Primer Domingo de Adviento
Primera lectura: Isaías 2, 1-5
Salmo 121.
Segunda lectura: Carta a los Romanos 13,11-14a.
EVANGELIO
Mateo 24, 37-44
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
Otra oportunidad
27 de noviembre de 2022
ARMENIA. CRUZ EN PIEDRA.
Ahora bien, lo que pasó en tiempos de Noé pasará en la llegada del Hijo del hombre; es decir, lo mismo que en los días antes del diluvio la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y, estando ellos desprevenidos, llegó el diluvio y arrambló con todos, así sucederá también en la llegada del Hijo del hombre. Entonces, dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, manteneos despiertos, pues no sabéis qué día va a llegar vuestro Señor.
Ya comprendéis que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, se quedaría en vela y no lo dejaría abrir un boquete en su casa. Pues estad también vosotros preparados, que cuando menos lo penséis llegará el Hijo del hombre.
Hay párrafos del evangelio que son difíciles de comprender. Y más aún cuando en la liturgia se lee un fragmento breve fuera del contexto en el que se inserta en el evangelio. Este es el caso del que leemos hoy, así como el del domingo pasado, titulado “El fin de este mundo”, en el que dábamos por descartado que Jesús, con sus palabras, anunciase el fin del mundo, precedido de una catástrofe cósmica de inmensa magnitud. El texto del evangelio de hoy no se refiere al fin del mundo, sino a la época histórica que seguiría tras la caída de Jerusalén y la destrucción del templo, símbolo del sistema opresor, enemigo de Dios, que rechazó a Jesús llevándolo a la muerte.
La destrucción de Jerusalén
Para el evangelista, la destrucción de Jerusalén por las legiones de Tito marcó el principio de una liberación progresiva de la humanidad. Fue, en palabras suyas, “el principio de los dolores” que tendrían que padecer los seguidores de Jesús al ser rechazados, como él, por el sistema mundano, cuyos valores –prestigio, poder y dinero- son abiertamente opuestos a los que Jesús defendía. El evangelista viene a decir que cada vez que cae un sistema opresor –como el templo de Jerusalén con su sistema religioso- es como una “llegada” del Hijo del Hombre, en la que este se hace presente.
Una señal de esperanza
Aquella primera llegada fue una señal de esperanza, pues con la destrucción de Jerusalén y del templo estaba a las puertas el momento en que el reinado de Dios se extendería también a los paganos, poniendo fin a una humanidad dividida entre judíos -el pueblo elegido de Dios- y paganos –enemigos del pueblo de Israel y rechazados por Dios-. En realidad, tras la destrucción de Jerusalén, los apóstoles abrieron un nuevo periodo en el que el evangelio sería anunciado no solo a los judíos, sino a los paganos, iniciándose –aunque en germen- el principio de una nueva humanidad fraterna, libre de divisiones, en la que, como dijo Pablo en la carta a los Gálatas (3,28): “Ya no hay judío ni griego; esclavo ni libre, varón o hembra, pues vosotros hacéis todos uno, mediante el Mesías Jesús; y, si sois del Mesías, sois por consiguiente descendencia de Abrahán, herederos conforme a la promesa “.
No esperemos, pues, la llegada del Hijo del hombre, como la etapa final de la humanidad, tal como la pintó Miguel Angel en el mal llamado fresco del Juicio Final en la Capilla Sixtina. De este final nada sabemos, solamente el Padre lo sabe, como afirma Jesús en el evangelio de Mateo: “En cambio, en lo referente al día aquel o el momento, nadie entiende, ni siquiera los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo y únicamente el Padre” (Mt 24,36).
Manteneos despiertos
Y como no sabemos nada de este final, Jesús invita a estar en vela a sus discípulos con estas palabras: “Por tanto, manteneos despiertos, pues no sabéis qué día va a llegar vuestro Señor. Ya comprendéis que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, se quedaría en vela y no lo dejaría abrir un boquete en su casa. Pues estad también vosotros preparados, que cuando menos lo penséis llegará el Hijo del hombre”.
“Manteneos despiertos” es la misma recomendación que hizo Jesús a sus discípulos por tres veces durante la oración en el Huerto de los olivos (26,28-30-41). Allí los invitaba a ser solidarios con él en su angustia y dolor, y a aceptar la muerte como camino para dar vida. En el huerto, Pedro, Santiago y Juan se durmieron por tres veces, como muestra de su desinterés y desacuerdo con el camino de Jesús. Y esta invitación a estar despiertos vale para toda la iglesia, hoy que comienza el Adviento, un tiempo de esperanza.
¿Una iglesia dormida?
Sin embargo, al mirar de nuevo a la Iglesia, 62 años después del Concilio Vaticano II, me pregunto si esta se ha mantenido despierta durante este tiempo, porque creo, más bien, que, globalmente considerada, ha ido por otros derroteros.
Remontémonos al concilio Vaticano II que finalizó el 8 de Diciembre de 1965. Unos años antes (25-1-59), -un anciano papa, llamado Juan XXIII al que le auguraban un pontificado de transición-, convocó un concilio ecuménico, porque veía a la Iglesia anclada en el pasado, vieja y atrofiada.
De aquel concilio salió, entre otros documentos, la Constitución Gaudium et Spes (Gozo y Esperanza) que, desde su primer párrafo, expresaba la unión íntima que debería haber entre la Iglesia y la familia humana. Decía así: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón… No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo…” (Gaudium et Spes 1,3).
Abrir la Iglesia al mundo
El propósito principal del Concilio fue abrir la Iglesia al mundo para que asumiese lo que el ser humano tiene de bueno (los gozos y las esperanzas) y lo que hay de doloroso en él (las tristezas y las angustias que con frecuencia lo envuelven). Hermosas palabras de los padres conciliares, más promesa que realidad, acelerador de una iglesia que se había vuelto conservadora e hibernaba dormida en el letargo postridentino.
