XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Primera lectura: Éxodo 32, 7-11. 13-14.
Salmo 50
Segunda lectura: 1ª Timoteo 1,12-17.
EVANGELIO
Lucas 15,1-32.
Cambio de táctica
11 de septiembre de 2022
Pastor palestino de Belén.
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
Todos los recaudadores y descreídos se le iban acercando para escucharlo; por eso tanto los fariseos como los letrados lo criticaban diciendo: -Éste acoge a los descreídos y come con ellos.
Entonces les propuso Jesús esta parábola:
-Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo, va en busca de la descarriada hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga a hombros, muy contento; al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: -¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que lo mismo dará más alegría en el cielo un pecador que se enmienda, que noventa y nueve justos que no sienten necesidad de enmendarse.
-Y si una mujer tiene diez monedas de plata y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas para decirles: -¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la moneda que se me había perdido. 0s digo que la misma alegría sienten los ángeles de Dios por un solo pecador que se enmienda.
Y añadió:
-Un hombre tenía dos hijos; El menor le dijo a su padre: -Padre, dame la parte de la fortuna que me toca. El padre les repartió los bienes. A los pocos días, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo como un perdido. Cuando se lo había gastado todo, vino un hambre terrible en aquella tierra, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y buscó amparo en uno de los ciudadanos de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pues nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces se dijo: -Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre. Voy a volver a casa de mi padre y le voy a decir: “Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”.
Entonces se puso en camino para casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se conmovió; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. El hijo empezó: -Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: -Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traed el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y se le ha encontrado. Y empezaron el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo. A la vuelta, cerca ya de la casa, oyó la música y la danza; llamó a uno de los mozos y le preguntó qué pasaba. Este le contestó:- Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar el ternero cebado por haber recobrado a su hijo sano y salvo. Él se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e intentó persuadirlo, pero él replicó a su padre: -A mí, en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo, jamás me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas para él el ternero cebado.
El padre le respondió: -Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! Además, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a vivir, andaba perdido y se le ha encontrado.
El mundo anda desconcertado. La guerra de Ucrania nos ha cambiado a todos el paso. Cuando en Occidente pensábamos en un mundo feliz, en la consolidación de la sociedad del bienestar, tras salir de la crisis de las hipotecas y de la pandemia, esta guerra lo está trastornando todo. La inflación de los paises europeos –y no sólo de los europeos- alcanza cotas nunca vistas. La vida se encarece, las energías aumentan su precio día a día, como consecuencia la cesta de la compra sube a diario, las familias más vulnerables se ven con la soga al cuello haciendo cálculos para ver cómo llegar a final de mes. La humanidad ha vuelto a las andadas.
Nuestro viejo mundo se ha dividido de nuevo en bloques antagónicos, como en tiempos de la Guerra fría. Rusia, como un nuevo Goliat, trata de recuperar el antiguo poderío a precio de invasión y bombas y sangre y tragedias y muertes y heridos y desplazados internos y externos. (El número de desplazados en el mundo debido a las guerras, a las hambrunas y al cambio climático ha superado ya los 100 millones de personas). Lo que nos está sucediendo es una tragedia con mayúscula que jamás hubiésemos pensado que tendría lugar en Europa. Ucrania, por su parte, se rearma con la ayuda de Europa y América, tratando de defenderse como David contra Goliat. La lucha por el poder –al que Jesús renunció de por vida- nos puede llevar al traste a todos. Y los ciudadanos de a pie, con la conciencia recuperada de la vulnerabilidad, que habíamos perdido antes de la pandemia, nos debatimos ante un futuro para nosotros y para nuestros hijos que los medios de comunicación pronostican duro y difícil a corto plazo, como un paso atrás que jamás hubiéramos soñado.
Así está el mundo, metido todavía en el viejo lenguaje de las armas que proporcionan muerte y destrucción inútiles, -no solo en Ucrania, sino en tantas otras guerras y conflictos militares silenciados que hay en la tierra. Por este camino no se va a la vida.
En resumen, donde soñábamos paz y desarrollo, de golpe nos hemos topado con desconcierto, sin saber, al levantarnos cada día, qué malo de nuevo puede suceder.
