Domingo de Ramos
Primera lectura: Isaías 50, 4-7
Salmo responsorial: Salmo 21
Segunda lectura: Filipenses 2, 6-11
EVANGELIO
Lucas 19,28-40
Trágicos meses, también hoy
10 de abril de 2022
Panoramica de Jerusalen actual con el Santuario de Omar en el centro.
Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.
Al acercarse a Betfagé y Betania, en dirección al monte que llaman de los Olivos, envió a dos de sus discípulos diciéndoles: -Id a esa aldea de enfrente; al entrar encontraréis un borrico atado en el que nadie se ha montado nunca. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué razón lo desatáis, contestadle que su dueño lo necesita. Los enviados fueron y encontraron lo que les había dicho. Mientras desataban el borrico, sus dueños les preguntaron: -¿Por qué desatáis el borrico? Contestaron ellos: – Su dueño lo necesita.
Se lo llevaron a Jesús, echaron sus mantos encima del borrico y ayudaron a Jesús a montarse. Según iba él avanzando, alfombraban el camino con los mantos. Cuando ya se acercaba a la bajada del Monte de los Olivos, la muchedumbre de los discípulos, en masa, empezó a alabar a Dios con alegría y a grandes voces por todas las potentes obras que habían visto. Decían: – ¡Bendito el que viene como rey en nombre del Señor! Del cielo paz y a Dios gloria!
De entre la multitud, unos fariseos le dijeron:-Maestro, reprende a tus discípulos. Él replicó:-Os digo que si estos callan gritarán las piedras.
Nota: Antes de la Procesión de Ramos se lee este domingo el relato de la Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Lc 19,28-40) y, en la eucaristía, el texto de la Pasión según Lucas (22,14-23,56). Como el relato de la Pasión es muy extenso, en lo que sigue comentaré la Entrada de Jesús en Jerusalén, pues durante la Semana Santa se puede hacer un comentario más detenido de la Pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Todo se precipitó en aquellos días. El profeta galileo había bajado a Jerusalén, tal vez para celebrar la fiesta de las Chozas o Tabernáculos. Era por el mes de Octubre. En esta fiesta, el pueblo se reunía fuera de las murallas de la ciudad para subir en procesión hasta el templo, llevando ramos verdes y palmas. Así se había establecido cuando Judas Macabeo reconquistó la ciudad de Jerusalén y el templo, y procedió a la purificación del mismo que había sido profanado por extranjeros o paganos. Dice el segundo libro de los Macabeos (2Mac 10,7) que aquel día “llevando tirsos, ramos verdes y palmas, entonaban himnos al que había llevado a buen fin la purificación de su lugar santo y determinaron, mediante decreto público, votado en asamblea y obligatorio para todo el pueblo judío, celebrar todos los años aquellos días de fiesta”. A partir de entonces, cada año se organizaba una procesión conmemorativa desde fuera de las murallas de Jerusalén hasta el recinto del templo durante la que se cantaba a dos coros el Salmo 118 en el que se aclama el amor y la misericordia de Dios para con su pueblo: Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste y fuiste mi salvación. La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular: es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: ¡a festejarlo y a celebrarlo! Señor, danos la salvación; Señor, danos la prosperidad. Bendito el que viene en nombre del Señor.
Jesús se sumó aquel día a la procesión de ramos. Con anterioridad, había pedido que le trajeran prestado un borrico. La elección del animal fue intencionada. En caballo o en mula entraban, a la sazón, los reyes en las ciudades. Así es como el rey David ya muy anciano, mandó que su hijo Salomón entrase en la ciudad de Jerusalén para ser ungido como rey sobre una mula. Los jefes militares, por su parte, solían hacerlo en carro de batalla.
Destruirá los carros de Efraín
Por esto, Jesús, a quien la gente aclama como el hijo, esto es, el descendiente de David, no entró aquel día en Jerusalén sobre una mula o sobre un carro de guerra. A él no le iban ni el poder, ni la fuerza, ni la violencia, sino que utilizó como vehículo un borrico, símbolo de mansedumbre y sumisión, tal y como lo había anunciado el profeta Zacarías (9,9): Alégrate, ciudad de Sión; aclama, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un asno, una cría de borrica. Destruirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén;
Jesús hace su entrada en Jerusalén, no con el aire triunfalista de los vencedores, sino en son de paz, con la sencillez del rey que viene a servir a su pueblo sin emplear para nada la violencia. Los poderosos no tienen verdadero interés por la paz. ¿Qué harían con todas las armas bélicas y sus arsenales de muerte? ¿Cómo protegerían sus intereses, si no tuviesen ejércitos que los defendiesen?
