Mirando al suelo

Séptimo domingo de Pascua

Primera lectura: Hch 1, 1-11
Salmo responsorial: Salmo 46
Segunda lectura: Ef 1,17-23

EVANGELIO
̶ Hechos de los Apóstoles, 1,3-14

Mirando al suelo

29 de mayo de 2022

Santuario de la Ascensión en el Monte de los Olivos.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

Fue a ellos a quienes se presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, dejándose ver de ellos durante cuarenta días, les habló acerca del reino de Dios.

Mientras comía con ellos les mandó: -No os alejéis de la ciudad de Jerusalén; al contrario, aguardad a que se cumpla la Promesa del Padre, de la que yo os he hablado; porque Juan bautizó con agua; vos­otros, en cambio, de aquí a pocos días seréis bautizados con Espíritu Santo.

Ellos, por su parte, se reunieron para preguntarle:

-Señor, ¿es en esta ocasión cuando vas a restaurar el reino para Israel?

Pero él les repuso: -No es cosa vuestra conocer ocasiones o momentos que el Padre ha reservado a su propia autoridad; al con­trario, recibiréis fuerza, cuando el Espíritu Santo venga so­bre vosotros, y así seréis testigos míos en Jerusalén y tam­bién en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra. Dicho esto, lo vieron subir, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijos al cielo cuando se marchaba, dos hombres vestidos de blanco que se ha­bían presentado a su lado les dijeron:

-Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que se han llevado a lo alto de entre vos­otros vendrá tal como lo habéis visto marcharse al cielo.

Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte lla­mado de los Olivos, que está cercano a Jerusalén, a la dis­tancia que se permite caminar un día de sábado. Cuando entraron, subieron a la sala de arriba donde se alojaban; eran Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, Simón el Fanático y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban uná­nimes en la oración, con las mujeres, además de María, la madre de Jesús, y sus parientes.

̶ Lucas 24, 46-53

Y añadió: -Así estaba escrito: El Mesías padecerá, pero al tercer día resucitará de la muerte; y en su nombre se predicará la enmienda y el perdón de los pecados a todas las naciones. Empezando por Jerusalén, vosotros seréis testigos de todo esto. Yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre; por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que de lo alto os revistan de fuerza.

Después los condujo fuera hasta las inmediaciones de Betania y, levantando las manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y se lo llevaron al cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén llenos de alegría. y estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios.

A mí me parece que, con esto de la Ascensión de Jesús, nos han metido gato por liebre. Se ha dicho que Dios está en el cielo y se ha pintado a Jesús como pionero de astronautas, despegando de la tierra hacía los espacios siderales…

Tras ser llevado Jesús al cielo o tras subir al cielo, poéticas formas de decir que “Jesús se fue con Dios (=el cielo)”, las iglesias y los cristianos, plantados, quietos, inmóviles, se quedaron mirando hacia arriba durante siglos, con los brazos cruzados. Lo suyo no era el suelo, sino el cielo. Su anhelado terreno de operaciones no era el más acá, sino el más allá. El objetivo era salvar el alma, aunque fuese a costa del cuerpo. Había poco que hacer aquí abajo, aparte de resignarse y esperar. El mundo era considerado “un valle de lágrimas” y la vida se definió como “una mala noche en una mala posada”: situación de tránsito, espera de amaneceres que no dependen de nosotros, resignación de siglos cristianada, valle de lágrimas sin consuelo, habitáculo del desencanto…

Huida del mundanal ruido

Al contemplar la Ascensión de Jesús, los cristianos sentían unas ganas locas de ser llevados con él, de huir del mundanal ruido, que diría Fray Luis de León, de abandonar el telediario del paro y de la violencia, en general, y de la de género en particular, de la injusticia, de la desigualdad social, de las colas del hambre, de la incultura y de la “mala política” que, luchando por conseguir el poder, con frecuencia deja a un lado los intereses del pueblo. ¡Quién pudiera irse detrás de Jesús, ser llevado a otro mundo más allá de nuestro caos!

Y con el deseo de huir, de ir con Jesús, y ante la impotencia de seguir esa ruta espacial, la mayoría de los cristianos –hubo honrosas excepciones, por cierto, individuales y colectivas a lo largo de la historia, que todo hay que decirlo- se retiraron a la vida privada, al individualismo, a la salvación de su alma (concepto heredado de Platón, que no tenía nada de cristiano), a los monasterios, a los conventos, a las iglesias y a los templos, a rezar y rezar… Así nació la teología del desencanto mundano, como una falsa lectura de la Ascensión de Jesús.

Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?

Nuestro cristianismo tradicional ha merecido el viejo reproche del libro de los Hechos de los Apóstoles que refiere cómo mientras los apóstoles miraban fijos al cielo cuando Jesús se marchaba, dos hombres vestidos de blanco que se habían presentado a su lado les dijeron: -Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que se han llevado a lo alto de entre vos­otros vendrá tal como lo habéis visto marcharse al cielo. Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte lla­mado de los Olivos, que está cercano a Jerusalén, a la dis­tancia que se permite caminar un día de sábado (Hch 1, 9-12).

Invitación a descender

La Ascensión de Jesús, curiosamente, es lo contrario del movimiento hacia arriba, es una invitación a descender, a volver a la comunidad y a la ciudad, a dejar las alturas y los montes y las nubes. Hay que mirar al suelo, al mundo, hay que poner manos a la obra de Jesús, verdadera sinfonía incompleta. El cristiano -que mira a Dios, a Jesús, al cielo-, lo sabrá si mira al suelo, si vuelve corriendo a la ciudad.

Difícil misión la del cristiano: sumergirse en la ciudad, “politizarse” (hacerse de la polis, de la ciudad, hacerse ciudadano), mundanizarse, unirse a otros, lanzarse a gritar por calles y plazas que Jesús llevaba razón y que su proyecto de hombre aún es realizable. Que todavía es posible recomponer este viejo rompecabezas de la familia humana, verdadera Babel de egoísmo e insolidaridad, y acabar con esta inmensa ola de desigualdad y de pobreza.

Pero este proyecto no tiene nada que ver con restaurar la soberanía de Israel ni de nadie, como esperaban los discípulos de Jesús cuando le preguntaron: -Señor, ¿es en esta ocasión cuando vas a restaurar el reino para Israel? Pero él les repuso: -No es cosa vuestra conocer ocasiones o momentos que el Padre ha reservado a su propia autoridad; al con­trario, recibiréis fuerza, cuando el Espíritu Santo venga so­bre vosotros, y así seréis testigos míos en Jerusalén y tam­bién en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra. Jesús lo tenía claro: hay que acabar con este estado de cosas en el que unos estemos sobre otros, -“soberanía” significa esto. Hacer un mundo de hermanos y no de “soberanos” es el desafío, la tarea del cristiano, el reto de la Ascensión, verdadera invitación a mirar al suelo, descendiendo a la ciudad hasta transformarla desde dentro y desde abajo. Y esto lo harán sus seguidores con la ayuda del Espíritu Santo que les dará fuerza para ser sus testigos en Jerusalén, la capital, en Judea y Samaría, provincias de la ortodoxia y de la heterodoxia, y hasta los confines de la tierra. El firmamento que el primer cosmonauta ruso, Yuri Gagarin, surcó sin poder contemplar a Dios, no es ya la morada lejana de Dios, pues no hay espacio que lo contenga, ni lo limite. Dios no es espacial, ni Jesús pionero de astronautas. Dios es el cielo. Y con la Ascensión de Jesús, quedó para siempre una cosa clara: Dios está en el suelo. Jesús mismo, por descender, por meterse en el mundo, bajó hasta la muerte. A cambio, Dios se lo llevó con él para siempre, o lo que es igual, fue llevado al cielo, lugar sobre las nubes y las estrellas donde los antiguos imaginaban que Dios habitaba.

Mirando al suelo

¿Qué haceís ahí mirando al cielo? El mismo Jesús que se han llevado a lo alto de entre vos­otros vendrá tal como lo habéis visto marcharse al cielo.

Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte lla­mado de los Olivos, que está cercano a Jerusalén, a la dis­tancia que se permite caminar un día de sábado. No es al cielo, sino al suelo al que hay que mirar y mucho más ahora que, con la pandemia a la que se ha sumado la terrible guerra de Ucrania, se abre una crisis mundial, como no ha habido otra desde hace mucho tiempo.

Una ola inmensa de pobreza

Según un informe de Oxfam de Septiembre de 2021, en España con la pandemia más de 700.000 personas fueron arrojadas a la pobreza. La renta per cápita se desplomó, viendo el 10% de la población pobre caer su renta en más de un 20%, mientras que el 10% más rico apenas lo hizo en un 2%, diez veces menos. Una brecha que se acentúa si nos fijamos en los milmillonarios españoles: 23 personas (de ellas, 18 son hombres), cuya fortuna creció en 19.200 millones de euros en los primeros 79 días de la pandemia.

