El fin de este mundo

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Primera lectura: Malaquías 3,19-20a.

Salmo 97.

Segunda lectura: – 2 Tesalonicenses 3,7-12.

EVANGELIO

Lucas 21, 5-19.

El fin de este mundo

13 de noviembre de 2022

Paisaje de Armenia, país cristiano desde el a. 301.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

Como algunos hablaban del templo, ponderando la calidad de la piedra y el adorno de los exvotos, dijo: -Eso que contempláis llegará un día en que no deja­rán piedra sobre piedra que no derriben.

Entonces le hicieron esta pregunta: -Maestro, ¿cuándo va a ocurrir eso? y ¿cuál será la señal cuando eso esté para suceder?

Él respondió: -Cuidado con dejarse extraviar, porque van a llegar muchos diciendo en nombre mío “Yo soy” y “El momento está cerca”; no os vayáis tras ellos. Cuando oigáis estruendo de batallas y subversiones, no tengáis pánico, porque eso tiene que suceder primero, pero el fin no será inmediato.

Entonces dijo a los discípulos: -Se alzará nación contra nación y reino contra reino, habrá grandes terremotos y, en diversos lugares, hambre y epidemias; habrá fenómenos terribles y señales grandes en el cielo. Pero antes de todo eso os perseguirán y os echarán mano, para entregaros a las sinagogas y cárceles y conduciros ante reyes y gobernadores por causa mía. Tendréis en eso una prueba. Ahora, haced el propósito de no preocuparos por vuestra defensa, porque yo os daré palabras tan acertadas que ninguno de vuestros adver­sarios podrá haceros frente o contradeciros. Hasta vues­tros padres y hermanos, parientes y amigos, os entregarán y os harán morir a algunos. Seréis odiados de todos por razón de mi persona, pero no perderéis ni un pelo de la cabeza. Con vuestra constancia conseguiréis la vida.

El planeta Tierra… a la deriva.

A las señales del “fin del mundo”, que leemos en el evangelio de hoy, podríamos añadir estas otras no menos terroríficas y reales que describen la trágica situación en que se encuentra nuestro planeta: “Calentamiento climático, acidificación de los océanos, desforestación, desfaunación, destrucción de suelos fértiles, subida del nivel del mar con la consiguiente inundación de zonas costeras, escasez de agua dulce, alteración de ciclos biogeoquímicos globales, deshielo de los glaciares europeos, descenso energético, esquilmado de la riqueza mineral de la corteza terrestre, fenómenos meteorológicos extremos que causan devastación por doquier y otras que se podrían enumerar. Señales todas de una naturaleza que los seres humanos hemos puesto a la deriva.

La cumbre del clima

En estos días se está celebrando la cumbre del clima en Sharm el Sheij (Egipto) y es precisamente la Organización Meteorológica Mundial (OMS), organismo vinculado a la ONU, la que advierte de que la temperatura media mundial de 2022 está a 1,15 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales de 1850-1990, es decir, de antes de que el ser humano empezara a usar de forma masiva los combustibles fósiles que, cuando se queman, emiten los gases de efecto invernadero que sobrecalientan el planeta.

Lluvias torrenciales

Estos gases están alterando bruscamente la climatología, devastando vidas y medios de subsistencia en todos los continentes como ha advertido recientemente António Guterres, secretario general de la ONU: “Los datos satelitales preliminares –dice- indicaron que 75.000 kilómetros cuadrados, aproximadamente el 9% del área de Pakistán, se inundaron durante el pasado 28 de agosto. Allí, el balance de daños fue tremendo: 1.700 muertos en las inundaciones, además de 936.000 cabezas de ganado; los precios de los alimentos aumentaron en un 29% y 7.900.000 personas fueron desplazadas de sus hogares.

Sequías extraordinarias

En África oriental, por poner otro ejemplo, ha sucedido al contrario: las precipitaciones han estado por debajo de la media durante cuatro estaciones de lluvias consecutivas —algo que jamás había ocurrido en los últimos 40 años— y todo apunta a que la estación actual también podría ser seca, disparando el hambre. Como resultado de la persistente sequía y de otros factores agravantes, se estima que, antes de junio de 2022, entre 18.400.000 y 19.300.000 personas se encontraban ya en situación de crisis alimentaria o tenían que enfrentar niveles más graves de inseguridad alimentaria aguda”.

