INVITACIÓN AL CAMBIO

Tercer domingo de Adviento

Primera lectura: Sofonías 3, 14-18 a.
Salmo responsorial: Isaías 12, 2-6
Segunda lectura: Filipenses 4, 4-7

EVANGELIO
Lucas 3, 10-18

INVITACIÓN AL CAMBIO

12 de diciembre de 2021

Desierto de Judá

Si deseas oír el texto que sigue, en lugar de leerlo, haz click aquí.

Al oír la invitación al cambio de vida y de mente, al cambio total, quienes acudían a Juan Bautista se sentían interpelados: “Entonces, ¿qué tenemos que hacer?” preguntaban al profeta (Lc 3,10ss).

El profeta no tenía pelos en la lengua; sus palabras eran duras, provocativas, razonablemente hirientes. A sus interlocutores -‑un gran gentío que iba a recibir su bautismo-‑ les decía: “¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a vosotros a escapar del castigo inminente?” “Raza de víboras”, animales que matan a traición inyectando un veneno de muerte. El comportamiento de aquel pueblo ‑en especial de sus dirigentes‑ no sólo no fomentaba la vida, sino que ocasionaba la muerte de toda ilusión o esperanza de cambio y bienestar.

Y ante la pregunta del pueblo, inquietado por el mensaje de Juan, éste exponía a cada uno de los estamentos sociales privilegiados su programa de acción: “El que tenga dos túnicas” -símbolo de riqueza-‑ “que se las reparta con el que no tiene, y el que tenga de comer, que haga lo mismo.” A los recaudadores -‑profesión en la que estos se lucraban con excesivos y arbitrarios impuestos-‑ decía: “-No exijáis más de lo que tenéis establecido,” pues lo legalmente establecido era ya, de suyo, abusivo. A los guardias -‑que tenían en su mano la fuerza y las armas‑ aconsejaba: “‑No hagáis violencia a nadie, ni saquéis dinero; conformaos con vuestra paga.”

Era la voz de Juan una invitación a la justicia, a compartir, a terminar con todo tipo de abusos y prácticas que, favoreciendo a unos, hundían en la pobreza y en la miseria a otros.

Pero su voz no era del todo nueva ni original. No era más que el eco de otras voces a las que el pueblo, por desgracia, se había acostumbrado. Antes que él, ocho siglos antes, Isaías, otro profeta, con palabras de inmensa actualidad, había gritado sin descanso contra todo tipo de injusticia. Sus palabras parecen dirigidas a nosotros, ciudadanos del siglo veintiuno: “Buscad el derecho, enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda,” decía (Is 1,17); y hoy seguiría: “Dad trabajo a los parados, integrad en la sociedad a las personas con movilidad reducida, no marginéis a los enfermos de sida, acabad con la droga y el alcoholismo, con la prostitución, la trata de blancas y con el empleo infantil, devolved la dignidad a los gitanos, acoged a los inmigrantes y sin papeles y a los que reclaman asilo, dad casa digna al pueblo, poned al alcance de todos la educación, la sanidad y la cultura. Era Isaías la voz defensora de todos los marginados de la tierra.

La culpa de aquella situación la tenían, según él, los poderosos “los montes y colinas de Israel,” los jefes del pueblo en cuyas manos estaba legislar y hacer cambiar al país. A éstos gritaba: “Vosotros devastáis las viñas, tenéis en casa lo robado al pobre” (Is 2,14). Gracias a esta práctica de pillaje y robo, sus mujeres podían convivir con el lujo y el derroche (Is 3,16ss).

Actuales resultan las palabras del profeta cuando se dirigen a los latifundistas y terratenientes: “¡Ay de los que añaden casas y casas, y juntan campos con campos hasta no dejar sitio y vivir ellos solos en medio del país!” (Is 5,18ss). Hoy se dirigiría también a los que manejan los fondos buitre que expulsan de sus casas a los inquilinos para alquilarlos a mejor postor y precio.

Al leer estos textos da la impresión de que el mundo no ha cambiado desde entonces. Su lenguaje es actual, y sus denuncias, valederas. Su objetivo era hacer renacer la vida, implantando la justicia en un mundo sembrado de abusos sin fin… como el nuestro.


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