por tanto, a la persona concreta de la madre y los hermanos de Jesús, sino que trataría de mostrar con estas expresiones la hostilidad hacia Jesús del ambiente donde había vivido (madre y hermanos). (Así J. Mateos – F. Camacho, Marcos. Texto y comentario, Córdoba, Ed. El Almendro 1994, pág. 105).

 

Esto es todo lo que Marcos dice de la madre de Jesús en su evangelio, donde ésta no sigue ni siquiera de lejos, como Pedro en la pasión (Mc 14,54), a su hijo, ni tampoco se encuentra entre el grupo de mujeres que observaban de lejos la crucifixión (Mc 15,40-41).

 

-Evangelio de Mateo

En el Evangelio de Mateo (Mt 1-2) aparece con fuerza la figura de María, madre y virgen, cuya fecundidad no proviene de hombre alguno, sino del Espíritu Santo. Ella, la madre de Jesús, no tiene, sin embargo, protagonismo alguno en este evangelio, pues no pronuncia ni siquiera una frase en los dos primeros capítulos de este evangelio. En estos, es José, hombre justo, israelita fiel a la tradición judía, pero también a los mensajes que le transmite el ángel, la figura destacada. María aparece como la madre de Jesús que, “sin haber tenido relación con José” dio a luz un hijo”, a quien José –y no María- le puso el nombre de Jesús.

 

-Evangelio de Lucas y Hechos de los Apóstoles

En el Evangelio de Lucas (Lc 1-2), María ejemplifica el modo de actuar de Dios que favorece a los desfavorecidos del pueblo de Israel. La fidelidad de María a Dios (“aquí está la sierva del Señor: cúmplase en mí lo que has dicho”) no la libra, sin embargo, de recorrer su camino de fe, no exento de dificultades. María, en este evangelio, no aparece como discípula de Jesús, pues este era todavía niño, sino como una israelita fiel que espera que Dios cambie la situación de los oprimidos, “derribando del trono a los poderosos y ensalzando a los humildes”, como esperaban los israelitas fieles. Pero la sociedad que preconiza Jesús dista mucho de esta aspiración de María en el Magnificat, pues la nueva sociedad o reino-reinado de Dios no estará basada en esta aspiración puramente judía, sino en hacer un mundo de hermanos y de iguales, donde no haya dominación de unos sobre otros.

Fuera de los capítulos 1 y 2 de los evangelios de Mateo y Lucas, Mateo sigue casi al pie de la letra lo dicho de María en el evangelio de Marcos. Mientras que Lucas transcribe el texto de Marcos en el que se habla de la madre de Jesús (Mc 6,3-4), pero omitiendo la alusión a María (Lc 8,19-21) quitándole, por tanto, aquello que puede chocar en el evangelio de Marcos, presentándola más tarde en el libro de los Hechos reunida con los once y orando antes de la venida del Espíritu: “Cuando entraron, subieron a la sala de arriba donde se alojaban; eran Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, Simón el Fanático y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres, además de María, la madre de Jesús, y sus hermanos” (Hch 1,13-14). En este texto, María aparece de nuevo, como una israelita fiel, que, curiosamente, no ha roto todavía con la práctica judía de orar, como solían hacer los judíos en el templo, corazón de un sistema que condenó a muerte a su hijo.

-Evangelio de Juan

En el evangelio de Juan se cita a la madre de Jesús cuatro veces, pero sin indicar su nombre: en las bodas de Caná (Jn 2,1-11), en Cafarnaún (Jn 2,12), en el discurso del pan de vida (Jn 6,42) y al pie de la cruz (19,25-27). En todas ellas, María aparece como madre, figura femenina representativa del Israel fiel a la alianza de Dios con su pueblo. En las bodas de Caná intercede ante Jesús en favor de los novios: “No tienen vino”(Jn 2,3) pero Jesús se dirige a ella llamándola “mujer”; en Cafarnaún aparece junto con los hermanos de Jesús que no lo aceptarían como Mesías (Jn 2,12); en el discurso del pan de vida, los judíos, escandalizados por las palabras de Jesús, se preguntan: “-Pero ¿no es éste Jesús, el hijo de José, de quien nosotros conocemos el padre y la madre? ¿Cómo dice ahora: «He bajado del cielo”? (Jn 6,42) y en la cruz, Jesús se dirige a su madre llamándola, como en las bodas de Caná, “mujer” para entregarla al discípulo amado: Mujer, mira a tu hijo. Luego dijo al discípulo: -Mira a tu madre.

