La tentación del poder

Primer domingo de cuaresma

Primera lectura: Deuteronomio 26, 4-10
Salmo responsorial: Salmo 90
Segunda lectura: Romanos 10, 8-13

EVANGELIO
Lucas 4, 1-13

La tentación del poder

6 de marzo de 2022

Pináculo del templo.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

Jesús, lleno de Espíritu Santo, regresó del Jordán, y el Espíritu lo fue llevando por el desierto durante cuarenta días, mientras el diablo lo tentaba. Todo aquel tiempo es­tuvo sin comer y al final sintió hambre. El diablo le dijo: -Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se con­vierta en un pan. Jesús le contestó: -Está escrito que “no sólo de pan vivirá el hombre” (Dt 8,3).

Después, llevándolo a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: -Te daré toda esa autoridad y su gloria, porque me la han dado a mí y yo la doy a quien quiero; si tú me rindes homenaje, será toda tuya. Jesús le contestó: -Está escrito: “Al Señor tu Dios rendirás homenaje y a él solo prestarás servicio” (Dt 6,13).

Entonces lo condujo a Jerusalén, lo puso en el alero del templo y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Dará órdenes a sus ángeles para que te guar­den”, y también: “Te llevarán en volandas, para que tu pie no tropiece con piedras” (Sal 91,11-12). Le contestó Jesús: -Está mandado: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16). Acabadas todas sus tentaciones, el diablo se alejó de él por un tiempo.

El evangelio tiene escenas que resultan extrañas. Sus autores hablan frecuentemente en un lenguaje altamente simbólico y enigmático, lleno de incoherencias y detalles inexplicables para nuestra mentalidad, si se toman al pie de la letra. Con una escena de éstas, la liturgia inicia la cuaresma: el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto.

Llama la atención el comienzo de este relato en el que se dice que “Jesús, lleno de Espíritu Santo, regresó del Jordán, y el Espíritu lo fue llevando por el desierto durante cuarenta días, mientras el diablo lo tentaba y al final sintió hambre”.

“Espíritu Santo, desierto, diablo, cuarenta días sin comer” son palabras claves para entender el relato de las tenciones:

Espíritu

La escena de las tentaciones está unida a la del Bautismo de Jesús en el Jordán, cuando “mientras oraba Jesús después de su bautismo, se abrió el cielo, y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma visible, como de Paloma” (Lc 3,21-22),esto es, como una paloma que vuelve a su nido, indicando que, a partir de ahora, en Jesús, el Hijo del hombre, el germen de una nueva humanidad, se aloja y manifiesta Dios.

Desierto

Ahora el Espíritu lo impulsa al “desierto”, palabra que nos remonta al comienzo del éxodo del pueblo de Israel. En el desierto, Jesús va a comenzar un nuevo éxodo (el Espíritu lo fue llevando) que culminará con su muerte, tema del que hablaban Moisés y Elías en la escena de la Transfiguración (Lc 9,31).

Diablo

“El diablo” personifica la oposición implacable que va a sufrir Jesús durante su vida por parte de quienes quieren desviarlo a todo trance de su programa de anunciar el evangelio a los pobres. En el evangelio, el diablo se encarna en distinto actores humanos –especialmente, los escribas y fariseos, sumos sacerdotes y senadores- que se oponen al plan de Jesús.

Cuarenta días sin comer

Al decir que estuvo “cuarenta días sin comer” se reducen a escala individual los cuarenta años del camino de Israel por el desierto hacia la tierra prometida, donde el pueblo sucumbió a la tentación, rebelándose contra Moisés. Estos cuarenta días representan el tiempo de vida publica de Jesús durante la que va a ser tentado por sus enemigos. Lucas no utiliza el término religioso “ayuno”, sino la frase neutra “estuvo sin comer”. El hambre de Jesús simboliza el deseo de ser fiel al ser humano y al Padre. Su alimento es llevar a cabo el designio de su Padre, como afirma en el evangelio de Juan: Él les dijo: -Yo tengo para comer un alimento que vosotros no conocéis. Los discípulos comentaban: -¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: -Para mí es alimento realizar el designio del Padre que me mandó, dando remate a su obra (Jn 4,32-34).

Este relato de las tentaciones, como vemos, está cargado de connotaciones y simbolismo.

Puesto a prueba por el diablo en el desierto y estando durante cuarenta días sin comer, Jesús sintió hambre. El diablo quiere saciarle ese hambre, sometiéndolo a diversas y variopintas propuestas, como convertir una piedra en pan, hacerse con el dominio del mundo o superar la barrera de lo imposible protagonizando un aterrizaje sin paracaídas desde el alero del templo al torrente Cedrón, precipicio de más de cien metros de altura.

Poco entendemos de este relato si nos quedamos en su letra. Su significado es más profundo. Se narra aquí en qué consistieron las tentaciones que tuvo que soportar Jesús no en el desierto, sino durante toda su vida por parte de sus enemigos, verdadera encarnación del diablo. Tentaciones ante las que la Iglesia y los cristianos han sucumbido con frecuencia.

