Un evangelio descafeinado

XX Domingo del Tiempo Ordinario

Primera lectura: Jeremías 38,4-6.8-10.

Salmo 39,2-4.19.

Segunda lectura: Hebreos 12, 1-4.

EVANGELIO
Lucas 12, 49-57.

Un evangelio descafeinado

14 de agosto de 2022

Edificio alzado sobre los restos de la Casa de Pedro en Cafarnaún.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

Fuego he venido a lanzar a la tierra, y ¡qué más quiero si ya ha prendido! Pero tengo que ser sumergido por las aguas y no veo la hora de que eso se cumpla. ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que paz no, sino división. Porque, de ahora en adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; se dividirá padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra.

Y añadió para las multitudes: -Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: “Chaparrón tenemos”, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: “Va a hacer bochorno”, y lo hace. ¡Hipócritas!, si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis interpretar el momento presente? y ¿por qué no juzgáis vosotros mismos lo que se debe hacer?

Algunas palabras del evangelio resultan desconcertantes, demasiado duras como para haber sido pronunciadas por Jesús, presentado con frecuencia como un personaje conciliador. Su imagen dulzona, -representada en las estampas del Sagrado Corazón de Jesús- se ha utilizado para mantener el “desorden establecido”, y su mansedumbre se ha confundido con neutralidad. Pero Jesús, tal y como nos lo describen los evangelios, resulta inquietante y provocador cuando se le devuelve su rostro originario, libre de tanta ganga sobreañadida a lo largo del tiempo.

El texto del evangelio de hoy resulta extraño, desconcertante y provocativo: “Fuego he venido a lanzar a la tierra, y ¡qué más quiero si ya ha prendido!… ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que paz no, sino división”.

En este texto hay dos palabras clave: fuego y división:

Fuego.

Jesús ha venido a prender fuego a la tierra, como había anunciado Juan Bautista: «El os va a bautizar con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16). Fuego es el mismo Espíritu, como aparece en el libro de los Hechos (2,3): “Y vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que se repartían posándose encima de cada uno de ellos”. Ese Espíritu-fuego viene a prender en la tierra para devolverle la unidad perdida desde Babel, cuando los habitantes de aquella ciudad quisieron hacer una torre que invadiese el espacio de lo divino y Dios los dispersó por la tierra. El Espíritu-fuego, que viene a traer Jesús, es la fuerza de la vida y del amor, de una vida cualitativamente distinta en la que la norma suprema no sea el enfrentamiento de unos contra otros por la rivalidad, la competencia, la dominación o el egoísmo. Gracias a este fuego –que es amor y vida-, el ser humano dejará de ser un lobo para sus congéneres como dice la máxima latina “homo homini lupus”, y podrá surgir una humanidad unida, fraterna y solidaria.

Tarea difícil la del discípulo de Jesús, como lo fue en su tiempo para el profeta Ezequiel que se dirigía a Dios con estas palabras: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me violaste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar “Violencia”, proclamando “Destrucción”. La palabra de Dios se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: -No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo y no podía» (Jr 20,79). No fue sólo burlas lo que sufrió el profeta, sino que su mensaje le llevó a estar varias veces al borde de la muerte. La palabra de Dios, para Ezequiel, como el evangelio para el discípulo de Jesús, es ese fuego ardiente que no se puede contener y que, al denunciar a este mundo injusto, hacía gritar al profeta y hoy al seguidor de Jesús que otro mundo es posible donde reine el amor solidario a gran escala. Toda una utopía, hoy por hoy, cuando, con la guerra de Ucrania, el mundo vuelve a organizarse de nuevo en bloques antagónicos, llevando a Europa y Estados Unidos a un mayor rearme para su defensa ante una hipotética nueva agresión rusa. No, no es el fuego de las armas el que Jesús ha venido a prender en la tierra, ni por ese camino se construirá una humanidad más unida, aunque parezca razonable prepararse para cualquier otro posible ataque de Rusia.

División.

Por motivos opuestos, la situación de división que existía en la humanidad en tiempos del profeta Miqueas (7,5), a causa de la injusticia de los poderosos, se va a reproducir con el anuncio e implantación del mensaje de Jesús en el seno de la familia. “Porque, de ahora en adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; se dividirá padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra”. Dentro de una misma familia surgirá la división entre aquellos miembros que aceptan el evangelio y quienes siguen adheridos a los antiguos valores, esa trinidad de valores que rige nuestro mundo: el poder, el prestigio y dinero. Ninguno de estos tres puede tener lugar en el corazón de los seguidores de Jesús, que deben renunciar a toda clase de poder para dedicarse por entero a servir a los demás. Estos, pobres porque así lo han decidido (“Dichosos los que eligen ser pobres”, primera bienaventuranza), deberán abrazar un estilo de vida austera y solidaria para mostrar que en ellos reina Dios y no el capital; tendrán que renunciar a todo tipo de honores, ocupando siempre los últimos puestos de la sociedad, ejerciendo de servidores. Con el anuncio del evangelio se acaba esto que llamamos falsamente “paz social”’, que no pasa, con frecuencia, de ser un “desorden injusto y consensuado”, una forma de actuar que consolida la trinidad de valores mundanos opuesta al evangelio.

