XXV Domingo del Tiempo Ordinario
Primera lectura: Amós 8, 4-7
Salmo 112
Segunda lectura: 1 Timoteo 2,1-8
EVANGELIO
Lucas 16,1-13
Rizar el rizo
18 de septiembre de 2022
Maqueta del templo de Jerusalén (en el centro) y sus pórticos. Holy Land Hotel.
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
Jesús dijo también a sus discípulos:
Un hombre rico tenía un administrador y le fueron con el cuento de que éste derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ‑¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión, porque quedas despedido.
El administrador se puso a echar cálculos: ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, haya quien me reciba en su casa.
Fue llamando uno por uno a los deudores de su amo y preguntó al primero: -¿Cuánto debes a mi amo? Aquél respondió: -Cien barriles de aceite. El le dijo: -Aquí está tu recibo: date prisa, siéntate y escribe ‘cincuenta’. Luego preguntó a otro: ‑Y tú ¿cuánto le debes? Este contestó: ‑Cien fanegas de trigo. Le dijo: ‑Aquí está tu recibo: escribe ‘ochenta’.
El amo felicitó a aquel administrador de lo injusto por la sagacidad con que había procedido. Y tras la parábola Jesús añadió: Ahora os digo yo: ‑Ganaos amigos dejando el injusto dinero: así, cuando esto se acabe, os recibirán en las moradas eternas. Quien es de fiar en lo de nada, también es de fiar en lo importante; quien no es honrado en lo de nada, tampoco es honrado en lo importante. Por eso, si no habéis sido de fiar con el injusto dinero, ¿quién os va a confiar lo que vale de veras? Si no habéis sido de fiar en lo ajeno, lo vuestro, ¿quién os lo va a entregar? Ningún criado puede estar al servicio de dos amos: porque o aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero.
El evangelista Lucas y el dinero
El evangelio de Lucas es especialmente duro con los ricos y la riqueza. Son muy numerosos los textos en los que Jesús habla de la relación que se debe tener con el dinero. Este evangelista, en lugar de las ocho bienaventuranzas, tiene solo cuatro a las que añade cuatro malaventuras dedicadas a los ricos: Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis repletos, porque vais a pasar hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque vais a lamentaros y a llorar! ¡Ay si los hombres hablan bien de vosotros, pues lo mismo hacían sus padres con los falsos profetas!” (Lc 6,24-26).
El rico necio
Hay una parábola en la que Jesús condena la avaricia de un rico “necio” (Lc 12,13-21) que, tras una espléndida cosecha, no pensó en compartirla con quienes lo necesitaban, sino que se dijo: “Voy a hacer lo siguiente: -Derribaré mis graneros, construiré otros más grandes y almacenaré allí todo mi grano y mis provisiones. Luego podré decirme: -Amigo, tienes muchas provisiones en reserva para muchos años: descansa, come, bebe y date a la buena vida” (Lc 12,18-19), ignorando la amonestación previa de Jesús: “-Mirad, guardaos de toda codicia, que, aunque uno ande sobrado, la vida no depende de los bienes” (Lc 12,15).
Jesús estaba convencido de que la riqueza tiende a ocupar el lugar de Dios en la vida de las personas. Por eso aconseja más adelante: ”Vended vuestro bienes y dadlos en limosna; haceos bolsas que no se estropeen, una riqueza inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni echa a perder la polilla. Porque donde tengáis vuestra riqueza tendréis el corazón” (Lc 12,33-35).
El magistrado
En otra ocasión, Jesús se encuentra con un magistrado (Lc 18,18ss), -en el evangelio de Marcos se trata de un hombre rico [Mc 10,17] y en el de Mateo, de un joven rico [Mt 19,16ss]), preocupado por heredar la vida definitiva y Jesús le da un consejo semejante: “Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza y anda, sígueme a mí. Al oír a Jesús, aquel hombre se puso muy triste porque era riquísimo y Jesús, viéndolo tan triste dijo: –¡Con qué dificultad entran en el reino de Dios los que tienen el dinero! Porque es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el reino de Dios” (Lc 19,22-25). El camello, el animal más grande; el ojo de la aguja, el agujero menor.