Fue un triple asalto diabólico:

1. Si eres hijo de Dios dile a esta piedra que se convierta en un pan.

Tras cuarenta días sin comer, como lo hicieron en su día Moisés y Elías, Jesús sintió hambre. En su mano, según el diablo, estaba satisfacer la necesidad. Bastaría con utilizar el poder divino en provecho propio. Pero a Jesús no le pareció lícito. Él había venido para implantar el reinado de Dios -ese nuevo orden donde impera la fraternidad entre los seres humanos ‑, pero este no puede ser fruto de malabarismo milagrero, ni Jesús se consideraba un prestidigitador de turno. “No sólo de pan vive el hombre,” respondió al tentador. Dios no quiere estos métodos inusitados, y no es partidario, al parecer, de milagros extraordinarios…

2. Después, llevándolo a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: -Te daré toda esa autoridad y su gloria, porque me la han dado a mí y yo la doy a quien quiero; si tú me rindes homenaje, será toda tuya. Tampoco estaba Jesús de acuerdo con la segunda propuesta. Escalar el poder, concentrándolo en una persona, no es el camino para hacer un mundo de hermanos. El poder, antes o después, produce esclavos en serie, engendra la dominación de unos sobre otros. Por otra parte, lo de Jesús no era mandar, sino servir…

3. Entonces lo condujo a Jerusalén, lo puso en el alero del templo y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Dará órdenes a sus ángeles para que te guar­den”, y también: “Te llevarán en volandas, para que tu pie no tropiece con piedras.

Una acción espectacular que Jesús no realizó, pues a nada habría conducido. Jesús no acepta del diablo esta provocación providencialista, innecesaria y carente de sentido. No es amigo de espectáculos baldíos, ni está por quien hace de la vida un ejercicio circense.

Jesús venció de este modo la triple prueba: ni utilizó a Dios en provecho propio, ni luchó por conseguir el poder al que siempre renunció, ni buscó lo espectacular, antes bien huyó y desconfió del ruido de las multitudes que querían hacerlo rey (Jn 6,15), consciente de que el bien no hace ruido y el ruido no hace bien…

Para Jesús, la vida era más que el pan; a nadie -‑debajo de Dios-‑ hay que prestar pleitesía; ni hay que atreverse a tentar a Dios pidiéndole espectáculos gratuitos… Con nada de eso se libera al pueblo. Dios no reina entre tanto fuego de artificio y para cumplir la tarea de implantar el reinado de Dios aquí abajo, sólo hay un duro, pero gratificante camino: amar y servir sin aspavientos. Lo demás huelga.

Si de las tres tentaciones hubiese que quedarse con una, esta es la del poder, la primera y principal que todos tenemos que vencer como personas, como iglesia o como sociedad, si queremos hacer un mundo igualitario y fraterno…

Francisco nos lo recordó hace años en una homilía con estas palabras: “Jesús prefiere instalarse en lo pequeño, al contrario del hombre, que tiende a querer algo cada vez más grande. Ser atraídos por el poder, por la grandeza y por la visibilidad es algo trágicamente humano, y es una gran tentación que busca infiltrarse por doquier; en cambio, donarse a los demás, cancelando distancias, viviendo en la pequeñez y colmando concretamente la cotidianidad, esto es exquisitamente divino” (Homilía en el Santuario de Jasna Góra. 28-07-2016).

La tentación del poder tienta a todos:

-A los ciudadanos de a pie que, en las relaciones con los otros, podemos correr el peligro de ejercer una posición de dominio y no de servicio.

-A los partidos políticos, especialmente cuando, a precio de conseguir el poder y derrocar al opositor, frecuentan el camino del “todo vale” para conseguirlo, incluida la mentira, la calumnia, la ofensa o el desprecio rayano en el odio. No es sencillo en estos momentos resistirse a las insinuaciones del poder cuando suenan cantos de sirena que prometen regresar a un orden social autoritario dando respuestas simplistas a problemas tan complejos como son la inclusión de los inmigrantes, la homosexualidad, el feminismo, el movimiento LGTBI, el laicismo, el ecologismo o la crisis de confianza en la democracia representativa, entre otros muchos desafíos.

-Y a la iglesia, llamada a seguir el camino de Jesús, y a no aspirar a ser más que su maestro, dando como él, de una vez por todas, un triple y rotundo no al diablo, para llevar como principal ideario de vida desvivirse por aquellos que han quedado a la vera del camino de la sociedad de consumo. Al fin y al cabo, Jesús no hizo otra cosa más importante en su vida que esta. Cuando el libro de los Hechos resume su vida lo hace con esta frase que nunca deberíamos olvidar: “Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hch 10,38), esa “gran muchedumbre del pueblo, procedente de todo el país judío, incluida Jerusalén, y de la costa de Tiro y Sidón, que habían ido a oírlo y a quedar sanos de sus enfermedades, y también los atormentados por espíritus inmundos, se curaban; y toda la multitud trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los sanaba a todos.

El dilema es claro: o servicio o poder, o Jesús o el diablo.

Dice el evangelista Mateo que un día reunió Jesús a los suyos y les dijo: “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan y que los grandes les imponen su autoridad. No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande sea servidor vuestro, y el que quiera ser primero sea siervo vuestro. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos”.

No al poder, sí al servicio. Esta es la propuesta de Jesús para liberar al mundo de tanta opresión. Todo un programa por el que Jesús dio su vida, consciente de que “solo queda lo que damos”.

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