¿Dichosos los pobres?

Sexto domingo del tiempo ordinario

Primera lectura: Jeremías 17, 5-8
Salmo responsorial: Salmo 1
Segunda lectura: 1 Corintios 15, 12. 16-20

EVANGELIO
Lucas 6, 17.20-26

¿Dichosos los pobres?

13 de febrero de 2022

Iglesia de las Bienaventuranzas en las proximidades del Lago de Tiberiades.

Nota: Si prefieres oír el texto del comentario que sigue, haz click aquí.

Una gran muchedumbre del pueblo, procedente de todo el país judío, incluida Jerusalén, y de la costa de Tiro y Sidón, que habían ido a oírlo y a quedar sanos de sus enfermedades, y también los atormentados por espíritus inmundos, se curaban; y toda la multitud trataba de to­carlo, porque salía de él una fuerza que los sanaba a todos.

Jesús, dirigiendo la mirada a sus discípulos, dijo:

-Dichosos vosotros los pobres,

porque tenéis a Dios por rey.

Dichosos los que ahora pasáis hambre,

porque os van a saciar.

Dichosos los que ahora lloráis,

porque vais a reír.

Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que grande es la recompensa que Dios os da; pues lo mismo hacían sus padres con los profetas.

Pero, ¡ay de vosotros, los ricos,

porque ya habéis recibido vuestro consuelo!

¡Ay de vosotros, los que ahora estáis repletos,

porque vais a pasar hambre!

¡Ay de los que ahora reís,

porque vais a lamentaros y a llorar!

¡Ay si los hombres hablan bien de vosotros, pues lo mismo hacían sus padres con los falsos profetas!

Durante mucho tiempo los cristianos han tenido como ideario el Antiguo Testamento judío. Hasta hace poco -y aún hoy para muchos‑ la vida cristiana giraba en torno a los Diez mandamientos. De éstos, se nos grabaron con especial intensidad aquellos que comenzaban por un “no” absoluto e incondicional: “No tomarás el nombre de Dios en vano, no cometerás actos impuros, no hurtarás, no dirás falso testimonio ni mentirás, no consentirás pensamientos ni deseos impuros, no codiciarás los bienes ajenos”.

De los diez, el pueblo estaba especialmente sensibilizado con dos: “No matarás” y “no robarás”. Un modo de confesar la propia inocencia era la consabida frase: “Yo ni robo, ni mato”. Los eclesiásticos –curas o frailes, por lo común célibes–, hacían hincapié en el sexto y en el noveno mandamiento, este como explicitación del sexto; ambos mandamientos incluso mal traducidos e interpretados, pues según el libro del Éxodo (20,14), el sexto mandamiento es “No cometerás adulterio,” pero el catecismo decía “No cometerás actos impuros”, algo más amplio y genérico. En este libro, el noveno y décimo mandamiento son el mismo y se formulan así: “No codiciarás los bienes de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él,” de lo que se deduce que mujer, esclavo, esclava, buey o asno se consideraban propiedad del prójimo. El catecismo, sin embargo, los formulaba así: “No consentirás pensamientos ni deseos impuros” (noveno mandamiento) y “no codiciarás los bienes ajenos” (décimo), un duplicado de “No robarás”. En realidad, en ambos casos, en su versión bíblica original, se trata de un único mandamiento, concreción de “No robarás”, mandamiento que nada tenía que ver con el sexto ni con el sexo.

Tras los mandamientos de la Ley de Dios seguían los de la Santa Madre Iglesia. Curiosos mandamientos estos, que suponían un cristianismo enfermizo, con poca vitalidad. A los cristianos se les mandaba, entre otras cosas, “oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar, confesar y comulgar una vez al año”, como si esto se debiera mandar. Mal andaban las cosas cuando muchos cristianos se desinteresaban de acercarse a la penitencia (sacramento este que necesita una seria revisión y puesta al día) o a la eucaristía, y había que obligarlos a ello bajo pena de pecado.