“Dichosos los que eligen ser pobres”
Dicho de otro modo, es prácticamente imposible que los ricos entre en el reino de Dios (hoy diríamos, en la comunidad cristiana); o lo que es igual, es imposible ser rico y seguidor de Jesús, porque el reino de Dios es el de los pobres por propia decisión, como Jesús proclamó en la primera bienaventuranza: ”Dichosos vosotros los pobres, porque sobre vosotros reina Dios” (Lc 6,20). No son dichosos los pobres a secas, sino, como dice Mateo, quienes han elegido la pobreza para hacer visible que sobre ellos no reina el dinero, sino Dios: “Dichosos los que eligen se pobres porque estos tienen a Dios por rey” (Mt 5,2). “Los que eligen ser pobres” es la traducción de la expresión griega ptôkhoi tô pnéumati que, traducida al pie de la letra, es “pobres de espíritu”. Para un hebreo, el espíritu es la fuente de las decisiones y, según esto, son dichosos los que han decidido hacerse pobres, precisamente para luchar contra la pobreza y hacer un mundo de iguales en el que, como en el relato del reparto de panes y peces, mal llamado multiplicación de panes y peces, haya para todos y sobre. Hoy no es necesario ya multiplicar los bienes, pues ya hay para todos en la tierra, sino más bien repartirlos igualitariamente.
Más tarde Jesús dirá: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si acaba perdiéndose o malográndose él mismo?”(Lc 9,25), convencido de que la vida física no es el valor supremo y de que la ambición de dinero destruye al ser humano.
*Para este tema de “Jesús y el dinero” me remito al curso que impartí en cinco lecciones para el Instituto Bíblico claretiano y que se encuentra colgado en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=UxDzpx3AAWM&t=223s.
Parábola del administrador astuto
Pero vayamos ya a la parábola que se lee hoy, la del Administrador que podríamos calificar de “astuto” o “sagaz”.
En tiempos de Jesús, los administradores no trabajaban a sueldo, sino que vivían de la comisión que cobraban, poniendo intereses desorbitados, por lo general, por los bienes que administraban. El peligro y la tentación de quien anda con dinero es grande. De esto parece ser que acusan al administrador de la parábola y ésta es la razón por la que su amo lo despide. Su actuación debe entenderse así: el que debía cien barriles de aceite había recibido de su amo cincuenta nada más; los otros cincuenta eran la comisión que percibía aquel y a la que renunció con tal de ganarse amigos para el futuro. E igualmente el que debía cien fanegas al que perdona veinte.
Renunciando a su comisión, el administrador no lesionaba en nada los intereses de su amo, sino que quería garantizarse el futuro, desde el momento en que se enteró de que iba a quedar despedido y sin empleo. No cobrando el interés a los acreedores del dueño, esperaba ser recibido en casa de ellos cuando fuese despedido del trabajo.
Dice Lucas que “el amo felicitó a aquel administrador de lo injusto por la sagacidad con que había procedido”. Y tras la parábola Jesús añadió: “Ahora os digo yo: ‑Ganaos amigos dejando el injusto dinero: así, cuando esto se acabe, os recibirán en las moradas definitivas (Lc 16,9). El evangelista Lucas llama al administrador “administrador de lo injusto” y se refiere al dinero como “injusto dinero”, tal vez porque, por experiencia, este o proviene de la injusticia o conduce a ella.
El dinero representa la escala de valores de la sociedad y sirve de piedra de toque para ensayar la disponibilidad de todo cristiano en poner al servicio de los demás lo que de hecho no es suyo, sino que se lo ha apropiado en detrimento de los desposeídos, de los marginados o de “los descartados” en palabras del papa Francisco. El evangelio califica el dinero también como “lo de nada” como opuesto a “lo que vale de veras”, pues lo que vale de veras es el Espíritu de Dios, que es amor sin condiciones y entrega al otro de lo que se es y de lo que se dispone. También se le califica de “lo ajeno”, porque no es cosa propia y exclusiva del individuo, sino patrimonio de todos con quienes hay que compartirlo. El dinero, además, es designado en este texto con el término arameo mamônáh, con el que se designaba al dios personificación de la riqueza, estableciendo Jesús un principio básico: “No podéis servir (=adorar) a Dios y a mamônáh, el otro dios. Según Jesús, el amor a mamônáh es pura idolatría de modo que hay que optar entre uno u otro, hoy diríamos, entre Dios y el capital.
