Tercer Domingo de Adviento
Primera lectura: Isaías 35, 1-6a. 10.
Salmo 145.
Segunda lectura: Santiago 5,7-10.
EVANGELIO
Mateo 11,2-11.
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
El último profeta
11 de diciembre de 2022
Río Jordán.
Juan se enteró en la cárcel de las obras que hacía el Mesías y mandó dos discípulos a preguntarle: -¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro? Jesús les respondió: -Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: Ciegos ven y cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan y pobres reciben la buena noticia (Is 26,19). Y ¡dichoso el que no sé escandalice de mí!
Mientras se alejaban, Jesús se puso a hablar de Juan a las multitudes: -¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?, ¿una caña sacudida por el viento? ¿Qué salisteis a ver si no?, ¿un hombre vestido con elegancia? Los que visten con elegancia, ahí los tenéis, en la corte de los reyes. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver un profeta? Sí, desde luego, y más que profeta; es él de quien está escrito:
Mira, yo envío mi mensajero delante, de ti;
él preparará tu camino ante ti (Éx 23,20; Mal 31).
Os aseguro que no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista, aunque el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él.
Un programa reformista basado en la justicia
Poco le duró a Juan Bautista el éxito de su predicación. Desde el desierto invitaba a la gente al cambio y a la conversión, una conversión especialmente dirigida a instaurar la justicia en el país de Israel y en sus instituciones, haciéndolas más humanas, justas e igualitarias. Su programa no era revolucionario, sino reformista. Desde el desierto llamaba a la gente a salir de aquel sistema religioso, en cuyo centro estaba el templo de Jerusalén, convertido en “casa de negocios” y “cueva de bandidos”, como denunció Jesus, y en el que hasta el perdón de Dios se obtenía mediante dinero.
Como veíamos el domingo pasado, a quienes acudían a él los invitaba a compartir lo que tenían y a no abusar de nadie (Lc 3,10_14). ¡Ay si practicáramos a pequeña y gran escala hoy estas recomendaciones del Bautista, en un mundo en que una minoría se ha quedado con la mayoría de los recursos de la tierra, que deberían ser repartidos entre todos. Por las estadísticas sabemos que el 10% de la población mundial acumula el 76% de la riqueza global, mientras que la mitad más pobre de la población sólo posee el 2%. Por otra parte el 0,01% de la población -porcentaje que engloba a las 520.000 personas más ricas del mundo- ha aumentado aún más su riqueza durante y tras la pandemia.
Enfrentado con el poder religioso y político
Pero la denuncia de la injusticia por parte de Juan no quedó ahí, ni por eso terminó en la cárcel. Las autoridades religiosas, según el evangelista Juan, enviaron a los levitas, que constituían una especie de policía del templo para preguntarle: -Tú ¿quién eres? (Jn 1,19). Tranquilizados porque Juan les dijo que no era el mesías, algunos de los enviados del grupo fariseo pusieron en tela de juicio su actividad: “Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta”, le preguntaron (Jn 1,24-25). Pero la cosa no quedó ahí. Juan dio un paso más: se atrevió a enfrentarse directamente por un asunto de familia con el poder político, representado por Herodes Antipas. Así nos lo cuenta el evangelista Marcos (6,14-29) en un relato que ha pasado a la literatura, la pintura, el teatro, la ópera y el cine:
Juan es decapitado
“Porque él, Herodes, había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, debido a Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con la que se había casado. Porque Juan le decía a Herodes: ‑ No te está permitido tener la mujer de tu hermano.
Herodías, por su parte, se la tenía guardada a Juan y quería darle muerte, pero no podía; porque Herodes sentía temor de Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo tenía protegido. Cuando lo escuchaba quedaba muy indeciso, pero le gustaba escucharlo.
Llegó el día propicio cuando Herodes, por su aniversario, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a los notables de Galilea. Entró la hija de la dicha Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a sus comensales.