El espíritu del evangelio va, sin duda, por otros derroteros. Jesús no obliga a cumplir una serie de mandamientos como condición necesaria para ser discípulos suyos; propuso, más bien, una alternativa de vida, no basada en el dinero. Por eso, un día, en presencia de las multitudes, pero “dirigiendo la mirada a los discípulos” proclamó “Dichosos los pobres”, proponiendo a sus seguidores elegir un estilo de vida pobre y austero, para poder -‑desde abajo y con los de abajo-‑ luchar contra la pobreza, fruto de la injusticia de un mundo dividido en clases enfrentadas. Jesús animaba a sus seguidores para que desterrasen de sus vidas ese deseo insano de acaparar más y más bienes de la tierra, para que así –libres de ataduras– pudieran dedicarse por entero a amar al prójimo a quien se ve, único camino para amar a Dios que no se deja ver.

Yo pienso que si se hubiese perdido el texto de las bienaventuranzas y se hubiese conservado solo la primera, nos habríamos quedado con el núcleo del mensaje de Jesús, pues según creo, todas las bienaventuranzas se reducen a la primera: “Dichosos los pobres”. Las otras son consecuencia de ésta. Luchando por esa causa, llegarían a ser dichosos. Pero, por esa causa, precisamente, habrían de pasar hambre, llorar y sufrir persecución. Verdadera paradoja. A estos, sin embargo, Jesús les dice: “Alegraos ese día y saltad de gozo, que es grande la recompensa que Dios os da, pues lo mismo hacían sus padres con los profetas”.

Pero cuando Jesús proclama la primera bienaventuranza no se refiere a los que son realmente pobres, sin quererlo, sino a aquellos que han elegido un estilo de vida pobre y austero, pero solidario para luchar contra la pobreza. Mateo lo formula mejor cuando dice “Dichosos los pobres de espíritu”. El espíritu, para un judío, es la fuente de las decisiones y ser “pobre de espíritu” no es otra cosa sino hacerse pobre por propia decisión” o dicho de otro modo, “elegir voluntariamente un estilo de vida pobre y austero”. Y es que estoy convencido de que en nuestra sociedad de consumo comienza a ser dichoso, ya desde ahora, quien se cierra al insaciable deseo de tener y acaparar cada vez más, liberando a cambio tiempo para vivir.

Hace mucho tiempo leí un libro que me interesó grandemente. Se titulaba “Vivir mejor con menos”, sabio título que invitaba a hacer ejercicios de desprendimiento real de todo aquello que no es necesario para uno, pero que puede servir a quienes carecen de lo que uno anda sobrado.

Pero sucede que este tipo de personas, de pobres voluntarios, que llevan una vida austera, pero solidaria (esta podría ser una buena formulación de la primera bienaventuranza en la actualidad)… este tipo de personas, digo, molesta, inquieta, intranquiliza, denuncia. Pues la pobreza, así entendida, es sinónimo de libertad, y la libertad es preocupante para quienes fomentan la opresión.

Los nuevos pobres solidarios sufrirán, sin duda, persecución por parte de esta sociedad descaradamente neoliberal y capitalista, cuya base minan y cuyo único Dios es el dinero.
Estos pobres por decisión propia deben alegrarse desde ahora, pues este género de vida los llevará a la plenitud de la madurez humana que se basa no en el “tener para mí”, sino “en el ser para los otros”.

Los pobres sociológicos sufren, esto no se puede negar, pero en el reino de Dios, –no en el más allá, como se ha entendido, sino ahora, en la sociedad alternativa que hay que crear para que Dios reine– saldrán de esa situación, ya que en la comunidad de seguidores de Jesús la abundancia de unos tiene que remediar la carencia de los otros, hasta el punto de acabar con su pobreza.

Y es que el fin de la inmensa pobreza que se padece en la sociedad –a pequeña y gran escala- llegará cuando creemos esa sociedad alternativa a la que invita Jesús y que él llama “el reino de Dios”, esto es, esa sociedad donde no reine el otro Dios, al que se le rinde hoy culto: el dinero o el capital o los mercados, que son más o menos lo mismo.

Jesús, no obstante, no promete felicidad a los pobres, sino que los declara dichosos, porque ya tienen a Dios por Rey y no al dinero; mientras se constituya esta sociedad alternativa, continuará habiendo hambre y sollozos, pero la esperanza de que esto pueda cambiar espolea a los que ya empiezan a vivir esta nueva realidad.