Problemas de abastecimiento

Pero la cosa no queda ahí. En nuestro mundo, la vida se está haciendo más difícil con la guerra de Ucrania, de consecuencias trágicas e imprevisibles, pues esta guerra está ya afectando fuertemente a las exportaciones de trigo, arroz y maíz de estos países, debido a las infraestructuras de tránsito interrumpidas o destruidas, a la posible destrucción de reservas o a dificultades para lanzar la próxima campaña de cultivo. En 2021, Ucrania y Rusia, los dos países en guerra, se encontraban entre los cinco principales exportadores de trigo. El trigo (junto con el arroz y el maíz) es un producto alimenticio clave para la seguridad alimentaria mundial; muchos países dependen directamente de las importaciones de este para cubrir sus necesidades básicas. Pero no solo el precio del trigo; también está subiendo el de otros productos alimenticios básicos como estamos viendo estos días.

Por otra parte, la subida de los precios del petróleo y del gas, debido a este conflicto, también está haciendo aumentar considerablemente el costo del flete marítimo y de los transportes terrestres, lo que tiene un impacto directo en el costo de otros productos alimenticios básicos. Más aún, en el más o menos corto plazo, esto podría afectar a todos los productos importados y tener consecuencias en el poder adquisitivo de los hogares, especialmente, como siempre, de los más necesitados.

El precio de la energía, particularmente el gas, también afecta los costos de producción de fertilizantes nitrogenados, siendo Rusia uno de los principales productores de estos, pues representa el 15 por ciento del comercio mundial y el 17 por ciento de las exportaciones mundiales de fertilizantes potásicos. Muchos países de Europa y Asia Central dependen de Rusia para obtener más del 50% de su suministro de fertilizantes tan necesarios para el sector agrícola.

Todos estos factores están directamente involucrados en hacer que los productos alimenticios sean cada vez más caros. En julio de 2021, el informe SOFI ya mencionaba la imposibilidad de que 3 mil millones de personas en todas las regiones del mundo tengan acceso a una dieta saludable debido a la insuficiencia de ingresos.

Además… el aumento del precio del trigo y del petróleo también tendrá un fuerte impacto en el costo de la ayuda humanitaria, pues con la subida de los precios, es posible que las ONGs no puedan comprar y transportar tantos alimentos y artículos no alimentarios como se esperaba, teniendo que reducirse de este modo la asistencia a los países pobres.

Concentrar la mirada en el prójimo

Por lo que respecta a los creyentes y a todos los seres humanos de buena voluntad tal vez hoy, más que nunca, es necesario que concentren su mirada en el prójimo, individual o colectivo, -que no es solo el que está cerca de mí, sino aquel a quien yo me acerco, aunque esté a miles de kilómetros de distancia-, es urgente poner la mirada en el suelo, en este mundo en el que Dios habita y, especialmente, en todos aquellos –individuos o países- que ya han quedado o van a quedar a la vera del camino, por sufrir las consecuencias del hambre, de la desnutrición, de la pandemia y ahora de la guerra. Hoy más que nunca urge dejar de mirar al cielo para dedicarnos, cada uno en la medida de nuestras posibilidades, a curar las heridas de esta sociedad.

Papel de los gobiernos

Papel fundamental tendrán aquí también, por supuesto, los gobiernos de los países más desarrollados, que deberían dejar de mirar tanto a su propio bienestar y tender una mano solidaria, hoy más necesaria que nunca, a todos aquellos países que sufren las consecuencias de esta gravísima crisis que afecta a nuestro mundo. Durante la pandemia se oía decir que todos íbamos en el mismo barco, pero no es verdad. La verdad es que todos estamos bajo la misma tempestad, pero no todos tienen las mismas defensas ante el temporal que se avecina.

Dios ya no está en el cielo

De ahí que hoy más que nunca debamos poner nuestra mirada en el mundo y dejar de mirar al cielo, pues desde que Jesús murió en la cruz, Dios ya no está en el cielo, sino en el suelo, en el corazón humano, cuyas heridas, como buenos samaritanos, hay que sanar.

**Datos tomados de Acción contra el hambre. Consecuencias de la guerra en Ucrania en el hambre mundial

https://www.accioncontraelhambre.org/es/te-contamos/actualidad/consecuencias-de-la-guerra-en-ucrania-en-el-hambre-mundial


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