El rey le dijo a la muchacha: -Pídeme lo que quieras, que te lo daré. Y le juró repetidas veces: -Te daré cualquier cosa que me pidas, incluso la mitad de mi reino. Salió ella y le preguntó a su madre: -¿Qué le pido? La madre le contestó: ‑La cabeza de Juan Bautista. Entró ella en seguida, a toda prisa, adonde estaba el rey, y le pidió: ‑Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció mucho, pero, debido a los juramentos hechos ante los convidados, no quiso desairarla. El rey mandó inmediatamente un verdugo, con orden de que le llevara la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, le llevó la cabeza en una bandeja y se la dio a la muchacha: y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro”.
Salomé-manía
Esta escena, con el baile de Salomé, la hija de Herodías, ante el rey Herodes, fue reproducida de mil maneras a lo largo del tiempo, hasta el punto de generar una verdadera “salome-manía”, tan lejos de la sobriedad del texto del evangelio de Marcos. Incluso se llegó a adaptar este texto al cabaret como una danza de carácter erótico, convertida en número de striptease, en el que las bailarinas presentaban una nueva y escandalosa imagen del deseo y la libertad sexual en la así llamada “danza de los siete velos”, baile inspirado, por una parte, en la leyenda oriental de la diosa babilonia Ishtar, diosa del amor y la belleza, de la vida y de la fertilidad, asociada principalmente con la sexualidad y, por otra, dentro de nuestra cultura occidental, en el pasaje citado del evangelio de Marcos.
Las causas del asesinato del Bautista
Aunque, desde el punto de vista histórico, parece ser que la causa de la decapitación del Bautista no fue solo la que cuenta el evangelista Marcos, pues aquel no solo acusaba de esto a Herodes, sino también “de todos los crímenes que había cometido” (Lc 3,19). Sabemos, además, por el historiador judío Flavio Josefo que “hombres de todos lados se habían reunido con el Bautista, entusiasmados al oírlo hablar. Herodes, por su parte, temeroso de que la gran autoridad del Bautista indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro, antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio, de lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna sublevación. Así, por esas sospechas, Juan Bautista fue encarcelado y enviado a la fortaleza de Maqueronte, al este del mar Muerto, donde fue asesinado. Los judíos creían que, en venganza de su muerte, fue derrotado el ejército de Herodes queriendo Dios castigarlo” (Antigüedades Judías, 18,118-119).
El bautista en la cárcel… y en crisis
Pues bien, en la cárcel, antes de ser degollado, Juan entró en crisis respecto a la figura de Jesús. Sus discípulos le comentaban cómo este actuaba de manera sorprendente. Por eso, para salir de dudas, Juan decidió enviar a dos de ellos a Jesús para que le preguntasen directamente si era “el que tenía que venir o debían esperar a otro”, pregunta que era claro reflejo del momento de duda que atravesaba en la cárcel.
Juan andaba perplejo porque había anunciado un mesías, cuyo bautismo tendría el carácter de un juicio, que separaría a los que se habían arrepentido y roto con el sistema judío, de los que no, -especialmente los círculos de poder, fariseos y saduceos-. A los primeros les anunciaba que recibirían el Espíritu de Dios, espíritu de fuerza de vida y fecundidad, y a los segundos, -que no habían cambiado de conducta y que seguían pensando que, con ser hijos de Abrahán, esto es, con ser miembros del pueblo hebreo, bastaba para salvarse-, les anunciaba un futuro de destrucción y muerte, expresado en estos términos: “Todo árbol que no da buen fruto será cortado y echado al fuego”. Para Juan, -a la manera del que recoge la mies para aventar y separar en la era el trigo de la paja-, Jesús vendría “con el bieldo en la mano para aventar su parva (o cosecha) y reunir el trigo en su granero; la paja, en cambio la quemaría en una hoguera que no se apaga”. Lo que sabemos de siempre: un dios que premia a los buenos (el trigo) y castiga a los malos (la paja), que se nos decía en el catecismo.
“Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo”
Pero Jesús no actuaba en la línea justiciera que anunciaba el bautista. Más bien, todo lo contrario. Pues la respuesta de Jesús a los enviados de Juan fue la siguiente: “Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: Ciegos ven y cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan y pobres reciben la buena noticia (Is 26,19). Y ¡dichoso el que no sé escandalice de mí!” (Mt 7,2-6).
