Quinto domingo de Pascua
Primera lectura: Hch 14,21b-27
Salmo responsorial: Salmo 144
Segunda lectura: Ap 21,1-5a
EVANGELIO
Juan 13,31-33a.34-35
La última voluntad de Jesús
15 de mayo de 2022
Detalle del Mosaico bizantino de Tabgha (s.VI).
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
-Acaba de manifestarse la gloria del Hijo del hombre y, por su medio, la de Dios; y, por su medio, Dios va a manifestar su gloria y va a manifestarla muy pronto.
Hijos míos, ya me queda poco que estar con vosotros… Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros.
Contexto del mandamiento nuevo
Las palabras del evangelio de hoy las pronunció Jesús en la Última cena, después de anunciar que uno del grupo lo iba a traicionar. Cuenta el evangelista Juan que uno de sus discípulos estaba reclinado inmediato a Jesús; era el predilecto de Jesús. Simón Pedro le hizo señas de que averiguase por quién podría decirlo. Reclinándose entonces sin más sobre el pecho de Jesús, le preguntó: -Señor, ¿quién es? Jesús contestó: -Es aquel para quien yo voy a mojar el trozo y a quien se lo voy a dar. Mojando, pues, el trozo se lo dio a Judas de Simón Iscariote y en cuanto recibió el trozo, entró en él Satanás. Por eso le dijo Jesús: -“Lo que vas a hacer, hazlo pronto”. Ninguno de los comensales se dio cuenta de por qué le decía esto. Alguno pensaban que, como Judas tenía la bolsa, Jesús le decía: “Compra lo que necesitamos para la fiesta”, o que diese algo a los pobres (Jn 13,23-27).
Judas, amante del dinero
Estaban equivocados y Jesús se lo temía. Judas, el administrador del grupo –pues tenía la bolsa- era más amante del dinero que de Jesús o de sus compañeros del grupo de discípulos. Ya había quedado claro esto cuando María, la hermana de Lázaro, tomando una libra de perfume de nardo auténtico de mucho precio, le ungió los pies a Jesús y se los secó con el pelo. En esa ocasión, Judas no entendió el gesto de amor de María y protestó: -¿Por qué razón no se ha vendido ese perfume por trescientos denarios de plata y no se ha dado a los pobres? Y apunta el evangelista que dijo esto no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban (Jn 12,3-5). Judas pretendía sacar ventaja de la venta de aquel perfume caro. En el fondo, le interesaban poco los pobres, que eran para él solo un pretexto para defender su propio interés. Le molestaba el amor demostrado a Jesús por María porque impedía su provecho personal.
Un trozo de pan, también para Judas
Curiosamente a este Judas, Jesús le ofreció un trozo de pan, como al resto de discípulos, para que comiéndolo, se asimilase a él y no abandonase el grupo. El evangelista Juan, sin embargo, no dice que comiese de ese pan, lo que hubiese significado la voluntad de asimilarse a Jesús, sino que en cuanto recibió el trozo, entró en él Satanás… y salió en seguida; era de noche”. Judas tomael trozo de pan que significa la vida de Jesús, su misma persona que se entrega, y sale para entregarlo a los sumos sacerdotes. Era de noche, anota el evangelista. La noche simboliza la ausencia de la luz que es Jesús y representa la tiniebla del odio y de la muerte. Judas vuelve a la tiniebla, llevándose la luz (el trozo de pan) para intentar extinguirla, entregando a su maestro.
Lo que vas a hacer, hazlo pronto, le dice un Jesús que no intenta forzarlo, ni retenerlo, ni lo ha denunciado delante de los discípulos, sino que le ha dejado plena libertad de opción, aún a costa de su propia vida, respetando la decisión libre y malvada del discípulo, como el Padre respetaría después la de Pilato (Jn 19,11).
La gloria, el amor de Dios
Es en este momento cuando Jesús dice: -Acaba de manifestarse la gloria del Hijo del hombre y, por su medio, la de Dios, y Dios va a manifestar su gloria y va a manifestarla muy pronto. La gloria del Hijo del hombre es igual a la gloria o amor de Dios que se manifiesta cuando Jesús entrega su vida por amor, un amor que se muestra en Jesús sin límite, sin medida.