Los seres humanos… también a la deriva

Pero no solo la naturaleza va a la deriva, sino que, con ella, camina también el ser humano que se muestra como el agente más destructor de esta, si sigue transitando por los derroteros en los que discurren las relaciones entre países y entre individuos, marcadas por el capitalismo salvaje (o el neoliberalismo, en su versión más moderna), el colonialismo y el patriarcado, un mundo en el que la pandemia, a la que se suma ahora la guerra de Ucrania, está poniendo aún más de manifiesto el nivel de desigualdad entre los habitantes del planeta.

Esta desigualdad se muestra especialmente en lo que hoy se llama el “Sur global”, que no es ya un concepto geográfico o espacial, sino el conjunto de todos los habitantes del planeta que sufren la explotación capitalista, la discriminación racial o la sexual, poblaciones extremadamente más vulnerables, ya se encuentren en el Norte o en el Sur geográficos, pues cada país tiene su “particular sur” con estas características de desigualdad y de discriminación.

Los primeros cristianos y el fin del mundo

La situación de persecución, injusticia y opresión en que vivían los primeros cristianos, en gran parte pertenecientes a las clases inferiores, les hacía anhelar con toda el alma el fin del mundo con la consiguiente venida del Mesías. Un final que anunciaban los textos apocalípticos, -como el evangelio que leemos hoy, que pertenece al llamado género apocalíptico- y que, al igual que otros textos de los profetas Isaías (13,10; 34,4), Ezequiel (32,7s), Joel (2,10.31 y 3,15) y Daniel no hay que entender al pie de la letra como si se tratase de sucesos precursores del fin del mundo, sino más bien como una expresión poética de la gran conmoción que habrá en el mundo cuando se ponga fin al orden social injusto denunciado poéticamente por estos profetas.

Falsas expectativas de las comunidades cristianas primitivas

Tales eran las expectativas respecto a un inminente fin del mundo en las primitivas comunidades cristianas que Pablo tuvo que ponerse serio con algunos miembros de ellas. Así escribía a los cristianos de Tesalónica: “A propósito de la venida de nuestro Señor, Jesús el Mesías, y de nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no perdáis fácilmente la cabeza, ni os alarméis con supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima” (2Tes 2,1‑2). Hasta tal punto estaban convencidos muchos cristianos de la inminente llegada del Mesías y consiguiente fin del mundo que incluso habían dejado de trabajar para esperarlo. Pablo, por su parte, los invita a “retraerse de todo hermano que lleve una vida ociosa,” y afirma tajantemente: “El que no quiera trabajar, que no coma” (2Tes 3,6ss). Esto sucedía el año 51 de nuestra era.

Aplazamiento del fin del mundo

Pues bien, el fin del mundo no llegó, ni las catástrofes dieron al traste con él, y los cristianos se vieron obligados por las circunstancias a aplazar su llegada. En todo caso, en el evangelio de Lucas aparece clara la actitud que deben adoptar los seguidores de Jesús ante el fin del mundo: en un diálogo de los discípulos con Jesús, Lucas dice: “Como algunos comentaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, Jesús dijo: ‑Eso que contempláis llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra. Los discípulos le preguntaron: Maestro, y ¿cuándo va a ocurrir esto? y ¿cuál es la señal de que está para suceder?”.

En tiempos de Jesús, preguntar por la destrucción del templo equivalía a indagar sobre la fecha de caducidad del mundo. Según la mentalidad judía, el mundo se acabaría el día en que el templo de Jerusalén fuese destruido, cosa que ocurrió el año 70 de nuestra era por las legiones de Tito, evento ya conocido por el evangelista que escribe su evangelio hacia el 80 de nuestra era.