Así de tajante. Así de radical. Así de exigente… y así de claro.
El evangelio y la Iglesia
Problema aparte sería analizar por qué, siendo el Evangelio tan claro, la Iglesia, como institución milenaria, ha llegado adonde está y ha tratado de poner a bien estos dos dioses: con un poder económico inmenso que hace juego al capitalismo, con paquetes de acciones en empresas o en bonos del Estado, con innumerables fincas rústicas y urbanas, frecuentemente en el centro de las ciudades, con subvenciones estatales para el clero, con centros de enseñanza, o centros de beneficencia, etc. etc.. Todo este poder está en manos de la “jerarquía”, palabra esta que, como he dicho otras veces, no aparece en el evangelio, que habla más que de “poder sagrado” (=jerarquía) de servicio hasta entregar la vida: “Jesús les dijo: -Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad sobre ellas se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros, nada de eso: al contrario, el más grande entre vosotros iguálese al más joven, y el que dirige al que sirve. Vamos a ver, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? El que está a la mesa, ¿verdad? Pues yo estoy entre nosotros como el que sirve” (Lc 22,25-27).
Neoliberalismo y sociedad alternativa
Nuestra sociedad neoliberal, por el contrario, considera intocables el dinero y la propiedad privada. La sociedad alternativa que Jesús propone debe vencer, como Jesús a lo largo de su vida, la tentación del poder, del prestigio y del dinero –los tres dioses que rigen nuestro mundo. Él vino para anunciar a los pobres la Buena Noticia (=el evangelio) de la liberación, liberación que esperan con anhelo los más de 700 millones de personas que viven en situación de extrema pobreza a día de hoy en nuestro mundo. Eso significa que una de cada diez personas no puede satisfacer las necesidades más básicas, como la comida, la salud, la educación o el acceso al agua y el saneamiento. Como seguidores de Jesús, en ningún caso deberíamos congeniar con el capital y beneficiarnos de un sistema económico que, antes, pero especialmente después de la pandemia, está aumentando a marchas forzadas las desigualdades entre unos y otros. Un sistema en el que los ricos son cada vez más ricos y menos en número, y los pobres cada vez más pobres y más en número…
Solidaridad
Es urgente más que nunca la práctica de la solidaridad, como dice el Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti (90): “Solidaridad es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares»[90].
Uno se explica por qué la Iglesia ha perdido en gran parte la credibilidad del pueblo y cómo tiene que hacer verdaderos juegos malabares para convencernos de que su práctica económica está de acuerdo con el evangelio de Jesús que es tajante en materia de dinero: o Dios o mamônáh, hoy diríamos “o Dios o el capital”. Es verdad que, dentro de la Iglesia, hay honrosas excepciones como Cáritas española o los innumerables grupos cristianos y comunidades de base, junto con las ONG que, durante la pandemia, se unieron en los barrios de las ciudades para procurar comida y cubrir las necesidades básicas de quienes se habían quedado totalmente desamparados…
Pero dejemos de pensar en la Iglesia oficial –que tal vez no tenga arreglo- y volvámonos cada uno, en primer lugar, a nuestro interior y, en segundo, a nuestra comunidad para ver dónde tenemos puesto el corazón: si en Dios o en el dinero.
Aunque hoy no se lee en la liturgia, el texto comentado termina con este comentario del evangelista Lucas: “Oyeron todo esto los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de él” (Lc 16,14). Los fariseos se habían parapetado detrás de un sistema religioso en el que hasta el perdón de Dios se compraba con dinero. Desde su situación de privilegio, como fieles devotos y estudiosos de la Ley de Dios, se burlaban de Jesús, tildándolo de utópico y soñador. Habían conseguido “rizar el rizo”, que se suele decir, esto es, amar a Dios y dar culto al dinero, al mismo tiempo.
Más difícil, imposible.
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