Una ola de injusticia

Segundo Domingo de Adviento

Primera lectura: Isaías 11, 1-10. 2, 1-5

Salmo 71.

Segunda lectura: Carta a los Romanos 15, 4-9.

EVANGELIO

Mateo 3, 1-12.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

Una ola de injusticia

04 de diciembre de 2022

Tiflis, capital de Georgia.

Por aquellos días se presentó Juan Bautista en el de­sierto de Judea proclamando: -Enmendaos, que está cerca el reinado de Dios.

A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita desde el desierto: -Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos (Is 40,3).

Este Juan iba vestido de pelo de camello, con una co­rrea de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.

Acudía en masa la gente de Jerusalén, de todo el país judío y de la comarca del Jordán, y él los bautizaba en el río Jor­dán, a medida que confesaban sus pecados.

Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara; les dijo: -¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Pues entonces dad el fruto que corresponde a la enmienda y no os hagáis ilusiones pensando que Abrahán es vuestro padre; porque os digo que de las piedras estas es capaz Dios de sacarle hijos a Abrahán. Además, el hacha está ya tocando la base de los árboles, y todo árbol que no da buen fruto será cor­tado y echado al fuego.

Yo os bautizo con agua, en señal de enmienda; pero llega detrás de mí el que es más fuerte que yo, y yo no soy quién para quitarle las sandalias. Ese os va a bautizar con Espíritu Santo y fuego, porque trae el bieldo en la mano para aventar su parva y reunir el trigo en su granero; la paja, en cambio, la quemará con fuego inextingui­ble.

Juan Bautista, mensajero, más que profeta

Aunque leemos hoy solo el texto del evangelio de Mateo (3,1-12), la persona de Juan Bautista es tan importante que los cuatro evangelistas se refieren a él (Mt 3,1-12; Marcos 1,2-8, Lucas 3,1-18 y Juan 1,19-28). Así que entre los cuatro voy a diseñar algunos aspectos de su personalidad, función y mensaje. Entre todos se completa el perfil de esta figura a quien Jesús consideró más que profeta con estas palabras: “¿Qué salisteis a ver si no?, ¿un hombre vestido con elegancia? Los que visten con elegancia, ahí los tenéis, en la corte de los reyes. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver un profeta? Sí, desde luego, y más que profeta; es él de quien está escrito: Mira, yo envío mi mensajero delante de ti; él preparará tu camino ante ti” (Ex 23,20; Mal 31).

“El que tenía que venir”

Cuando Juan Bautista apareció en el desierto de Judá, Jesús lo identificó con el gran profeta Elías, “el que tenía que venir” (Mt 11,14); aquél que hizo bajar fuego del cielo para demostrar que su Dios era el verdadero y acabar con los sacerdotes del dios Baal (1Re 18); y que, más tarde, prometió la lluvia que pondría fin a una trágica sequía de tres años (1Re 17,1) o que reanimó el cadáver del hijo de la viuda de Sarepta (1Re 19, 8-24). Elías se fue con Dios, arrebatado por un carro de fuego, como cuenta el libro de los Reyes (2Re 21,14) y, a partir de su extraña desaparición, en el pueblo sencillo cundió el rumor de que volvería antes de la venida del Mesías. Basándose en el texto de Mal 3,23: “Yo os enviaré al profeta Elías antes que llegue el día del Señor”, los rabinos habían desarrollado la creencia de que Elías había de volver como precursor del Mesías para purificar a Israel y prepararlo para el reinado mesiánico. Todavía hoy en la cena de Pascua se deja la puerta abierta y una silla vacía a la espera de que vuelva.

Juan, regalo de Dios

Comenta el evangelista Lucas que Juan vino al mundo por obra de Dios. Nadie lo esperaba. Ni siquiera sus padres: su madre Isabel era estéril y ambos, de avanzada edad. Un ángel anunció a Zacarías que tendría un hijo y le pondría por nombre: “Dios le ha concedido su favor” o “regalo de Dios”, que esto significa “Juan”. Pero Zacarías tuvo sus dudas y preguntó: -¿Qué garantía me das de eso? Porque yo soy ya viejo y mi mujer de edad avanzada. El ángel le repuso: -Yo soy Gabriel, que estoy a las órdenes inmediatas de Dios, y me han enviado para darte de palabra esta buena noticia. Pues mira, te quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día que eso suceda, por no haber dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento” (Lc 1,18-20).