Esta magnífica profecía de Zacarías, que no había calado en el pueblo, por presentar un mesías pacifista, debería aplicarse a escala mundial en estos trágicos días de guerra en Ucrania, dando un “no absoluto” al armamento y al comercio de armas que tantas muertes ocasiona y un sí rotundo al desarme mundial. Toda una utopía por ahora.
Según Global Firepower, un medio especializado en información militar, “Estados Unidos de América destina cada año al presupuesto militar 647.000 millones de euros; China, 209.000, y Rusia, 51.289 millones”. No citamos ahora los presupuestos inferiores de tantos otros países del mundo, pue no soy entendido en presupuestos militares, pero estas cifras dan el volumen de inversión descomunal que hacen en defensa estos tres países.
“Comparados con estos presupuestos de defensa, remediar el hambre en el mundo en la actualidad solo costaría 11.000 millones de dólares al año, aproximadamente los mismos que para cubrir el presupuesto de Educación y Sanidad en España (11.470 millones de euros). Jesús, sin lugar, a dudas denunciaría hoy este comercio de armas, convencido de que las armas generan muerte y destrucción y acaban con la vida de los pueblos”.
https://as.com/diarioas/2022/03/03/actualidad/1646333553_907326.html
Pues bien, sigamos comentando el texto del evangelio.
Del cielo paz y a Dios gloria
Dice el evangelista que los discípulos llevaron a Jesús el borrico, echaron sus mantos encima de este y le ayudaron a montarse. Según iba él avanzando, alfombraban el camino con los mantos. Cuando ya se acercaba a la bajada del Monte de los Olivos, la muchedumbre de los discípulos, en masa, empezó a alabar a Dios con alegría y a grandes voces por todas las potentes obras que habían visto. Decían: -¡Bendito el que viene como rey en nombre del Señor! Del cielo paz y a Dios gloria!
Los discípulos actúan como en la coronación de Salomón (1Re 1,33) que llega al trono sin violencia, alfombrándole el camino con mantos (2 Re 9,11-13). “Manto” es sinónimo de poder; los primeros renuncian a él; los segundos se apresuran a trasmitir sus poderes rindiendo homenaje al nuevo líder. Entre la muchedumbre de discípulos hay unanimidad, enfervorizados por su patriotismo y convicciones religiosas: Bendito el que viene en el nombre del Señor. Del cielo paz y gloria a Dios. Y son estos los que aclaman al mesías y no el pueblo de Israel, que no ha reconocido al mesías y lo hacen con palabras muy similares a las de los ángeles junto al pesebre (Lc 2,14).
A la reacción positiva de los discípulos se contrapone la de unos fariseos que le dijeron:-Maestro, reprende a tus discípulos. Él replicó:-Os digo que si estos callan gritarán las piedras. Lamentablemente, la historia le ha hecho una mala pasada a este mesías pacífico. De ello dan constancia las cruzadas, las guerras de religión, la connivencia con reyes, tiranos y dictadores por parte de dirigentes cristianos que decían actuar en nombre de Dios y de Jesús.
¿Un mesías guerrero?
Con su aclamación al que viene en nombre del Señor, los discípulos daban a entender que ponían a disposición del nuevo rey su propia vida, desde el momento de su entrada oficial en la ciudad. Aunque este tardaría poco en defraudarlos. Ellos hubieran preferido la entrada de Jesús en Jerusalén de otro modo. Sobre todo aquellos que, cansados ya de esperar un cambio radical de estructuras, apostaban por las armas, la revolución y el derramamiento de sangre para poner las cosas en su sitio. La ocupación romana era humillante, los tributos al emperador empobrecían al país, la religión de Israel se veía maniatada y el pueblo no levantaba cabeza. Era hora de acabar con aquella trágica situación. Hacía falta para ello un caudillo, un jefe militar, un guerrero intrépido, un líder carismático o un mesías guerrero que se alzase para formar un ejército popular, capaz de hacer frente y vencer al invasor romano.
La gente añoraba los tiempos del rey David; soñaba con un rey que convirtiese al país en un reino floreciente, y estableciese, como hizo David, una monarquía unificada, un ejército capaz de garantizar la defensa nacional, y un pueblo en torno a un único santuario en Jerusalén.
Jesús de Nazaret tenía, a los ojos de muchos, todas las características de esa clase de líder: crítico con las instituciones, despectivo con los servidores de Roma, amigo del pueblo sencillo, luchador infatigable por la justicia y la igualdad, compañero de marginados, solidario con los pobres de la tierra. Reunía en su persona las cualidades para poder reencarnar la figura del gran rey David y devolver al país una paz sin precedentes, una justicia sin límites, una organización militar y una conciencia religiosa nacional.
¿Entrada triunfal?
Poco duraría tanto alboroto, pues Jesús no se identificaba con las aspiraciones de los discípulos, ni del pueblo. Entrada “triunfal” de Jesús en Jerusalén, se suele decir. Más bien, alboroto pasajero, nube de verano, relámpago en noche oscura que anuncia la tormenta de una muerte ignominiosa.