Jesús no responde a la pregunta

Pero Jesús no respondió directamente a la pregunta de los discípulos, sino que por toda respuesta les dijo: “Cuidado con no dejarse extraviar; porque van a venir muchos usando mi nombre, diciendo ‘ése soy yo’, y que el momento está cerca; no los sigáis. Cuando oigáis estruendo de batallas y revoluciones, no tengáis pánico porque esto tiene que suceder primero, pero el final no será inmediato… Se alzará nación contra nación y reino contra reino, y habrá grandes terremotos, y en diversos lugares hambre y epidemias; sucederán cosas espantosas y se verán portentos grandes en el cielo”. Ni las guerras, ni las revoluciones, ni las catástrofes naturales, ni los falsos mesianismos de cualquier clase anuncian el fin del mundo, cuya fecha de caducidad hasta Jesús desconocía.

Lo que sí sospechaba tal vez Jesús es que, antes de ese final cósmico que anunciaban los textos apocalípticos, sus seguidores habrían de padecer mucho, especialmente por parte de sus connacionales judíos –las sinagogas judías-, pues el mensaje del evangelio anunciaba el fin del privilegio de Israel, como único pueblo elegido, y la entrada de los paganos a formar parte del reino de Dios o comunidad cristiana, un reino en el que judíos y paganos deberían convivir pacíficamente: “Os perseguirán, os echarán mano, llevándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os conducirán ante reyes y gobernadores por causa mía, pero no perderéis ni un pelo de la cabeza; con vuestro aguante conseguiréis la vida” (Lc 21,1‑19).

En lugar de satisfacer la curiosidad de sus discípulos sobre la fecha de la destrucción del templo y consiguiente fin del mundo, Jesús los invita a no desanimarse ante todo lo que tendrán que sufrir hasta instaurar el reino de Dios en la tierra, un reino anunciado por los profetas como un reino de paz y justicia y un reino de vida y verdad.

Poner fin a este mundo

Por el evangelio de hoy, queda claro que la tarea del discípulo no es otra sino dar testimonio de Jesús, en medio de persecuciones de todo tipo, apuntando con su estilo de vida a otro mundo y otro orden de cosas, que acabe con este desorden de odios, desigualdades, luchas fratricidas y guerras. Hoy, la tarea de sus discípulos, así como la de todos los seres de buena voluntad, es más bien poner fin a este mundo que coloca a la naturaleza y a la inmensa mayoría de los humanos en el camino de la deriva total. De continuar así la humanidad puede que tenga los años contados.

No es, por tanto, tiempo ya de dedicarnos a indagar sobre el fin del mundo, sino de cómo poner fin a este mundo, a este orden de cosas que lleva a la destrucción del planeta Tierra, y al hambre y a la muerte a tantos millones de sus habitantes.

Un mundo de descartados

Tras la experiencia de la pandemia y tras la Guerra de Ucrania que parece interminable, -ojalá que ambas partes accedan cuanto antes a dialogar y a preparar un armisticio- debería surgir un mundo nuevo, sordo al ruido de las armas, vuelto hacia el cuidado de la naturaleza, centrado en la dignidad y cuidado del ser humano y de su desarrollo pleno; habría que sentar las bases de una vez para poner fin a la injusticia de un mundo que divide la humanidad en dos grupos: uno, -los menos-. formado por seres plenamente humanos, dotados de toda la dignidad- y otro, -los más-, por gran parte de los humanos que podríamos llamar “subhumanos”, poblaciones que parecen ser de naturaleza inferior y que, el Papa Francisco llama “los descartados”.

Estos descartados, tomados de forma aislada se pueden considerar grupos especialmente vulnerables, aunque minoritarios. Pero si sumamos los descartados que hay en todos los países -junto con los países totalmente descartados en la actualidad-, estaríamos hablando de la gran mayoría de la población mundial.

Otro mundo es posible…

Sentar las bases para evitar la deriva de la naturaleza hacia su extinción y abrir un mundo de relaciones en las que los individuos formen parte de un cuerpo global que, como el cuerpo humano, en todo momento se vuelque hacia sus miembros más vulnerables, se presenta como la única via de futuro de este mundo, al que hay que poner fin si queremos que la naturaleza y el ser humano pervivan en el planeta Tierra.

“Otro mundo es posible”, por supuesto, si a nivel global nos empeñamos en poner fin a este que transita a gran escala por derroteros de muerte y destrucción, una destrucción amenazada también hoy por los repetidos anuncios del Kremlin sobre la posibilidad de usar armas atómicas para poner fin a la guerra de Ucrania.


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