 

La figura de María según la historia

Finalmente, en relación con la figura histórica de María, hemos de afirmar, tras este estudio, que así como resulta difícil y sumamente complejo trazar la figura del “Jesús de la historia”, más difícil aún es determinar el perfil histórico-biográfico de María en los evangelios. Los datos que nos dan de María los evangelistas no concuerdan fácilmente entre sí, y lo que nos dicen de ella está más cerca de la teología que de la historia. Lo que podemos saber sobre María, desde el punto de vista histórico, es tan poco que los evangelios apócrifos se vieron en la necesidad de recrear su figura, basándose con frecuencia en una imaginación desbordada, que deformó la sobriedad y el significado simbólico-teológico de los textos evangélicos.

 

La fe de María, no libre de dudas

Sin embargo, una lectura atenta entre líneas del Evangelio de Lu­cas da a entender que la vida de María y su fe -su adhesión al plan de Dios encarnado en Jesús- se acercan más a la de los cristianos de a pie que se debaten entre dudas y preguntas, entre incertidumbres y contradicciones, que a la mujer clarividente que conoce a pie juntillas los planes de Dios.

Así, cuando los pastores la visitan en el portal, al ver lo que decían de ella anota el evangelista que María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, me­ditándolo en su interior (Lc 2,l9). Difícil de digerir la escena; por eso tendría necesidad de meditar en su interior estos acontecimientos, que rompían los esquemas que se ha­bían trazado sobre el mesías venidero.

 

Más adelante, cuando Simeón se refiere a Jesús como ‘al salvador, colocado ante todos los pueblos, como luz para alum­brar a las naciones y gloria de Israel’, el evangelista vuelve a comentar que “su padre y su madre estaban sorprendidos por lo que se decía del niño” (Lc 2,30-32). Tampoco era éste el mesías esperado, un mesías universalista que venía a alum­brar a las naciones y que se manifestaría en Israel. Se esperaba más bien un mesías ‘de y para’ el pueblo de Israel que firma­ría sentencia de castigo contra las naciones (los demás pueblos de la tierra, los no judíos o paganos).

 

Finalmente, cuando más tarde sus padres lo encuentran en el templo entre doctores, el evangelista apostilla de nuevo: “Ellos no comprendieron lo que quería decir. Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conser­vaba en su interior el recuerdo de todo aquello” (Lc 2,50-51).

 

María, simplemente…

Esta es la verdadera imagen de María, grande por su sencillez, humana como el resto de los mortales, sometida a dudas y necesitada de reflexionar sobre lo que veían o decían de aquel niño, pero siempre fiel a Dios aunque entre dudas y vacilaciones.

 

Después, la devoción a María a lo largo de los siglos la ha ensalzado tanto que parece más una diosa que un ser humano, cuya grandeza no fue ni más ni menos que la de ser la madre de Jesús, una muchacha en edad casadera que, con sus incomprensiones y dudas, lo acompañó hasta los pies de la cruz (dato que refiere solamente el evangelista Juan [19.25]) y supo esperar con el grupo de discípulos la venida del Espíritu Santo como refiere el libro de los Hechos (1,13-14).

 

Yo, personalmente, prefiero esta María, despojada de títulos, María, simplemente… -pero grande por su sencillez en el anonimato y por su fidelidad a Dios- más que esa otra María, subida al pedestal de los títulos más altos, que la sitúan como alguien inalcanzable, inaccesible, casi como una diosa a la que se rinde un culto que solo corresponde a Jesús.

 

“No hagáis de la Virgen María una diosa”

La amonestación de Nestorio, patriarca de Constantinopla a Cirilo, patriarca de Alejandría, sigue todavía en pie: “No hagáis de la Virgen María una diosa”.

Para continuar la lectura:

· Una síntesis del papel de María en el evangelio de Juan puede verse en Nuevo Testamento, Ed. Cristiandad, Madrid 1987, 2ª ed., pp. 1302-1304, donde se presenta de modo condensado el papel de María en los cuatro evangelios.

· Un libro interesante y novedoso sobre María es el de A. Maggi, Nuestra Señora de los herejes, Ed. El Almendro, Córdoba 1990 (reimpreso y editado por la editorial Herder, Barcelona 2020).

· Puede verse también mi artículo “María, la madre de Jesús en los Evangelios sinópticos”, de donde he tomado ideas para este comentario, publicado en

 


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