Tras aquel día radiante de luz, todo se oscurecería de nuevo. A causa de los enfrentamientos diarios con las autoridades de Jerusalén, Jesús sería declarado “persona non grata” por los que buscaban cómo acabar con él (Mc 11,18). El pueblo de Israel, según el profeta galileo, era como hermosa “higuera de hojas abundantes, pero sin fruto”. El templo, una “cueva de bandidos”, según el evangelista Marcos (11,17), o una “casa de negocios” como dice el evangelista Juan (Jn 2,16). Para Jesús, aquellos dirigentes del pueblo contemporizaban con el poder político romano y se lucraban con la religión. Día a día, Jesús los iba dejando en evidencia. Los resultados no se harían esperar.
Jesús lo sabía bien. Por eso tomaba la precaución de salir de la ciudad cada atardecer, para esconderse con sus discípulos en el Monte de los Olivos, en alguna de sus muchas grutas naturales (Lc 21,37). Judas, uno de los doce, halló la ocasión de entregarlo tras la cena, pues, como dice el evangelista Juan, conocía el sitio, donde este se reunía con sus discípulos (Jn 18,1-2).
Lo demás, ya lo conocemos: murió ajusticiado por defender al pueblo. De Octubre (domingo de Ramos) a Marzo-Abril (Viernes Santo) todo se precipitó. Trágicos y agitados meses que nosotros recordamos cada Semana Santa.
Trágicos meses
Trágicos y agitados meses también por los que atraviesa nuestro mundo en la actualidad, tan lejano de la paz proclamada por Jesús, con el sórdido ruido de las armas de fondo, con innumerables víctimas civiles y militares, con más de cuatro millones de refugiados fuera de Ucrania, y ocho millones de desplazados internos por una guerra que se hace interminable, convertida en genocidio en Bucha, al menos, y que solo trae destrucción, horror y tragedia al pueblo ucraniano e inestabilidad a las economías de todo el mundo.
Por el camino de las armas no se llega a ninguna parte. Se impone urgentemente un alto el fuego en Ucrania, negociar una paz digna y reconstruir un país que el ejército ruso va a dejar inhabitable y juzgar y condenar a quienes hayan cometido crímenes de guerra. Pero, sobre todo, es urgente hacer una reflexión a nivel mundial –reflexión que se presenta por ahora utópica e inviable- sobre las consecuencias del comercio de armas.
Según un informe de Amnistía internacional “el comercio imprudente de armas devasta vidas incluso en los países en los que no hay una guerra declarada… Se fabrican y se venden cantidades escandalosamente altas de armas y munición. Cada año se fabrican 12.000 millones de balas. Esa cantidad es casi suficiente para matar dos veces a todos los habitantes del mundo. Cada día, miles de personas son víctimas de homicidio, resultan heridas y se ven obligadas abandonar sus hogares a causa de la violencia por arma de fuego y los conflictos armados… Y lo más grave de todo: es la población civil la que sufre las peores consecuencias de las guerras. Hay armas como la artillería, los morteros, las bombas guiadas y los misiles que destruyen hospitales, hogares, mercados y sistemas de transporte, y hunden en la pobreza a quienes sobreviven. Destruyen las vidas de la gente. Este es el coste de una industria del comercio de armas no regulada”.
https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/temas/armas/
La verdadera procesión de Semana Santa 2022
Las iglesias cristianas deberían ser abanderadas en esta lucha contra el negocio de las armas que alimentan las guerras y que, como estamos viendo estos días, producen el sacrificio de tantas víctimas inocentes y la huida de tantas otras de su hogar para salvar la vida.
Esta Semana Santa de 2022 debería servir de reflexión para las iglesias cristianas y para todas las personas de buena voluntad, creyentes o no, que, con voz unánime, tendrían que alzarse contra una guerra que, como todas, avergüenza a la humanidad y hace desconfiar de la bondad del corazón humano. No me explico cómo ni los cristianos ni el resto de la población de España no han salido todavía en masa a las calles para gritar a los cuatro vientos un rotundo no a esta guerra y a tantas otras hoy silenciadas. Sería, tal vez, la mejor procesión que debería recorrer las calles de nuestras ciudades esta Semana Santa, en la que se sacan las imágenes de la pasión de Jesús por las calles.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Del cielo paz y a Dios gloria. Ese es el Jesús del domingo de ramos, el que proclamó a los cuatro vientos el amor, la paz y el servicio como norma de vida, aconsejando la renuncia al odio y a cualquier tipo de violencia, como camino para construir una nueva humanidad basada en la paz, el diálogo y la convivencia fraterna entre personas y países.
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