La Iglesia conciliar
En este ambiente surgió aquel concilio, que mostró a todas luces cómo debía ser la manera de situarse la Iglesia en el mundo: en diálogo constante con la ciencia y con las otras religiones, atenta a las realidades temporales en las que se desenvuelven las personas, respetuosa de su autonomía personal y colectiva, preocupada por servir al pueblo en el seguimiento de Jesús y anunciando, con testimonio antes que con palabras, que el evangelio es buena nueva de igualdad y salvación para todos.
Una ola de conservadurismo
Pero, unos años después de aquel concilio, que quiso abrir la iglesia al mundo, dentro de la iglesia -como niño que comienza a caminar, siente miedo y se cae-, se empezaron a añorar las antiguas seguridades y esta comenzó a mirar de nuevo hacia atrás y a encerrarse en sí misma. Vinieron los pontificados de Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI que, considerados globalmente, sirvieron más de freno que de impulso para la renovación de la iglesia surgida de aquel concilio.
Y es que a la Iglesia como institución, -especialmente a un amplio sector de sus dirigentes- le va aún hoy más el freno que el acelerador, el recelo del ser humano que la confianza en él, el poder que el servicio, su causa y estructura más que la de los pobres sin estructura ni defensa.
Movimientos preconciliares
No a toda la Iglesia, -hay que decirlo en honor a la verdad. Porque también hay un sector en la base de ella que se ha mantenido siempre despierto, mirando menos a la estructura que a Jesús, menos al poder que al pueblo, a los de arriba menos que a los de abajo. Deseoso de insertarse en el pueblo y anunciarle el evangelio.
Testigos de esto fueron los movimientos preconciliares que surgieron en la Iglesia los años previos al concilio como la JOC, la Nouvelle Théologie, los escritos de los teólogos Karl Rahner, Henri de Lubac y Teilhard de Chardin, los sacerdotes obreros, el resurgir de las comunidades cristianas de base, la Teología de la Liberación, por citar solo algunos, así como otros movimientos que intentaban renovar una iglesia envejecida y que contribuyeron a que pudiera darse la profunda renovación conciliar que se consiguió con el concilio Vaticano II.
Otra oportunidad para la Iglesia
Hoy, la iglesia católica, en los albores del siglo XXI, tiene “otra oportunidad” que le brinda el papa Francisco, otro anciano Papa, como Juan XXIII, para reconducirla por los caminos del evangelio, en diálogo con el mundo moderno, retomando, rehabilitando y proyectando hacia adelante el concilio Vaticano II, aunque también, lamentablemente, en medio de una gran oposición dentro de la iglesia por parte de sectores conservadores.
El Sínodo que viene
Y la oportunidad le viene con el Sínodo que se prepara con la participación de todos los miembros de la Iglesia, no solo de la jerarquía, “para hacer que la iglesia no se separe de la vida, sino que se haga cargo de las fragilidades y las pobrezas de nuestro tiempo, curando las heridas y sanando los corazones quebrantados con el bálsamo de Dios”; para que no sea “una Iglesia de museo, hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro”. Esto requiere que se transformen ciertas visiones verticalistas, distorsionadas y parciales de la Iglesia, del ministerio presbiteral, del papel de los laicos (y, en especial, de la mujer), de las responsabilidades eclesiales, de los roles de gobierno”, entre otras. “No hay que hacer otra Iglesia, -afirma Francisco, de quien son todas estas frases entrecomilladas-, pero, en cierto sentido, hay que hacer una Iglesia otra, distinta”, abierta a la novedad que Dios le quiere indicar.
Abrir las ventanas al mundo
En su exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio”, Francisco ha dicho emulando palabras de Juan XXIII: “Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y para que desde afuera pueda verse el interior”. Una especie de “perestroika” o ejercicio de trasparencia eclesial. Y esto significa poner al día la iglesia, una iglesia de puertas abiertas para entrar, pero también para salir hacia al mundo, llevando hasta él el mensaje del evangelio.
Un mundo que ya describía con palabras de tremenda actualidad la Constitución Gaudium et Spes (párrafo 4) de este modo: “Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria, y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus”. Este es el mundo al que la iglesia tiene que abrirse.
Invitación a mantenerse despiertos
Las palabras de Jesús de ayer –como las de Francisco hoy- son una invitación a mantenerse despiertos en medio de este mundo, a estar en vela y alerta porque no sabemos cuándo llegará el Hijo del Hombre y hay que estar preparados para ello. Y no olvidemos que el Hijo del Hombre llega y se hace presente cada vez que contribuimos a que caiga un sistema opresor –representado en los textos evangélicos por las potencias del cielo, el sol, la luna y las estrellas- pues, al caer estas, el mundo se vuelve más amable, amigable, fraterno, solidario y compasivo. Y a esto es a lo que tiene que contribuir la iglesia, a acabar con todo tipo de opresión, discriminación, injusticia e insolidaridad, haciendo de este viejo mundo un mundo más humano y habitable. Es esta la mejor manera de “mantenerse despierta”.
Nota:
Sobre el sínodo que se prepara puede leerse este enlace:
Sobre la oposición actual a Francisco en la iglesia y el rechazo al Vaticano II, puede verse este artículo de Massimo Faggioli, Oposición a Francisco: su origen está en el rechazo al Vaticano II, que se encuentra en Religión digital (17.07.2022):
https://www.religiondigital.org/opinion/Oposicion-Francisco-rechazo-Vaticano-II_0_2468153166.html
El texto completo de la Gaudium et Spes puede verse en este enlace: https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html
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