Las otras imágenes de Dios
Largo tiempo tardó el pueblo de Israel en llegar a entender la idea de un Dios amoroso. No es esta la imagen predominante de Dios en el Antiguo Testamento, aunque algunos textos apuntan a ella. Dice el libro del Génesis que al principio dijo Dios: -“Hagamos a un hombre a nuestra imagen y semejanza”… Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn 1,26-27). Espigando las páginas de la Biblia, parece como si Dios no hubiera cuidado su imagen: el Dios del Antiguo Testamento, salvo en escasas ocasiones, como el ser humano se deja llevar de la ira, es vengativo, manda a Israel la práctica del anatema militar, -que consistía en la destrucción total y sistemática de las ciudades conquistadas con sus hombres, animales y enseres-, favorece el engaño y la traición, castiga despiadadamente, aprueba matanzas y asesinatos. Si el hombre está hecho a imagen de Dios, y éste es el Dios verdadero, me explico lo que ha sucedido: “De tal palo, tal astilla”…
El Dios de Jesús
Pero sigo leyendo. Después viene Jesús y nos habla de Dios; al oírlo tengo la impresión de estar oyendo hablar de otro Dios. El Dios de Jesús ha cambiado de imagen, tiene otro rostro: el rostro del amor.
Siento tan fuerte el contraste entre este Dios y el Dios antiguo, que vuelvo a releer los primeros versos de la Biblia, y comienzo a sospechar que es más bien el hombre quien ha hecho a Dios a su imagen y semejanza… Y me explico así toda esa ola de violencia y desamor divino que corre por las venas del Antiguo Testamento y que se prolonga hasta nuestro mundo actual.
Un largo viaje: de la venganza y el odio al amor
Al final, llego a pensar que ese Dios es un magnífico pedagogo que se va revelando poco a poco a su pueblo en la medida en que éste progresa en amor al prójimo. En el principio era norma de justicia la violencia sin medida, propia de un pueblo primitivo. Frente a la venganza de Lamec, consistente en castigar hasta setenta y siete veces el delito cometido (Gn 4,23-24), Jesus mandará perdonar otras tantas. Con la ley del “talión” se da un paso adelante restringiendo los ímpetus humanos: Ojo por ojo, diente por diente»; no hay que excederse en el castigo (Ex 21,22-23). Más adelante, el libro del Éxodo garantiza la vida con un absoluto No matarás (20,13). El Levítico prohíbe vengarse de los conciudadanos y manda: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (19,17). En torno a este mandato de amor nació en Israel una legislación humanitaria de la que Dios mismo se hace garante: pedirá cuenta de los delitos contra la vida, de las injusticias, de la opresión, de la vejación de los pobres, indigentes, extranjeros, viudas, huérfanos y desamparados de la sociedad. Con Jeremías, Dios mismo se niega a estar en un templo al que acuden los que practican a diario la injusticia (Jr 7,1-15).
La última voluntad de Jesús
Sólo al final, con Jesús, se revela con nitidez la verdadera imagen de Dios: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros.
(Jn 13,34-35). La medida del amor es el amor sin medida, practicado por el Maestro. Como dice Juan, nadie tiene amor más grande por los amigos que uno que entrega su vida por ellos (Jn 15,13). Y esto es lo que hace Jesús.
Pero ¿por qué manda Jesús amar? me pregunto, pues el amor es algo que no se puede mandar: o sale de dentro, o si es impuesto, no es amor. En realidad, más que de un mandamiento se trata del encargo encarecido que hace Jesús a sus discípulos antes de su muerte, como el padre que expresa su última voluntad antes de morir. La palabra griega entolê que traducimos por mandamiento significa también el encargo que alguien hace. Antes se había dicho amarás al prójimo como a ti mismo, Jesús va más lejos. Sus seguidores deben cumplir el encargo de amar como él amó, esto es, hasta estar dispuestos a entregar la propia vida, el don más preciado. Jesús es la medida del amor al que hay que tender. Y en esto se distinguirá quien es su discípulo y quien, no.
Sin embargo, llama la atención que Jesús no encarga a sus discípulos amarlo a él, ni amar a Dios como se había dicho en el AT: Amarás a Dios sobre todas las cosas. No. Jesús recomienda encarecidamente el amor humano mutuo. Amar al prójimo no como a uno mismo, sino como Jesús amó. Y amar, especialmente, al prójimo más vulnerable. El que no ama no tiene idea de Dios, porque Dios es amor, dice Juan en su primera carta. Y continúa: Amigos míos, si Dios nos ha amado así, es deber nuestro amarnos unos a otros (1Jn 4,8-11).
Este es el encargo de Jesús, su última voluntad, diríamos, aunque el cumplimiento de este encargo no ha sido a lo largo de la historia el denominador común de quienes se dicen “cristianos o creyentes”. Que cada uno se aplique el cuento…
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