A este desorden ha contribuido lamentablemente la presentación de un evangelio descafeinado por parte de quienes debieran haber anunciado, “sin pelos en la lengua”, la dureza del mensaje evangélico, aunque hubiera sido a cambio de tener que beber, como Jesús, el amargo cáliz de la muerte, a la que se alude con la frase “tengo que ser sumergido por las aguas y no veo la hora de que eso se cumpla”. Pero morir, eso sí, como paso hacia una vida sin semilla de muerte.

Quitarle el aguijón al evangelio

Pero no hemos de olvidar que, para evitar problemas, siempre ha habido quienes, queriendo vivir a costa de la palabra de Dios –como los profetas profesionales a los que cita el profeta Amós (7,14), la han dulcificado, limándole las aristas, convirtiéndola en apoyo del sistema establecido, en un mensaje de salvación para la otra vida, sin nada que decir sobre la presente. Cuentan de uno que fue a visitar el Vaticano y dijo: “Alabo esta institución porque ha sabido quitarle el aguijón al evangelio”. Esto es exactamente lo que hemos hecho con el evangelio, lo hemos descafeinado, le hemos quitado el aguijón para que no hiera a nadie, ni cuestione nada y ayude a consolidar este régimen mundano basado en el poder, el prestigio y el dinero. La puesta en práctica del mensaje de Jesús creará, sin duda, división y conflictos en medio de un mundo en el que domina la injusticia, la miseria y la muerte.

“Anunciar la buena noticia a los pobres” y “la libertad a los cautivos”, devolver “la vista a los ciegos”, tratar de “poner en libertad a los oprimidos” y proclamar sólo «el año favorable del Señor» y no el día de su venganza, siguiendo el programa propuesto por Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18-19) hará que surjan problemas con los poderosos de este mundo, con frecuencia responsables de la ceguera del pueblo; con los opresores y con los que hacen del rencor y de la venganza el motor de sus vidas. Jesús llegó incluso a entrar en conflicto con la institución religiosa de su tiempo, representada por el templo de Jerusalén, regentado por los sacerdotes, desvelando la mentira de quienes decían hablar en nombre de Dios, pero en realidad explotaban al pueblo, pues hasta el perdón de Dios se conseguía con dinero (Lc 5,12-16; 9,51; 19,45). Jesús se enfrentó con dicha institución y anunció que de ella no quedaría piedra sobre piedra (Lc 21,6). Cara le saldría la denuncia.

Jesús con malas compañías.

Sin embargo, en lugar de separarse del pueblo, como hacían los fariseos para no contaminarse con la gente, Jesús anduvo con malas compañías, juntándose con publicanos y pecadores (Lc 5,29-31), dejándose acariciar por una prostituta en casa de Simón el fariseo (7,36-50), presentando como modelo de oración la de un publicano, colaborador de los opresores romanos, que había tomado conciencia de su pecado (Lc 18,9-14) y diciéndole a todo un pueblo que se sentía orgulloso de ser “el pueblo elegido de Dios”, que estaba a punto de dejar de ser la viña del Señor (20,9-19). Jesús sabía que, por ese enfrentamiento, se atraería el odio de los sumos sacerdotes y de los letrados fariseos. Pero no le importó, como tampoco se echó para atrás a la hora de llamarle “zorra”, animal muy común por entonces, hoy diríamos “don nadie”, al mismísimo rey Herodes que podía acabar con su vida (Lc 13,31-33) o de declarar que no sólo no había que pagar los impuestos a los romanos, sino que había que romper con todo lo que representaba el poder del César, “devolviéndole al César los que es del César y a Dios lo que es Dios”, y “lo que es de Dios” no era otra cosa sino el pueblo, que se había convertido en rehén del sistema religioso de la época.

Por eso lo mataron

Esta actitud de Jesús frente a los poderes religiosos y políticos fue la causa de su muerte. A lo largo de la historia, por suerte, ha habido muchos seguidores de las huellas del maestro que, con su vida, han dado testimonio del evangelio, desde el primer mártir Esteban hasta el obispo Oscar Romero, Ignacio Ellacuría y sus compañeros, testigos apasionados de la justicia y el amor, como máxima expresión de una vida al servicio de los más desfavorecidos. Todo un ejemplo del seguimiento del maestro, aunque a precio de perder la vida por anunciar el evangelio en este mundo profundamente injusto.

Nota.

Para la realización de estos comentarios a los evangelios de cada domingo, suelo tomar algunas ideas de los siguientes libros publicados por Ediciones El Almendro de Córdoba y agotados en la actualidad:

R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, “Para que seáis hijos “. Ciclos A, B y C. Ediciones El Almendro, Córdoba.

Josep Rius-Camps, El éxodo del hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas. Ediciones El Almendro, Córdoba.

Jesús Peláez, La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.

Estos libros siguen, con frecuencia, la exégesis del Nuevo Testamento. Introducción, traducción y notas, de Juan Mateos (Ediciones Cristiandad) y otros comentarios del mismo autor a los evangelios de Mateo, Juan (Ediciones Cristiandad) y Marcos (Ediciones El Almendro-Herder).

A veces también tomo ideas de alguna de las numerosas ediciones del Diario Bíblico, editado por Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).

Y, por supuesto, para hacer cada comentario trato de ver lo que pasa en el mundo e intento adaptar –con mayor o menor acierto- el evangelio de ayer al mundo de hoy.


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