Un extraño trono

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Festividad de Cristo Rey

Primera lectura: 2 Sam 5, 1-3.

Salmo 121.

Segunda lectura: Col 1, 12-20.

EVANGELIO

Lucas 23,35-43

Un extraño trono

20 de noviembre de 2022

ARMENIA. CRUZ EN PIEDRA.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

El pueblo se había quedado observando.

 

Los jefes, a su vez, comentaban con sorna:-A otros ha salvado; que se salve él si es el Mesías de Dios, el Elegido.

 

También los soldados se burlaban de él; se acercaban y le ofrecían vinagre diciendo: -Si tú eres el rey de los judíos, sálvate. Además, tenía puesto un letrero: -Este es el rey de los judíos.

 

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba. -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros. Pero el otro se lo reprochó: -Y tú, sufriendo la misma pena, ¿no tienes siquiera temor de Dios? Además, para nosotros es justa, nos dan nuestro merecido; éste, en cambio, no ha hecho nada malo. Y añadió: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey.

 

Jesús le respondió:

– Te lo aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso.

 

La práctica política de emperadores y gobernadores romanos de la época, tiranos y déspotas, tenía muy poco que ver con las esperanzas que el pueblo hebreo había depositado desde los orígenes en la figura del rey, mesías, el ungido de Dios, como veremos más adelante.

 

Jesús Nazareno, “rey de los judíos”

Ante un Jesús que iba a ser vilmente ajusticiado en una cruz, que llevaba por letrero –ironías de la historia- “Jesús Nazareno, rey de los judíos”, dice Lucas que “el pueblo se había quedado observando”. Al decir “el pueblo” hay que pensar en su totalidad, esto es, en los sumos sacerdotes, los jefes y la gente común, en todo Israel. Es el mismo pueblo que un poco antes había pedido a gritos a Pilato -y por tres veces- la condena a muerte de Jesús, cada vez con mayor intensidad, como describe el evangelista Lucas (23,18-25):

 

-En la primera habla Pilato ante el pueblo en general y les dice: -“Me habéis traído a este hombre como si fuera un agitador del pueblo; pues bien, yo lo he interrogado de­lante de vosotros y no he encontrado en él ninguno de los delitos de que lo acusáis… Ya veis que no ha hecho nada que merezca la muerte, así que le daré un escarmiento y lo soltaré. Pero ellos gritaron todos a una: -¡Quita de en medio a ése y suéltanos a Barrabás!

 

-Pilato insiste una segunda vez “con intención de soltar a Jesús. Pero ellos vociferaban: -¡Crucifícalo, crucifícalo!

 

-Por tercera vez se dirige al pueblo con estas palabras: “Y ¿qué ha hecho éste de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte, así que le daré un escarmiento y lo soltaré. Pero ellos insistían a grandes voces en que lo crucificara, y las voces iban arreciando. Pilato decidió que se hiciera lo que pedían: soltó al que reclamaban (al que habían me­tido en la cárcel por sedición y asesinato) y a Jesús se lo entregó a su arbitrio”.

 

Por tres veces, -a la de tres va la vencida- el pueblo en su totalidad pide que Jesús sea asesinado (Lc 23,13-25).

 

Tres reacciones ante el crucificado

Una vez crucificado Jesús, Lucas presenta también tres tipos de reacción ante el mesías crucificado:

 

La primera, la del pueblo llano, es de curiosidad burlona, de simples mirones que contemplan los acontecimientos como si no fuera con ellos. Dice Lucas que “el pueblo se había quedado observando”.

 

-La segunda es de los jefes que “comentaban con sorna: -A otros ha salvado; que se salve él si es el Mesías de Dios, el Elegido”. Son los mismos que en la sinagoga de Nazaret, -cuando anunció Jesús el año de gracia para todos, dejando a un lado para siempre el anunciado por Isaías ( 61,1-2) día de la venganza de Yahvé- a los que Jesús les dijo: “-Seguramente me citaréis el proverbio aquel: “Médico, cúrate tú”; todo lo que nos han dicho que ha ocurrido en esa Cafarnaún, hazlo también aquí en tu tierra”, pidiéndole que hiciera los mismos prodigios que había hecho en Cafarnaún, a lo que Jesús se negó por su falta de fe. En aquella ocasión dice Lucas que, “levantándose, empujaron fuera de la ciudad a Jesús y lo condujeron hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificada su ciudad, para despeñarlo. Pero él se abrió paso entre ellos y emprendió el camino” (Lc 4,23-29). Como se ve ya desde el principio, lo tenían sentenciado a muerte y es que estos jefes no pueden concebir a un Mesías que esté dispuesto a dar la vida, ni a un elegido al que Dios abandone. Mantienen todavía la idea de un mesías triunfal sobre sus enemigos.

 

-La tercera reacción es de los soldados que también “se burlaban de él; se acercaban y le ofrecían vinagre diciendo: -Si tú eres el rey de los judíos, sálvate. Además, tenía puesto un letrero: -Este es el rey de los judíos” (Lc 23,36-38). Los soldados, ejecutores de la sentencia del poder romano, no pueden comprender a un rey que no hace nada por defenderse.

Jesús no se bajó de la cruz

Pues bien, Jesús no se bajó de la cruz y, sin embargo, era rey, pero no como lo entendían quienes se mofaban de él. Toda su vida había ejercido la realeza, sin pertenecer, por ello, a la jerarquía política del país o a la aristocracia sacerdotal.