Admirable e inesperada respuesta, pero también decepcionante para un buen judío como era Juan Bautista. La respuesta de Jesús estaba en parte ya anunciada por el profeta Isaías cuando hablaba del futuro mesías, que vendría a liberar al pueblo de todo aquello que hacía de las personas seres aislados de su entorno, haciendo imposible la convivencia y la comunicación: la ceguera, la sordera, la lepra, o lo que es peor aún, la muerte. Con todo eso vendría a acabar el mesías.
Pero el profeta Isaías anunciaba también, al mismo tiempo, la venganza y el desquite de Dios para con todos los enemigos del pueblo (Isaías 61,2). Lo sorprendente es que Jesús no defendía esto ni de palabra ni de obra, sino que quiso poner fin a la era de la venganza e inaugurar una nueva etapa en la que se anunciaría la buena y anhelada noticia de liberación a los pobres, esto es, a todos aquellos a los que nadie tiene en cuenta y que la sociedad deja a la vera del camino.
Dichoso el que no se escandalice de mí
El mensaje de Jesús iba por estos derroteros, distinto de los de Juan: No al juicio condenatorio, sí a la liberación; no al castigo, sí al perdón; no a la venganza y sí al amor sin medida.
Esto parecería escandaloso a Juan y, por eso, en este evangelio Jesús termina proclamando ante los enviados de Juan una nueva bienaventuranza: “Y ¡dichoso el que no sé escandalice de mi!”, esto es, el que acepte el modo de obrar de Jesús y, con él, su persona, su estilo de vida y su misión en la que ni el castigo, ni la venganza, ni el juicio condenatorio tienen lugar, y menos el fuego (eterno), anunciado durante siglos por la Iglesia y con el que se nos asustaba de pequeños.
Más que profeta
Juan no había contemporizado con los poderosos, a los que llamaba “camada de víboras” (Mt 3,7), ni había vivido instalado en el lujo (como podía verse por su modo de vestir y de comer (“iba vestido de pelo de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”, Jn 3,4). El pueblo lo consideraba un profeta, pero Jesús fue más allá: el Bautista era más que profeta, era el precursor de un Mesías que iba a conducir al pueblo a la definitiva tierra prometida. Para Jesús, Juan era el mayor de todos los profetas que le precedieron, pero se quedó en las puertas del reinado de Dios, privilegio del que gozarían los seguidores de Jesús. Juan, con su bautismo, sacaba a la gente de la institución judía y los conducía a la orilla del Jordán (3,5) donde se bautizaban. Pero el paso del Jordán para entrar en la tierra prometida estaba reservado a Jesús, el nuevo Josué (Jesús y Josué significan exactamente lo mismo en hebreo: “Dios salva”).
Justicia y amor
Una tierra prometida, el reinado de Dios, donde no debe haber lugar para el odio, el desquite, la venganza, el arreglo de cuentas o el “ojo por ojo y diente por diente”, que deben ser sustituidos por el único mandamiento que no se puede mandar: el amor: “Amaos los unos a los otros”; no como a vosotros mismos, sino “como yo os he amado”, hasta dar la vida por la causa de un mundo donde reine la fraternidad y la sororidad, y se recomponga la tan dividida familia humana. Por eso Juan fue el último profeta del Antiguo Testamento, el precursor de un Jesús que anunció que solo con amor se curan las heridas del corazón humano.
Toda una utopía cuando miramos al mundo actual dividido en bloques, con innumerables guerras y conflictos militares, con esta terrible e interminable guerra de Ucrania con más de 10.000 soldados muertos, con extremas diferencias entre ricos y pobres, con países que nadan en la abundancia y países descartados, y con personas tanto en unos como en otros, privados de la más mínima dignidad humana.
Ciertamente es urgente poner en práctica la justicia anunciada por el Bautista. Este es el primer paso, pero el amor compasivo que anunciaba el profeta nazareno, es, tal vez, la única receta que puede hacer de este mundo un mundo habitable. Y el camino para ello no es otro sino que se implante en la tierra a gran escala la justicia, que tan vivamente predicaba el Bautista, pues sin justicia, el amor se hace imposible.
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