Por este camino del consumo sin límites, del individualismo y del hedonismo a ultranza –características de nuestra sociedad neoliberal– todos nos precipitamos en el caos y en la muerte. He aquí algunos datos: a nivel global, hoy el 85% de la población mundial vive con menos de 30 dólares al día, pues la pobreza no es solo de los países llamados del tercer mundo, ya que tampoco está erradicada en los países ricos, aunque esté invisibilizada. Si nos fiamos de este cómputo, ideado por el investigador y fundador de Our World in Data, Max Roser, tres cuartas partes de los habitantes del globo son pobres “moderados”, pero pobres. Y de este 85%, un 10% son pobres “de solemnidad”, por aquello de que pedían limosna en las fiestas solemnes, pobres que sobreviven –si es que se puede sobrevivir así- con menos de 2 dólares al día.

La pobreza, por tanto, no es cosa del tercer mundo, porque en el mundo desarrollado crece por días la llamada clase social del “precariado”, de los “nuevos pobres”, aquellos trabajadores, cuyo salario no alcanza para llegar a fin de mes o los parados de larga duración o los jóvenes que no ven futuro, o los niños menores de quince años obligados a trabajar y explotados, o los que son prostituidos y otros tantos grupos que hemos dejado a la vera del camino.

Se puede leer al respecto un artículo de Patricia Serrano en el periódico “El Economista”:

https://www.eleconomista.es/economia/noticias/11087781/03/21/El-85-de-la-poblacion-mundial-vive-con-menos-de-30-dolares-al-dia.html

El evangelista Lucas, en su tiempo, era muy consciente de la tensión existente entre los pobres –la inmensa mayoría- y una minoría privilegiada –los ricos-, y por eso, a diferencia de Mateo que propone ocho bienaventuranzas, enumera solo cuatro y a estas añade cuatro imprecaciones dirigidas a los ricos:

“¡Ay de vosotros los ricos! ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis repletos! ¡Ay de los que ahora reís! ¡Ay si los hombres hablan bien de vosotros, pues lo mismo hacían sus padres con los falsos profetas!

Ricos, por cierto, que han sido afortunados incluso en el santoral de la Iglesia, pues según una antigua estadística, de 1.938 casos estudiados de personas que han llegado a los altares, el 78% de los santos y beatos ha pertenecido a la clase alta; el 17% a la clase media, y solamente el 5% a la clase inferior o baja.

(Datos que he tomado de del teólogo José María Castillo, “Lectura materialista del santoral”, Misión abierta 2, 1981, 150).

En mi pueblo, cuando yo era niño, los ricos tenían cara, se los identificaba fácilmente. Los llamábamos “señoricos”, vivían en las calles centrales del pueblo, iban al “Casino de los señores”, y conocíamos a los miembros de sus familias. Hoy se ocultan detrás de las multinacionales, compañías que poseen o controlan la producción en más de una nación, la mayoría con sede en los países desarrollados: aproximadamente 132 en Estados Unidos, 73 en China, 68 en Japón, 32 en Alemania, 32 en Francia, 27 en Gran Bretaña, 13 en Holanda y 8 en España.

La propiedad de estas compañías se concentra, como puede verse, en los países que han logrado una mayor acumulación de riqueza económica –como Europa y Estados Unidos, países para mayor INRI, muy ligados históricamente al cristianismo, verdadera paradoja de olvido de la primera bienaventuranza–, mientras sus filiales y áreas de negocio suelen tener la sede en los países de la Periferia o del Sur global, de donde obtienen con frecuencia las materias primas y en los que instalan oficinas y fábricas para la producción con mano de obra barata.

A estos nuevos ricos dirigiría Jesús hoy estas cuatro imprecaciones para invitarlos a construir una sociedad alternativa en la que la austeridad solidaria fuese norma de vida.

En manos de estas grandes multinacionales está ahora poner remedio a gran escala a tanta desigualdad e injusticia, distribuyendo riqueza y beneficios. Difícil o casi imposible tarea si no empujamos todos con fuerza desde abajo para exigirles un cambio de rumbo en bien del planeta y de la humanidad.

Pero mientras tanto, las bienaventuranzas de Jesús siguen vigentes para cada uno de nosotros, invitándonos a hacer nacer en nuestro entorno esta sociedad alternativa que comience a poner fin a tanta desigualdad y remedie tanta carencia y pobreza. En esto hallaremos, sin duda, la felicidad y la dicha.

¿Dichosos los pobres? Pues sí. Tal vez Jesús lleve razón cuando lo dice… Es cuestión de intentarlo.

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