Increíble e inesperada noticia que acarreó a Zacarías quedarse mudo hasta el día del nacimiento de su hijo. Evidentemente que este relato no es histórico, sino una forma de decir que, con esta aparición maravillosa, Juan fue un don, un regalo de Dios para el pueblo hebreo.

Desde el desierto

Ya de mayor, Juan apareció predicando y bautizando en el “desierto”, con todo el simbolismo que tiene esta palabra en la Biblia: lugar de paso hacia la tierra prometida, pero también alejamiento del sistema religioso judío imperante en Jerusalén, plagado de injusticias, con el que el profeta no comulgaba, pues en su templo hasta el perdón de Dios se conseguía con dinero.

Juan, desde el desierto, gritó para que lo oyeran todos los ciudadanos. No fue en ningún caso “voz que clama en el desierto” y nadie oye, como se ha dicho con frecuencia, traduciendo mal el texto griego. Juan no hablaba en desierto, sino desde el desierto, desde donde llamaba a la gente al desierto, o lo que es igual, a salir y romper con el sistema judío que giraba en torno al templo de Jerusalén, convertido en “cueva de bandidos” (Lc 19,46) o en “casa de negocios” (Jn 2,16). Y su llamada tuvo mucho éxito, prueba del gran descontento que había en el pueblo, porque “acudía en masa la gente de Jerusalén, de toda el país judío y de la comarca del Jordán y él los bautizaba en el río Jor­dán, a medida que confesaban sus pecados” (Mt 3,5).

El nuevo Elías

Heredero de la más pura tradición profética, Juan “iba vestido, como Elías, de pelo de camello con una correa de cuero a la cintura”: ‘Dime cómo te vistes y te diré quién eres’. Lo que fue Elías ocho siglos antes, lo era Juan ahora: defensor de un Dios que no fundamenta sistemas injustos ni convive con otros dioses. Su alimento era “saltamontes y miel silvestre”, plato de los beduinos del desierto, de gente no acomodada, de pastores semi-nómadas siempre en busca de pastos para sus rebaños.

Pero lo más importante es que Juan era el representante y el último eslabón de una cadena de profetas que anunciaba la tierra prometida: Jesús, el Mesías.

Su mensaje

Su lengua era como espada de dos filos, hiriente y provocativa. A fariseos y saduceos –representantes del sistema religioso injusto del templo- que se le acercaban para ser bautizados los llamaba “camada de víboras” (que matan con veneno mortal y a traición): “¿Quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? –les decía-. Así que producid los frutos propios de la enmienda y no empecéis a deciros: ‘Tenemos por padre a Abrahán’; porque os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacarle hijos a Abrahán. Además, el hacha está ya tocando la base de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y echado al fuego” (Mt 3,10).

Por ser “hijos de Abrahán”, los judíos se sentían seguros y salvados. Pero no. Ser hijo de Abrahán no es garantía de nada, si no se producen los frutos propios de la enmienda, pues hijos de Abrahán pueden ser también los paganos (“estas piedras”) de los que aparentemente no se puede esperar nada.

Fariseos y saduceos acuden a Juan

Los fariseos eran modelo de hombres religiosos y se preciaban de su fidelidad a la Ley. Por su ejemplaridad, al menos aparente (véase la crítica que se hace de estos en el evangelio de Mateo 23,13-36) ejercían gran influjo sobre el pueblo; representaban el poder espiritual. Los saduceos, por su parte, constituían la clase dominante. A ellos pertenecían los grandes terratenientes y las familias de la aristocracia sacerdotal; representaban el poder económico, religioso y político.

Bautismo, enmienda y conversión

A Juan se acerca un buen número de ellos para recibir su bautismo, pero sin propósito de reconocer la injusticia en que viven ni de rectificar su conducta. Por esto Juan no los acepta y los increpa de manera violenta.