 

La monarquía en Israel

La monarquía había surgido en Israel para que el rey hiciera de valedor y administrador de justicia. El libro primero de Samuel cuenta cómo se acercó la gente al profeta para decirle: “Mira, tú te has hecho viejo y tus hijos no siguen tu camino. Danos, pues, un rey para que nos juzgue, como todos los pueblos” (1Sam 8,5). Juzgar y gobernar eran palabras sinónimas entre los hebreos. La función principal del rey era administrar una verdadera justicia en favor de los más indefensos socialmente hablando, único medio para asegurar el bienestar de todos dentro de la comunidad: “El rey justo hace estable el país, el que lo carga de impuestos, lo arruina” (Prov 29,4).

 

Pero esta preocupación del rey por la justicia no era una actividad estrictamente forense. Debía ser, ante todo, un esfuerzo de ayuda en favor del débil, un volcarse en bien de los más necesitados, de los más vulnerables. El salmista, hablando del rey ideal, desea “que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador” (Sal 72,4). La sensibilidad o preocupación por la justicia social constituía, para los hebreos, la piedra de toque del verdadero rey.

 

Por ser fiel a este modelo de realeza, Jesús terminó en la cruz, tras pasar la vida defendiendo la causa de los indefensos, de los socialmente tachados, de los oficialmente pecadores, de los habitantes de la periferia de la vida, de los descartados.

 

El paraíso comienza hoy

Uno de éstos, crucificado junto a él, reconoció, sin embargo, su realeza en el último momento: “-Acuérdate de mí cuando vengas como rey”, le dijo. A lo que Jesús le respondió: “-Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Una promesa no para mañana, sino para hoy mismo.

 

Porque “el paraíso” comienza cuando el rey se dedica por entero a atender la causa de los descartados por cualquier motivo, convirtiéndose en su más decidido defensor, en su más firme valedor. Un rey así no tiene otro trono que la cruz, símbolo de la entrega por amor a la causa de los pobres; un rey de esta clase no es extraño que muera víctima de la injusticia estructural contra la que lucha.

 

Poco habían entendido de la realeza quienes decían a Jesús con sorna: “Que se salve, si es el Mesías de Dios… Si eres tú el rey de los judíos, sálvate”. El rey no está para salvarse, sino para salvar a los que la injusticia del sistema condena a muerte a diario. Sólo en este sentido podemos hablar de Cristo Rey.

 

Los nuevos mesías

Hoy, en nuestro mundo, surgen por doquier peligrosos líderes que se presentan como nuevos mesías, salvadores del pueblo, que prometen soluciones simples para problemas complejos, que exigen obediencia ciega a sus seguidores rechazando todo tipo de crítica, como si se tratase de una nueva religión a cuyos dogmas hay que dar crédito, sin pasarlos por el tamiz de la razón. Son los nuevos mesías-laicos en los que no hay que confiar porque terminan viviendo del pueblo y no para el pueblo, dividiendo al pueblo y no uniéndolo, sembrando el odio y no la convivencia, prometiendo al pueblo lo que saben de antemano que no le van a dar, a cambio de poder sentarse en el trono del poder.

 

Tiempos de “posverdad” y culto a la mentira

En estos tiempos de “posverdad”, que dicen ahora, “el populismo, la propaganda, la irracionalidad y el nacionalismo constituyen los ingredientes perfectos para poner en duda la lógica científica y para apuntalar de ese modo las doctrinas de sistemas políticos mágico-autoritarios” que ocultan la verdad al pueblo.

 

Es curioso que “en nuestras sociedades contemporáneas, a medida que las tecno-ciencias van ganando terreno, se multiplican las actitudes pseudocientíficas, anticientíficas y conspiracionistas, y da la impresión de que la verdad ya no parece necesaria. Así lo demostró la campaña electoral victoriosa de Donald Trump en 2016. El culto de la mentira y la difusión de “propaganda gris”, de noticias falsas, se convirtieron a partir de entonces en la práctica regular y habitual al más alto nivel. Jamás en la historia de Estados Unidos el candidato presidencial, favorito de los sondeos, se había trasformado en la fuente principal de informaciones espurias. Según el verificador de hechos del diario The Washington Post, durante los cuatro años de su mandato, el presidente republicano faltó a la verdad más de 30.500 veces… y se apoyó en verdaderas oficinas de elaboración de bulos que le fabricaron algunas de las fake news o noticias falaces que difundió, normalizando la mentira y reduciendo las expectativas de veracidad, imponiéndose eso que llaman ahora “la posverdad”, que supone también la relativización de lo cierto, la intrascendencia de la objetividad de los datos y la supremacía del discurso emotivo” que oculta la realidad y la verdad de los hechos.

 

(He tomado estos últimos párrafos de un libro iluminador, que estoy leyendo, y me está resultando muy interesante: “La era del conspiracionismo. Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio”, de Josep Ramonet (Ed. Clave Editorial, Madrid 2022).

 

Extraño trono del Rey

Hoy parece más actual que nunca el diálogo de Jesús con Pilato en el evangelio de Juan: “Le preguntó entonces Pilato: -Luego ¿tú eres rey? A lo que contestó Jesús: -Tú lo estás diciendo, yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio en favor de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz. Le dice Pilato: -¿Qué es eso de «verdad»?.

 

Pilato, como tantos dirigentes actuales, se desentiende de la verdad. Al constatar que Jesús no pretende el poder, no lo considera peligroso y no se preocupa más. No le interesa su persona, solo quería averiguar si había cometido algún delito digno del suplicio. Para lo demás está ciego y sordo. Es hombre de poder, pertenece a este mundo, no a la verdad, y no puede escuchar la voz de Jesús

 

La vida de Jesús fue por otros derroteros muy distintos a los de estos líderes actuales. Y así termino en ese “extraño trono” de la cruz, dando la vida para dar vida, único modo de salvar al pueblo. Tal vez no haya otra señal para distinguir los verdaderos de los falsos líderes. Y solamente en este sentido podemos hablar de “Cristo Rey”, hoy que se celebra esta festividad.


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