A nivel eclesial, aunque por otras razones, los cristianos, en las circunstancias actuales, vivimos también en medio del desconcierto. La ola de materialismo e individualismo, traída por el neoliberalismo, nos ha invadido; las utopías escasean; una política de realismo a ultranza y a todos los niveles se impone; la sociedad –en Occidente, al menos- se seculariza a marchas forzadas, e incluso parece como si la barca de Pedro fuera a hundirse. Ante esto, los cristianos corremos el riesgo de replegarnos para formar un círculo cerrado. Quienes queremos vivir el evangelio de Jesús -al menos en Occidente- nos estamos volviendo mayores; muchos se han ido y los hemos despedido con tristeza y resignación. Otros, jóvenes en su mayoría, no entran porque el panorama y la imagen que la Iglesia da en los medios –con honrosas excepciones a cuya cabeza marcha Francisco- no les atrae y porque –con más frecuencia de la cuenta- no ven en ella el rostro de Jesús. Los que quedamos corremos el riesgo de dedicarnos a conservar lo que queda, ya que mucho se ha perdido, como si las noventa y nueve ovejas se hubiesen ido y quedase sólo una, a cuya atención y conservación dedicarnos por entero.
Y en estas circunstancias, hoy leemos en el evangelios de Lucas tres parábolas: la de la oveja perdida, la de la mujer que perdió la moneda, y una tercera, la del hijo pródigo, parábolas que nos invitan a un cambio de táctica y de estrategia. Tres parábolas, con un mensaje alentador, que deben cambiar nuestro ánimo.
Por muy malos tiempos que corran, por mucha adversidad que nos rodee, por muy grande que sea la ola de secularismo que nos invada, los cristianos no podemos dedicarnos a conservar lo que tenemos, pues cada vez iremos a menos. La actitud cristiana tiene que ser arriesgada: hay que salir del redil para buscar la oveja perdida, hay que barrer la casa para encontrar la moneda que se escondió entre las ranuras de las piedras del suelo, hay que recibir con los brazos abiertos al hijo que se fue; y cuando esto suceda hay que hacer una fiesta grande invitando a todos para anunciar el éxito de la búsqueda.
Dicho con palabras más actuales, los seguidores de Jesús no debemos dejarnos llevar por el desconcierto y el miedo, cruzándonos de brazos. Hoy más que nunca es necesario hacerse visibles en el mundo para gritar, desde el lugar en que cada uno se encuentre, que “otro mundo es posible”, poniendo nuestro grano de arena en su reconstrucción. Un mundo en el que el lenguaje de las armas se acalle y en el que, como decía Isaías (2,4), “de las espadas se forjen arados; de las lanzas, podaderas y no se alce la espada, pueblo contra pueblo, y no se adiestren para la guerra”.
Tal vez no estemos convencidos del todo de la fuerza de la palabra frente al poderío de las armas. Tal vez no creamos que sea necesario salir a buscar la oveja perdida, a barrer toda la casa hasta encontrar la moneda. Puede incluso que nos parezcamos –ojalá que no- al hijo mayor de la parábola del Padre pródigo –que así debería titularse esta parábola- que prefería la ausencia de su hermano, no viendo con buenos ojos la acogida del padre. Aquel hijo mayor no aprendió lo fundamental. Mientras en una familia falta un hermano, la familia está rota. No es posible ni la alegría ni la fiesta, o éstas son pasajeras e incompletas.
A estas alturas del siglo XXI, la familia humana se ha roto aún más de lo que estaba y estamos llamados a reconstruirla. El plan de Dios de restaurar la familia humana, dividida desde Caín, exige una capacidad inmensa de olvido y de perdón. El hijo mayor de la parábola no estaba dispuesto a perdonar, porque tampoco había aprendido a amar. Quien ama, perdona siempre, excusa siempre, olvida siempre. Por eso necesitó la lección magistral del padre, imagen de Dios: “Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! Por otra parte, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo se había muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y se le ha encontrado”.
Tal vez, por esto, nuestras comunidades no tengan mucha alegría: hay tantos hermanos que faltan… y falta tanto interés por ir a su búsqueda y por acogerlos a su vuelta… No es de extrañar que, con esta estrategia de conservar y cuidar lo que tenemos, antes o después lo perdamos todo. Por eso, las tres parábolas de hoy nos invitan a la esperanza, a la búsqueda del otro, a crear una sociedad en la que estemos todos vueltos hacia aquellos que damos por perdidos a cualquier nivel, a defender la vida de los más vulnerables y a crear un mundo en el que la fuerza de las armas sea sustituida por la fuerza de la razón.
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