El bautismo o inmersión en el agua era un rito común en la cultura judía. Significaba la muerte a un pasado, que quedaba simbólicamente sepultado en el agua. Se utilizaba también en lo civil para indicar, por ejemplo, la emancipación de un esclavo, y en lo religioso, para la conversión de los prosélitos o simpatizantes de la religión judía. En estos casos significaba un cambio de vida en la que el pasado de injusticia quedaba sepultado.

Juan invita a todos a la enmienda como condición para que sea posible el reinado de Dios. “Enmienda” que consiste en el cambio de actitud del hombre respecto a los demás y en la adopción de una conducta justa. Esta enmienda se expresa con el término “arrepentimiento” que hace posible la conversión, palabra esta que viene del hebreo shub y significa “volverse” a Dios, lo que no es posible “si antes no se ha cesado de obrar el mal y se ha aprendido a obrar el bien” como decía el profeta Isaías (1,16-17).

Un programa de justicia social

Y para continuar, por ahora, con el perfil de Juan Bautista, pues el domingo tercero de adviento también gira en torno a su figura, cuando le preguntaban “¿Qué tenemos que hacer?, aconsejaba obras como éstas: “El que tenga dos túnicas -símbolo de riqueza entonces- que dé una a quien no tiene, y el que tenga de comer, que haga lo mismo”. ¡Ay si practicáramos hoy esto,..! “A unos recaudadores que fueron a bautizarse les dijo: ‘No exijáis más de lo que tenéis establecido’; y a unos guardias que se le acercaron les decía: ‘No hagáis violencia a nadie ni saquéis dinero; conformaos con vuestra paga” (Lc 3,10_14). Consejos dignos de ser tenidos en cuenta hoy. Todo un programa de justicia social en línea con los profetas del Antiguo Testamento consistente en que “todo valle se rellene, que todo monte y colina se abaje; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane y vea todo mortal la salvación de Dios” (Lc 3,5), o lo que es igual, que se haga de este mundo un mundo más igualitario y justo.

Compartir, justicia y no violencia fue el mensaje de Juan. En cualquier caso, invitación al cambio, como paso previo para la conversión.

La injusticia

No es precisamente esto lo que distingue nuestro mundo donde campa por sus respetos la injusticia.

Ahora que se celebra el mundial de fútbol en Qatar, acabo de oír a Luis García Montero leer este texto que voy a reproducir, y que viene como anillo al dedo para terminar este comentario:

-“Miro por la ventana. Las calles de noviembre se llenan de paraguas y el frío cruza la ciudad, sube las escaleras y toca el timbre de las casas. No es agradable, pero tiene su lógica. Hemos aprendido a celebrar la lluvia. Sabemos que, gracias a ella, los pantanos nos darán de beber, y abril y mayo demostrarán que el planeta puede seguir floreciendo”.

-“Miro a través de la radio. El asesinato de una niña en un lugar, una matanza en un local LGTBI, bombardeos en Ucrania para matar a la gente de frío, celebración en Qatar de partidos de fútbol. El deporte rey celebra el esclavismo, la explotación de la mujer y la soberbia del dinero. ¿Cuál es la lógica de todo esto? ¿Qué mundo va a florecer y qué agua vamos a beber?”.

-“El ratón del ordenador se mueve solo por la pantalla de la tierra. Alguien ha jaqueado el futuro de los derechos humanos y la decencia social. Se está cantando la impunidad del dinero como se cantan los goles.

Una tristeza que el juego de mi barrio, el fútbol modesto, las tardes de domingo en el campo de mi colegio, las celebraciones de los títulos en la fuente de mi ciudad, se hayan convertido en el manual adinerado del impudor y la indecencia internacional. Esperemos, por lo menos, que siga lloviendo” (‘La Mirada’, de Luis García Montero en ‘Hoy por Hoy”, Cadena SER 22-11-2022).

Magnífico texto en el que su autor denuncia la injusticia de un mundo que se rinde al esclavismo, a la violación de los derechos humanos, a la explotación de la mujer y a la soberbia del dinero, verdaderas manifestaciones de esta ola de injusticia que nos invade por doquier.

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